¿De qué trata el libro de Amós?

¿De qué trata el libro de Amós?

ANDREW M. KING

El libro de Amós trata del Dios soberano de la creación y del pacto que anuncia su juicio sobre el Israel desobediente. Sin embargo, también proclama la esperanza de un reino futuro para el pueblo de Dios. En cierto sentido, esto podría describir la mayoría de los libros proféticos del Antiguo Testamento. Pero Amós no desperdicia la oportunidad y destaca estas características de varias maneras especiales.

El versículo inicial de Amós establece el contexto histórico dentro del cual se debe leer el libro. Amós 1:1 identifica al profeta Amós como un pastor de una ciudad en el Reino del Sur (cp. Am 7:13-14). A este profeta de Judea se le da un mensaje «acerca de Israel» (sobre el reino dividido, ver 1 R 12:1-20).

Los dos reyes mencionados en el título, Uzías rey de Judá y Jeroboam (II) rey de Israel, anclan el ministerio de Amós en el siglo VIII a. C. Aparte del versículo inicial, la única información biográfica adicional conocida sobre el profeta Amós se encuentra en Amós 7:10-15, donde niega ser un profeta profesional (es decir, no se ganaba la vida prediciendo el futuro). Antes de que Dios lo llamara como profeta, con toda probabilidad, Amós era un pastor y granjero pudiente (Am 7:14).

Los versículos iniciales de este libro hacen mucho más que brindar información general sobre la persona y la época de Amós. Estos versículos alertan a los lectores sobre la realidad fundamental de que todo lo que sigue es revelación divina («Palabras de Amós… de lo que vio» Am 1:1).

De manera principal, el libro de Amós se trata del Dios trino de nuestra Biblia de dos Testamentos

Si bien Amós fue el mensajero, el mensaje era algo que recibió de Dios, quien ruge desde Sión (Am 1:2). En otras palabras, esta profecía de la Escritura no fue producida por la voluntad de hombre, sino que Amós habló de parte de Dios siendo inspirado por el Espíritu Santo (2 P 1:21). De manera principal, el libro de Amós trata del Dios trino de nuestra Biblia de dos Testamentos.

Dios de la creación
Amós enfatiza dos aspectos de Dios que son esenciales para el libro. Primero, dice que Dios es creador. Tres declaraciones en forma de himnos a lo largo del libro iluminan esta caracterización (Am 4:13; 5:8-9; 9:5-6). Estos himnos en conjunto proclaman la majestad y la soberanía de Dios sobre toda la creación. Él es quien forma las montañas (Am 4:13) y ordena los ritmos del movimiento planetario y el ciclo hidrológico (Am 5:8). Los lugares más altos de la tierra están debajo de sus pies (Am 4:13). En resumen, todas las cosas fueron creadas por Él y para Él (cp. Ro 11:36; 1 Co 8:6; Col 1:16).

Esto da una perspectiva muy necesaria para los lectores. El libro de Amós está repleto de explotaciones groseras de poder (cp. Am 2:7; 4:1; 5:11; 8:4, 6). En un mundo donde los poderosos oprimen a los débiles y los débiles oprimen a los más débiles, es importante recordar dónde reside el verdadero poder. El Dios Soberano sobre toda la creación pone en perspectiva todo el albedrío humano. De manera significativa, en Amós, el Dios que ejerce todo el poder también demuestra bondad hacia los débiles.

Dios del pacto
Un segundo aspecto de Dios que es esencial para el mensaje de Amós es que Dios es el Dios del pacto. En Amós 3:1-2, Dios observa su singular relación de pacto con Israel. En lugar de que este estado de pacto asegurara una prosperidad inquebrantable, trajo consigo una mayor responsabilidad. De acuerdo con la ley, Israel debía vivir de una manera que anunciara la grandeza y la cercanía de Dios (cp. Dt 4:5-7), así como también ser un medio de bendición para el mundo (Éx 19:5-6).

