Inclina a mí Tu oído, rescátame pronto; sé para mí roca fuerte, fortaleza para salvarme (Sal. 31:2)

Si pudiera algún día conversar con David, el rey autor de muchos salmos, esto es algo de lo que quisiera decirle: «Gracias por ser real». No sé si en la eternidad será posible; pero si lo fuera, creo que esas serían mis palabras. Al menos, algunas de ellas.
El Libro de los Salmos está entre los favoritos de la mayoría de los cristianos, y creo que se debe al hecho de que nos podemos identificar mucho con esos versos. Los salmos fueron escritos por personas tristes, alegres, frustradas, a veces solitarias, temerosas, valientes, llenas de amor, llenas de rabia. Sí, así es. Aquí no tengo espacio suficiente, pero si estudias los salmos con cuidado verás que todas estas emociones figuran entre sus páginas.
Por estos días el mundo vive momentos oscuros, bajos; días en el valle de la tribulación, la incertidumbre, el temor, la ansiedad. Y, ¿sabes?, los momentos oscuros de la vida pueden llevarnos a muchos lugares, nosotros tenemos que decidir a cuál iremos. He llegado a la conclusión de que el único lugar seguro es la Palabra de Dios y Su presencia. En cuanto me salgo de allí el momento dif ícil se vuelve todavía más bajo y oscuro.
Así que, leyendo el libro de Salmos, llegué al 31, un salmo donde su autor, David, suplica a Dios protección y ayuda. Si leemos el ver- sículo 2 encontramos una oración suplicante: «Inclina a mí Tu oído, rescátame pronto; sé para mí roca fuerte, fortaleza para salvarme» (NBLA). Estas son las palabras de alguien que sabía dónde acudir en momentos de angustia y debilidad. Dios escucha. Nuestras oraciones no se quedan en el techo. En días como estos que hoy vivimos, la preocupación solo produce más preocupación y ansiedad. Corramos a Dios y abrámosle nuestro corazón, no solo porque nos escucha, sino porque es nuestra roca, Él permanece firme, nos sostiene.
Además, David dice: «Me gozaré y me alegraré en Tu misericor- dia, porque Tú has visto mi aflicción; has conocido las angustias de mi alma» (Sal. 31:7). ¿Te percataste? En medio de circunstancias difíciles, había un motivo de alegría: la misericordia de Dios. Esa nunca se agota, es nueva cada mañana, ¡y de ahí que podamos ale- grarnos! Es una alegría que no depende de las circunstancias, sino de Dios, que domina las circunstancias y que no solo nos escucha, sino que ve nuestra angustia. ¡No estamos solos en esta situación!
Nuestras vidas están seguras en Dios: «Y no me has entregado en manos del enemigo; tú has puesto mis pies en lugar espacioso» (v. 8). David escribió este salmo en medio de la angustia de la perse- cución. En esta pandemia nos «persigue» un enemigo microscópico, dañino y poderoso. Pero nuestro Dios es el mismo; incluso si nos tocara atravesar una enfermedad temible, ¡tenemos Su promesa de llevarnos más allá de la muerte porque Cristo la venció! Por su obra en la cruz sabemos que pase lo que pase, el Señor nos pondrá en ese lugar espacioso, hermoso, perfecto que es Su presencia eterna.

Nada me faltará: 30 meditaciones sobre Salmos de esperanza

2020 por B&H Español

Una sola solución: huir

Sábado 23 Julio
Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca.
1 Corintios 6:18
Huye también de las pasiones juveniles.
2 Timoteo 2:22
Una sola solución: huir
Dios nos exhorta a resistir al diablo (Santiago 4:7; 1 Pedro 5:9). Es importante prepararse para esta lucha tomando “toda la armadura de Dios” (Efesios 6:13). Pero hay un ámbito en el cual no debemos tratar de resistir, y donde la única salida es huir: el de la tentación sexual. Dios nos creó, sabe cuáles son nuestros límites, y nos ordena expresamente huir de todas las situaciones que nos expondrían a cometer el pecado de la fornicación, es decir, de una relación sexual fuera del matrimonio.

