Un cambio de naturaleza

Un cambio de naturaleza

6/1/2018 

Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (2 Corintios 5:17)

 Cuando usted recibe a Jesucristo, nace de nuevo y entra en el reino de Dios. Usted se convierte en una persona totalmente distinta. El cambio que ocurre cuando usted es salvo es más espectacular que el cambio que ocurrirá cuando usted muera porque entonces ya usted tiene una nueva naturaleza y es ciudadano del reino de Dios. La muerte simplemente lo lleva a la presencia de Dios.

En sus epístolas, el apóstol Pablo dice que, cuando Dios nos transformó, nos dio una nueva voluntad, una nueva mente, un nuevo corazón, un nuevo poder, un nuevo conocimiento, una nueva sabiduría, una nueva vida, una nueva herencia, una nueva relación, una nueva justicia, un nuevo amor, un nuevo deseo y una nueva ciudadanía. Él llamó a eso “vida nueva” (Ro. 6:4). Algunos enseñan que, cuando una persona se hace cristiana, Dios le da algo nuevo además de su vieja naturaleza pecaminosa. Pero según la Palabra de Dios, no recibimos algo nuevo. ¡Nosotros mismos nos volvemos nuevos!

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La fe que magnifica la gracia

JUNIO, 01

La fe que magnifica la gracia


Devocional por John Piper

No hago nula la gracia de Dios. (Gálatas 2:21)

Una vez cuando era pequeño y estaba en la playa, perdí el punto de apoyo en la resaca entrando al mar. Sentí como que iba a ser arrastrado al medio del océano en un instante.

Fue algo aterrador. Intenté buscar la forma de salir a flote y de orientarme. Pero no lograba que el pie hiciera contacto con el suelo y la corriente era demasiado fuerte para nadar. De todos modos no era un buen nadador.

En medio del pánico, solo pude pensar en una cosa: ¿Habrá alguien que pueda ayudarme? Pero ni siquiera podía pedir ayuda estando bajo el agua.

Cuando sentí que la mano de mi padre me tomaba por el brazo con una fuerza increíble, experimenté la sensación más maravillosa del mundo. Me rendí por completo y me dejé dominar por su fuerza. Disfruté ser levantado por él, según su voluntad. No puse resistencia.

Ni siquiera se me ocurrió tratar de mostrar que las cosas no estaban tan mal, o de añadir mi fuerza a la del brazo de mi padre. Todo lo que pensé fue: ¡Sí! ¡Te necesito! ¡Gracias! ¡Amo tu fuerza, tu iniciativa, tu forma de tomarme del brazo! ¡Eres asombroso!

En ese espíritu de rendición ante la muestra de afecto, uno no puede jactarse. A esa rendición al amor yo llamo «fe». Mi padre fue la encarnación de la gracia venidera por la que imploraba bajo el agua. Esta es la fe que magnifica la gracia.

Al meditar en cómo vivir la vida cristiana, el pensamiento preponderante debería ser: ¿cómo puedo magnificar la gracia de Dios en lugar de anularla? Pablo contesta esa pregunta en Gálatas 2:20-21: «Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. No hago nula la gracia de Dios».

¿Por qué la vida de Pablo no anulaba la gracia de Dios? Porque vivía por fe en el Hijo de Dios. La fe dirige toda nuestra atención hacia la gracia y la magnifica en lugar de anularla.

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Deuteronomio 5 | Salmo 88 | Isaías 33 | Apocalipsis 3

1 JUNIO

Deuteronomio 5 | Salmo 88 | Isaías 33 | Apocalipsis 3

Si el Señor gobierna, una de las cosas que hace es destruir a los enemigos de su pueblo. En Isaías 33, se pronuncia el primer “ay”, no contra el errante pueblo de Dios (como en 28:1; 29:1, 15; 30:1; 31:1), sino contra el “destructor”, las hordas asirias. Estas son el “traidor” (33:1), sin duda porque aceptaron el desorbitado tributo (véase la meditación de ayer) y atacaron de todas formas. Sin embargo, el traidor será traicionado (33:1). Estas palabras probablemente se refieren al hecho de que Senaquerib, tras volver a casa, murió asesinado a manos de sus propios hijos (37:38).

