2 JULIO

Josué 4 | Salmos 129–131 | Isaías 64 | Mateo 12
En un capítulo anterior, Isaías escribió: “Vosotros, los que invocáis al Señor, no os deis descanso; ni tampoco lo dejéis descansar, hasta que establezca a Jerusalén y la convierta en la alabanza de la tierra” (Isaías 62:6–7). Ahora, el profeta sigue su propio consejo. Isaías 64 (de forma más exacta, 63:7–64:12) recoge una de las grandes oraciones intercesoras de las Escrituras.
La primera parte de la oración (63:7–19) comienza con una afirmación de la bondad de Dios, manifestada especialmente en el rescate de Israel en la época de Moisés. Isaías no suaviza el problema: el pueblo se rebeló tan gravemente que Dios mismo pasó a ser su enemigo (63:10). No obstante, ¿a quién podía dirigirse el profeta? Apela a su “compasión y ternura” (63:15), a su fidelidad al pacto como Padre y Redentor de su pueblo (aunque Abraham y Jacob pudiesen querer renegar del mismo, 63:16).
Sin embargo, en el capítulo 64, el profeta pronuncia una de las súplicas más desgarradoras que podemos encontrar en las Santas Escrituras: “¡Ojalá rasgaras los cielos, y descendieras! ¡Las montañas temblarían ante ti!” (64:1). Esta es nuestra única esperanza: no podemos salvarnos a nosotros mismos. Nuestras decisiones, nuestros trucos y nuestra religión no bastarán. El propio Dios debe rasgar los cielos y bajar. Isaías no está negando la omnipresencia del Señor; más bien, está diciendo que debe intervenir activamente a favor nuestro para salvarnos, demostrando una vez más su poder, o estaremos perdidos.
No debemos pasar por alto otros tres elementos de la intercesión del profeta. Primero, nadie reconoce más claramente que Isaías que el Dios al que apela es también el Juez al que hemos ofendido. “Pero te enojas si persistimos en desviarnos de ellos. ¿Cómo podremos ser salvos? (64:5), pregunta. Esta es la raíz del problema, y la esperanza. Segundo, Isaías no sólo comprende que el pecado nos aparta de Dios, sino que también se identifica completamente con su pueblo pecador: “Todos somos como gente impura; todos nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia” (64:6). Los mayores intercesores han reconocido siempre que muchas cosas los relacionan con el común de los pecadores en lugar de diferenciarlos de ellos. En cualquier caso, no dudemos en suplicar a Dios por aquellos que no lo harán por sí mismos. Tercero, Isaías comprende totalmente que si Dios nos rescata, debe hacerlo a partir de la gracia, de la misericordia, de la compasión, no porque tengamos nada que reclamarle. Eso explica el tono conmovedor de 64:8–12.
¿Cuándo hemos orado por última vez con ese entendimiento y esa pasión?
Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, p. 183). Barcelona: Publicaciones Andamio.