El ejemplo del rey David es instructivo (2 Samuel 11). Se atrevió a mirar de lejos a la mujer de Urías, y sucesivamente se convirtió en adúltero y luego en asesino. Es preciso velar tanto sobre nuestras miradas como sobre nuestros pensamientos, a fin de no dar ocasión a nuestra codicia de producir sus malos frutos. Esto es aún más relevante ahora que el diablo utiliza cada vez más medios para hacernos caer: revistas, películas, videos, sitios en internet…

Imitemos más bien a José, ese hombre cuya vida nos describe el Antiguo Testamento: cuando sin buscarlo se halló en una situación peligrosa, no dudó en huir diciendo: “¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” (Génesis 39:7-23).

Estemos atentos; Satanás, el enemigo de nuestras almas, está empeñado en destruir nuestra vida y nuestro testimonio a través de esta clase de mal. No le demos ninguna ventaja. Velemos, pues, para andar cuidadosamente, “no como necios sino como sabios… porque los días son malos” (Efesios 5:15-16).

Números 32 – Lucas 9:1-20 – Salmo 87 – Proverbios 20:1

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
ediciones-biblicas.ch – labuena@semilla.ch

El viejo evangelio para el nuevo siglo

Sermón predicado el Domingo 5 de Diciembre, 1880
por Charles Haddon Spurgeon
En el Tabernáculo Metropolitano, Newington
«Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar.» Mateo 11:28

Sin duda, ustedes han escuchado ya muchos sermones que han tenido como base este texto. Yo mismo lo he utilizado no sé cuántas veces; sin embargo, no las veces suficientes como quisiera hacerlo si Dios me presta vida. Este versículo es una de aquellas grandes e inagotables fuentes de salvación de las que podemos extraer un contenido de manera permanente, sin que lleguen a extinguirse. Un proverbio nuestro dice: «las fuentes probadas son las más dulces», y entre más hurguemos en un texto como éste, se tornará más dulce y lleno de significado.

En esta ocasión, voy a utilizar este versículo de una manera especial para extraer un solo punto de su enseñanza. Podría hablar, si así lo quisiera, del reposo que Jesucristo da al corazón, a la mente y a la conciencia de aquellos que creen en Él. Éste es el reposo, éste es el refrigerio que encuentran aquellos que vienen a Él, ya que podemos leer en el texto: «yo los refrescaré» o «yo los aliviaré». Tendría un tema muy dulce si hablara acerca del maravilloso alivio, del divino refrigerio, del bendito reposo que llega al corazón cuando hay fe en Jesucristo. ¡Que todos ustedes experimenten esa bendición, queridos amigos! ¡Que su reposo y su paz sean muy profundos! ¡Que no sea un descanso fingido, sino un descanso que resista las pruebas y los escrutinios! ¡Que su reposo sea duradero! ¡Que su paz sea como un río que nunca deja de correr! ¡Que su paz sea siempre una paz segura, no una paz falsa, cuyo fin es la destrucción! ¡Que sea una paz verdadera, sólida, justificable, que resista durante toda su vida y que al fin se diluya en el reposo de Dios, a Su diestra, por toda la eternidad! ¡Bienaventurados los que descansan así en Cristo! Esperamos contarnos entre ellos; y si es así, que podamos penetrar de manera más profunda en su glorioso reposo.

