Así dice el Señor, Creador tuyo:… Yo soy el Señor, Dios tuyo… A mis ojos fuiste de gran estima… y yo te amé.
Isaías 43:1, 3-4
¿Un sentido para mi vida?
¿Por qué estoy aquí? ¿Cuál es el motivo de mi vida? Estas preguntas surgen en un momento u otro de nuestra existencia.
¿Dónde encontrar las respuestas?
En la Biblia. En ella Dios se presenta como el arquitecto y el creador del universo. Él dio origen a la vida. Estoy aquí porque Dios me creó, me amó, me tejió “asombrosa y maravillosamente” en el vientre de mi madre (Salmo 139:14, V. M.). Me creó a su imagen (Génesis 1:27), y para su gloria (Isaías 43:7). Existo, no por una ciega casualidad, sino según la voluntad de Dios y para su alabanza: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Apocalipsis 4:11).
Cada uno de nosotros debe hacerse la pregunta: si este es el objetivo de mi vida, ¿es correcta la orientación que le doy? ¿Cómo he vivido hasta hoy? ¿Quién es Dios para mí?
¿Menospreciaré “las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad”? (Romanos 2:4) ¿Continuaré rechazando el amor del Dios todopoderoso? Él quiere darle un sentido a mi vida: la felicidad de estar en paz con él y la posibilidad de darle cada día el honor que él merece. ¿Dejaré de lado semejante programa?
“Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las hace… semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca… el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la roca. Mas el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego cayó” (Lucas 6:47-49).
El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo. (1 Juan 2:6)
La vida cristiana es simplemente el proceso de buscar la semejanza de Cristo, descrita teológicamente como santificación. Jesús dijo: “Sígueme”, y ese mandato sencillo no ha sido sustituido ni mejorado. Seguir a Cristo implica aprender de Él para que podamos ser como Él (Lc. 6:40).
Romanos 8:29 dice que Dios nos salvó para que seamos hechos “conformes a la imagen de su Hijo”. Por lo tanto, nuestra única búsqueda es ser cada vez más semejante a Cristo.
Algunos pudieran decir que glorificar a Dios o evangelizar a los perdidos son las prioridades más importantes. Pero ser semejante a Cristo glorifica a Dios, y si somos semejantes a Cristo no podemos menos que evangelizar a los demás. Después de todo, Él vino “a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc. 19:10). Todo lo necesario en la vida cristiana surge de una búsqueda de la semejanza a Cristo.
Dios… nos ha hablado por el Hijo… por quien asimismo hizo el universo.
Hebreos 1:2
Cristo Jesús… siendo en forma de Dios… se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres.
Filipenses 2:5-7
¡Atención hormigas!
Miguel observaba fascinado una larga fila de hormigas que atravesaban la vía. Repentinamente escuchó el ruido de un automóvil, y exclamó: «¡Atención hormigas, un automóvil! ¡Córranse rápido!». Pero las hormigas, sordas a la advertencia, prosiguieron su camino… Un anciano que observó la agitación de Miguel, le dijo seriamente: «Hijo mío, si quieres que las hormigas te comprendan, ¡tienes que volverte una hormiga!». Miguel se quedó pensativo, sabía que eso era imposible… Por cierto, la distancia que separa a un niño de una hormiga es infranqueable. Sin embargo, no es nada comparada con la distancia que separa al hombre, una criatura, de Dios su Creador.
No obstante, Dios se acercó a nosotros para poder comunicarse con nosotros. Traspasando esa distancia infinita, vino a nosotros en la Persona de su Hijo Jesús. Siendo Dios, Jesús se humilló haciéndose hombre. Nació como un niño pobre, creció y vivió en medio de nosotros. Se puso a nuestro alcance y nos habló del amor y la gracia de Dios en un lenguaje muy comprensible.
Hoy Jesús nos advierte del juicio que merecen nuestros pecados. Pero, él mismo tomó ese juicio sobre sí muriendo en la cruz. Ofrece la salvación y la vida eterna a todos los que creen en él. Los lleva a Dios como hijos amados y les reserva un lugar en el cielo junto a él.
En aquello a que hemos llegado, sigamos una misma regla. (Filipenses 3:16)
No se puede ganar una carrera sin un esfuerzo constante porque la semejanza a Cristo es una búsqueda constante. El verbo griego para “sigamos” se refiere a caminar en fila. Pablo estaba diciendo que tenemos que permanecer espiritualmente en la fila para seguir hacia adelante por los mismos principios que nos han llevado hasta aquí.
