La importancia de las aplicaciones en la enseñanza de los niños

La formación espiritual del niño

Betty S. de Constance

Parte 1

Una filosofía de enseñanza para la formación espiritual del niño

Capítulo 4

La importancia de las aplicaciones en la enseñanza de los niños

a1Aveces trato de imaginarme la situación de las congregaciones a las cuales Santiago dirige la carta que lleva su nombre en el Nuevo Testamento. Es más que seguro que eran similares a las congregaciones de hoy en día, compuestas de personas falibles, débiles y propensas a caer en pecado. Eugenio Peterson, pastor respetado y traductor de las Escrituras, en su introducción a la carta de Santiago comenta que las iglesias cristianas no son comunidades donde vive gente perfecta. Dice que son lugares donde los errores humanos son sacados a la luz por la Palabra de Dios, para ser enfrentados y resueltos. Cuando Santiago dice: “No se contenten sólo con escuchar la palabra, pues así se engañan ustedes mismos. Llévenla a la práctica.” (1:22), está hablando de esta realidad. En otras palabras, Santiago dice que cuando se trata de la Palabra de Dios, no es suficiente conocer su contenido. La Palabra demanda acción y esa acción debe producir cambios. Yo considero que éste es el aspecto más débil en la vida de la iglesia: la aplicación práctica de la Palabra de Dios a la vida real. Sólo con revisar la mayoría de los materiales que se ofrecen para la enseñanza de la Biblia, uno llega a la conclusión de que por lo general los autores ponen gran esfuerzo y creatividad para presentar la información bíblica por medio de técnicas y métodos novedosos, pero cuando se trata de llevar esa información bíblica a la práctica, hay poco y nada de ayuda para el maestro.

Esta misma debilidad viene a caracterizar la enseñanza de la Biblia a los niños. Los niños, igual que los jóvenes y adultos, tienen la característica muy humana de resistir el cambio. No nos gusta admitir que nuestra forma de hacer las cosas puede estar fallada porque eso es una reflexión negativa sobre nuestra persona. Menos nos gusta admitir que cometemos pecados o que estamos moralmente fallados. Hay varios factores que nos impiden admitir las fallas que tenemos. Primero, cada uno nos creemos personas buenas. “Yo no hago mal a nadie” es una auto-evaluación generalizada. Es una forma de decir: “Soy una persona buena” y aunque la persona admite tener algunas pequeñas fallas, se defiende diciendo que no son graves. Si creemos esto, es difícil que lleguemos a reconocer que necesitamos transformar lo que es nuestra manera de ser. Segundo, todos somos personas que queremos tener el control de las cosas y nos molesta que otro se encargue de lo nuestro, especialmente de las cosas privadas, como conductas morales. Nos cuesta aceptar la “ley de la dependencia” en Dios, que es parte de una vida cristiana madura. Y por ende resistimos las experiencias difíciles que nos humillan y nos duelen, aunque sabemos que son parte esencial en el crecimiento de la fe. Una tercera característica de nuestra humanidad es mirar a otros como más imperfectos y problemáticos que nosotros mismos. Escuchamos una enseñanza de la Palabra de Dios y pensamos inmediatamente en otro que lo necesita más que uno porque en su vida hay grandes defectos. Con esta reacción casi automática pasamos por alto que la aplicación debería tocar y cambiar nuestra propia vida. Jesús hacía referencia a esta tendencia cuando enseñó que no debemos juzgar a otros. Dijo a sus oyentes: “¿Cómo puedes decirle a tu hermano:‘Déjame sacarte la astilla del ojo’ cuando ahí tienes una viga en el tuyo?¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás con claridad para sacar la astilla del ojo de tu hermano” (Mateo 7:4, 5). Él, mejor que cualquier otra persona que haya vivido, entendía nuestra fuerte resistencia al auto-examen y al cambio.

Otro factor que impide la aplicación de la Palabra de Dios a la vida de los creyentes es la acción del enemigo de nuestras almas. El apóstol Juan lo llama “el acusador” en Apocalipsis 12:10. “Porque ha sido expulsado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche delante de nuestro Dios.” Este enemigo hace lo posible para que el hijo de Dios NO haga una aplicación correcta de la Palabra a la vida. Trata de desviar su atención a otros, o trata de convencerlo de que sus pecados son insignificantes, o trata de adormecerlo espiritualmente. Usa mil artimañas para no permitir que el creyente actúe sobre la verdad. Y tristemente, cuál sea su método, el enemigo logra sus fines en múltiples ocasiones.