También podría hablar, queridos amigos, acerca de las diversas maneras en las que el Señor da descanso a los creyentes; podría dirigirme especialmente a algunos de ustedes que, siendo creyentes, no consiguen obtener el descanso prometido. Algunos de nosotros nos afanamos con las cosas de este mundo o somos atribulados por nuestros propios sentimientos; nos encontramos perplejos y sacudidos de acá para allá por dudas y temores. Deberíamos estar descansando, ya que «los que hemos creído, sí entramos en el reposo». El reposo nos corresponde por derecho: «Siendo justificados por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo»; pero, por alguna razón u otra, algunos de los que son así justificados no parecen alcanzar esta paz, ni gozar del reposo como deberían. Tal vez, mientras hablo, puedan encontrar la causa por la que no obtienen la paz y el reposo que deberían tener. Ciertamente, nuestro Señor Jesucristo, cuando pronunció las palabras de nuestro texto, no le habló a un grupo en particular. A todos los que están fatigados y cargados, ya sean cristianos maduros o gente inconversa, Él dice: «Venid a mí, y yo os haré descansar.» Ciertamente me gozaré si, como resultado de mi sermón, algunos que están tensos y quejumbrosos tal vez, con un espíritu decaído y un corazón oprimido, vienen nuevamente a Cristo, acercándose a Él una vez más, entrando en contacto nuevamente con Él, y así encuentran descanso para sus almas. Entonces será doblemente dulce estar sentado a la mesa de la comunión, descansando en todo momento, reposando y festejando, no de pie, con los lomos ceñidos y con el báculo en la mano, como lo hicieron quienes participaron de la Pascua en Egipto, sino más bien reposando, como lo hicieron quienes participaron de la última cena, cuando el Maestro estaba reclinado en medio de sus apóstoles. Por tanto, que sus cabezas reposen espiritualmente sobre Su pecho y que sus corazones encuentren refugio en sus heridas, mientras le oyen decir: «Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar.»

Sin embargo, no es acerca de esa verdad en particular sobre la que les hablaré hoy. Quiero tomar solamente este pensamiento: la gloria de Cristo, de manera que Él nos pueda decir algo así; el esplendor de Cristo, para que sea posible que Él diga: «Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar.» Estas palabras, salidas de la boca de cualquier otro ser humano, serían ridículas, llegando hasta la blasfemia. Pensemos en el poeta más inspirado, en el más grande filósofo, el rey más poderoso, pero ¿quién, aun con el alma más grande, se atrevería a decir a todos los que están fatigados y cargados en toda la raza humana: «Venid a mí, y yo os haré descansar»? ¿Dónde hay alas tan anchas que puedan cubrir a toda alma entristecida, excepto las alas de Cristo? ¿Dónde hay una bahía con la capacidad suficiente para albergar a todos los navíos del mundo, para refugiar a cada barco sacudido por la tempestad que alguna vez haya surcado el mar? ¡Dónde sino en el refugio del alma de Cristo, en quien habita toda la plenitud de la Deidad y, por lo tanto, en quien hay espacio y misericordia suficientes para todos los atribulados hijos de los hombres!

¡Ése será, entonces, el sentido de mi mensaje¡ ¡Que el Espíritu de Dios por su gracia me ayude a presentarlo!

I. Primeramente, fijemos nuestra atención en LAS PERSONALIDADES DE ESTE LLAMADO: «Venid a , todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar.» Si escudriñamos el texto cuidadosamente, notarán que hay una doble personalidad involucrada en el llamado. Es: «Venid todos lo que… –venid todos los que…- a mí; y yo daré descanso a ustedes.» Se trata de dos personas que se aproximan entre sí, una otorgando y la otra recibiendo el descanso; pero no es, de ninguna manera, una ficción, un producto de la imaginación, un fantasma, un mito. Son ustedes, ustedes, USTEDES, que están realmente fatigados y cargados, y que, por lo tanto, son seres reales, dolorosamente conscientes de su existencia; son ustedes quienes deben de ir a otro Ser, que es tan real como ustedes mismos, Uno que es un ser tan viviente como ustedes son seres vivientes. Es Él quien les dice a ustedes: «Venid a mí, y yo os haré descansar

Queridos amigos, quiero que tengan una convicción muy clara de su propia personalidad; porque, a veces, da la impresión de que a la gente se le olvida que son individuos distintos de todo el mundo. Si se regalara una moneda de oro, y su sonido se escuchara a la distancia, la mayoría de los hombres estarían conscientes de su propia personalidad, y cada quien miraría por sí mismo, y trataría de obtener el premio; pero a menudo encuentro, en relación con las cosas eternas, que los hombres parecen perderse en la multitud y piensan en las bendiciones de la gracia como una suerte de lluvia general que puede caer en los campos de todos de manera igual, pero no necesariamente esperan la lluvia en su propia parcela, ni desean obtener una bendición específica para sí. Entonces, pues, ustedes, ustedes, USTEDES, que están fatigados y cargados, despiértense. ¿Dónde están? El llamado del texto no es para su hermana, su madre, su esposo, su hermano o su amigo, sino para ustedes: «Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar.»

