67-Evangelización no requiere la expulsión previa de demonios en territorios a evangelizarse

Ministerios Integridad & Sabiduría

Tesis # 67

Evangelización no requiere la expulsión previa de demonios en territorios a evangelizarse

95 Tesis para la iglesia evangélica de hoy

Miguel Núñez

Es miembro del concilio de Coalición por el Evangelio. Es el pastor de predicación y visión de la Iglesia Bautista Internacional, y presidente de Ministerios Integridad y Sabiduría. El Dr. Núñez y su ministerio es responsable de las conferencias Por Su Causa, que procuran atraer a los latinoamericanos a las verdades del cristianismo histórico. Puede encontrarlo en Twitter.

Una producción de Ministerios Integridad & Sabiduría

19-La creación

Hombre Reformado

Serie: Grandes Doctrinas De La Biblia

LAS OBRAS Y LOS DECRETOS DE DIOS

19-La creación

Todo lo que existe en el tiempo y el espacio tuvo un principio. Yo tuve un principio; todos tuvimos un principio. La casa en que vivimos ha tenido un principio. La ropa que vestimos ha tenido un principio. Hubo un tiempo en que nuestras casas, nuestra ropa, nuestros automóviles, nuestras lavadoras, y nosotros mismos, no existíamos. No eran, no existían. Nada puede resultar más obvio que esto.

Como estamos rodeados por cosas y personas que obviamente tuvieron un principio, nos vemos tentados a saltar a la conclusión de que todo tuvo un principio. Esta conclusión, sin embargo, podría ser un salto fatal al abismo de lo absurdo. Sería fatal para la religión. También sería fatal para la ciencia y la razón. ¿Por qué? ¿No dije en un comienzo que todo lo que existe en el tiempo y el espacio tuvo un principio? ¿No es acaso lo mismo que decir que todo tuvo un principio? De ningún modo. Resulta simplemente imposible lógica y científicamente que todo haya tenido un principio. ¿Por qué? Si todo lo que existe tuvo un principio, entonces debe haber habido un tiempo cuando nada existía.

Detengámonos un instante para reflexionar. Intentemos imaginarnos que nada existe. Absolutamente nada. No podemos ni siquiera concebir la nada absoluta. El concepto en sí mismo es la negación de algo. Sin embargo, si dicho tiempo cuando nada existía fue, ¿qué habría ahora? Exactamente. ¡Nada! Si no había nada, entonces la lógica me obliga a deducir que siempre habrá nada. Ni siquiera es posible hablar de un «siempre» en que nada hubo.

¿Cómo podemos tener tanta certidumbre, en realidad, la más absoluta de las certezas, de que si no había nada entonces no habría nada ahora? La respuesta es sorprendentemente sencilla, a pesar de que hasta las personas muy inteligentes se tropiezan con este hecho tan obvio. La respuesta es sencillamente que no se puede extraer algo a partir de la nada. Una ley absoluta de la ciencia y de la lógica es ex nihilo nihil fit (de la nada, nada surge). La nada no puede producir nada. La nada no puede reír, cantar, llorar, trabajar, bailar o respirar. Y de ningún modo puede crear. La nada no puede hacer nada porque nada es. No existe. No tiene absolutamente ningún poder porque no es.

Para que algo surgiera de la nada tendría que poseer el poder de la autocreación. Debería ser capaz de crearse a sí mismo, de traerse a la existencia. Pero esto es a todas luces un absurdo. Para que algo se cree o se produzca a sí mismo es necesario que sea antes de ser. Pero si algo ya es, no tiene necesidad de ser creado. Para crearse a sí mismo, algo debería ser y no ser, debería existir y no existir, al mismo tiempo y en el mismo sentido. Esto es una contradicción. Violala más fundamental de todas las leyes científicas y racionales, la ley de la no contradicción.

Si es que sabemos algo, sabemos que si hoy algo existe, entonces, de algún modo, y en algún lugar, debe haber habido algo que no tuvo un principio. Soy conciente de que pensadores brillantes como Bertrand Russell, en su famoso debate con Frederick Copelston, argumentó que el universo presente es el resultado de una «serie infinita de causas finitas». Postula una serie infinita, desarrollándose hacia la eternidad pasada, de cosas causadas causando otras por siempre. Lo que esta idea hace es simplemente replantear el problema de la autocreación hacia el infinito. Es un concepto fundamentalmente tonto. El hecho de que haya sido propuesto por personas inteligentes no lo hace menos tonto. Es peor que una tontería. Las tonterías pueden ser reales. Pero este concepto es lógicamente imposible.

