No hay más ciego que quien no se dé cuenta de su ceguera.

No hay más ciego que quien no se dé cuenta de su ceguera.

19 MARZO

Éxodo 30 | Juan 9 | Proverbios 6 | Gálatas 5

Igual que la alimentación de los cinco mil sirve de catalizador para el discurso acerca del pan de vida, del mismo modo la curación del hombre ciego de nacimiento en Juan 9 precipita una serie de comentarios más breves acerca de la naturaleza de la ceguera espiritual.

Algunas de las autoridades encontraban difícil creer que en realidad, el ciego hubiese nacido así. En tal caso, y si Jesús realmente lo había curado, esto expresaría algo acerca del poder de Jesús que no querían escuchar. En aquel entonces, igual que ahora, había numerosos “curanderos” por ahí, pero, por regla general, su actividad no era muy convincente; los menos ingenuos podían fácilmente descartar la mayor parte de la evidencia de sus éxitos. Pero otra cosa era devolver la vista a alguien que había nacido ciego – esto era algo inaudito en los círculos de los curanderos (9:32–33). Incapaces de responder ante el claro testimonio personal de este hombre, las autoridades recurren a los estereotipos y a los abusos personales (9:34).

Jesús lo encuentra de nuevo más adelante, le revela algo más de sí mismo, le invita a creer y acepta su adoración (9:35–38). Luego hace dos afirmaciones muy importantes:

(1) “Yo he venido a este mundo para juzgarlo, para que los ciegos vean, y los que ven se queden ciegos” (9:39). En cierto sentido, se trata de una inversión de condiciones, como el relato del rico y Lázaro (Lucas 16:19–31), o la parábola del fariseo y el recaudador de impuestos (Lucas 18:9–14) – un tema frecuente en los evangelios. Pero aquí se trata de una inversión en el área de la visión. Los que “ven”, con todos sus principios de sofisticado discernimiento, quedan ciegos ante lo que Jesús dice y hace, mientras que a los “ciegos”, los moral y espiritualmente equivalentes a este hombre ciego de nacimiento, Jesús muestra gran compasión, e incluso les devuelve la “vista”.

Algunos de los fariseos que oyen el comentario de Jesús, hombres orgullosos de su discernimiento, quedan tan atónitos, que preguntan a Jesús si alude a ellos cuando habla de los ciegos. Esto da lugar a su segunda afirmación.

(2) “Si fuerais ciegos, no seríais culpables de pecado, pero como afirmáis ver, vuestro pecado permanece” (9:41). Por supuesto que Jesús podía haber contestado que “sí” a su pregunta. Pero esto no habría puesto de manifiesto la gravedad de su estado. Al cambiar sutilmente la metáfora, Jesús remata este punto de otra manera. En lugar de afirmar que sus adversarios sean ciegos, señala que ellos mismos afirman poder ver, y de hecho ver mejor que nadie. Pero ahí está el problema: quien confía en su capacidad de ver no pide recibir la vista. Por lo tanto, (implícitamente) permanecen ciegos, con la ceguera culpable que caracteriza la autosatisfacción arrogante. No hay más ciego que quien no se dé cuenta de su ceguera.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 78). Barcelona: Publicaciones Andamio.


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