1 Crónicas 13–14 | Santiago 1 | Amós 8 | Lucas 3

19 NOVIEMBRE

1 Crónicas 13–14 | Santiago 1 | Amós 8 | Lucas 3

Según Santiago 1:2–4, 12, hay dos razones para que un cristiano se regocije cuando se enfrente a diversas pruebas. En otros lugares se presentan más razones, pero estas dos son asombrosamente elocuentes.

Primero, debemos regocijarnos porque sabemos que cuando nuestra fe es puesta a prueba, el resultado es la perseverancia (1:2–3). Como el atleta aguanta para poder aumentar su resistencia, así el cristiano es paciente en la prueba para aumentar su perseverancia. La constancia contribuye de forma importante a nuestro carácter. “Debe llevar a feliz término la obra, para que [seamos] perfectos e íntegros, sin que [nos] falte nada” (1:4). La alternativa es una personalidad que puede que ame al Señor cuando las cosas van bien, un carácter que es valiente y feliz en los días soleados de la primavera, pero que no sabe nada de la firmeza bajo coacción, del contentamiento cuando faltan las comodidades físicas, de la confianza tranquila en el Dios vivo cuando se enfrenta a la persecución, del equilibrio en medio de un ritmo frenético o de una desilusión enorme. En otras palabras, en un mundo caído, la perseverancia contribuye a la madurez y estabilidad de nuestro carácter, y las pruebas producen perseverancia. De manera que Santiago es muy atrevido: dice que deberíamos tener “por sumo gozo” cuando nos enfrentemos con diversas pruebas. Esto no es una modalidad perversa de masoquismo cristiano, sino una respuesta totalmente apropiada si recordamos las metas del cristiano. Si nuestro principal objetivo es la comodidad como criaturas, este pasaje es incomprensible; si nuestras metas más altas incluyen el crecimiento en el carácter cristiano, la evaluación de Santiago cobra todo el sentido del mundo.

Segundo, el cristiano que resiste la prueba es dichoso porque “al salir aprobado, recibirá la corona de vida que Dios ha prometido a quienes lo aman” (1:12). En otras palabras, la perseverancia es un ingrediente necesario para el cristianismo genuino. Un verdadero cristiano, a largo plazo, permanece: persevera. Puede que tenga altibajos, victorias especiales o derrotas temporales, pero precisamente porque Aquel que empezó una buena obra en nosotros la completa (Filipenses 1:6), los cristianos verdaderos permanecen (compárese Hebreos 3:14). Siguen siendo “los que le aman”. Por ello, los cristianos que estén en medio de una prueba deben percibir no sólo la amenaza o lo desagradable o la desilusión, sino también el desafío para el cual la gracia de Dios nos capacita: perseverar. El reto es seguir adelante sabiendo bien que la recompensa final, ofrecida por gracia, es “la corona de vida”: la corona que es la vida, la vida en todo su esplendor consumado, la vida del nuevo cielo y la nueva tierra, la herencia de todos los cristianos. Así pues, una vez más Santiago es completamente realista al percibir que la persona que resiste la prueba es “dichosa”. Es una deducción fácil, siempre que recordemos las metas del cristiano.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 323). Barcelona: Publicaciones Andamio.

1 Crónicas 11–12 | Hebreos 13 | Amós 7 | Lucas 2

18 NOVIEMBRE

1 Crónicas 11–12 | Hebreos 13 | Amós 7 | Lucas 2

La bendición de Hebreos 13:20–21 nos invita a una prolongada reflexión. Algunas observaciones:

(1) La idea central de la oración es doble: primero, que Dios “os” capacite (a los lectores cristianos) “en todo lo bueno para hacer su voluntad”; y segundo, que él haga “en nosotros lo que le agrada” (13:21, énfasis añadido). En otras palabras, se enfatiza en gran manera hacer la voluntad de Dios, en vivir de manera que le agrademos a él. Aunque la oración es para los cristianos, todo está enfocado en Dios y lo que a él le agrada. La oración más importante para los cristianos es que ellos hagan la voluntad de Dios, que Dios obre en ellos lo que le agrada a él.