¿Está yendo hacia adelante? ¿O está detenido en un sitio mirando hacia atrás y defendiéndose? Tal vez necesite renovar su compromiso. Si usted no conoce a Jesucristo, entonces comience a crecer al recibirlo como Señor y Salvador. Si usted lo conoce pero no ha estado creciendo espiritualmente, pídale a Dios que lo perdone y lo ayude a seguir hacia la perfección. ¡Qué todos nos consagremos a la meta de ser tan semejante a Cristo como podamos hasta que lo veamos cara a cara!
Siendo aún muchacho (Josías), comenzó a buscar al Dios de David su padre.
2 Crónicas 34:3
Dios… es galardonador de los que le buscan.
Hebreos 11:6
El compromiso de Josías
Leamos el Antiguo Testamento
La historia del rey Josías (alrededor del año 650 a. J. C.) da a los cristianos de hoy el ejemplo de una vida feliz consagrada a Dios. Siendo aún muy joven, Josías sustituyó a su padre Amón, cuya corta vida fue una larga sucesión de desobediencias a Dios, y quien murió asesinado por sus siervos. Josías también conoció a su abuelo Manasés, quien después de haber sido infiel a Dios, se arrepintió y lo honró en su vejez. ¿Cuál sería la elección del joven rey ante esos dos ejemplos? “Hizo lo recto ante los ojos del Señor… sin apartarse a la derecha ni a la izquierda” (2 Crónicas 34:2).
A la edad de 16 años, “siendo aún muchacho” (v. 3), tomó la decisión de buscar a Dios. ¿Tenemos nosotros ese deseo de amar a Jesús, nuestro Salvador, de conocerlo mejor leyendo la Biblia y orando regularmente?
A los 20 años se dio cuenta de que el pueblo al cual gobernaba se había dejado pervertir adorando a los ídolos. El rey comprendió su responsabilidad y dio el ejemplo con su compromiso personal. Como él, comprometámonos a quitar todo lo que en nuestras vidas toma el lugar del Señor.
A los 26 años, consciente de la importancia que Dios da al culto que se le ofrece, comenzó a reparar la casa donde se adoraba al Señor, el verdadero Dios. ¿Procuramos el bien de la Iglesia de Cristo, esa casa espiritual constituida por todos los creyentes?
Leamos toda la Biblia. El ejemplo de ese joven rey, ¿no nos motiva a servir a nuestro Dios con celo?
Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios. (Filipenses 3:15)
Lamentablemente, en todas las iglesias hay cristianos contentos con su estado espiritual. En vez de reconocer su necesidad, invierten sus energías justificando el nivel que han alcanzado.
El versículo de hoy esencialmente dice que, si algunos creyentes no comprenden todavía la importancia de buscar el crecimiento, Dios tendrá que revelársela. Pongo todo mi corazón en mis mensajes, pero comprendo que algunos de mis oyentes seguirán sin consagrar su vida. Cuando se llega a ese punto con alguien a quien se está ayudando, hay que pedirle a Dios que se revele a esa persona.
En la búsqueda de Cristo, todos tenemos que depender de los recursos divinos. Habrá momentos en la carrera en los que usted no tenga la debida actitud, y Dios tendrá que revelarle eso a fin de que usted pueda seguir adelante.
Nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.
2 Corintios 8:9
El Hijo de Dios… me amó y se entregó a sí mismo por mí.
Gálatas 2:20
La verdadera grandeza
Hace algunos años una fundación humanitaria se contactó con un ex presidente de un importante país para pedirle que ejerciera algunas responsabilidades en ella. Este aceptó el ofrecimiento, pero para sorpresa de todos, prefirió hacer un trabajo manual y no ocupar un puesto importante. Así fue como este hombre, que había dirigido un país, se unió a un equipo de albañiles. Usó un traje de obrero para trabajar en una construcción. Durante el día utilizaba el martillo y la paleta de albañil, y por la noche dormía con los demás obreros en el sótano de una iglesia. Por su modestia y su humildad mostró, como lo enseñó el Señor Jesús, que la verdadera grandeza no se encuentra en la función que se ocupa, sino en la actitud que se tiene hacia el prójimo.
