CULPA

EL EFECTO DE LA REVELACIÓN GENERAL

“Porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó.”

Romanos 1:19

Las Escrituras dan por sentado, y la experiencia lo confirma, que los seres humanos tienen inclinación natural por alguna forma de religión, y con todo, no adoran a su Creador, cuya revelación general de sí mismo lo da a conocer de manera universal. Ni el ateísmo teórico, ni el monoteísmo moral son naturales en nadie: el ateísmo es siempre una reacción contra una creencia preexistente en Dios o en dioses, y el monoteísmo natural sólo ha venido a aparecer a raíz de la revelación especial.

Las Escrituras explican este estado de cosas, diciéndonos que el egoísmo pecaminoso y la aversión a lo que nuestro Creador proclama sobre sí mismo conducen a la humanidad a la idolatría, la cual significa la transferencia de nuestra adoración y homenaje a algún poder u objeto diferente al Dios Creador (Isaías 44:9–20; Romanos 1:21–23; Colosenses 3:5). De esta forma, los humanos apóstatas “detienen con injusticia la verdad” y cambian “la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles” (Romanos 1:18, 23). Sofocan y mitigan tanto como pueden la conciencia que les da la revelación general de que hay un Juez-Creador trascendente, y adhieren su indestructible sensación de que existe lo divino a objetos indignos de ello. Esto conduce a su vez a una drástica decadencia moral, con su consiguiente angustia, como primera manifestación de la ira de Dios contra la apostasía del ser humano (Romanos 1:18, 24–32).

Hoy en día, la gente idolatra en el occidente, y de hecho adora una serie de objetos seculares, como la empresa, la familia, el fútbol, y sentimientos placenteros de diversas clases. La decadencia moral sigue siendo la consecuencia, tal como lo era cuando los paganos adoraban ídolos físicamente reales en los tiempos bíblicos.

Los seres humanos no pueden suprimir por entero su sensación de que hay un Dios, ni la de su juicio presente y futuro; Dios mismo no está dispuesto a permitírselo. Siempre queda algún sentido de lo que es correcto o incorrecto, y de que somos responsables ante un Juez divino que es santo. En nuestro mundo caído, todos aquéllos cuya mente no se halla deteriorada de alguna forma, tienen una conciencia que en algunos puntos los guía, y que de vez en cuando los condena, diciéndoles lo que deberían sufrir por las maldades que han cometido (Romanos 2:14 ss.), y cuando la conciencia habla en esos términos, constituye en verdad la voz de Dios.

En cierto sentido, la humanidad caída es ignorante con respecto a Dios, puesto que aquello que la gente quiere creer, y de hecho cree, acerca de los destinatarios de su adoración, falsifica y distorsiona la revelación de Dios, de la cual no pueden escapar. No obstante, en otro sentido, todos los seres humanos siguen estando conscientes de que hay un Dios, y se sienten culpables, además de tener incómodos indicios de que se aproxima un juicio que ellos no quisieran que se produjera. Sólo el Evangelio de Cristo puede poner paz en este perturbador aspecto de la situación del ser humano

 Packer, J. I. (1998). Teologı́a concisa: Una guı́a a las creencias del Cristianismo histórico (pp. 23–24). Miami, FL: Editorial Unilit.

 

Ética y conciencia

La función de la conciencia en la toma de decisiones éticas tiende a complicarnos las cosas. Los mandamientos de Dios son eternos, pero para obedecerlos primero debemos apropiarnos de ellos en el interior. El “órgano” de esa internalización clásicamente ha sido llamado conciencia. Algunos describen esta nebulosa voz interior como la voz de Dios dentro de nosotros. La conciencia es una parte misteriosa del ser interior del ser humano. Dentro de la conciencia, en un secreto rincón escondido, reside la personalidad, tan oculta que a veces funciona sin que estemos inmediatamente al tanto de ello. Cuando Sigmund Freud llevó la hipnosis a una posición de investigación científica respetable, el ser humano comenzó a explorar el subconsciente y a examinar aquellas grutas íntimas de la personalidad. Encontrarse con la conciencia puede ser una experiencia asombrosa. El descubrimiento de la voz interior, tal como lo observa un siquiatra, puede ser como “mirar al mismísimo infierno”.

No obstante, tendemos a concebir la conciencia como algo celestial, un punto de contacto con Dios más que como un órgano infernal. Lo imaginamos como el personaje de caricatura enfrentando a una decisión ética mientras un ángel se posa sobre un hombro y un demonio en el otro, jugando un tira y afloja con la cabeza del pobre hombre. La conciencia puede ser una voz del cielo o del infierno; puede mentir como también presionarnos a la verdad. Puede decir cosas contradictorias, teniendo la capacidad de acusar o de excusar.

En la película Pinocho, Walt Disney nos entregó la canción “Dame un silbidito”, que nos urgía a que “siempre deja que tu conciencia sea tu guía”. Esto es lo más alto de la “teología de Pepe Grillo”. Para el cristiano, la conciencia no es la corte suprema de apelaciones para el comportamiento correcto. La conciencia es importante, pero no es normativa. Tiene la capacidad de distorsionarse y de desorientar. En el Nuevo Testamento se menciona unas treinta y una veces en donde indica, de forma abundante, su capacidad de cambiar. La conciencia puede cauterizarse y deteriorarse, y volverse insensible a causa del pecado reiterado. Jeremías describió a Israel como alguien que tiene “frente de ramera” (Jeremías 3:3). A causa de sus reiteradas transgresiones, Israel, al igual que una prostituta, había perdido su capacidad de avergonzarse. Su tozudez y dureza de corazón produjeron una conciencia insensible. El sociópata puede asesinar sin remordimiento y es inmune a las punzadas normales de la conciencia.

