¿Por qué tanta disciplina?

4 JUNIO

¿Por qué tanta disciplina?

Deuteronomio 8 | Salmo 91 | Isaías 36 | Apocalipsis 6

Deuteronomio 8 ofrece una perspectiva teológica importante sobre los cuarenta años de peregrinaje en el desierto. Siendo Dios un Dios personal, es posible relatar esta historia como la historia de la interacción entre Dios y su pueblo: el responde a sus necesidades, ellos se rebelan, ellos se arrepienten – y luego el mismo ciclo vuelve a comenzar de nuevo. Por un lado, es posible contemplar el relato entero desde el punto de vista de la soberanía trascendente y fiel de Dios. Él permanece siempre al mando. Esta es la perspectiva que viene reflejada en este capítulo.

Por supuesto que Dios podía haberles dado todo lo que querían antes de que llegasen a articular sus deseos. Podía haberse dedicado a consentirles y mimarles hasta la saciedad. En lugar de ello, su propósito fue humillarles, ponerles a prueba, e incluso dejar que pasasen hambre antes de, por fin, alimentarles de maná (8:2–3). Moisés insiste que el propósito detrás de esta última experiencia fue que Dios les enseñara que “no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor” (8:3). Y más ampliamente, “Reconoce en tu corazón que, así como un padre disciplina a su hijo, también el Señor tu Dios te disciplina a ti” (8:5).

¿Por qué tanta disciplina? La triste realidad es que gente caída como tú y como yo nos fijamos con gran facilidad en los dones que recibimos, al mismo tiempo que ignoramos al Dador. Siempre llega el momento cuando esta tendencia se degenera en el culto a lo creado en lugar del culto al Creador (ver Romanos 1:25). Dios sabe que Israel corre este peligro. Les lleva a una tierra agrícolamente prometedora, con agua suficiente, con riqueza mineral (8:6–9). ¿Cuál sería en un escenario así la probabilidad de que aprendieran la verdad que “no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor”?

Incluso tras aquellos cuarenta años de disciplina, los peligros resultarán ser enormes. Por lo tanto, Moisés les recalca estas lecciones una y otra vez. Será una vez que el pueblo haya entrado en la tierra y esté gozando de la abundancia considerable que allí encontrará, que los peligros comenzarán. “Pero ten cuidado de no olvidar al Señor tu Dios. No dejes de cumplir sus mandamientos, normas y preceptos que yo te mando hoy” (8:11). Con la riqueza vendrá la tentación a la arrogancia, lo cual incitará al pueblo a olvidarse del Señor que les liberó de la esclavitud (8:12–14). Al final, no sólo acabarán dando más valor a las riquezas que a las palabras de Dios, sino que podrían incluso justificarse a sí mismos, proclamando con orgullo: “Esta riqueza es fruto de mi poder y de la fuerza de mis manos” (8:17) – olvidando de manera muy conveniente que incluso la capacidad de producir riquezas es un don que procede de la gracia de Dios (8:18).

¿De qué maneras muestra tu vida que valoras enormemente cada palabra que procede de la boca de Dios, por encima de todas las bendiciones, e incluso de las necesidades, de esta vida?

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 155). Barcelona: Publicaciones Andamio.


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