Sobrecogedores

10 JUNIO

Deuteronomio 15 | Salmos 102 | Isaías 42 | Apocalipsis 12

Uno de los rasgos más sobrecogedores de los muchos pasajes del libro de Deuteronomio, en los que se describen cómo la vida debería ser después de la entrada del pueblo en la Tierra Prometida, es la tensión que hay, entre lo que se presenta como ideal, y lo que ocurrirá en la práctica.

De modo que, por un lado, se le dice al pueblo que “Entre vosotros no deberá haber pobres, porque el Señor tu Dios te colmará de bendiciones en la tierra que él mismo te da para que la poseas como herencia. Y así será, siempre y cuando obedezcas al Señor tu Dios y cumplas fielmente todos estos mandamientos que hoy te ordeno” (Deuteronomio 15:4–5). Por otro lado, el mismo capítulo reconoce con franqueza: “Gente pobre en esta tierra, siempre la habrá; por eso te ordeno que seas generoso con tus hermanos hebreos y con los pobres y necesitados de tu tierra” (15:11).

El primero de los dos pasajes, el que dice que no debe haber pobres, está fundamentado en dos cosas: la asombrosa abundancia de la tierra (señal de la bendición del pacto), y las leyes civiles que Dios quiere que se establezcan a fin de evitar cualquier manifestación de la temida “trampa de pobreza”. Estas últimas incluyen la cancelación de todas las deudas cada siete años – una propuesta que resulta chocante a nuestros oídos (15:1–11). Incluso hay una advertencia acerca del “pensamiento malévolo” de planificar mezquinamente ante el inminente cumplimiento del período de siete años (15:8–10).

Hasta qué punto se llegó a poner en práctica estos estatutos ambiciosos no está del todo claro. Hay poca evidencia de que se convirtieran en ley pública en la Tierra de Promesa. Por lo tanto, el segundo pasaje, según el cual “siempre habrá pobres en la tierra” resulta inevitable. Refleja la triste realidad que no hay ningún sistema político que pueda garantizar la abolición de la pobreza, pues siempre estará en manos de seres humanos, y los seres humanos son avariciosos, y siendo así, no cesarán de manipular y finalmente pervertir el sistema para el interés propio. Esto no significa que todos los sistemas sean igualmente malos; es evidente que esto no es cierto. Tampoco significa que los legisladores no deban trabajar con resolución para corregir los errores del sistema y cerrar las lagunas que permitan la corrupción. Pero lo que sí significa es que la Biblia es brutalmente realista en lo que se refiere a la imposibilidad de cualquier utopía, sea económica o de cualquier tipo, en este mundo caído. Además, los mismos israelitas llegarían en ocasiones a ser tan corruptos, tanto en lo económico como en los demás ámbitos, que Dios dejaría de bendecir la tierra; por ejemplo, la lluvia quedaría retenida (como en tiempos de Elías). Y luego la tierra dejaría de ser capaz de sostener a todos sus habitantes.

Por tanto la insistencia que siempre habría pobres en la tierra (una afirmación que Jesús mismo recogió en Mateo 26:11) no es ningún fatalismo solapado, sino un llamamiento a una generosidad de manos abiertas.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 161). Barcelona: Publicaciones Andamio.


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