Aunque la conciencia no es el tribunal supremo de la ética, es peligroso actuar contra ella. Martín Lutero temblaba agónico en la Dieta de Worms a causa de la enorme presión moral que enfrentaba. Cuando le pidieron que se retractara de sus escritos, él incluyó estas palabras en su réplica: “Mi conciencia está cautiva por la Palabra de Dios. Actuar contra la conciencia no es adecuado ni seguro”. El uso gráfico de la palabra cautiva por Lutero ilustra el poder visceral de la compulsión que puede ejercer la conciencia en una persona. Una vez que la persona es capturada por la voz de la conciencia, un poder es aprovechado y con el cual se pueden acometer actos de heroica valentía. Una conciencia capturada por la Palabra de Dios es a la vez noble y poderosa.

¿Tenía razón Lutero al decir: “Actuar contra la conciencia no es adecuado ni seguro”? Aquí debemos caminar con sumo cuidado, no sea que nos rebanemos los dedos sobre el filo de la navaja ética. Si la conciencia puede estar mal informada o distorsionada, ¿por qué no deberíamos actuar contra ella? ¿Deberíamos seguir nuestra conciencia hacia el pecado? Aquí tenemos un dilema de tipo doble peligro. Si seguimos nuestra conciencia hacia el pecado, somos culpables de pecado en la medida que se nos exige que nuestra conciencia esté debidamente informada por la Palabra de Dios. Sin embargo, si actuamos contra nuestra conciencia, también somos culpables de pecado. Puede que el pecado no radique en lo que hacemos, sino en el hecho de cometer un acto que creemos que es malo. Aquí entra en consideración el principio bíblico de Romanos 14:23: “Todo lo que no procede de fe, es pecado”. Por ejemplo, si a una persona se le enseña y llega a creer que usar lápiz labial es pecado, y luego usa lápiz labial, esa persona está pecando. El pecado no radica en el lápiz labial, sino en la intención de actuar contra lo que uno cree que es el mandato de Dios.

El dilema del doble peligro exige que nos esforcemos por poner nuestra conciencia en armonía con la mente de Cristo, no sea que una conciencia carnal nos conduzca a la desobediencia. Necesitamos una conciencia redimida, una conciencia del espíritu más bien que de la carne.

La manipulación de la conciencia puede ser una fuerza destructiva dentro de la comunidad cristiana. Los legalistas suelen ser maestros de la manipulación de la conciencia, mientras que los antinominianos dominan el arte de la negación silenciosa. La conciencia es un instrumento delicado que debe respetarse. Alguien que intente influenciar la conciencia de los demás tiene la gran responsabilidad de mantener la integridad de la personalidad misma del otro tal como fue modelada por Dios. Cuando les imponemos una falsa culpa a los demás, paralizamos a nuestro prójimo, atándolo con cadenas allí donde Dios lo ha dejado libre. Cuando incitamos una falsa inocencia, contribuimos a la desobediencia del otro, exponiéndolo al juicio de Dios.

 Sproul, R. C. (2016). ¿Cómo debo vivir en este mundo?. (E. Castro, Trad.) (Vol. 5, pp. 91–94). Poiema Lectura Redimida; Reformation Trust.

Antes de la catástrofe

Martes 29 Noviembre

¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?

Hebreos 2:3

(Jesús dijo:) La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da.

Juan 14:27

Antes de la catástrofe

Un aviso humorístico advierte a los vecinos de una central nuclear sobre el peligro al cual están expuestos. El dibujo representa un cartel con este título: “En caso de alerta atómica”; debajo del cartel hay un pequeño armario de cristal, un martillo para romper el vidrio, y en el armario… una Biblia.

A este dibujo le falta un comentario: Demasiado tarde. La Biblia no es el libro para más tarde, ni una clase de manual para sobrevivir después de una gran catástrofe; es el libro que necesitamos leer hoy. Su mensaje es para ahora. Es un mensaje de amor, de verdad; es un mensaje urgente, porque la muerte puede venir en cualquier momento; hoy es necesario, sin más espera, prepararse para encontrar a Dios. ¡Cuántas personas son negligentes y dejan esta decisión para más tarde! El “más tarde” puede convertirse en un “demasiado tarde”.

No espere la jubilación, ni la cuarta edad. ¿La alcanzará usted? Y si la alcanza, ¿tendrá suficiente lucidez mental para poner en orden con Dios el tema de la suerte eterna de su alma?

¿Cómo se presentará usted delante de Dios? ¿En paz, porque Jesús le ha dado su paz, o cargado con el peso de todos sus pecados? Hoy es el día de salvación; hoy debe confesarle sus pecados, aceptar su gracia y recibir la vida eterna: esa es la “salvación tan grande”. Es ofrecida a todos los que creen que Jesús hizo la paz por medio de su sacrificio en la cruz.

Él no solo le dará la certeza de una felicidad futura y eterna, sino que desde ahora le permitirá disfrutar una paz y un gozo que el mundo no puede darle.

Josué 18 – Colosenses 2 – Salmo 135:8-14 – Proverbios 28:23-24

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