Viernes 8 Marzo

Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones.
Eclesiastés 7:29
Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.
1 Pedro 5:5
Dios, el Dios infinito y absoluto, creó al hombre a su imagen y lo puso en el huerto del Edén. Le confió la administración de la tierra, pero con una prohibición: no debía comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Respetando esta prohibición, el hombre debía mostrar su confianza en el Creador. Ese Dios bueno y sabio sabía que si Adán llegaba a conocer el bien y el mal, el resultado sería su desgracia.
Al mismo tiempo, Dios hacía un examen de obediencia a Adán. Al ser fiel en lo poco, Adán hubiera mostrado que lo sería también en las grandes cosas. Y era algo muy grande administrar la tierra para Dios, su legítimo dueño. Pero, Adán y Eva fueron infieles, se dejaron seducir por el diablo, quien les dijo: “Seréis como Dios” (Génesis 3:5). Sensible a la propuesta de Satanás, el hombre cayó en la trampa del tentador: el orgullo.
Esta fibra de orgullo y vanidad vibra aún muchas veces en nosotros, empujándonos a querer prevalecer y a envanecernos. Esta pretensión interior es la causa de muchos de nuestros sufrimientos y conflictos. Más grave aún, es la causa de nuestro alejamiento de Dios. Este orgullo, tan profundamente arraigado y encubierto en nuestro corazón, nos hace hipócritas y constituye una verdadera afrenta al amor infinito de Dios.
Aún hoy Dios ofrece la salvación a todos los que reconocen la gravedad de su pecado. Esta es su oferta hecha hace mucho tiempo: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros” (Ezequiel 36:26). Él continúa extendiendo su mano hacia nosotros.
Ezequiel 3 – Hechos 15:1-35 – Salmo 31:9-13 – Proverbios 11:5-6
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