Sin embargo, en lugar de representar a Dios, el pueblo de Dios se parecía más a sus vecinos malvados (Am 1:3–2:12). En el libro de Amós, se muestra que Dios es fiel al pacto al anunciar sus términos y juicios en lo que se refiere al trato de los pueblos entre sí de manera particular. Este último punto es significativo por la forma en que Amós presenta el tema teológico central en el libro.

En Amós, el Dios que ejerce todo el poder también demuestra bondad hacia los débiles

El pecado de idolatría está en el centro de la infidelidad de los israelitas en el Antiguo Testamento, en especial en los profetas (cp. Jr 1:16; Ez 8:10; Is 2:8; 42:8; Os 3:1; Mi 1:7; Zac 10:2). Sin embargo, en Amós rara vez se mencionan otros dioses (p. ej., Am 5:26; 8:14). Más bien, lo que está en juego es la dimensión horizontal de la vida de pacto del pueblo.

En lugar de cuidar a los pobres, los que tenían poder se enriquecieron a expensas de los indigentes (Am 2:6; 8:5-6). Esto estaba en marcado contraste con el carácter de Dios mostrado en el éxodo. Él cuidó del pueblo cuando estaba débil, venciendo a sus enemigos, estableciéndolos en la tierra y levantando líderes (Am 2:9-10). Considerando la bondad de Dios, el llamado al pueblo era hacer con los demás lo que Dios había hecho con ellos. De hecho, la historia tenía sus ojos puestos en Israel. Pero donde la justicia y la rectitud deberían haber corrido como agua (Am 5:24), la crueldad y la injusticia inundaron la tierra.

Sin embargo, la gente no era menos activa en la vida religiosa (Am 4:4-5). De hecho, afirmaron que Yahvé estaba con ellos (Am 5:14). Pero su trato mutuo dejó en claro que servían a otro dios por completo. Un dios que permite la piedad junto con la injusticia no es el Dios de la Biblia. Las Escrituras aclaran que nunca podemos separar lo que decimos creer de la forma en que vivimos (cp. Stg 2:18). La mala teología produce malos frutos y los malos frutos evidencian mala teología.

Para Israel, el juicio fue la única respuesta de un Dios fiel hacia su pueblo infiel al pacto. Esto vendría a través de un futuro exilio de la tierra (Am 3:11; 7:11, 17; cp. Lv 26:33). Dios anuncia que en este juicio «ha llegado el fin para Mi pueblo» (8:2).

Esperanza para las naciones
El tono predominante del libro de Amós es de juicio. De hecho, hay solo unos pocos atisbos de esperanza en el libro (Am 5:4-6, 14-15). Si bien los lectores pueden encontrar esto desconcertante, es un recordatorio importante de que el pecado, tanto vertical como horizontal, no es un asunto menor para el Dios de la creación y del pacto. Aunque el juicio es primordial, el final de Amós deja claro que hay esperanza más allá del juicio (Am 9:11-15).

Considerando la bondad de Dios, el llamado al pueblo era hacer con los demás lo que Dios había hecho con ellos

Después de un juicio de zarandeo (Am 9:9-10), Dios anuncia que «en aquel día levantaré el tabernáculo caído de David» (Am 9:11). Esta declaración puede indicar no solo que no está a la vista una entidad puramente política, sino que también puede desencadenar la anticipación de un nuevo éxodo (cp. Lv 23:42-43) en línea con el pacto davídico (2 S 7).

Uno de los propósitos de esta restauración «“es que tomen posesión del remanente de Edom y de todas las naciones donde se invoca Mi nombre”, declara el Señor, que hace esto» (Am 9:12). El hecho de que Edom y las naciones sean llamadas por el nombre de YHWH creo que indica que aquí están unidos al pueblo de Dios.

Este pasaje se cita en Hechos 15 como apoyo para la inclusión de los gentiles en la iglesia cristiana. De acuerdo con la promesa abrahámica, todas las naciones de la tierra son bendecidas por medio de Cristo, el verdadero Israel (Gn 12:3; Gá 3:8). Aunque solo en forma de semilla, el libro de Amós señala el propósito redentor de Dios visto en toda la Escritura. De principio a fin, el Dios trino de la creación y del pacto se muestra fiel en el juicio y la salvación por la fama de su nombre.

Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
Andrew M. King (PhD, Seminario Teológico Bautista del Sur) sirve como profesor asistente de estudios bíblicos en el seminario Midwestern Baptist Theological Seminary y como decano asistente en Spurgeon College. Es autor de Social Identity and the Book of Amos (Identidad social y el libro de Amós), entre otros libros. Vive en la ciudad de Kansas con su esposa y cuatro hijos y es miembro de la iglesia Emmaus Church.

Nuestra actitud hacia el fariseo

Nuestra actitud hacia el fariseo
Por David Strain

Nota del editor:Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El legalismo

avegar entre la Escila (las rocas) del antinomianismo, por un lado, y la Caribdis (los lugares difíciles) del legalismo, por otro, es una responsabilidad constante en la vida cristiana. Esta dificultad se ve agravada por el hecho de que la mayoría de nosotros nos sentimos más atraídos por las rocas de un lado que por las del otro. Tal vez reaccionemos a la forma en que fuimos criados, o a una predicación desequilibrada que en su día tuvo lugar en nuestras iglesias, o a una fase anterior de nuestro propio camino cristiano en la que nos desviamos hacia la autocomplacencia o la autosuficiencia. Y aunque nunca debemos desentendernos de la lucha por mantener el rumbo y evitar los peligrosos arrecifes que siempre acechan bajo la superficie, también debemos recordar que hay otras personas que también están haciendo el viaje, y nuestras reacciones al verlas trazar un rumbo inseguro pueden estar condicionadas tanto por nuestra propia historia de giros equivocados como por sus errores actuales.

Los que venimos de un trasfondo fundamentalista y hemos llegado a conocer a Cristo podemos encontrarnos en medio de una reacción al legalismo. Las exigencias excesivamente restrictivas añadían cargas innecesarias al yugo ligero y fácil de Cristo. Pero en algún momento, en la bondadosa providencia de Dios, redescubrimos las riquezas de la gracia soberana. Comprendimos que, habiendo sido justificados gratuitamente, al margen de nuestras obras, estamos revestidos de la justicia de Cristo, total e inamoviblemente perdonados, aceptados y amados. Hemos llegado a aferrarnos con gratitud a la maravillosa verdad de nuestra adopción. En Cristo, nosotros, que antes éramos enemigos de Dios, ahora somos Sus hijos, herederos Suyos y coherederos con Cristo.

El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con Él a fin de que también seamos glorificados con Él (Ro 8:16-17).

La vergüenza que sentíamos antes, cuando no estábamos a la altura de las exigencias legalistas que se nos imponían, se ha desvanecido a medida que nos apropiamos de nuevo de nuestra libertad como hijos del Rey. Ahora sabemos que no es necesario que intentemos ganarnos un lugar en la casa de Dios por nuestros propios esfuerzos, ya que hemos sido adoptados para siempre en Su familia.

Pero aun habiendo redescubierto las alegrías de estas preciosas verdades del evangelio, seguimos estando en peligro. Afortunadamente, el primer peligro es bien conocido, y aunque es pernicioso, la mayoría de nosotros estamos en guardia contra él. Es el peligro de la reacción exagerada. Sabemos que no debemos escuchar en las fuertes garantías de la rica gracia de Dios una negación de las exigencias igualmente fuertes de la santa ley de Dios. Sabemos que por las obras de la ley nadie será justificado (Gá 2:16), pero no estamos fuera de la ley de Dios, sino que vivimos bajo la ley de Cristo (1 Co 9:21). La ley, despojada de su poder condenatorio, se ha convertido en nuestra amiga. Siguiendo con la metáfora marinera, para el cristiano la ley se convierte en el piloto de un barco, que dirige la nave a través de aguas traicioneras y traza un rumbo seguro.

