La Cosmovisión de los Libros Sapienciales Por Paul M. Henebury
Los libros sapienciales nos proporcionan una gran cantidad de información útil para ayudarnos a vivir sabiamente y piadosamente en medio de nuestra época de incertidumbre. He aquí una breve intento de construir una cosmovisión orientada a la perspectiva de estos libros.
Fundamento para el Pensamiento.
A lo largo de estos tres libros (pero sobre todo en Proverbios) debe verse una clara oposición entre el pensamiento centrado en Dios (teísta), y el pensamiento centrado en el hombre (Anti-teísta). El “Temor del Señor» (Prov. 1:7; Job 28:28) se dice que es el principio del conocimiento, y que despreciarlo es desechar la sabiduría y la enseñanza. Por otra parte, conocer a Dios en Su santidad es encontrar la comprensión (Prov. 9:10). Estas cosas – el temor del Señor y el conocimiento de lo santo – deben estar en su lugar antes de que el oído esté realmente abierto a la sabiduría (Prov 1: 2-5.). Continuar sin tal comprensión ( Eccles. 12:13) es gastar la misma vida en la vanidad y el vacío (Ecl 2:11, 22-24; 6: 7-8.). Por lo tanto, el punto de partida de un punto de vista bíblico del mundo y de la vida es el temor de Dios (Eccles 7:18). Sin eso, es imposible comprender el mundo de verdad (Prov. 28: 5).
Creación y Providencia.
Lo primero que hay que saber después del temor de Dios son las obras de Dios en la Creación y la Providencia. El hombre no es un accidente cósmico y no se sostiene por fuerzas impersonales naturalistas. Él existe en este mundo, porque él y el mundo fueron creados el uno al otro.Los cielos y la tierra fueron hechos por Dios (Job 9: 8; 26:13; 38: 7) y así fue también el hombre (Job 33: 4-6; Eccles. 12: 1; 7:29). De hecho, parte de la lección aprendida por Job fue sobre la notable aptitud de las criaturas a su entorno (Job 39:1-8, 27-30).
Además de la doctrina de la creación, también se nos dice sobre la Providencia sustentadora de Dios y su Gobierno continuo sobre lo que Él ha hecho. Es el Señor que preserva a los hombres (Job 34:14), a veces para la perplejidad de algunos (Ecles 6:8-12; 7:15; Job 12:6). Pero Dios guarda Su propio consejo (Job 40:2, 8;33:13). Nosotros hemos de confiar en El (Job 13:15; Proverbios 3: 5-6; 16:3, 20; Ecles 12:13.), y no cuestionar Sus formas (Ecles. 8: 4; Prov. 3:7).
Se nos dice que hay un tiempo para todo (Eccles 3:1 ss.), Y no podemos saber lo que va a ocurrir en el futuro (Ecles. 8: 6-7). Debemos ver que las cosas pertenecen a Dios (Job 41:11), y que El preserva y gobierna este mundo con infinita sabiduría (Prov. 8:14 ss; Eccles 11:5).
La Difícil Situación del Hombre.
Para empezar a dar sentido a nuestro mundo, es imperativo tomar la caída con seriedad. El hombre nace para la aflicción (Job 5: 7). Él se ha apartado del camino recto (Pr 2:13, 15; 4:14-15, 19; Ecles 7:29). De hecho, hay una manera que parece correcto a él, pero su fin es muerte (Prov. 14:12; 16:25).
El problema con el hombre es su rebelión orgullosa contra su Creador (Prov. 1:29-30). Él es recto delante de sus ojos (Pr 12:15; 16: 2.), confía en sí mismo (Pr 28:26.), mientras se mofa del pecado (Pr 14: 9.). Todos los hombres son pecadores (Ecl 7:20; 8:11; Job 15:16). Son difíciles de soportar (perversos en sus razonamientos-Prov. 21: 8; 3:32; 6:12), y necios (Prov 10,23; 5:14b; 18:6-7; 27:22). Esto significa que no pueden interpretar el mundo de Dios sabiamente. En otras palabras, la visión de la vida de un pecador está en contradicción con el propósito de Dios para nosotros. Todo esto significa que, por mas que lo intente, el hombre caído no puede encontrar un sentido sin Dios (Pr 17:24; Ecles 1:14; 2:1-11).
Juicio.