Bueno, ahora que se han despertado y sienten que son una personalidad distinta de todos los demás en el mundo, sigue el punto de mayor importancia de todos: ustedes tienen que ir a otra Personalidad. «Venid a » -dice Cristo- «y yo os haré descansar.» Aquí les pido que admiren la maravillosa gracia y la misericordia de este arreglo. De acuerdo con las palabras de Cristo, ustedes obtendrán la paz del corazón, no al venir a una ceremonia o a una ordenanza, sino a Cristo mismo: «Venid a .» Ni siquiera dice: «Venid a mi enseñanza, a mi ejemplo, a mi sacrificio», sino «Venid a .» Es a una Persona a quien deben ir, a esa misma Persona que, siendo Dios e igual que el Padre, se despojó de sus glorias y asumió cuerpo humano,

«primeramente para, en nuestra carne mortal, servir;
y después, en esa misma carne, morir.»

Y ustedes deben ir a esa Persona; debe haber una cierta acción de parte de ustedes, el movimiento de ustedes hacia Aquel que les llama: «Venid a mí», un movimiento que se aleja de toda otra base de confianza o puerta de esperanza, hacia el que llama como la Persona que Dios ha designado y ungido para que sea el único Salvador, el gran depósito de gracia eterna, en quien el Padre ha querido que habite toda la plenitud. ¡Oh hombre glorioso, oh glorioso Dios, que puede hablar así con autoridad, y decir: «Venid a mí, y yo os haré descansar»! Les suplico que hagan a un lado cualquier otro pensamiento, excepto el de Cristo viviendo, muriendo, resucitando y subiendo a la gloria, ya que Él les señala, no la casa de oración, ni el trono de gloria, ni el baptisterio, ni la mesa de la comunión; ni siquiera las cosas más santas y sagradas que Él ha ordenado para otros propósitos; ni siquiera al Padre mismo, ni al Espíritu Santo, sino que dice: «Venid a mí.» Aquí debe empezar su vida espiritual, a Sus pies; y aquí debe ser perfeccionada su vida espiritual, en Su pecho, ya que Él es a la vez el Autor y el Consumador de la fe. Adoremos a Cristo, en cuya boca estas palabras son tan adecuadas y llenas de significado; no puede ser menos que divino quien así se expresa: «Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar.»

II. Ahora, en segundo lugar, quiero que se den cuenta de LA MAGNANIMIDAD DEL CORAZÓN DE CRISTO, manifiesta en el texto: «Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar.»

Dense cuenta, primero, de la magnanimidad de su corazón al destacar a aquellos verdaderamente necesitados para hacerlos objeto de su llamado amoroso. ¿Alguna vez se han dado cuenta del cuadro que el Señor ha dibujado mediante estas palabras? «Todos los que están fatigados.» Ésa es la descripción de una bestia que tiene un yugo sobre su cuello. Los hombres pretenden encontrar placer al servicio de Satán, y le permiten que unza su yugo sobre sus cuellos. Seguidamente tienen que trabajar y batallar y sudar en lo que ellos denominan placer, sin encontrar descanso ni contentamiento en ello; y entre más trabajan al servicio de Satanás, más se incrementa su trabajo, ya que él utiliza aguijada y látigo, y siempre los está impulsando a esfuerzos renovados. Ahora, Cristo dice a esas personas que son como animales de carga: «Venid a mí, y yo os haré descansar.»

Pero ellos se encuentran en una peor condición de la descrita, pues no solamente trabajan, como el buey en el arado, sino que también llevan una carga muy pesada. Muy pocas veces sucede que los hombres convierten a un caballo o a un buey simultáneamente en una bestia de tiro y de carga, pero así es como el diablo trata al hombre que se convierte en su siervo. Satanás lo engancha a su carroza y lo obliga a arrastrarla, y luego salta sobre sus espaldas y cabalga como un jinete. Así que el hombre trabaja y está severamente cargado, ya que tiene que arrastrar el carro y llevar al jinete. Tal hombre se fatiga en pos de lo que él llama placer, y, al hacerlo, el pecado salta sobre su espalda, y luego le sigue otro pecado, y luego otro, hasta que pecados sobre pecados lo aplastan contra el suelo, pero aun así tiene que continuar arrastrando y jalando con toda su fuerza. Esta doble carga es suficiente para matarle; pero Jesús lo mira con piedad, viéndolo fatigado bajo la carga del pecado y trabajando para obtener placer en el pecado, y le dice: «Ven a mí, y yo te haré descansar.»

