15 JULIO

Josué 22 | Hechos 2 | Jeremías 11 | Mateo 25
A Hechos 2 a veces se le llama el día del nacimiento de la iglesia. Esto puede ser engañoso. En un sentido, a la comunidad del antiguo pacto se le puede denominar iglesia (7:38- “asamblea” en la NVI). Sin embargo, en este día comienza una “nueva salida”, una nueva etapa vinculada al don universal del Espíritu Santo, en cumplimiento de las Escrituras (2:17–18) y como resultado de la exaltación de Jesús “a la diestra de Dios” (2:33). El evento crítico que produjo esta incalculable bendición es la muerte, resurrección y exaltación de Jesucristo; evento que, a su vez, se había previsto en las Escrituras más antiguas.
Una de las cosas que resaltan del discurso de Pedro- aparte de lo amplio, valiente, directo y apasionado que fue- es la manera como el apóstol, aun en esta etapa temprana de su ministerio tras la resurrección, maneja lo que nosotros llamaríamos el Antiguo Testamento. Su uso de las Escrituras en este sermón de Pentecostés es tan rico y variado, que no podríamos analizarlo aquí en detalle. Pero observemos:
(1) Una vez más encontramos una tipología de David (2:25–28, citando al Salmo 16:8–11). Pero también hay una pequeña muestra del razonamiento apostólico en este sentido. Si bien es posible leer el 2:27 (“No dejarás que mi vida termine en el sepulcro; no permitirás que tu santo sufra corrupción”) como la convicción de David de que Dios en ese momento no lo dejaría morir, el lenguaje es tan extravagante y el papel tipológico de David es tan común, que Pedro insiste en afirmar que la palabra apunta a algo más: hay uno mayor que David que, literalmente, no verá corrupción ni su vida terminará en el sepulcro. Después de todo, David era profeta. Puede que, en este caso, David, como Caifás (Juan 11:50–52), haya hablado más de lo que sabía, o quizás no. Independientemente, al menos sabía que Dios había prometido “bajo juramento poner en el trono a uno de sus descendientes” (2:30).
(2) La profecía de Joel (Hechos 2:17–21; ver Joel 2:28–32) es más directa, puesto que hace una predicción verbal y no recurre a la tipología. El significado evidente es que Pedro detecta en los eventos de Pentecostés el cumplimiento de estas palabras: los “últimos días” (2:17) han llegado. (No debemos detenernos aquí a pensar si el sol oscurecido y la luna convertida en sangre fueron eventos en medio de las horas oscuras en las que Jesús estuvo en la cruz o si fue una exposición de simbolismo hebreo de la naturaleza.) Este pasaje del Antiguo Testamento es uno de varios textos que predicen la venida del Espíritu, o que la ley de Dios estaría escrita en nuestros corazones. En cualquier caso, profetiza sobre una transformación personal que ocurrirá en los últimos días a través de todo el pacto (Jeremías 31:31ss.; Ezequiel 36:25–27, por ejemplo).
Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 196). Barcelona: Publicaciones Andamio.