No hay duda de que los hombres son culpables (Job 4:17; 9:28; Ecles. 9: 3). Los pecados del hombre le encuentran (Job 4:8; 13:26; Prov. 11: 5-6, 27: 22: 8). Esto significa la posibilidad de que el juicio está delante de cada hombre (Ecl 3:17; 11: 9;12:14; Prov 24:12; 20:26.). No hay ningún punto de protesta contra Dios. Él es totalmente justo (Job 37:23; 8: 3). Este conocimiento debe provocar a los hombres a apartarse del mal (Prov. 16: 6), porque el justo será aprobado (Job. 17: 9; Prov 4:18; 11:31). La voz de la sabiduría nos hace un llamado a abandonar nuestra necedad y vivir (Prov. 9:6). Dios es un Redentor, así como un juez (Job 19:25; 13:16). Es sabio, entonces, a reconciliarse con El (Job 22:21).
En resumen, hemos demostrado que una perspectiva apropiada sobre el mundo debe incluir varias facetas que no están asociados con el pensamiento de la persona sin Dios, empezando por el temor de Dios mismo. A continuación tenemos que ver el mundo como creado y sostenido por Dios. Una verdadera comprensión de nosotros mismos debe tener en cuenta la caída y la rebelión del hombre y los efectos del pecado noéticos cuya observancia haga ser necio el razonamiento autónomo del hombre natural. Sin embargo, los hombres sienten la venida del juicio de Dios sobre ellos (Job 15:21; 18:14). Debemos reconocer todas estas cosas y tratar de vivir nuestras vidas en referencia a ellos (Prov. 4:23).
¿Cómo entonces debemos vivir?
En el octavo capítulo de Eclesiastés, nos encontramos con un gran pasaje sobre el cual comenzar a construir una visión práctica del mundo y de la vida. Vamos a describir brevemente algunos de sus elementos. Si permitimos que el «rey» en estos versículos (ver vv. 2-4) sea el Señor, se nos recuerda en contra de destituirnos tontamente de Su presencia, y si lo hacemos, no permaneceremos “en lo impío,” porque Dios hará lo que él quiere (v. 3). Además, “salir de Su presencia” es dejar el lugar de poder (v. 4). De ello se desprende que, “guardar el mandato” es asegurar la paz (vv. 2, 5), y conocer el tiempo y el juicio de Dios cuando venga (v. 6). Y si se demora y tenemos la tentación de ser abatidos (v. 8), podemos levantarnos nosotros mismos, confiando en la providencia de Dios (v. 7).
Además de lo anterior, se debe prestar atención a la voz de la sabiduría en el resto de los libros. Proverbios, por ejemplo, prescribe muchas medidas para mantenerse al margen de las trampas de los malvados (Proverbios 1:10; 4:. 14-15; 23-27; 6: 20-35; 8: 33-36; 11: 2- 4, etc.). Encontramos lo mismo en Job (5:3; 8:20; 23:12). Debemos entender que llenar nuestras vidas con alegrías mundanas no puede callar la profunda resaca de la tristeza y el descontento que ese estilo de vida produce (Prov. 24:13).
Sabiduría para el Corazón comenzó en 2007 como una extensión del ministerio de enseñanza de Stephen Davey a su congregación, la Iglesia Bautista Colonial, ubicada en Carolina del Norte, EEUU. Desde entonces, el ministerio ha crecido, y hoy por hoy es un ministerio internacional, transmitido a través de todo el mundo vía radio e internet en seis idiomas: Inglés, Español, Portugués, Árabe, Chino Mandarín, y Swahili.
Sabiduría para el Corazón es el ministerio internacional de enseñanza bíblica del Pastor Stephen Davey, traducido y adaptado al español por Daniel Kukin.
Por la gracia de Dios esperamos proveer contenido bíblico y confiable en más idiomas y alcanzar al mundo con el mensaje de la Palabra de Dios.
La doctrina de la santificación definida confesionalmente
Por Guy Prentiss Waters
Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La doctrina de la justificación.
Es correcto pensar que la Reforma Protestante fue el rescate de la doctrina bíblica de la justificación por la fe sola. Pero la Reforma también rescató la doctrina bíblica de la santificación. Reconoció que solo se puede tener claridad sobre la justificación si se tiene claridad sobre la santificación. En sus confesiones, la tradición reformada nos ha dejado un testimonio especialmente rico sobre la doctrina de la santificación. Podemos ver ese testimonio a lo largo de siete puntos principales.
