5 de junio

«El que no ama no ha conocido a Dios».
1 Juan 4:8
La señal distintiva de un cristiano es su confianza en el amor de Cristo y la retribución de ese amor con su propio amor. Primero, la fe pone su sello en el hombre, capacitando al alma para que diga como el Apóstol: «Cristo me amó y se entregó a sí mismo por mí». Entonces, el amor proporciona la contraseña y, como retribución, estampa en el corazón del creyente amor y gratitud hacia Jesús. «Nosotros le amamos a él porque él nos amó primero». En esa remota antigüedad que fue el período heroico de la religión cristiana, esta doble característica debía de verse claramente en todos los creyentes en Jesús. Se trataba de personas que conocían el amor de Cristo y descansaban en él, como un hombre descansa sobre un báculo cuya solidez ha comprobado. El amor que los creyentes sentían por el Señor no era una apacible emoción la cual escondían dentro de sí mismos, en las secretas cámaras de sus almas, y de la que solo hablaban en los encuentros privados, cuando se reunían el primer día de la semana y cantaban himnos en honor de Cristo Jesús el crucificado. Era, más bien, una pasión que tenía una energía tan vehemente y consumidora que la evidenciaban en todas sus acciones: hablaban de Jesús en sus conversaciones corrientes y él aparecía reflejado hasta en las más corrientes miradas de sus ojos. El amor por Jesús era una llama que ardía en lo íntimo del ser de ellos y, por tanto, se abría camino, por su propia fuerza, hasta el exterior y allí alumbraba. El celo por la gloria del Rey Jesús era el sello y la señal de todos los cristianos genuinos: puesto que dependían del amor de Cristo, se mostraban muy osados; y ya que amaban a Cristo, hacían mucho. Y lo mismo acontece ahora: los hijos de Dios, en sus más íntimas facultades, están regidos por el amor: el amor de Cristo los constriñe. Se regocijan porque el amor divino está sobre ellos: lo sienten derramado en sus corazones por el Espíritu Santo que les es dado; entonces, por la fuerza de la gratitud, aman al Salvador fervientemente, de corazón puro. Lector, ¿amas tú a Jesús? Antes de dormirte, da una respuesta sincera a esta importante pregunta.
Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 165). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.