
La crisis económica y financiera que empezó en 2008 reveló la arriesgada gestión de las obligaciones estatales y de los préstamos bancarios. ¡Se perdieron enormes cantidades de dinero! Programas demasiado ambiciosos y el afán de ganar dinero fácil hicieron que mucha gente especulara imprudentemente y perdiera todo.
La Biblia nos advierte que las riquezas materiales no son fiables y que pueden desaparecer rápidamente. “Vuestro oro y plata están enmohecidos” (Santiago 5:3). El cristiano es exhortado a no aferrarse a ellas. “No te afanes por hacerte rico; sé prudente, y desiste. ¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas? Porque se harán alas como alas de águila, y volarán al cielo” (Proverbios 23:4-5).
Los bienes materiales nos son prestados por Dios para nuestra vida en el mundo, y los abandonaremos cuando dejemos esta tierra. Nuestra responsabilidad es administrarlos correctamente, no solo para nuestras necesidades personales, sino para el bien de todos, permaneciendo fieles a nuestro Maestro celestial, es decir, demostrando sabiduría, bondad, justicia…
No olvidemos que tendremos que rendir cuentas de nuestra administración, como el mayordomo de Lucas 16:1-2. Esforcémonos para ser de aquellos a quienes Dios podrá decir: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:21).