(2) El cambio de persona, de vosotros a nosotros no significa que la primera petición es únicamente para los lectores y la segunda sólo para el autor. El nosotros seguramente es inclusivo; es decir, que abarca tanto al autor como a sus lectores y, por tanto, implícitamente a todos los cristianos. El giro de vosotros a nosotros bien podría estar motivado, al menos en parte, por un deseo de evitar dar la impresión de que el autor está orando para que otros hagan la voluntad de Dios sin orar lo mismo para sí.

(3) Se hace referencia a Dios como el “Dios de paz” (13:20), lo cual no alude principalmente a una paz psicológica. Se trata de la paz fundamental con Dios (como presuponen los capítulos 9–10), la reconciliación de los rebeldes culpables con su Hacedor y Redentor. El autor le pide al Dios que reconcilia a los pecadores que los capacite para ser conformados a su voluntad.

(4) Este Dios “levantó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo” (13:20). En cierta manera, este es un tema bastante asiduo en el Nuevo Testamento: Dios levantó a Jesús de entre los muertos. Pero este pasaje estipula que Dios lo hizo “por la sangre del pacto eterno” (13:20). La referencia es a la sangre de Jesús, a su muerte que inaugura el nuevo pacto (como demuestran los capítulos 8–10) y este nuevo pacto no es un recurso temporal, sino “eterno” en su autoridad vinculante. Al principio, parece extraño pensar que Dios resucitó a Jesús por la sangre del mismo Jesús y mediante su muerte. Pero probablemente, el pacto eterno inaugurado por la muerte victoriosa de Jesús, su sacrificio completado, su expiación perfecta, expresado por su grito triunfante “¡Consumado es!”, sirve de fundamento para el pacto y establece que es correcto que Dios levante a Jesús y lo vindique.

(5) El propio Jesús es ese “gran Pastor de las ovejas”. Muchas imágenes vienen a nuestra mente. Dios mismo prometió pastorear a su pueblo; de hecho, dijo que enviaría al rey davídico a ejercer este papel (Ezequiel 34). Sobre todo, el Buen Pastor da su vida por las ovejas (Juan 10; ver meditación del 20 de marzo). No debe sorprendernos, entonces, que la oración se ofrezca “por Jesucristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos” (13:21).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 322). Barcelona: Publicaciones Andamio.

1 Crónicas 9–10 | Hebreos 12 | Amós 6 | Lucas 1:39–80

17 NOVIEMBRE

1 Crónicas 9–10 | Hebreos 12 | Amós 6 | Lucas 1:39–80

Los esfuerzos del autor de la epístola a los hebreos para ayudar a sus lectores a captar la importancia y transcendencia de Jesús y del nuevo pacto, por encima del antiguo pacto dado por Dios en el Sinaí, producen un contraste nuevo e interesante en Hebreos 12:18–24.

Por un lado, los cristianos “no se han acercado a una montaña que se pueda tocar o que esté ardiendo en fuego” (12:18). Claramente, hace referencia al Monte Sinaí, cuando Dios descendió sobre él y se encontró con Moisés. El terror de esa teofanía se expresa en términos gráficos. Dios mismo declaró: “¡Será apedreado todo el que toque la montaña, aunque sea un animal!” (12:20). Hasta Moisés experimentó un temor profundo (Deuteronomio 9:19; Hebreos 12:21). Los cristianos no se han acercado a esta montaña en particular.

Por otro lado, los cristianos se han acercado a otra montaña. Pero aquí el autor da un giro inesperado. Al principio, parece que está diciendo que la montaña a la que nos acercamos no es el Sinaí (que está conectado con el desierto y la llegada de la ley), sino al Monte Sión, el lugar donde se construyó el templo en Jerusalén, la sede de la dinastía davídica. Y de pronto, queda claro que el texto no se está centrando en la Sión geográfica e histórica, sino en su tipo: “la Jerusalén celestial, la ciudad del Dios viviente” (12:22).

