¿Irán vuestros hermanos a la guerra, y vosotros os quedaréis aquí?

5 de agosto

«¿Irán vuestros hermanos a la guerra, y vosotros os quedaréis aquí?».

Números 32:6

Los parientes tienen sus obligaciones. Los rubenitas y los gaditas no se habrían mostrado muy fraternales si, después de reclamar para sí la tierra que ya había sido conquistada, hubiesen dejado a los demás luchar solos por sus posesiones. Nosotros hemos recibido mucho por medio de los esfuerzos y sufrimientos de los santos de la antigüedad, y si no retribuimos con algo por todo ello a la Iglesia de Cristo, dándole nuestras mejores energías, somos indignos de contarnos en sus filas. Otros están combatiendo valientemente los errores del mundo o sacando a aquellos que se pierden de entre las ruinas de la Caída; si nosotros nos cruzamos ociosamente de brazos, necesitaremos que se nos exhorte para que la maldición de Meroz no caiga sobre nosotros. El Señor de la viña dice así: «¿Por qué estáis aquí todo el día ociosos?». ¿Cuál es la excusa del haragán? El servir a Jesús personalmente se convierte tanto más en el deber de todos cuando algunos lo llevan a cabo alegre y ampliamente. Las fatigas de los consagrados misioneros y de los pastores fervientes nos avergonzarán si nos sentamos en la indolencia. El evitar las pruebas constituye la tentación de «los reposados en Sion» (Am. 6:1). De buena gana evitarían estos la cruz y, sin embargo, llevarían la corona. Para los tales es muy apropiada la pregunta que tenemos para meditar en esta noche: si lo más precioso se prueba con fuego, ¿hemos de eludir nosotros el crisol? Si el diamante debe sufrir la tortura de la rueda, ¿vamos nosotros a ser perfectos sin sufrimiento? ¿Quién ha ordenado al viento que deje de soplar porque nuestro barco se halla encima del abismo? ¿Por qué debemos nosotros ser tratados mejor que nuestro Señor? Si el primogénito experimentó la vara, ¿por qué no lo harán los hermanos menores? La elección de una almohada suave y una cama blanda para un soldado de la cruz supone una ostentación cobarde. Es mucho más sabio quien, habiéndose sometido a la voluntad de Dios, crece mediante la energía de la gracia para satisfacerse con ella y, así, aprende a recoger lirios al pie de la cruz o, como Sansón hiciera, a hallar miel en la boca del león.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 227). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.


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