Russell puede negar la ley de que nada surge de la nada, pero no puede refutarla sin cometer un suicidio mental. Sabemos (con certidumbre lógica) que si algo existe ahora, entonces debe haber algo que no tuvo un principio. La cuestión ahora se convierte en saber qué o quién.

Hay muchos académicos que creen que la respuesta al qué la hallamos en el universo mismo. Argumentan (como en el caso de Carl Sagan) que no hay necesidad de buscar más allá del universo para encontrar algo que no tenga un principio a partir del cual todo proviene. En otras palabras, no es necesario suponer que exista algo semejante a «Dios» que trascienda el universo. El universo, o alguna cosa dentro del universo, puede cumplir esta función perfectamente.

Hay un error muy sutil en este escenario. Tiene que ver con el significado del término trascendente. En filosofía y en teología la idea de trascendencia significa que Dios está «sobre y más allá» del universo en el sentido de que Dios es un ser de orden superior a los otros seres. Solemos referimos a Dios como el Ser supremo.

¿Qué es lo que convierte al Ser supremo en algo distinto de los seres humanos? Notemos que ambos conceptos tienen algo en común, la palabra ser. Cuando decimos que Dios es el Ser supremo, estamos diciendo que es un tipo de ser distinto a los seres ordinarios. ¿En que consiste precisamente esta diferencia? Lo llamamos supremo porque no tiene principio. Él es supremo porque todos los demás seres le deben su existencia a Él, mientras que Él no le debe su existencia a nadie. Él es el Creador eterno. Todo lo demás es la obra de su creación.

Cuando Carl Sagan y otros dicen que dentro del universo, y no por encima o más allá del universo, hay algo que no ha sido creado, simplemente están haciendo uso de sofismas para hablar sobre la morada del Creador. Están diciendo que lo que no fue creado vive aquí (dentro del universo), y no «allá afuera» (por encima o trascendiendo el universo). Pero esto todavía requiere la existencia de un Ser supremo. La parte misteriosa, a partir de la cual provienen todas las cosas creadas, todavía estará más allá y por encima de cualquier otra cosa de la creación en términos de ser. En otras palabras, todavía se requiere la existencia de un Ser trascendente.

Cuanto más indagamos sobre este «Creador dentro-del-universo», más se asemeja a Dios. No ha sido creado. Crea todo lo demás. Tiene el poder intrínseco de ser.

Lo que resulta tan claro como el agua es que si algo ahora existe, entonces debe haber un Ser supremo que lo hizo existir. La primera afirmación de la Biblia es «En el principio creó Dios los cielos y la tierra». Este texto es fundacional para todo el pensamiento cristiano. No se trata solamente de una afirmación religiosa sino que es un concepto racionalmente necesario.

Resumen

l. Todo lo que existe en el tiempo y el espacio tuvo un principio.

  1. De la nada no puede surgir algo. La nada, nada puede hacer.
  2. Si no había nada, entonces ahora habría nada.
  3. Ahora existe algo; por lo tanto, debe existir algo que no tuvo un principio.
  4. Las cosas no se pueden crear a sí mismas porque esto implicaría que fueran antes de ser.
  5. Si alguna «parte» del universo no ha sido creada, entonces esta «parte» es superior o trascendente a las partes que han tenido un principio.
  6. Un ser que no ha sido creado es supremo (es un ser de un orden superior a los seres creados), independientemente de dónde esté su morada.
  7. La trascendencia se refiere a un nivel de existencia, no a la geografía.

Pasajes bíblicos para la reflexión

Gen. 1

Ps. 33:1-9

Ps. 104:24-26

Jer. 10:1-16

Heb. 11:3

La pregunta fundamental

Ministerios Ligonier

La pregunta fundamental

Serie:  La doctrina de la justificación

Por W. Robert Godfrey

Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La doctrina de la justificación.

Y así como está decretado que los hombres mueran una sola vez, y después de esto, el juicio (Heb 9:27).