Podría decir mucho sobre esta tipología, pero me limitaré a dos observaciones:

Primero, se extiende a otros libros de la Biblia. La tipología en sí está fundamentada sobre el regreso del exilio. La esperanza de todos los exiliados era regresar a Jerusalén. Esta ciudad se convirtió en el símbolo de la restauración en todos sus sentidos. Ya en la literatura del judaísmo del segundo templo, los judíos a veces hablan de “la nueva Jerusalén” o frases similares, lo cual es celestial o perfecto. De igual manera, en el Nuevo Testamento, Pablo puede hablar de “la Jerusalén de arriba” (Gálatas 4:26). El último libro de la Biblia visualiza la Nueva Jerusalén descendiendo del cielo (Apocalipsis 21).

Segundo, si los cristianos se han “acercado” a esta “Jerusalén celestial”, ¿qué quiere decir esto? Significa que, al convertirnos en cristianos, nos hemos unido a la asamblea de los que se han congregado ante la presencia del Dios vivo. Nuestra ciudadanía está en el cielo; nuestros nombres están inscritos allí. Nos unimos a la asamblea gozosa de millares y millares de ángeles alrededor del trono. En resumen, nos hemos “acercado a Dios, el juez de todos”; nos hemos unido “a los espíritus de los justos que han llegado a la perfección” (Hebreos 12:23). Sobre todo, nos hemos acercado “a Jesús, el mediador de un nuevo pacto” (12:24). Esta es la máxima visión de lo que significa ser la “iglesia de los primogénitos” (Hebreos 12:23).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 321). Barcelona: Publicaciones Andamio.

1 Crónicas 7–8 | Hebreos 11 | Amós 5 | Lucas 1:1–38

16 NOVIEMBRE

1 Crónicas 7–8 | Hebreos 11 | Amós 5 | Lucas 1:1–38

La fe tiene muchas facetas. Algunas emergen en Hebreos 11, y también surge lo que no es la fe.

(1) En ningún momento se habla de “fe” en el sentido moderno de “preferencia religiosa” o “creencia sin hechos fundados o de verdad”. En cuanto a esto se refiere, el cientifismo le ha lavado el cerebro a nuestro mundo de tal manera que fácilmente pensamos en la “fe” en este sentido puramente subjetivo. Si le dices a los demás lo que crees, no te piden tus razones para determinar si tu creencia está bien fundamentada o no. Automáticamente, se presume que ese tipo de fe no puede ser más que una preferencia religiosa, para lo cual no hay, por definición, criterios útiles.

(2) Por el contrario, la fe en este capítulo es la facultad de percibir lo que es objetivamente cierto. El autor no pone en duda la proposición de que “el universo fue formado por la palabra de Dios” (11:3). Más bien sugiere que no tenemos una manera clara de demostrarlo; podemos reconocer la veracidad de esta aseveración solamente si la única Persona que estuvo allí nos revela lo que sucedió, y si le creemos. De igual manera, el autor no tiene duda alguna de que la consumación cristiana, “lo que se espera” (11:1), llegará. Pero no podemos medirlo ni etiquetarlo ni demostrarlo. Por muy buenas razones, creemos las promesas de Dios en cuanto a lo que está por venir. Nuestra “fe” es, entonces, una capacidad gloriosa otorgada por Dios que nos permite tener “certeza de lo que se espera” y “convicción de lo que no se ve” (11:1).