Esa abnegación es solo una débil muestra de lo que Jesús hizo por nosotros cuando vino a la tierra para compartir nuestra condición. Era Dios, y se hizo hombre, se humilló a sí mismo para obedecer a su Padre hasta la muerte, y muerte en la cruz (Filipenses 2:8). Jesús manifestó de una manera perfecta el amor de Dios por nosotros. Ese amor es para nosotros, para los hombres de todo mundo, pues la Biblia declara: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros… Todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Colosenses 3:16-17
Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado.
1 Corintios 16:2
El domingo: día dedicado al Señor (5)
El domingo que Cristo resucitó nació un nuevo día: el día del Señor, consagrado como “el primer día de la semana”. Esta expresión nos recuerda su periodicidad semanal. 52 veces al año somos invitados a vivirlo en recuerdo de la victoria de Aquel que triunfó sobre la muerte. La celebración de la Cena es un poderoso testimonio de esto.
Escribiendo a los creyentes de Corinto respecto a los pobres, el apóstol Pablo también les pidió que cada primer día de la semana cada uno pusiera aparte algo según hubiera prosperado, para ayudar a los más necesitados. Ese día era reconocido como el día del Señor, y en lugar de seguir con sus propias tareas, los creyentes se ocupaban de las cosas del Señor. Y él mismo honraba las reuniones cristianas con su presencia. También escogió un domingo para dar al apóstol Juan su Revelación (Apocalipsis 1:10).
El cristiano es, pues, invitado a adorar y a servir al Señor el domingo, a liberarse de todo lo que somete o distrae su espíritu el resto de la semana, a eliminar todo lo que es incompatible con el carácter de ese día.
Mucho más que si me lo impusiera una ley, es un privilegio y un verdadero gozo respetar ese día y honrar al Señor. Alabarlo, adorarle, escuchar su Palabra, orar con mis hermanos cristianos, dar testimonio de su gracia, consolar a los que están solos, ayudar a los que pasan por angustias… no es una obligación, es la respuesta del corazón a Cristo.
Yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante. (Filipenses 3:13)
Un atleta que corre en una carrera debe fijar los ojos en algo que está delante de él. No puede mirarse los pies o caerá de bruces. No puede distraerse con los otros corredores. Tiene que concentrarse en la meta que tiene delante.
La notable concentración de Pablo era el resultado de dos cosas. En primer lugar, optó por olvidar “lo que queda atrás”. Eso incluye las cosas buenas y las malas. Quiere decir que no debemos extendernos en las obras y las realizaciones virtuosas más de lo que debemos pensar en los pecados y fracasos pasados. Lamentablemente, muchos cristianos están tan distraídos por el pasado que no hacen ningún progreso actual.
En vez de mirar al pasado, Pablo se concentró en el futuro. Al decir “extendiéndome”, describe a un corredor que estira cada uno de sus músculos para alcanzar la meta. Para hacer eso tiene que eliminar las distracciones y concentrarse solo en la meta que tiene por delante. ¿Tiene usted esa concentración en su deseo de ser semejante a Cristo?
¿Hay alguna cualidad más engañosa? ¿Hay algún otro defecto más fácil de ver en los demás, pero más difícil de ver en nosotros mismos? Despreciamos su presencia en otros, pero defendemos su presencia en nosotros. Es el horrible defecto del orgullo, uno de una serie de rasgos hacia los cuales Dios tiene una repugnancia especial.
Dios aborrece el orgullo
“Seis cosas hay que el Señor odia, y siete son abominación para El”. Así lo dice el viejo y sabio Salomón. Y encabezando la lista de estos siete pecados capitales están los “ojos soberbios” (Proverbios 6:16-17). Los ojos soberbios son las ventanas de un hombre arrogante hacia el mundo. Desde lo alto de su propia superioridad, los usa para mirar a otros. Desde su pedestal, creado por él mismo, cree que puede ver con mayor claridad que su Creador.
Después, Salomón pone su mirada no en los ojos sino en el corazón. “Abominación al Señor es todo el que es altivo de corazón; ciertamente no quedará sin castigo” (Proverbios 16:5). En lugar de albergar pensamientos de amor hacia los demás, el hombre orgulloso alberga juicio y amargura. En lugar de expresar bondad y compasión, expresa desprecio. Está convencido de su superioridad en cuanto a logros, intelecto, moralidad, o espiritualidad. Está obsesionado consigo mismo.