Primero, la santificación es obra de la gracia de Dios. La santificación no es la obra de un ser humano por sí solo. Es la obra continua de Dios en y a través de un ser humano. Esta obra comienza con el llamamiento eficaz y la regeneración, cuando Dios crea «un nuevo corazón» y «un nuevo espíritu» en una persona (Confesión de Fe de Westminster 13.1). En el comienzo de la vida cristiana, Dios pone en el corazón «las semillas del arrepentimiento para vida y todas las demás gracias salvadoras», gracias que son «estimuladas, aumentadas y fortalecidas» para el resto de la vida de esa persona (Catecismo Mayor de Westminster 75). Por estas razones, la santificación nunca obtiene mérito personal delante de Dios. Es una «obra de la libre gracia de Dios» (Catecismo Menor de Westminster 35).
En segundo lugar, la santificación comienza con un cambio de señorío. La santificación no consiste en que Dios haga refinamientos cosméticos en la vida de una persona. La santificación comienza, más bien, con la obra de Dios de trasladar una persona del reino del pecado al reino de la gracia. En Adán, estamos en esclavitud bajo el pecado (CFW 9.4). Muertos en delitos y pecados, hemos «perdido totalmente toda capacidad para querer algún bien espiritual que acompañe a la salvación» (CFW 9.3). Tampoco podemos convertirnos a nosotros mismos o prepararnos para la conversión (CFW 9.3). Pero en Cristo, Dios nos pone de manera salvadora, invencible e irreversible bajo el reino de la gracia (CFW 9.4; Catecismo de Heidelberg 43). De manera voluntaria y gozosa sometemos todo nuestro ser —cuerpo y alma— a Jesucristo, nuestro Señor (Sal 110:3). Por estas razones, el apóstol Pablo exhorta a los creyentes una y otra vez a vivir de forma que refleje el señorío presente de Jesucristo sobre la totalidad de nuestras vidas (p. ej. Rom 6:1-7).
En tercer lugar, el poder en la santificación es el del Espíritu Santo, quien aplica la obra de Cristo a nuestras vidas. La santificación es, especialmente, la obra de Dios el Espíritu (2 Tes 2:13). El título del Espíritu, «Espíritu Santo», está directamente relacionado con Su compromiso de hacernos cada vez más santos (ver 1 Tes 4:7-8). En particular, el Espíritu mora en nosotros (CFW 13.1) y nos aplica la muerte y resurrección de Cristo (Catecismo Menor de Westminster 75). Por lo tanto, somos capaces de hacer morir el pecado (Rom 8:13) y de andar en la «novedad» de la «vida» de resurrección (6:4). La santificación, entonces, tiene dos dimensiones inseparables pero distinguibles. Por un lado está la mortificación: el debilitamiento y la muerte gradual y continua del pecado. Y por otro lado, la vivificación: un avivamiento del creyente en la gracia «para la práctica de la verdadera santidad» (CFW 13.1). Podríamos pensar en la santificación en términos negativos («no hagas»), y deberíamos hacerlo. Pero la santificación también es positiva («haz»). Al dejar el pecado, al mismo tiempo buscamos la justicia.
En cuarto lugar, la meta de Dios en la santificación es que seamos renovados conforme a la imagen de Dios en Cristo. Dios está renovando a cada uno de Sus hijos «en la totalidad de su ser según la imagen de Dios» (Catecismo Mayor de Westminster 75). Pablo nos dice que en la santificación estamos siendo renovados «conforme a la imagen de aquel que [nos] creó» (Col 3:10; cp. Ef 4:24). De manera particular, cada hijo de Dios está siendo conformado a la imagen de nuestro hermano mayor, Jesucristo (CH 86). La santificación, dice Pablo a los filipenses, es el proceso de conformación a Cristo (Flp 3:10). Al «contemplar la gloria del Señor» en las Escrituras, «estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria», y esto por el poder del Espíritu Santo (2 Co 3:18). La santificación también nos recuerda que Dios está formando una familia de pecadores redimidos. Cada miembro de la familia está siendo hecho para llevar la semejanza del Hijo amado de nuestro Padre celestial. Por eso, Pablo dice a los corintios: «Sed imitadores de mí, como también yo lo soy de Cristo» (1 Co 11:1). Al parecernos cada vez más a Cristo, ayudamos a nuestros hermanos y hermanas a ver con más claridad lo que Dios quiere que también ellos sean.