(3) En ciertos aspectos, entonces, esta fe es como la de “los antiguos” (11:2), pues a muchos de ellos se les prometieron cosas que no vieron durante sus vidas. Puesto que creyeron en las promesas de Dios y actuaron por ellas, se les elogia por su fe. Así, Abraham obró en función de la promesa de que su descendencia se multiplicaría abundantemente y heredaría la tierra de Canaán. No vivió para verlo, pero sí según ello. Los doce patriarcas creyeron la promesa. Tan firmemente la creyó José que ordenó a los israelitas que se llevaran su cuerpo cuando salieran de Egipto, a pesar de que faltaban siglos para esa salida. Muchas de esas promesas ya se han realizado; por analogía, ¿no deberíamos esperar con fe gozosa el cumplimiento de las promesas de Dios que todavía están vigentes?

(4) Tal fe obra no sólo en los que se presentan claramente como vencedores (11:32–35a, por ejemplo), sino en los que vemos como víctimas (11:35b–38). Es posible que pertenezcamos al grupo de los que son llamados a conquistar reinos, administrar justicia, escapar del filo de la espada y recibir a los muertos mediante resurrección o, por otro lado, al de los que son torturados, sufren burlas y azotes, cárceles, destitución y muerte ignominiosa. Pero esto es secundario: lo verdaderamente crítico es si nos fiamos de Dios o no según su Palabra.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 320). Barcelona: Publicaciones Andamio.

1 Crónicas 5–6 | Hebreos 10 | Amós 4 | Salmos 148–150

15 NOVIEMBRE

1 Crónicas 5–6 | Hebreos 10 | Amós 4 | Salmos 148–150

Hebreos 10 une muchos de los argumentos anteriores de este libro, a la vez que presenta algunos nuevos. También marca una transición: del 10:19 en adelante, cambia el equilibrio entre la explicación y la exhortación. Ahora, hay mucho más de esta y menos de aquella.

El resumen de la instrucción anterior se encuentra al principio del capítulo: “La ley [mediante la cual el autor se refiere a todo el pacto-ley, incluyendo especialmente al tabernáculo, el sistema sacerdotal y los sacrificios] es sólo una sombra de los bienes venideros, y no la presencia misma de estas realidades. Por eso nunca puede, mediante los mismos sacrificios que se ofrecen sin cesar año tras año, hacer perfectos a los que adoran” (10:1).

Por otra parte, “mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo [no en el Lugar Santísimo del antiguo tabernáculo o del templo, sino en la misma presencia del Dios viviente], por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina” (10:19–20). Esto genera una secuencia de cinco declaraciones exhortativas.

(1) Acerquémonos, pues, a Dios (10:22). Si un sacrificio tan pleno y final se ha ofrecido a favor nuestro, aprovechémoslo, acercándonos a este Dios santo “con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe”, precisamente porque nuestras conciencias han sido purificadas.

(2) Mantengamos firme la esperanza que profesamos (10:23). Lo que Cristo llevó a cabo en la cruz es el cumplimiento de los modelos y las predicciones del Antiguo Testamento, pero el punto culminante de lo que él inauguró permanece en el futuro. Nuestra reivindicación y transformación final aún está por venir. Ahora bien, esta esperanza es tan certera como efectivo fue el triunfo de Cristo, “porque fiel es el que prometió” (10:23).

(3) Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras (10:24). No buscamos la consumación como llaneros solitarios del mundo espiritual; los cristianos ahora viven en la comunidad de la iglesia, y en el futuro vivirán en la comunidad de la ciudad celestial.

(4) No dejemos de congregarnos (10:25). Que algunos se batan en retirada no es razón para que lo hagamos nosotros, si verdaderamente comprendemos la grandeza de la salvación de la cual somos partícipes y la gloria que aún está por revelarse.

(5) De manera exhaustiva, animémonos unos a otros; de hecho, y más al ver “que aquel día se acerca” (10:25). Todo el mundo se cansa de vez en cuando, o cae en estados de inquietud o ensimismamiento. Si todos los creyentes se comprometen a animarse unos a otros en el evangelio y todos sus beneficios y promesas, habrá muchos menos fracasos individuales, sobre los cuales el autor advierte en los restantes versículos de este capítulo.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 319). Barcelona: Publicaciones Andamio.

