21 JULIO

Jueces 4 | Hechos 8 | Jeremías 17 | Marcos 3
La conversión del eunuco etíope (Hechos 8:26–40) marca una extensión importante del evangelio superando varias barreras.
Necesitamos entender quién era este hombre. Era un “alto funcionario encargado de todo el tesoro de Candace, reina de los etíopes” (8:27). Candace era un nombre familiar que se había convertido en un título, parecido a César en Roma. En ciertos gobiernos matriarcales, era común que los oficiales más poderosos, los que tenían acceso directo a Candace, fueran eunucos (de nacimiento o castrados), evidentemente para proteger a la reina. Este hombre era el equivalente al Ministro de Hacienda, o algo por el estilo. Pero aunque era una figura política honrada y poderosa en su país, en Jerusalén se debe haber enfrentado a varias limitaciones. Puesto que subió a Jerusalén a adorar (8:27), debemos suponer que se había encontrado con el judaísmo, este le había atraído y él fue a Jerusalén para una de las fiestas. Pero no podía convertirse formalmente en un prosélito, porque, según la perspectiva judía, estaba mutilado. La Palabra de Dios había cautivado a este hombre y viajó durante varias semanas para ver Jerusalén y el templo.
En la pura providencia de Dios, el pasaje que leía el eunuco – por lo visto, en voz alta (8:30 – era una práctica común en esa época) – era Isaías 53. Hace la pregunta más obvia (8:34): ¿Quién es el Siervo Sufriente del que habla Isaías? “Entonces Felipe, comenzando con ese mismo pasaje de la Escritura, le anunció las buenas nuevas acerca de Jesús” (8:35).
Ese es un versículo maravilloso. No sólo es el mejor lugar para empezar, sino que además Felipe le explicó otros textos del Antiguo Testamento además de este: “comenzó con ese mismo pasaje de las Escrituras”. De manera que pasaron los kilómetros y Felipe le explicó un texto tras otro, presentándole una imagen comprensible del evangelio, las buenas nuevas de Jesús (8:35).
De esta manera, el evangelio se extiende hacia fuera en el libro de los Hechos. Los primeros conversos eran todos judíos, algunos criados en la Tierra Prometida y otros procedentes de la dispersión. Pero en el principio de Hechos 8 vemos la conversión de los samaritanos – un pueblo interesante de raza mixta, sólo parcialmente judíos, unidos a la iglesia madre en Jerusalén mediante los apóstoles Pedro y Juan. La próxima conversión es la del eunuco – un africano, para nada judío – suficientemente comprometido con el judaísmo como para hacer el peregrinaje a Jerusalén a pesar de que nunca llegaría a ser un prosélito genuino; un hombre sumergido en las Escrituras judías a pesar de que no las entendía.
No sorprende, entonces, que el próximo gran evento de este libro sea la conversión del hombre que sería el apóstol a los gentiles.
Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 202). Barcelona: Publicaciones Andamio.