En quinto lugar, Dios nos ha llamado a participar en nuestra santificación. Aquí podemos apreciar la forma en que la tradición reformada ha captado el equilibrio de la enseñanza de las Escrituras. La santificación es obra de la gracia de Dios. Pero eso no significa que seamos pasivos en la santificación. Por el contrario, la gracia de Dios nos compromete en una actividad enérgica. Como dice Pablo a los filipenses: «ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, para su beneplácito» (Flp 2:12-13). Precisamente porque Dios trabaja en nosotros, podemos y debemos trabajar en nuestra salvación. La gracia de Dios nos capacita para vivir una vida piadosa (ver Tit 2:11-12). ¿Cómo, entonces, participamos en nuestra santificación? Podemos responder a esta pregunta en dos vertientes. En primer lugar, tanto la fe como el arrepentimiento son dones de Dios para el pecador (ver Hch 5:31; 11:18; Ef 2:8, Flp 1:29), y tenemos la responsabilidad de ejercer estos dones. Dios no cree ni se arrepiente por nosotros. Por la gracia de Dios, nosotros creemos y nosotros nos arrepentimos. En segundo lugar, Dios ha designado ciertos medios por los que se complace en llevar a una persona a la fe (el ministerio de la Palabra) y aumentar y fortalecer esa fe (el ministerio de la Palabra; la administración de los sacramentos; la oración) (CFW 14.1). Si descuidamos estos medios, no podemos esperar crecer en santificación. Si usamos estos medios con diligencia, sí podemos esperar que Dios nos dé el crecimiento en la gracia que deseamos y necesitamos.
En sexto lugar, la Biblia nos informa sobre un patrón particular para la santificación del creyente. Todo creyente debe perseguir las buenas obras que la Biblia requiere de nosotros. Estas buenas obras se llevan a cabo en obediencia a la ley moral de Dios (ver CFW 16.1; CH 115). Las buenas obras son importantes por muchas razones en la vida cristiana, sobre todo para servir como «frutos y evidencias de una fe viva y verdadera» y para «fortalecer [nuestra] seguridad» (CFW 16.2; cp. Confesión Belga 24). Nuestra obediencia a Dios es tanto un deber como un placer. Obedecemos la ley de Dios tanto porque tenemos que hacerlo como porque queremos hacerlo. La vida de santificación es también una lucha continua contra nuestros enemigos: el mundo, la carne y el diablo (CFW 13.2; ver Rom 7:14-25; Gal 5:17). Esta batalla tendrá sus contratiempos y decepciones, pero luchamos a la luz de la victoria que Cristo ya ha ganado en nuestro favor sobre el pecado y la muerte (ver 1 Jn 3:9; 4:4; 5:4-5). Y debido al compromiso de Dios de terminar lo que empieza, sabemos que Dios completará el proyecto de santificación que ha comenzado en nuestras vidas (Flp 1:6; cp. Cánones de Dort V.13, CFW 13.3).
En séptimo lugar, debemos preguntarnos en qué se diferencian la justificación y la santificación. Ambas gracias son posesión del creyente. No hay ningún creyente justificado que no esté siendo santificado. Pero estas gracias son distintas entre sí al menos en cuatro aspectos (ver Catecismo Mayor de Westminster 77). En primer lugar, la justificación es un acto de la gracia de Dios, mientras que la santificación es una obra de la gracia de Dios (cp. Catecismo Mayor de Westminster 71 y 75). Es decir, la justificación es una declaración legal única y definitiva en el tribunal de Dios por medio de la cual somos «contados como justos». Dios pronuncia este veredicto en el momento en que una persona llega a la fe en Cristo. La santificación es una obra continua y progresiva de Dios en la vida de un creyente. En segundo lugar, la justificación al presente es perfecta, mientras que la santificación al presente es imperfecta pero «los hace crecer [a los creyentes] hacia la perfección» (Catecismo Mayor de Westminster 77). No puedes ser más justificado de lo que eres actualmente. Pero sí puedes y serás más santificado, y un día serás perfectamente santificado. En tercer lugar, la justificación se ocupa de la culpa del pecado, mientras que la santificación se ocupa del dominio y la presencia del pecado. En la justificación, Dios perdona nuestros pecados. En la santificación, Dios nos rescata de una vez por todas de la esclavitud del pecado y, gradualmente, elimina la presencia y la influencia del pecado de nuestra forma de pensar, nuestras elecciones, nuestras prioridades y nuestro comportamiento. En cuarto lugar, en la justificación, Dios «imputa la justicia de Cristo»; en la santificación, Dios, por medio de Su Espíritu, «infunde la gracia y capacita para ejercerla» (Catecismo Mayor de Westminster 77). En la justificación, la justicia de Cristo es imputada o contada al creyente en la corte de Dios y recibida por medio de la fe sola. Esta justicia imputada es la única base de nuestra justificación. En la santificación, Dios infunde la gracia de manera que nos volvemos interiormente más y más justos en nuestras vidas.