1 Crónicas 3–4 | Hebreos 9 | Amós 3 | Salmos 146–147

14 NOVIEMBRE

1 Crónicas 3–4 | Hebreos 9 | Amós 3 | Salmos 146–147

El rico argumento de Hebreos 9 nos llevaría más allá de los límites de esta meditación. Aquí aclararé algunos de los contrastes que presenta el autor entre las innumerables muertes de animales para el sacrificio en el Antiguo Testamento y la muerte de Jesús que yace en el corazón del nuevo pacto.

Primero, parte de su argumento depende de lo que ya ha dicho. Si el tabernáculo y el sacerdocio levítico fueron, desde un principio, meras instituciones temporales cuya intención era enseñar lecciones importantes al pueblo del pacto y apuntar hacia la realidad futura que vendría con Cristo, aplica lo mismo a los sacrificios. De manera que el autor resume su postura así: el sistema era “símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto, ya que se trata sólo de comidas y bebidas, de diversas abluciones y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas” (9:9–10).

Segundo, la repetición misma de los sacrificios— los que se ofrecían el Día de la Expiación, por ejemplo—demuestra que ninguno de ellos procuraba una solución final al pecado. Como siempre había más pecado, exigiendo aún más sacrificio, el sacerdote todavía esperaba para matar un animal más y ofrecer más sangre aún. Esto contrasta con el sacrificio de Cristo, ofrecido una sola vez (9:6, 9, 25–26; 10:1ss.).

Pero el aspecto más importante, el tercero, es la naturaleza del sacrificio. ¿Cómo podía la sangre de toros y machos cabríos solucionar realmente el problema del pecado? Los animales no se ofrecían voluntariamente para esta matanza; sus dueños los arrastraban hasta el altar. Los animales perdían sus vidas, pero no eran en absoluto víctimas dispuestas. En cuanto a la “buena voluntad”, eran los dueños de los animales sacrificados quienes perdían algo. Desde luego, este sistema de sacrificios fue instituido por Dios mismo, enseñando así que el pecado exigía muerte y que, en el panorama mayor del relato bíblico, era necesario un “cordero” mejor. Los pecados del pueblo eran cubiertos de esa manera hasta que apareciera tal sacrificio. Pero la sangre y las cenizas de los animales no generaban una respuesta final.

¡Cuán diferente el sacrificio de Jesucristo! Él, “mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios”; es decir, no “mediante el Espíritu Santo”, sino “mediante [su propio] Espíritu eterno”, un acto de la voluntad, un acto supremo de sacrificio voluntario; el Hijo accedió al plan del Padre. Ciertamente hubo un sacrificio de infinito valor, de incalculable importancia. Por eso, su sangre, su vida ofrecida en violencia y sacrificio, es capaz de purificar “nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios viviente” (9:14).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 318). Barcelona: Publicaciones Andamio.

1 Crónicas 1–2 | Hebreos 8 | Amós 2 | Salmo 145

13 NOVIEMBRE

1 Crónicas 1–2 | Hebreos 8 | Amós 2 | Salmo 145

Hay un enlace temático entre las dos lecturas principales de hoy.

Con 1 Crónicas 1–2 comienza una serie de largos capítulos de información genealógica.

Este no es el tipo de material que nos atrae inmediatamente. Sin embargo, las genealogías bíblicas logran muchas cosas además de lo obvio, que es registrar la descendencia genealógica. Si uno estuviera leyendo la Biblia entera, en este momento las listas de nombres servirían, en parte, como un repaso: los inicios hasta David, y luego 1 y 2 Crónicas llevan al lector hasta el final de la dinastía activa de David. La genealogía también presenta brevemente algunas de las ramas que fácilmente podemos perder de vista al leer los relatos en sí. ¿Cómo están conectados los descendientes de Abraham con Noé? El propio Abraham tuvo hijos de tres mujeres: Hagar, Cetura y Sara. ¿Dónde acabaron?