Estas impactantes palabras de la carta a los hebreos son casi incidentales a su enseñanza sobre la obra de Cristo, pero deberían alentar al hombre moderno a una reflexión minuciosa. Hoy en día se cuestiona cada parte de esa declaración, aunque los cristianos y la mayoría de los paganos del mundo antiguo la veían como algo evidente. Hoy muchos dudan que algo suceda después de la muerte y más aún de un juicio venidero. Algunos incluso dudan de la realidad de la muerte, llamándola una ilusión. Algunos ciertamente rechazan la existencia del Dios que establece un tiempo para morir, juzga a los muertos o que tiene un estándar moral por el cual juzgarlos.

Sin embargo, para los cristianos, la realidad de Dios, de la muerte y del juicio es una convicción firme. Así que, debemos preguntarnos a nosotros mismos y a los demás: ¿cómo seremos juzgados? Sabemos que el estándar moral por el cual el Dios santo nos evaluará es Su propia ley perfecta. También sabemos por nuestras propias conciencias y por la ley de Dios que como pecadores no podemos permanecer a la luz de la santidad de Dios. La respuesta adecuada a esta situación es decir con Isaías: «¡Ay de mí! Porque perdido estoy, porque soy hombre de labios inmundos… porque han visto mis ojos al Rey, el SEÑOR de los ejércitos» (Is 6:5).

Como pecadores, no podremos sostenernos en el juicio por nuestra propia justicia así como un leproso no puede sanar su propia lepra. ¿Quién limpiará, quién salvará, quién tomará nuestro lugar en el juicio? La respuesta a esta pregunta se encuentra en la doctrina cristiana de la justificación, la doctrina de la reconciliación con Dios. Pablo explica esta doctrina de manera más completa en su carta a los romanos, pero se enseña de varias maneras a lo largo de la Biblia. Así como Pablo usa imágenes de la sala de un tribunal para explicar la justificación, Hebreos usa imágenes del templo. Al tratar el sacerdocio de Jesús, Hebreos muestra cómo los pecadores se podrán sostener en el juicio: «Una sola vez en la consumación de los siglos, [Jesús] se ha manifestado para destruir el pecado por el sacrificio de sí mismo» (9:26).

¿Los pecados de quién destruyó Cristo? Obviamente no fueron los Suyos. Hebreos declara repetidamente que Él no tuvo pecado. Él «ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado» (4:15).

Porque convenía que tuviéramos tal Sumo Sacerdote: santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores y exaltado más allá de los cielos, que no necesita, como aquellos sumos sacerdotes, ofrecer sacrificios diariamente, primero por sus propios pecados… ¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios? (7:26-27; 9:14).

John Murray resume de manera deslumbrante la pureza perfecta de Cristo: Cristo tiene «una justicia en la cual la omnisciencia no puede hallar mancha, ni la santidad perfecta halla falta».

Entonces, ¿murió Cristo por todos los pecados de todas las personas? Nuevamente, la respuesta es no. Hebreos 9:28 declara claramente: «Cristo, habiendo sido ofrecido una vez para llevar los pecados de muchos, aparecerá por segunda vez». Aquí hay claramente un eco de la gran profecía mesiánica: «llevando Él el pecado de muchos» (Is 53:12). Jesús no murió por los pecados de todos, Él murió por los pecados de Su pueblo: «Por tanto, tenía que ser hecho semejante a sus hermanos en todo, a fin de que llegara a ser un misericordioso y fiel sumo sacerdote en las cosas que a Dios atañen, para hacer propiciación por los pecados del pueblo» (Heb 2:17). Su sacrificio erradicó la ira de Dios hacia los pecados de Su pueblo.

La perfección de este sacrificio de Cristo se vuelve perfectamente nuestra: «Porque por una ofrenda Él ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados» (Heb 10:14; ver también 7:11, 28). Aunque Hebreos no examina explícitamente la doctrina de la imputación plena de la justicia de Cristo como lo hace Pablo, su enseñanza sobre nuestra perfección en Cristo la enseña implícitamente. ¿Qué perfección poseemos ahora? No la perfección de la santificación completa ni la glorificación completa, sino la perfección de la justicia perfecta acreditada a nosotros por la misericordia de Cristo. Es en este sentido que Hebreos también describe a los cristianos como purificados: «¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, purificará vuestra conciencia de obras muertas para servir al Dios vivo?» (9:14) y «Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, teniendo nuestro corazón purificado de mala conciencia» (10:22). Esta pureza se presenta como completa y definitiva: «Y según la ley, casi todo es purificado con sangre, y sin derramamiento de sangre no hay perdón» (9:22). La sangre de Jesús, que trae el perdón total de los pecados, ha purificado a Su pueblo. Nuevamente, por implicación vemos aquí la imputación de la justicia pura de Cristo.