El orgullo es, en primer lugar, una actitud de independencia de Dios. En la Escritura es también sinónimo de burla, arrogancia, insensatez, maldad, y crueldad. Se opone directamente a la disposición humilde, temerosa de Dios, sumisa, modesta, confiada, y llena de fe, que es agradable a Dios. “El temor del Señor es aborrecer el mal. El orgullo, la arrogancia, el mal camino y la boca perversa, yo aborrezco”, dice Dios (Proverbios 8:13). Y no es de extrañar. ¿Cómo podría ser de otra manera?
¿Por qué Dios aborrece el orgullo?
El orgullo aparece primero en la lista de los siete pecados capitales porque Salomón está analizando el cuerpo desde la cabeza hasta los pies, pero también porque ningún otro rasgo es más abominable que este. Ningún defecto se opone más a Dios que este. Dios odia el orgullo porque es una manifestación de la más profunda depravación, la raíz de todas las formas de pecado. C.S. Lewis dice: “De acuerdo con los maestros cristianos, el principal defecto y el mayor mal, es el orgullo. La fornicación, la ira, la avaricia, las borracheras y todo eso, son meras picaduras de pulga en comparación con él; fue por orgullo que el diablo se convirtió en el diablo. El orgullo conduce a todos los demás defectos, es el completo estado de la mente en contra de Dios”.
El orgullo es un estado mental, o más esencialmente, una condición del corazón en la que una persona ha suplantado el gobierno de Dios sobre su vida con el gobierno de su propia voluntad. En lugar de depender enteramente de Dios, como era el designio de Dios, un corazón orgulloso ahora se ve a sí mismo para decidir lo que es bueno y malo. Este fue exactamente el error de Adán y Eva cuando decidieron desobedecer a Dios para ser como Dios.
El juicio de Dios sobre el orgullo
Debido a que el orgullo es en primer lugar un acto de traición cósmica, un acto de rebelión contra Dios, debe ser castigado. De hecho, la Biblia a menudo describe a Dios ejerciendo castigo sobre los soberbios. En Isaías, Dios promete castigar al arrogante gobernante asirio: “Y sucederá que cuando el Señor haya terminado toda su obra en el Monte Sion y en Jerusalén, dirá: ‘Castigaré el fruto del corazón orgulloso del rey de Asiria y la ostentación de su arrogancia’” (Isaías 10:12). El rey Nabucodonosor de Babilonia puso su mirada altiva sobre sus logros y sufrió las devastadoras consecuencias. “¿No es ésta la gran Babilonia que yo he edificado como residencia real con la fuerza de mi poder y para gloria de mi majestad?”. Inmediatamente fue reducido a un estado animal hasta que se humilló lo suficiente (Daniel 4:30).
Hablando con la mente de Dios, el rey David dijo: “Destruiré al que en secreto calumnia a su prójimo; No toleraré al de ojos altaneros y de corazón arrogante” (Salmo 101:5). En el Salmo 10 declara que el orgullo es ateísmo práctico: “El impío, en la arrogancia de su rostro, no busca a Dios. Todo su pensamiento es: ‘No hay Dios’” (Salmo 10:4). Santiago declara que Dios actúa con un favor especial hacia los que son humildes, pero con feroz juicio contra los que son orgullosos. “Dios resiste a los soberbios pero da gracia a los humildes” (Santiago 4:6). La persona orgullosa enfrenta la furia de la ira justa de Dios.
Esperanza para el orgulloso
Sin embargo, aunque el orgullo es el pecado principal, también puede ser perdonado. Puede ser perdonado por el humilde Salvador, “el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló El mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:6-8). Dios se humilló a sí mismo haciéndose hombre, sufriendo la indignidad de la muerte, llevando el pecado de la humanidad. El humilde se sustituyó a sí mismo por los soberbios.
Cristo se humilló a sí mismo, por eso pudo ser justamente exaltado. “Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11). Se humilló para que nosotros también pudiéramos ser exaltados. Pero nuestra exaltación requiere primero humildad. Llegar alto requiere ir hacia abajo primero. “Humíllense en la presencia del Señor”, dice Santiago, “y El los exaltará” (Santiago 4:10).
La esperanza de la orgullosa humanidad es la fe humilde en el humilde Salvador. Confiese su orgullo, reciba su perdón y viva para su gloria.Versículos Clave
Si desea profundizar en su estudio personal, aquí hay algunos versículos clave sobre el odio de Dios hacia el orgullo.