24 JUNIO

Deuteronomio 29 | Salmo 119:49–72 | Isaías 56 | Mateo 4
“Lo secreto le pertenece al Señor nuestro Dios, pero lo revelado nos pertenece a nosotros y a nuestros hijos para siempre, para que obedezcamos todas las palabras de esta ley” (Deuteronomio 29:29). Hay en este texto dos puntos principales que requieren reflexión.
En primer lugar, lo que corresponde a la comunidad del pacto es centrarse en aquello que Dios ha revelado. No se trata sólo de cosas que “pertenecen a nosotros y a nuestros hijos para siempre”, sino de cosas que nos han sido dadas para que “obedezcamos todas las palabras de esta ley”. Esta es la principal razón por la cual este texto se ha ubicado al final de un capítulo largo sobre la renovación a través del pacto. Es verdad que hay muchas cosas ocultas que no podremos saber, pero lo que sí se ha revelado –en este contexto se trata de las condiciones del pacto con Moisés, con las enormes posibilidades que contiene tanto para la bendición como para el juicio– es lo que tiene que ocupar nuestro interés y producir en nosotros una obediencia consecuente.
En segundo lugar, tenemos que reconocer con franqueza que hay cosas que no nos han sido reveladas. No comprendemos bien, por ejemplo, la relación entre el tiempo y la eternidad, y tampoco alcanzamos a comprender cómo Dios, quien habita la eternidad, puede darse a conocer en nuestra historia finita de tiempo/espacio. Se nos ha revelado que así lo hace –y tenemos varios términos para describir ciertos elementos de esta revelación (por ejemplo: encarnación)–, pero no sabemos cómo se realiza esto. No comprendemos cómo Dios puede ser al mismo tiempo personal, transcendente y soberano; no comprendemos cómo el único Dios puede ser también una trinidad.
Sin embargo, en ninguno de estos casos supone refugiarse en la ignorancia de una manera sutil e irresponsable, o detrás de lo irracional o misterioso. Cuando admitimos, e incluso insistimos, que hay misterios en torno a estos asuntos, no estamos admitiendo que no tengan sentido o que sean contradictorios en sí mismos. Más bien lo que decimos es que nuestro conocimiento es limitado y reconocemos nuestra ignorancia. Lo que Dios no haya revelado acerca de sí mismo no se puede conocer. “Lo secreto pertenece a Dios”.
De hecho, a causa del contraste que el texto presenta, lo que se da a entender es que sería presuntuoso pretender que podemos saber estas cosas, o incluso pasar demasiado tiempo intentando descubrirlas, pues sería intentar acceder al territorio que sólo pertenece a Dios. Dicho esto, algunas cosas se nos esconden para incitarnos a buscar. En Proverbios 25:2 leemos que corresponde a la gloria de Dios esconder un asunto, y corresponde a la gloria de los reyes sondearlo. Pero no es una regla universal: el primer pecado consistió en intentar alcanzar conocimiento sobre aquello que debía permanecer oculto, a fin de ser “como Dios”. En tales casos, el camino de los sabios es el de la adoración reverente hacia aquél que conoce todas las cosas, junto con un sometimiento obediente a aquello que él, por su gracia, ha escogido revelar.
Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 175). Barcelona: Publicaciones Andamio.