Ciertamente, la genealogía no pretende ser exhaustiva. Se dirige hacia Judá y la dinastía davídica. Hay movimiento y cambio, desarrollos y pactos nuevos, pero desde el principio, el argumento de la Biblia ha sido un relato unificado que se dirige hacia el linaje davídico y, como último objetivo, hacia el “Hijo grandísimo del gran David” (ver meditaciones del 17 de mayo y 10 de septiembre).

En cuanto a género y énfasis, Hebreos 8 es muy distinto a las genealogías de los primeros capítulos de 1 Crónicas. No obstante, parte del argumento de este capítulo coincide con ciertas lecciones de 1 Crónicas. En este capítulo de Hebreos, el autor está afirmando que el tabernáculo (y, en principio, el templo) establecido por el pacto en el Sinaí no debe tomarse con la expresión final de la voluntad de Dios para la adoración de su pueblo. Esto sería malinterpretar su propósito en el panorama más amplio de la historia de la redención. El autor ya ha argumentado extensamente a favor de la superioridad del sacerdocio de Jesús frente al sacerdocio levítico (Hebreos 5–7) e incluso que este sacerdocio superior ya había sido anunciado por las mismas Escrituras del Antiguo Testamento. Ahora resalta el hecho de que el “santuario” construido en el desierto siguió exactamente el “patrón” que se le mostró a Moisés en el monte (8:5). El autor nos explica que se debía a que el santuario era sólo una sombra de la realidad. Convertirlo en la realidad final es malinterpretarlo. Además, los lectores del canon hebreo deberían saberlo. Ese tabernáculo estaba vinculado al pacto mosaico, pero siglos más tarde, en la época de Jeremías, Dios prometió la llegada de un nuevo pacto (8:7–12). “Al llamar ‘nuevo’ a ese pacto, ha declarado obsoleto al anterior; y lo que se vuelve obsoleto y envejece, ya está por desaparecer” (8:13). La llegada del nuevo pacto no sólo relega el tabernáculo del antiguo pacto al pasado, sino que demuestra la unidad del relato bíblico, pues utiliza corrientes diversas, aunque todas estas convergen en Jesús.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 317). Barcelona: Publicaciones Andamio.

2 Reyes 25 | Hebreos 7 | Amós 1 | Salmo 144

12 NOVIEMBRE

2 Reyes 25 | Hebreos 7 | Amós 1 | Salmo 144

En este último capítulo de 2 Reyes (2 Reyes 25), Jerusalén desciende a la vergüenza y la derrota. Pero hay un giro en la historia.

La narrativa en sí es sucia. El rey Sedequías, era débil y corrupto. Jeremías predicaba la sumisión: Dios había decretado que Judá fuera castigada de esta manera y, por tanto, la nación no debía rebelarse contra Babilonia. A más de mil kilómetros de distancia, Ezequiel le estaba predicando prácticamente lo mismo a los exiliados: les decía que Judá y Jerusalén estaban mucho peor de lo que la mayoría de la gente pensaba y Dios había decretado juicio sobre ella. Varios años antes de la destrucción final, predijo que la gloria de Dios abandonaría a Jerusalén y la ciudad sería destruida (Ezequiel 8–11). Este mensaje era devastador para los exiliados, pues significaba que no tenían un hogar al que regresar y demostraba un abandono tan absoluto de parte de Dios, que apenas eran capaces de comprenderlo.

Pero Sedequías se rebeló. Las represalias de Babilonia fueron tan brutales como inevitables. En 588 a. C., el poderoso ejército babilonio había vuelto a las puertas de Jerusalén. La ciudad fue conquistada en 587 a. C. Sedequías intentó escapar, pero fue capturado cerca de Jericó y llevado al cuartel de Nabucodonosor en Ribla. Allí mataron a sus hijos delante de él y luego le sacaron los ojos. La mayoría de la ciudad fue quemada y las murallas derribadas, piedra a piedra. Todas las personas acaudaladas fueron transportadas a Babilonia. A los pobres que permanecieron en la tierra para cuidar las viñas, Nabucodonosor les nombró a Gedalías como gobernador, quien estableció su centro administrativo en Mizpa porque Jerusalén estaba enteramente destruida. Tan sólo siete meses después, a Gedalías lo asesinaron unos bravucones fanáticos partidarios de la estirpe real: aparentemente estaban ofendidos de que se nombrara un gobernador que no fuera del linaje davídico. Finalmente, se dieron cuenta de lo que habían hecho. Temiendo represalias de los babilonios, el pueblo restante huyó a Egipto.