¿Cristo quiere a las bestias de tiro del diablo, aun cuando ya se han desgastado al servicio de Satanás? ¿Quiere persuadirlas de abandonar a su viejo amo para que vengan a Él? ¿A estos pecadores que sólo están cansados del pecado porque ya no pueden encontrar fuerzas para seguir pecando, o que no se sienten cómodos, puesto que ya no disfrutan del placer que antes encontraban en la maldad, Cristo los llama a venir a Él? Sí, y una muestra de la magnanimidad de Su corazón es Su deseo de dar descanso a aquellos grandemente fatigados y cansados.

Pero la magnanimidad de Su corazón se comprueba en el hecho de que invita a todos esos pecadores a venir a Él; a todos esos pecadores, repito. ¡Cuánto significado contiene esa pequeña palabra: «todos»! Creo que, generalmente, cuando un hombre usa grandes palabras dice pequeñas cosas; y cuando usa palabras pequeñas, dice grandes cosas; y, ciertamente, las pequeñas palabras de nuestro idioma son usualmente las que tienen mayor significado. ¿Cuál es el significado de esta pequeña palabra, «todos», o, más bien, qué es lo que excluye? Y Jesús, sin limitar su significado, dice: «Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados.» ¡Oh magnificencia del amor y de la gracia de Cristo, que invita a todos a venir a Él! Y más aún, invita a todos a venir de inmediato. «Vengan todos conmigo» -dice Él- «todos los que están fatigados y cargados; vengan en una multitud, vengan en grandes masas; vuelen a mí como una nube, como palomas a sus ventanas.» Nunca serán demasiados los que vengan a Él y le hagan sentir satisfecho; Él dice: «Entre más, más contento.» El corazón de Cristo se regocija por todas las multitudes que vienen a Él, porque ha hecho una gran fiesta, y ha invitado a muchos, y sigue enviando a Sus siervos a decir: «Aún hay espacio; por tanto, venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados.»

Recordemos, también, que la promesa de Cristo está dirigida personalmente a cada uno de estos pecadores. Cada uno de ellos vendrá a Él y Él dará el descanso a cada uno. A cada uno que está fatigado y cargado, Jesús le dice: «Si tú vienes a mí, Yo, Yo mismo te daré descanso; no te enviaré al cuidado de mi siervo, el ministro, para que te cuide, sino que yo mismo haré todo el trabajo y te haré descansar.» Cristo no dice: «Te llevaré a mi palabra, y allí encontrarás alivio.» No; más bien dice: «Yo, una Persona, te daré descanso a ti, una persona, por medio de un claro acto mío, si tú deseas venir a Mí.»

Ese trato directo de Cristo con las personas es ciertamente bendito. Tennyson es autor de un poema que es, para mí, el más dulce de todos los que escribió. Tiene que ver con una niña que fue hospitalizada y que sabía que debía ser operada, con gran riesgo de su vida. Así que ella le preguntó a su compañera de la cama contigua qué debía hacer. Su compañera le dijo que le contara todo a Jesús y le pidiera que la cuidara. Entonces la niña preguntó: «Pero, ¿cómo me podrá conocer Jesús?» Las dos niñas estaban confundidas porque había muchísimas hileras de camas en el hospital infantil, y además pensaban que Jesús estaba tan ocupado, que no sabría cuál niña le había pedido que la cuidara. Entonces acordaron que la niña pusiera sus manos fuera de la cama, para que cuando Jesús las viera, supiera que ella era la niña que lo necesitaba. La escena, tal como el poeta la describe, es conmovedora. Al relatarla le quito algo de su encanto, pues, por la mañana, cuando los doctores y las enfermeras se paseaban por el pabellón, se dieron cuenta de que Jesús había estado allí y que la niña había ido a Él sin necesidad de la operación. Él la había cuidado de la mejor manera posible; y allí estaban sus manitas, extendidas fuera de la cama.