Las confesiones reformadas pretenden ayudar a los cristianos a entender la enseñanza de la Biblia de forma clara y completa. Su objetivo, como hemos visto, es ayudarnos a vivir para gloria y alabanza de Dios. La verdad es siempre conforme a la piedad (Tit 1:1). Si hemos puesto nuestra fe en Jesucristo, estamos perfecta e inmutablemente justificados. En amor, gratitud y obediencia a nuestro gran Dios trino, no aspiremos a algo menos que a lo que un día seremos: ser conformados a la imagen de Jesucristo.
Publicado originalmente en Tabletalk Magazine. Guy Prentiss Waters
El Dr. Guy Prentiss Waters es el profesor James M. Baird, Jr. del Nuevo Testamento en el Reformed Theological Seminary in Jackson, Miss., con un interés particular en las cartas y la teología de Pablo, el uso de las Escrituras en el Nuevo Testamento y los Evangelios sinópticos.
MEDITACIÓN DIARIA Un fundamento sólido En un mundo agitado, ¿dónde se puede encontrar estabilidad?
17 de mayo de 2022
Salmo 62
En un mundo agitado, ¿dónde se puede encontrar estabilidad? No podemos contar con los líderes políticos, las instituciones financieras, los proveedores de salud o cualquier otra institución humana para mantenernos seguros y protegidos. Solo hay un fundamento seguro, y ese es el Señor, nuestro Dios.
David, quien escribió el salmo de hoy, enfrentó muchos peligros y pruebas a lo largo de su vida. Pero sabía que con Dios como su fortaleza, no sería sacudido seriamente por los acontecimientos terrenales; lo cual también es cierto para cualquiera que conozca a Jesucristo como Señor y Salvador. Él se caracteriza por el amor, la justicia y la fidelidad en sus interacciones con nosotros. Podemos tener una gran confianza porque nuestro Dios es autoexistente e inmutable. Él sabe todas las cosas, tiene todo el poder y está presente en todas partes.
¿Está su fe basada en estas verdades? ¿Cree de corazón que puede confiar en Dios cuando se trata de usted?
¿Puede confiar en que Él le ama durante los momentos difíciles, cuando todavía está esperando que las oraciones sean respondidas? ¿Acepta que la manera en que le dirige se basa en su conocimiento y amor ilimitados por usted, incluso cuando no entiende o no le agrada lo que haya decidido para usted? Esto es lo que constituye un fundamento sólido de fe.
Martes 17 Mayo Cambia la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas. Luego se alegran, porque se apaciguaron; y así los guía al puerto que deseaban. Alaben la misericordia del Señor, y sus maravillas para con los hijos de los hombres. Salmo 107:29-31 Para no naufragar Un velero solo puede avanzar si la vela está desplegada. Pero si no lo está, no por ello el viento deja de soplar. La fe es como la vela que el hombre tiene que desplegar para recibir el soplo de la gracia de Dios.
Para un navío es normal estar en el agua, pero está en peligro y naufraga si el agua penetra y poco a poco lo llena. Del mismo modo, para el cristiano es normal estar en el mundo, pero si el mundo entra en él y toma posesión de su corazón, su vida espiritual está en peligro.
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Es imposible vivir sin agua. Pero el que es hundido por el agua, pierde la vida por falta de oxígeno. Así, es necesario echar mano de los recursos útiles para vivir en este mundo. Aunque el mundo es el lugar donde Dios nos colocó, no es para que nos ahoguemos en él, para que nos instalemos en él, o para que nos volvamos esclavos de los placeres que nos ofrece. Todo lo contrario, el cristiano es como una roca que emerge del agua, que está en pie gracias a la fe y a la oración, que es la respiración del alma.
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Un barco sin timón o sin brújula, tarde o temprano terminará encallado en algún lugar. La brújula nos indica el camino, y el timón permite seguir esa trayectoria. La Palabra de Dios fija el rumbo del cristiano, y el Espíritu Santo lo dirige en medio de las olas y las corrientes