15 SEPTIEMBRE

2 Samuel 11 | 2 Corintios 4 | Ezequiel 18 | Salmos 62–63
Aquí vemos a David en su peor momento (2 Samuel 11). En el fluir del relato de 1 y 2 de Samuel, es casi como si la adversidad hubiera generado lo mejor de David, mientras que la reciente serie de sólidos éxitos militares y políticos le deja inquieto, insensato y nada cuidadoso.
Los pecados son múltiples. Aparte de la transgresión obvia de la lujuria, el adulterio y el asesinato, hay profundos pecados que apenas eran menos dolorosos. Su intento de esconder su culpa al traer a Urías de vuelta a su casa fracasa porque este demuestra ser un hombre sumamente excepcional: un idealista que ve incluso sus responsabilidades militares en términos de su fe en el pacto (11:11). ¡Y esto, en un hitita convertido! Peor aún, la extraordinaria manipulación de los mecanismos de poder militar y político por parte de David nos demuestran que este rey se ha embriagado de poder. Está convencido de que puede conseguir cualquier cosa; cree tener el derecho de usar al estado para adelantar, y luego cubrir, su propio pecado. Este juego se llama corrupción.
Hay otros elementos notables en el relato.
Primero, no se nos dice casi nada acerca de Betsabé, excepto que era hermosa, que fue seducida y que finalmente se casó con David. Por supuesto que, en cierta manera, no era menos culpable que él. Pero no se nos dice nada al respecto. En otras partes, la Biblia registra las hazañas de mujeres buenas (Rut) y malas (Jezabel); de hecho, al final de la vida de David, la propia Betsabé desempeña un papel importante. Tal vez, en parte, este texto no la culpa a ella porque fue manipulada por una figura mucho más poderosa. Es muy probable que el silencio indique, no cierto grado de culpa, sino el enfoque principal: es un relato sobre David y, en última instancia, de su linaje.
Segundo, es impresionante que David pensara que podría salirse con la suya. Incluso políticamente, demasiadas personas tenían que saber lo que había hecho; la historia no se hubiera podido mantener secreta. ¿Y cómo podría David imaginar—aun por un instante—que Dios no lo sabría? ¿Estaba en este momento seriamente enajenado de Dios? Como mínimo, este capítulo nos ofrece un testimonio dramático de la ceguera que produce el pecado.
Tercero, el capítulo termina de manera sombría y potente con una sencilla afirmación: “Sin embargo, lo que David había hecho le desagradó al Señor” (11:27). Seguramente, David estaba felicitándose en silencio por haber conseguido su propósito. Tal vez algunos de sus lacayos más serviles también le habían felicitado. Pero Dios lo sabía y no estaba contento. Los creyentes que caminan con su Creador y Redentor jamás olvidan que Dios ve y conoce, y que lo que a él le agrada es lo único que realmente importa; lo que le desagrada, tarde o temprano nos alcanzará.
Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 258). Barcelona: Publicaciones Andamio.