25 SEPTIEMBRE

2 Samuel 21 | Gálatas 1 | Ezequiel 28 | Salmo 77
La larga profecía contra la ciudad-Estado de Tiro culmina con esta otra contra el rey de la misma (Ezequiel 28:1–19). Históricamente, el rey en cuestión fue Itobal II. Sin embargo, parece claro que el capítulo que nos ocupa no se centra tanto en un monarca determinado como en todo aquello que representa.
La acusación que se repite constantemente es que el rey de Tiro dice en su corazón: “Yo soy un dios” (28:2, 6, 9). El contexto muestra que el tema no es que el monarca esté realizando algún tipo de reivindicación personal y ontológica escandalosa, sino que está tipificando la actitud de Tiro en su conjunto, confiando inmensamente en sí mismo, orgulloso de sus fabulosos éxitos comerciales y, en consecuencia, terriblemente independiente. No hay sensación de debilidad o necesidad personal, mucho menos de dependencia del Dios que lo creó y que gobierna providencialmente sobre él. La raíz de esta situación se resume fácilmente: “Eres muy hábil para el comercio; por eso te has hecho muy rico. A causa de tus grandes riquezas te has vuelto arrogante” (28:5).
Las muchas alusiones a Génesis 2–3 (más claras en el texto hebreo que en sus traducciones) destacan las perversas dimensiones de la arrogancia. Creían estar en el Edén, el huerto de Dios (28:13), y ser querubines protectores (28:14), pero el Señor los expulsará (28:16). En otras palabras, su pecado es como el de Adán y Eva. Ellos también quisieron ser como Dios, independientes, conocedores del bien y del mal sin que nadie se lo dijese (¡ni siquiera su Creador!). El resultado es el mismo en ambos casos: ruina, desastre, muerte, juicio catastrófico. Sólo hay un Dios y no tolera tener rivales.
Este es un resumen bastante obvio del pasaje, pero debemos pensar qué dice este a cualquier cultura, país o iglesia aferrados a las riquezas actualmente. Las personas muy pobres pueden ser materialistas, en el sentido de que las posesiones materiales son lo que más desean. No es algo exclusivo de los ricos. No obstante, en este caso, la atención se centra en los pudientes, cuyas posesiones los han vuelto prepotentes. Están por encima de la gente común, de las demás naciones empobrecidas o desposeídas. ¿Hasta qué punto nos afecta la famosa frase de Jesús: “No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas” (Mt. 6:24)?
El hecho de que América sea una gran superpotencia en el panorama internacional ha alimentado mucho la arrogancia. Innumerables expertos han argumentado, con bastante razón, que la indiferencia moral ante las mentiras presidenciales debe atribuirse a una economía poderosa más que a cualquier otra cosa. Así pues, ¿hasta dónde y cuánto tiempo más nos dejará ir Dios si no se produce un gran y profundo arrepentimiento?
Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, p. 268). Barcelona: Publicaciones Andamio.