La nueva naturaleza

La nueva naturaleza

6/2/2018

Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. (1 Pedro 1:23)

1 Pedro 1:23

Cuando nos hacemos cristianos no se nos remodela ni se nos añade nada; somos trans­for­ma­dos. Los cristianos no tenemos dos naturalezas diferentes; tenemos una nueva naturaleza, la nueva na­tu­raleza en Cristo. La vieja muere y la nueva vive; no coexisten. Jesucristo es justo, santo y santificado, y tene­mos ese principio divino en nosotros; lo que Pedro llamó la simiente “incorruptible” (1 P. 1:23). Así que nues­tra nueva naturaleza es justa, santa y santificada porque Cristo vive en nosotros (Col. 1:27).

Efesios 4:24 nos dice que nos vistamos “del nuevo hombre”, una nueva conducta que es apropiada a nuestra nueva naturaleza. Pero para hacer eso tenemos que eliminar las normas y las prácticas de nuestra vieja vida. Por eso Pablo nos dice que hagamos morir “lo terrenal en [nosotros]: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia” (Col. 3:5).

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¿Quiénes son los hijos de Abraham?

JUNIO, 02

¿Quiénes son los hijos de Abraham?

Devocional por John Piper

En ti serán benditas todas las familias de la tierra. (Génesis 12:3)

Ustedes quienes tienen su esperanza en Cristo y lo siguen en la obediencia a la fe son descendientes de Abraham y herederos de las promesas de su pacto.

Dios le dijo a Abraham en Génesis 17:4: «En cuanto a mí, he aquí, mi pacto es contigo, y serás padre de multitud de naciones». Sin embargo, Génesis deja en claro que Abraham no fue padre de una multitud de naciones en un sentido físico o político. Por lo tanto, es probable que el significado de la promesa de Dios fuera que una multitud de naciones de alguna namera disfrutaría de las bendiciones de ser hijo aunque no tuvieran un vínculo sanguíneo con Abraham.

No hay duda de que eso es lo que Dios quiso decir en Génesis 12:3 cuando le dijo a Abraham: «En ti serán benditas todas las familias de la tierra». Desde el principio, Dios tuvo en mente que Jesucristo sería descendiente de Abraham y que todo el que creyera en Cristo se convertiría en un heredero de la promesa de Abraham.

Por eso es que Gálatas 3:29 dice: «Si sois de Cristo, entonces sois descendencia de Abraham, herederos según la promesa».

Por lo tanto, cuando Dios le dijo a Abraham 4000 años atrás: «He aquí, mi pacto es contigo, y serás padre de multitud de naciones», estaba abriendo el camino para que cualquiera de nosotros, sin importar a qué nación pertenezca, pueda convertirse en hijo de Abraham y heredero de las promesas de Dios. Todo lo que tenemos que hacer es tener la misma fe de Abraham —es decir, depositar nuestra esperanza en las promesas de Dios al punto que, si la obediencia lo requiere, podamos renunciar a nuestra posesión más preciada del mismo modo que Abraham entregó a Isaac—.

No nos volvemos herederos de las promesas de Abraham por servir a Dios sino por confiar en que Dios obra a nuestro favor: « [Abraham] se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, y estando plenamente convencido de que lo que Dios había prometido, poderoso era también para cumplirlo» (Romanos 4:20). Por eso es que Abraham pudo obedecer a Dios incluso cuando la obediencia se veía como un callejón sin salida. Confiaba en que Dios haría lo imposible.

La fe en las promesas de Dios —o como diríamos hoy en día, la fe en Cristo, quien es la confirmación de las promesas de Dios— es la forma de convertirse en un hijo de Abraham. La obediencia es la evidencia de que la fe es genuina (Génesis 22:12-19). Esa es la razón por la que Jesús dice en Juan 8:39: «Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais».

Los hijos de Abraham son las personas de todas las naciones que ponen su esperanza en Cristo y, como Abraham en el monte Moriah, por tanto no permiten que su posesión terrenal más preciada les impida obedecer.

Ustedes quienes tienen su esperanza en Cristo y lo siguen en la obediencia a la fe son descendientes de Abraham y herederos de las promesas de su pacto.

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Deuteronomio 6 | Salmo 89 | Isaías 34 | Apocalipsis 4

2 JUNIO

Deuteronomio 6 | Salmo 89 | Isaías 34 | Apocalipsis 4

Apocalipsis 4 es al capítulo 5 lo que un escenario a una obra de teatro. Es una descripción, en simbolismo apocalíptico, del salón del trono del Dios Todopoderoso; Apocalipsis 5 desarrolla una obra en ese escenario.