El pueblo de Dios recibe los beneficios de la obra perfecta de Cristo como un regalo de Dios, es decir, por gracia. Una forma en que podemos ver esto aquí en Hebreos es en la cita de Jeremías 31 sobre el nuevo pacto que aparece como un paréntesis en la discusión de la obra de Jesús como Sumo Sacerdote. Si bien Jeremías 31 se enfoca mayormente en el cumplimiento de la redención a través del sacrificio de Cristo, el verso 33 —también citado en Hebreos 8:10 y 10:16— declara que la aplicación de la redención es obra de la gracia de Dios: «Pondré mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré». Las promesas de que Dios obrará para aplicarnos la redención son las mejores promesas, las que están más llenas de gracia y sobre las cuales se basa el nuevo pacto en Cristo (Heb 8:6).

Este don se recibe por medio de la fe. Una vez más, Hebreos no expresa la verdad de «la fe sola» en términos paulinos, sino que la explica en sus propias palabras. Aquellos que han recibido la bendición de tener sus pecados perdonados, en fe «ansiosamente le esperan» a que regrese (9:28). Su «confianza» es fruto de la fe (10:19), como también lo es su «plena certidumbre de fe» (v. 22). Viven su fe, por la que recibieron la misericordia de Cristo.

El efecto de las verdades de Cristo solo, la gracia sola y la fe sola es que llenan de confianza a los cristianos. El llamado a la confianza en Hebreos es recurrente y fuerte (p. ej., 4:16; 10:19; 11:1; 12:1-3, 22-24). Sin embargo, bien podríamos preguntarnos si el mismo Hebreos no fomenta cierta incertidumbre. A veces, Hebreos parece promover la ansiedad y la incertidumbre en la vida cristiana. Por ejemplo: «Porque si continuamos pecando deliberadamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio alguno por los pecados» (10:26). Pero esta es una advertencia contra cualquier descuido o indiferencia al vivir la vida cristiana. Esta advertencia es realmente una exhortación hacia el cuidado y la consideración y, de hecho, una reiteración de la certeza:

Por tanto, no desechéis vuestra confianza, la cual tiene gran recompensa. Porque tenéis necesidad de paciencia, para que cuando hayáis hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa… Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para la preservación del alma (vv. 35-36, 39).

Podemos estar seguros de que Aquel que comenzó en nosotros la buena obra la perfeccionará porque Jesús es «el autor y consumador de la fe» (12:2).

El efecto de la doctrina de la justificación, tal como se presenta en Hebreos y en toda la Biblia, también ocasiona un efecto profundo en nuestra comprensión sobre la iglesia y refuerza fuertemente la doctrina de la Reforma sobre la iglesia. Tras la obra de nuestro Gran Sumo Sacerdote en Su sacrificio, la iglesia no tiene necesidad de otros sacerdotes ni de otros sacrificios. El sacrificio de Jesús en la cruz fue el sacrificio definitivo hecho de una vez para siempre (9:26, 28; 10:10, 12, 14, 18), poniendo fin a los sacrificios por el pecado y al sacerdocio. La Iglesia católica romana en su doctrina de la justificación y de la misa, así como en su ministerio y liturgia, es condenada por Hebreos 9 y 10. Roma trata de exculparse diciendo que sus sacerdotes ofrecen el mismo sacrificio único de Cristo, pero dado que cada misa es propiciatoria (que satisface la ira de Dios), Roma no puede dar cuentas de la clara enseñanza sobre la completa y definitiva obra de Cristo en la cruz que encontramos aquí en Hebreos.

El gran ministerio de la iglesia no es ofrecer sacrificios propiciatorios sino enseñar la Palabra de Dios. El Nuevo Testamento en general y Hebreos en particular enfatizan la centralidad de la Palabra de Dios para la vida del cristiano y para el ministerio de la iglesia (p. ej., 1:1-2; 2:1-3; 3:7-4:12), resumido en Hebreos 13:7, que dice: «Acordaos de vuestros guías que os hablaron la palabra de Dios».