El niño no se escapa de esta realidad. Al contrario, los procesos de aplicación se complican aún más en la enseñanza espiritual a los niños. La vida del niño es controlada por los adultos que forman parte de su hogar. Están acostumbrados a obedecer las órdenes de alguien, sea padre, madre, maestro o pariente. Muchas veces obedecen solamente porque si no lo hacen, las cosas pueden terminar mal, como con un castigo. Es decir, para los niños los parámetros de la conducta son definidos por otros. Este factor hace aún más difícil la internalización de las enseñanzas bíblicas como vivencia personal. El niño tiende a responder a los cambios de conductas, enseñados por un adulto como aplicación de la Palabra de Dios, de la misma manera que responde a las demandas de los adultos en su vida. Lo hace porque en determinadas situaciones le conviene hacerlo, pero no necesariamente porque sus actitudes hayan sido transformadas. Se cuenta de un pequeño niño rebelde cuyo padre lo disciplinó por su mala conducta obligándolo a sentarse por un buen rato en una silla del comedor. El niño se subió a la silla, se dio vuelta y declaró furioso: “¡Por afuera estoy sentado, pero por dentro estoy parado!” Todos podemos identificarnos con su actitud. No es fácil obedecer ni llevar a la práctica la vida que Dios pide.

Sin embargo, para el niño, como también para el joven y adulto, cuando la enseñanza está basada en la Palabra de Dios hay otra realidad que se debe tomar en cuenta. Cuando Jesús volvió al cielo después de su resurrección prometió que vendría otra persona para estar presente con los creyentes: “el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que les he dicho” (Juan 14:26). En el perfecto plan de Dios para la humanidad, él toma en cuenta nuestra resistencia al cambio y provee una presencia en nosotros en la persona de su Espíritu para obrar los cambios que necesitamos. No es que nuestra resistencia habitual desparezca automáticamente por tener al Espíritu en nosotros. Más bien, es por medio del Espíritu Santo que nuestra voluntad va cambiando y los cambios se van logrando. “Dios es quien produce en nosotros tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad” (Filipenses 2:13). Es él quien obra en nosotros el arrepentimiento cuando caemos en pecado, y es él quien nos motiva a persistir en una vida de obediencia que trae honra al nombre de Dios. En la carta a los Romanos, el apóstol Pablo describe de una manera conmovedora la acción del Espíritu Santo en nosotros: “Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras” (Romanos 8:26). Gracias a Dios, nuestra respuesta en obediencia a su Palabra es posible por la obra de su Espíritu.

Siempre debemos recordar que la presencia del Espíritu Santo está obrando también en la vida del niño que se ha entregado al Señor. Es la tarea del maestro apoyar esa obra de todas las formas posibles. Para entender lo que Dios quiere de él, es necesario que el niño sea enseñado de maneras que están de acuerdo con sus capacidades de comprensión. Esto quiere decir que la persona que lo enseña debe preocuparse por entender las capacidades del niño. Él aprende muy poco cuando el medio de enseñanza son únicamente palabras. Necesita ser protagonista. La enseñanza eficaz es la que utiliza diversas actividades, desafíos, juegos y proyectos para enseñar las verdades abstractas, como son muchas de las enseñanzas bíblicas. Este tipo de enseñanza requiere una gran dedicación de parte de los maestros: sacrificios de tiempo invertido en la preparación de las actividades, de artículos confeccionados a mano, de juegos preparados con anticipación y de un sinfín de detalles que hacen que la enseñanza sea eficaz. También requiere mucha paciencia con lo que parece ser a veces la falta de atención o interés de parte de los niños. Pero en todos esos esfuerzos en el maestro está presente el Espíritu Santo para motivarlo, fortalecerlo y animarlo en su tarea. Y está presente también en los alumnos para inquietarlos hacia la obediencia.

El maestro que se esmera por aplicar correctamente las enseñanzas de la Biblia a la vida del niño se dará cuenta en seguida de lo complicada que es esa tarea. Llegará pronto a reconocer cuánto lucha el enemigo por impedirlo. En mi experiencia he encontrado que en centenares de ocasiones, cuando estoy por iniciar la actividad de aplicación que he preparado con mucho cuidado para que fuera adecuada a la comprensión de los niños, ha ocurrido alguna interrupción inesperada que corta la atención de la clase y arruina este momento tan importante. Alguien golpea la puerta, un niño se cae de su asiento, otro necesita ir al baño, una madre entra buscando a su niño, etcétera. En momentos así, el arma que utilizo es la oración silenciosa: en mi mente clamo a Dios para que me dé la capacidad de captar de nuevo la atención de los niños y lograr las actividades de aplicación. Pero nunca es fácil y el enemigo nunca descansa.

La enseñanza de la Biblia tiene una sola finalidad: lograr cambios en la vida. Los materiales que utilizamos deben incluir todas las ideas y ayudas posibles para ayudar al maestro en lograr este proceso de aplicación de las verdades a la vida. A la vez, la aplicación será adecuada únicamente cuando se toma en cuenta la capacidad limitada de concentración que tiene el niño, su necesidad de participación, su vocabulario y su comprensión cognoscitiva limitada de acuerdo con su edad. Es por esta razón que hemos tratado de incorporar estos elementos en las lecciones VIVIR LA BIBLIA, para que el maestro pueda hacer vivir la verdad bíblica en la experiencia de su alumno. Santiago pone el énfasis donde corresponde: escuchen pero luego hagan. La fe cristiana tiene la dinámica de poder cambiar la forma de vivir. Pablo dice: “cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir” (Romanos 12:2, VP).

De Constance, B. S. (2004). La formación espiritual del niño (3a edición, pp. 39–43). Buenos Aires, Argentina: Publicaciones Alianza.


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