Sin embargo, al segundo peligro lo pasamos por alto fácilmente. Trazar un rumbo seguro para nosotros mismos es una cosa, pero la paciencia con los compañeros cristianos que pueden desviarse de ese rumbo es otra muy distinta. Como legalistas en recuperación, tenemos que reconocer lo rápido que puede fallar nuestra paciencia con los demás cuando todavía no pueden ver las rocas del legalismo que se avecinan y de las que siempre nos alejamos con tanto cuidado. Nos preguntamos cómo pueden estar tan ciegos como para pasar por alto las rocas afiladas de la justicia propia y los arrecifes ocultos de la vergüenza. Nos alegramos de no cometer sus errores. ¡Qué ingenuos son esos que no pueden ver el camino de la verdadera libertad del evangelio!

Pero el legalismo adopta diversas formas, y una de las más sutiles queda expuesta en nuestra jactancia farisaica de que, a diferencia de nuestros pobres hermanos legalistas, nosotros sabemos más. Y así, mientras nos felicitamos por nuestra sabiduría al alejarnos con seguridad de los peligros de la excesiva estrechez y de las gravosas restricciones impuestas por el hombre, encallamos en las mismas rocas de las que creímos haber escapado. J. Gresham Machen, reflexionando sobre la parábola de Jesús del fariseo y el publicano (Lc 18:11), señaló en una ocasión este peligro en su libro What Is Faith? [¿Qué es la fe?].

Sin duda creemos que podemos evitar el error del fariseo. Decimos que Dios no fue propicio a él, porque fue despectivo con el publicano; debemos ser tiernos con el publicano, como Jesús nos enseñó a ser, y entonces Dios será propicio a nosotros. Seguro que es una buena idea; está bien que seamos tiernos con el publicano. Pero ¿cuál es nuestra actitud hacia el fariseo? Por desgracia, lo despreciamos de forma verdaderamente farisaica. Subimos al templo a orar; nos ponemos de pie y oramos así con nosotros mismos: «Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, orgulloso de mi propia justicia, poco caritativo con los publicanos, ni aun como este fariseo».

Si esperamos salvar a otros de las rocas, de nada nos servirá que encallemos nosotros mismos. La práctica de la paciencia es la mejor defensa para no convertirnos en legalistas respecto al legalismo y en fariseos respecto a los fariseos.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
David Strain
El Dr. David Strain es el ministro principal de la First Presbyterian Church en Jackson, Mississippi, y el presidente del consejo de Christian Witness to Israel (North America) [Testigos cristianos a Israel (Norteamérica)].

Amor o temor

Miércoles 5 Octubre
En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.
1 Juan 4:18-19
Amor o temor
 – Si estamos seguros de ser perdonados y aceptados por Dios, ¿no corremos el riesgo de vivir como nos place, sin tenerlo en cuenta?

 – ¡No! Tomemos un ejemplo: algunos hijos se comportan correctamente porque sus padres son severos. Saben que si no se comportan bien, serán castigados. Su actitud es dictada, ante todo, por el miedo y no por una convicción personal. Sucede más o menos lo mismo con las religiones. El miedo a las consecuencias que podría tener su mal comportamiento motiva a los hombres a vivir una vida decente.

En contraste, la relación verdadera de un cristiano con Dios es parecida a la relación entre dos esposos. El amor y la confianza impregnan sus acciones y sus comportamientos. Así, las buenas obras y el deseo de vivir de una manera que agrade a Dios emanan de una relación viva y segura con él, y de la acción del Espíritu Santo en el corazón. Por agradecimiento a Dios, quien ha perdonado nuestros pecados, tratamos de vivir de una manera que lo honre.

Las buenas obras son el resultado de la salvación y no una condición para obtenerla. El evangelio no menosprecia las buenas obras; al contrario, les da su justo lugar. No son un medio de “ablandar” a Dios para obtener de él un juicio más favorable, sino la expresión del amor que nos une a él. ¡El amor a Jesucristo y el miedo no tienen nada en común!

“Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia” (Hebreos 12:28).

Deuteronomio 1:1-18 – Juan 1:1-28 – Salmo 111:1-5 – Proverbios 24:21-22

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