Si 2 Reyes terminara así, se verían cumplidos el juicio y la justicia, pero el lector se preguntaría si había esperanza alguna para el linaje davídico y para las enormes promesas mesiánicas vinculadas a él. Pero, en realidad, el libro termina con un giro en la historia. Los últimos versículos (25:27–30) informan tranquilamente que, a los treinta y siete años de su exilio, sacaron de la cárcel al rey Joaquín. Por el resto de su vida, estuvo apoyado por el Estado babilónico: “Joaquín dejó su ropa de prisionero, y por el resto de su vida comió a la mesa del rey. Además, durante toda su vida Joaquín gozó de una pensión diaria que le proveía el rey de Babilonia”. La historia de la redención no ha terminado y el linaje de David todavía no se ha extinguido. En medio de pecados destructores y juicio violento, la esperanza aún nos aguarda.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 316). Barcelona: Publicaciones Andamio.

2 Reyes 24 | Hebreos 6 | Joel 3 | Salmo 143

11 NOVIEMBRE

2 Reyes 24 | Hebreos 6 | Joel 3 | Salmo 143

El desenlace final de la dinastía davídica no fue nada bonito. El último rey reformador, Josías, cometió un error importante al enfrentarse innecesariamente con el faraón Necao de Egipto. En 609 a. C., Josías no sólo fue derrotado, sino que perdió la vida mientras todavía era relativamente joven (2 Reyes 23:29). Su hijo Joacaz se convirtió en rey a la edad de veintitrés años, pero su reinado duró sólo tres meses, hasta que el faraón Necao lo arrestó y finalmente lo llevó a Egipto, donde murió. El faraón instaló a otro hijo de Josías en el trono, a saber, Joacim. Duró once años. En este momento, comienza el relato de 2 Reyes 24.

La Judá de Joacim estaba entre dos fuegos: Egipto al sur y oeste, y Babilonia al norte y este. Esta última llevaba la delantera. Joacim mismo era corrupto, religiosamente perverso y tenía una visión muy presuntuosa de sí mismo. Reintrodujo los cultos paganos y la violencia abundó. En el cuarto año de su reinado, el 605 a. C., el faraón Necao de Egipto fue destruido por los babilonios en la batalla de Carquemis en la frontera norte de Siria; el poder egipcio no pudo reafirmarse hasta pasados casi trescientos años. Joachim y la pequeña nación de Judá se convirtieron en vasallos tributarios del imperio babilónico.

Pero en 601 a. C., Joacim se rebeló. Nabucodonosor envió contingentes militares para hostilizar a Judá. Luego, en diciembre de 598 a. C., movió su poderoso ejército para sitiar a Jerusalén. Joacim murió. Su hijo Joaquín, de dieciocho años de edad, reinó durante tres meses. Al enfrentarse a una decisión terriblemente difícil, el 16 de marzo de 597 a. C. abandonó la resistencia y se rindió. El rey Joacim, la reina madre, el séquito del palacio, la nobleza, la gente más valiosa, los principales artesanos y la aristocracia sacerdotal (incluyendo a Ezequiel) fueron enviados a Babilonia, a más de mil kilómetros de distancia, lo cual en esa época era un camino muy, muy largo. Joacim permaneció encarcelado y en arresto domiciliario durante treinta y siete años antes de ser liberado; pero aun entonces, jamás regresó a casa, nunca volvió a ver a Jerusalén. Los babilonios todavía lo consideraban el rey legítimo (así como los exiliados), pero mientras tanto instalaron un rey para encargarse de Judá: su tío Sedequías, quien tenía veintiún años de edad (24:18). Su fin se relata en el próximo capítulo.