Ciertamente está establecido que el hombre muera una vez y después el juicio. La buena noticia del evangelio es que antes de morir y enfrentar el juicio, podemos saber que Jesús murió para destruir nuestros pecados y para purificarnos y perfeccionarnos en Su justicia, y que podemos vivir en paz y en la confianza (pero no con presunción) de que nuestra salvación está resuelta y consumada solo en Jesucristo. Nos habremos de sostener en el juicio porque Jesús ha hecho por nosotros todo lo necesario para cumplir y aplicarnos la salvación.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
W. Robert Godfrey
El Dr. W. Robert Godfrey es presidente de la junta directiva de Ligonier Ministries, maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier Ministries, y presidente emérito y profesor emérito de historia de la iglesia en el Westminster Seminary California. Es el maestro destacado de la serie de seis partes de Ligonier: A Survey of Church History y autor de varios libros, entre ellos An Unexpected Journey y Learning to Love the Psalms.

Decir las cosas como son

MEDITACIÓN DIARIA
Decir las cosas como son
No importa cuán comunes puedan sonar nuestras palabras en comparación con las de otra persona, el Señor puede usarlas para impactar a los oyentes.

13 de mayo de 2022

Salmo 26

La mayoría de nosotros hemos escuchado testimonios de creyentes que fueron rescatados de una terrible vida de pecado. Después de escuchar tales relatos, ¿alguna vez ha sentido usted que su testimonio menos dramático no es tan valioso? En realidad, la salvación que Dios ha obrado para cada uno de sus hijos también es extraordinaria. No importa qué tan buena o mala parezca la vida de uno, cada persona nace pecadora y necesita con desesperación al Salvador.

El Salmo 26 es un testimonio de David sobre su integridad y confianza en el Señor. Caminó en la verdad de Dios, evitó la compañía de los malhechores y proclamó su deleite en el Señor. Difícilmente podríamos calificar este salmo de poco impresionante. Pocas personas pueden hablar con tanta confianza de su caminar con el Señor, y es un gran estímulo para nosotros escuchar a alguien que ha sido creyente toda la vida.

El testimonio de David nos recuerda que debemos expresar lo que Dios ha hecho y está haciendo en nuestra vida. Una historia de fe personal es una herramienta poderosa, tanto para despertar la curiosidad de un incrédulo sobre asuntos espirituales, como para motivar a un creyente a buscar la santidad. No importa cuán comunes puedan sonar nuestras palabras en comparación con las de otra persona, el Señor puede usarlas para impactar a los oyentes.

Biblia en un año: 2 Crónicas 8-10

¿Podemos ver a Dios?

Viernes 13 Mayo

(Moisés dijo a Dios:) Te ruego que me muestres tu gloria… Le respondió… No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá.

Éxodo 33:18-20

(Jesús le dijo:) El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.

Juan 14:9

¿Podemos ver a Dios?

 – Si viera a Dios, entonces creería en él.

 – Mire primero el sol, fue la respuesta.

 – ¡No puedo, alumbra demasiado y me volveré ciego!

 – Si no puede soportar el hecho de mirar el sol, una creación de Dios, ¿cómo podría soportar ver a Dios mismo?

Moisés pidió a Dios: “Te ruego que me muestres tu gloria”. Dios le respondió: “No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá”. Sin embargo, con bondad, Dios se mostró parcialmente a Moisés. Dios mismo lo escondió en la hendidura de una roca, luego se manifestó en toda su grandeza, y Moisés lo vio, pero no cara a cara, sino por detrás.

¿Qué significa esto? Que es imposible ver su gloria. Varias veces en la Biblia, cuando algunos hombres fueron conscientes de estar en la presencia de Dios, comprendieron que estaban perdidos, en una situación desesperada (por ejemplo, Isaías 6:1-5). Pero nosotros podemos estar “escondidos en la roca”. ¿Quién es la roca? Es el Señor, la “fortaleza de los siglos” (Isaías 26:4).

Dios es espíritu, es invisible, vive en “luz inaccesible” (1 Timoteo 6:16). No podemos verlo, pero podemos conocerlo recibiendo lo que nos comunicó. Jesús dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. En Jesús podemos ver todos los caracteres de Dios, particularmente su justicia, su amor y su bondad. Él se acerca a nosotros, quiere nuestro bien y nos tiende la mano.

Isaías 60 – Marcos 11:20-33 – Salmo 57:1-5 – Proverbios 15:13-14

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