Bien, nosotros ni siquiera tenemos que hacer eso, puesto que el Señor Jesús nos conoce a cada uno, y Él vendrá personalmente a cada uno de nosotros, y nos hará descansar. Aunque es muy cierto que tiene mucho que hacer, aún puede decir: «Mi Padre hasta ahora trabaja; también yo trabajo», ya que el universo entero se mantiene en funcionamiento por su fuerza omnipotente, y Él no olvidará a ninguno que venga a Él. De igual manera que una persona con abundantes alimentos puede decir a una gran multitud de hambrientos: «Vengan conmigo, y yo les daré alimento a todos», de la misma manera Cristo sabe que en Sí mismo tiene el poder para dar descanso a cada alma fatigada que venga a Él. Tiene absoluta certeza de ello, por lo que no dice: «Ven a mí, y haré todo lo que esté de mi parte contigo» o «si me esfuerzo, tal vez pueda hacerte descansar». ¡Oh, no; sino que Él dice: «Ven a mí, y yo te haré descansar»! Es algo que se da por sentado en Él, ya que, déjenme decirles, ha ejercitado Su mano en millones de personas, y no ha fallado ni una sola vez, por lo que habla con un aire de sólida confianza. Estoy seguro, tal como mi Señor lo estaba, que si hay alguien aquí entre ustedes que quiera venir a Él, Él puede dar y dará descanso a su alma. Él habla con la conciencia de poseer todo el poder requerido, y con la absoluta certeza de que puede realizar el acto requerido.

Porque, fíjense, Jesús promete sabiendo todo de antemano acerca de los casos que describe. Él sabe que los hombres están fatigados y cargados. No hay dolor en el corazón de alguien aquí presente, que Jesús no conozca, porque Él lo sabe todo. Los pensamientos de ustedes pueden estar retorcidos de muchas maneras, y todos sus métodos de juicio pueden parecer un laberinto, un rompecabezas que, según creen ustedes, nadie puede descifrar. Pueden estar sentados aquí diciéndose: «Nadie me entiende, ni siquiera yo mismo. Me encuentro atrapado en las redes del pecado, y no veo ninguna forma de escapar. Estoy perplejo más allá de toda posibilidad de liberación.» Te digo, amigo mío, que Cristo no habla sin sentido cuando dice: «Ven a mí, y yo te haré descansar.» Él puede seguir el hilo a través de la madeja enmarañada y puede extraerlo en línea recta. Él puede seguir todas las torceduras del laberinto hasta llegar a su propio centro. El puede quitar la causa de tu problema, aunque tú mismo no sepas de qué se trata; y lo que para ti se encuentra envuelto en misterio, un dolor impalpable que no puedes manejar, mi Señor y Salvador sí puede eliminarlo. Él habla acerca de lo que puede hacer cuando da esta promesa, ya que Su sabiduría es tal, que puede percibir las necesidades de cada alma individual, y su poder es lo suficientemente grande para aliviar todas las necesidades; así que Él dice a cada espíritu fatigado y cargado el día de hoy: «Ven a mí, y yo te haré descansar.»

Recordemos también que, cuando Cristo dio esta promesa, Él sabía el número de los que habían de ser incluidos en la palabra «todos». A pesar de que para nosotros ese «todos» incluye una multitud que ningún hombre puede contar, «el Señor conoce a los que son suyos» y cuando dijo: «Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar», no hablaba desconociendo que hay miles y millones y cientos de millones que están fatigados y cargados, y Él se dirigía concretamente a ese vasto conglomerado cuando dijo: «Venid a mí, y yo os haré descansar.»

Queridos amigos, ¿he logrado hacerlos pensar acerca de la grandeza del poder y la gracia del Señor? ¿Los he motivado para que lo adoren? Espero que así sea. Mi propia alma desea postrarse a Sus pies, absorta en la dulce consideración de la grandeza de esa gracia que de tal manera se expresa y que habla con la verdad cuando dice a toda la raza humana en la ruina: «Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo» -con una certeza absoluta- «os haré descansar.»