En esta coyuntura, el pueblo de Dios clama por su ayuda: “Señor, ten compasión de nosotros; pues en ti esperamos” (33:2), un cambio de actitud tardío, desechando la insensibilidad que pusieron de manifiesto en los capítulos 29 y 30. Después de la increíble muerte de casi doscientos mil soldados asirios en 701 a. C., los ciudadanos de Jerusalén pudieron salir de la ciudad y obtener un enorme botín del campamento enemigo (33:4; 37:36).

Una vez más, el cuadro histórico se presenta en términos que anuncian el juicio final de las “naciones” (33:3, ¡en plural!) y la bienaventuranza definitiva de Sion (33:5–6; cp. 33:17–24). La “justicia” y la “rectitud” prevalecerán (33:5). El propio Dios “será la seguridad” para esos tiempos, “dará en abundancia salvación, sabiduría y conocimiento; el temor del Señor será tu tesoro” (33:6), mostrando cómo se solapan la literatura profética del Antiguo Testamento y la sapiencial (cp. Proverbios 1:7).

El resto de Isaías 33 se extiende en estos temas. El lamento de 33:7–9 pone de manifiesto que las estrategias de los gobernantes y diplomáticos debían fracasar antes de que las autoridades se volviesen hacia el Señor desesperadas. Ese es el momento en que el Todopoderoso se levanta (33:10). Él mismo consumirá la paja. Incluso los enemigos que están “lejos” (33:13) oyen lo que él ha hecho. Si él es la clase de Dios que destruye a los pecadores, ¿no consumirá igualmente a los pecadores de Sion (33:14)? “¿Quién de nosotros puede habitar en el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros puede habitar en la hoguera eterna?” (33:14). Por esta razón, la promesa de liberación del Señor es, al mismo tiempo también, un gran llamamiento al arrepentimiento (33:15–16).

Los últimos versículos (33:17–24) ofrecen una retrospectiva, un tiempo para reflexionar sobre la destrucción de todos los que aman el mal. Semejante juicio genera una época de paz y estabilidad (33:20), pero, sobre todo, es un tiempo para centrarse completamente en Dios. “Tus ojos verán al rey en su esplendor” (33:17); “Allí el Señor nos mostrará su poder” (33:21); porque “el Señor es nuestro guía; el Señor es nuestro gobernante. El Señor es nuestro rey: ¡Él nos salvará!” (33:22).

Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, p. 152). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Se llamaba «Dolor»

Viernes 1 Junio

En mi angustia invoqué al Señor, y clamé a mi Dios. Él oyó mi voz… y mi clamor llegó delante de él, a sus oídos.

Salmo 18:6

En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, Señor, me haces vivir confiado.

Salmo 4:8

Se llamaba «Dolor»

Acababa de nacer un niño. Desgraciadamente el parto había sido difícil, con grandes sufrimientos para la madre. Esta le puso por nombre “Jabes”, que significa “dolor”, pues dijo: “lo di a luz en dolor” (1 Crónicas 4:9). Dicho nombre marcó la niñez de este hombre.

En su oración, Jabes abrió su corazón a Dios y le contó toda su preocupación: ¡“Si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo, y me libraras de mal, para que no me dañe!”. No dudó en pedir mucho, porque estaba marcado por la cuestión del sufrimiento: deseaba romper con este dolor asociado a su nombre. Puso su confianza en la bondad de Dios, quien podía liberarlo y bendecirlo. ¿Cómo le respondió Dios? “Le otorgó Dios lo que pidió” (1 Crónicas 4:10). Y la Biblia añade que “fue más ilustre que sus hermanos”.

Si nuestra infancia dejó dolorosas cicatrices, pidamos ayuda a Dios y contémosle toda nuestra tristeza. El Creador que nos formó, y que nos amó incluso antes de nuestra concepción, no nos decepcionará. Acerquémonos con fe y abrámosle nuestro corazón. Él desea liberarnos de la amargura y del resentimiento. Quiere darnos una paz que sobrepasa todo entendimiento. Jesús dijo: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37).

“Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios… guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6-7).

Levítico 13:1-28 – Romanos 8:28-39 – Salmo 66:8-15 – Proverbios 16:17-18

Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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