De hecho, esto le sucedió a Judá por orden del Señor, para apartar al pueblo de su presencia por los pecados de Manasés y por todo lo que hizo, incluso por haber derramado sangre inocente, con la cual inundó a Jerusalén. Por lo tanto, el Señor no quiso perdonar. …a tal grado que el Señor, en su ira, los echó de su pre sencia. Todo esto sucedió en Jerusalén y en Judá” (24:3–4, 20).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 315). Barcelona: Publicaciones Andamio.

2 Reyes 23 | Hebreos 5 | Joel 2 | Salmo 142

10 NOVIEMBRE

2 Reyes 23 | Hebreos 5 | Joel 2 | Salmo 142

Las palabras del Salmo 2:7, “Tú eres mi hijo; hoy mismo te he engendrado” son citadas tres veces en el Nuevo Testamento: (a) en Hechos 13:33, donde sirve como una especie de texto-prueba para justificar la resurrección de Jesús; (b) en Hebreos 1:5, donde el autor infiere que por ser Jesús el único Hijo de Dios, es superior a los ángeles, y (c) en Hebreos 5:5, donde se cita para probar que al igual que Aarón no tomó el sumo sacerdocio por sí mismo, sino que Dios lo llamó para esa tarea, así también Jesús fue nombrado por Dios para su sumo sacerdocio.

De manera que el Salmo 2:7 se usa de diferentes maneras para apoyar la resurrección de Jesús, su superioridad sobre los ángeles y para demostrar que cuando Jesús se convirtió en sumo sacerdote, no se asignó la tarea a sí mismo, sino que fue nombrado por Dios. Sin embargo, ninguna de estas aplicaciones del Salmo 2:7 resulta muy obvia.

Es útil recordar dos cosas: Primero, el Salmo 2:7 es un salmo de coronación. Celebra el nombramiento del próximo rey davídico. En ese momento, el hombre se convierte en “hijo de Dios”. En el mundo antiguo, los hijos solían terminar haciendo lo mismo que sus padres. Dios reina con justicia y equidad; el rey, funcionando como “hijo” de Dios, debía hacer lo que hace Dios: entre otras cosas, reinar con justicia y equidad. Y este linaje davídico termina en uno que es el “Hijo” por excelencia.

Segundo, y con el riesgo de simplificarlo demasiado, la cristología del Nuevo Testamento cae dentro de uno de dos patrones. En el primero, el relato de Cristo comienza en la eternidad pasada, desciende en su humillación en este mundo y en la ignominia y vergüenza de la cruz, y se eleva mediante la resurrección y exaltación de Cristo al triunfo. Podemos referirnos a este como el modelo “sube, baja y sube”. Filipenses 2:6–11 y Juan 17:5 son ejemplos memorables. En el segundo, no se menciona el origen de Jesús en la eternidad pasada: es un modelo “baja y sube”. Todo el enfoque está en su triunfo mediante la muerte, resurrección, ascensión y exaltación. Este gran evento redentor alcanza su punto álgido cuando Jesús es nombrado rey, cuando comienza su papel sacerdotal, cuando es “declarado con poder Hijo de Dios por la resurrección” (Romanos 1:4). Esto no quiere decir que no haya cierto sentido en el que Jesús es el Hijo, o el rey, o ejercita funciones sacerdotales, antes de la cruz y de la resurrección. Pero este modelo de cristología no tiene duda alguna en cuál es el momento decisivo de la historia.

Estas son las presuposiciones que existen detrás de los tres usos del Salmo 2:7. Es un ejercicio útil reflexionar sobre ellos otra vez, con estas estructuras en mente.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 314). Barcelona: Publicaciones Andamio.