Juan identifica la voz que oye como la que escuchó por primera vez hablándole como una trompeta (4:1), la del Señor Jesús exaltado (1:10–16). Este lo llama a través de una puerta abierta en el cielo para que vea los elementos de la espectacular visión que se desarrolla en los versículos siguientes. Inmediatamente, el apóstol está en el “Espíritu” (4:2), quizás un trance provocado por el Espíritu o, quizás, como Pablo (2 Corintios 12:1–10), Juan no conoce realmente la naturaleza de su movimiento. Sin embargo, lo que ve está bastante claro:

(a) Juan ve la crucial importancia y la inefable majestad del Todopoderoso (4:2b–3). No permite que sus lectores olviden que, por encima de todos los tronos temporales, algunos de ellos responsables de una terrible persecución, se encuentra el trono supremo, el de Dios. Describe la brillante gloria de la luz refractándose sobre piedras preciosas, como las joyas de la corona en la torre de Londres. No se puede salir de esta visión y dibujar a Dios. Su belleza cegadora y ardiente provoca sobrecogimiento y no permite réplicas (cp. Ezequiel 1:28).

(b) Juan ve el trono divino realzado por seres celestiales espectaculares (4:4). Aunque es posible interpretar “ancianos” como los creyentes de ambos pactos, es más probable que se refiera a una orden superior de ángeles. Ellos ofrecen a Dios las oraciones de sus santos (5:8), una función angelical (8:3). Los creyentes cantan un cántico nuevo que los ancianos no pueden cantar (14:3). En las visiones de 7:9–11 y 19:1–4, estos se encuentran en círculos concéntricos entre los ángeles y los cuatro seres vivientes (el orden más elevado de seres angelicales). Un anciano interpreta frecuentemente lo que está aconteciendo (p. ej., 5:5), una función típica de los ángeles en la literatura apocalíptica. Aquí, realzan el trono y participan en la adoración.

(c) Juan ve la santa separación del Todopoderoso. Ese es el sentido de las tres viñetas en 4:5–6a. La gran tempestad recuerda al lector el Sinaí (Éxodo 19:16). El mar sirve como símbolo de todo el orden caído; esta es la razón por la que no hay más mar en el nuevo cielo y la nueva tierra (21:1). Estos fenómenos y otros relacionados mantienen a Juan distante de Dios.

(d) Juan ve los cuatro seres vivientes, descritos en términos sacados de Isaías 6 y Ezequiel 1 y 10. Son los seres angelicales más elevados. Orquestan la alabanza del Todopoderoso y reflejan su administración trascendente (4:6b–11). Sólo Dios debe recibir la adoración, porque sólo él es el Creador (4:11) y todas las demás autoridades derivan de la suya (4:10).

Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, p. 153). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.

Sábado 2 Junio

(Jesús dijo:) Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.

Mateo 11:28

Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.

1 Pedro 5:7

Dejar que el más fuerte lleve la carga

El tiempo se hace largo en mi habitación del hospital, pero desde la ventana tengo una pequeña distracción: la construcción de un nuevo edificio. Entre todas esas máquinas que trabajan, una me llama la atención de forma especial: la grúa. Cada mañana su conductor es el primero en llegar a la obra. Sube a la máquina y espera las órdenes del equipo, que pronto se pone en marcha. Hay cargas muy pesadas para mover, pero ninguno de los obreros se aventura a hacerlo, pues basta con atarlas al cable de la grúa y, por medio de un teléfono, pedir al conductor que las mueva. ¡Sería realmente absurdo tratar de levantar centenares de kilos, mientras la grúa puede hacerlo tan fácil!

Esto me hace pensar en tantos esfuerzos que hacemos tratando de levantar cargas demasiado pesadas para nosotros: las muchas preocupaciones, la búsqueda de un empleo, quizás una mala conciencia, el vacío de nuestro corazón, la necesidad de ser amado, una ofensa que no podemos perdonar… ¡Cuántas cargas, preocupaciones y angustias, que apenas podemos levantar!

Jesús está dispuesto a llevar en nuestro lugar todas estas cosas que nos oprimen. Encomendémosle todas esas cargas mediante la oración y pidámosle que se ocupe de ellas.

Querido lector, ¡no se agote tratando de llevar solo aquello que Dios quiere llevar con usted, o incluso en su lugar! ¡Vaya a él y háblele! Él le ama y quiere su bien. ¡El Señor Jesús quiere ser su Salvador, su apoyo cada día, su consejero, su guía!

Levítico 13:29-59 – Romanos 9 – Salmo 66:16-20 – Proverbios 16:19-20

Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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