No debemos olvidar tampoco que lo que Cristo ha prometido tiene vigencia para todos los tiempos. Aquí tenemos a un hombre hablando que fue «despreciado y desechado por los hombres». Veámoslo claramente ante nuestros ojos, el hijo del carpintero, el hijo de María, «varón de dolores y experimentado en el sufrimiento». Sin embargo, Él dijo a los que se congregaban a su alrededor: «Venid a mí, y yo os haré descansar»; pero Él miraba a través de todos los siglos que habrían de venir, y nos habló a nosotros congregados aquí ahora, y luego miró a todas las multitudes de esta gran ciudad, y de este país, y de todas las naciones de la tierra, y dijo: «Venid a mí, y yo os haré descansar.» En efecto, Él dijo: «Hasta que yo venga de nuevo a la tierra, sentado sobre el trono del juicio, prometo que toda alma cargada que venga a Mí encontrará descanso.» Por su multitud, los sufrimientos de los hombres son semejantes a las estrellas del cielo, y los hombres mismos son innumerables. Cuenten, si pueden, las gotas del rocío de la mañana, o las arenas del mar y seguidamente traten de contar a los hijos de Adán desde el principio del tiempo; pero, nuestro Señor Jesucristo, hablando a la vasta multitud de hijos de los hombres que están fatigados y cargados, les dice: «Venid a mí; venid a mí; porque el que a mí viene jamás lo echaré fuera; y al que viene a mí, yo le daré descanso para su alma.»

Muestra, también, la grandeza del poder y la gracia de Cristo cuando recordamos a los muchos que han comprobado que esta promesa es verdadera. Ustedes saben que a través de todos estos siglos hasta ahora, ninguna alma fatigada y cargada ha venido a Cristo en vano. Aun en los últimos confines de la tierra, no se ha encontrado un criminal tan vil, o un alma totalmente encerrada en el calabozo de la Gigante Desesperación, que al venir a Cristo no haya recibido el descanso prometido y, por lo tanto, Cristo ha sido engrandecido.

III. Ahora consideremos juntos, por unos minutos, la SIMPLICIDAD DE ESTE EVANGELIO.

Jesucristo dice a todos los que están fatigados y cansados: «Venid a mí, y yo os haré descansar.» Esta invitación implica un movimiento, un movimiento de algo a algo. Ustedes son invitados a alejarse de todo aquello en lo que han venido poniendo su confianza, y a caminar hacia Cristo y confiar en Él; y en cuanto lo hagan, Él les dará el descanso. ¡Cuán diferente es esta simplicidad, de los sistemas complejos que los hombres han establecido! Pues, de conformidad con las enseñanzas de ciertos hombres, para ser cristianos y para seguir todas las regulaciones del culto, necesitan tener una pequeña biblioteca de consulta para saber a qué hora hay que encender las veladoras, y cómo mezclar el incienso, o la manera adecuada de usar el velo, y adónde deben voltear al decir cierta oración, y a qué otro lugar deben de voltear al decir otra, y si su entonación o su canto o su murmullo será aceptable a Dios.¡Oh queridos, queridos, queridos! Toda esta compleja maquinaria inventada por el hombre (el así llamado «bautismo» en la infancia, la confirmación en la juventud, «tomar el sacramento», como algunos lo llaman) es un maravilloso abracadabra, lleno de misterio y falsedad y engaño; pero, de acuerdo con la enseñanza de Cristo, el camino a la salvación es solamente éste: «Venid a mí, y yo os haré descansar.» Y si tú, querido amigo, vienes a Cristo y confías en Él, encontrarás ese descanso y esa paz que Él se complace en otorgar; encontrarás el corazón de la nuez, alcanzarás la esencia y la raíz de todo el asunto. Si tu corazón abandona cualquier otra confianza y sólo está dependiendo en Jesucristo, encontrarás la vida eterna, y esa vida eterna nunca será arrebatada de ti. Por tanto, no esperes para gozarte en ello.

Y prosiguiendo, esta invitación está en el tiempo presente: «Ven ahora.» No esperes a llegar a casa, sino deja que tu alma se mueva hacia Cristo. Nunca vas a estar en mejor condición para ir a Él de lo que estás ahora; ni estarás en nada peor al venir a Él, a menos que, al posponer el llamado, estés más endurecido y menos inclinado a venir. En este mismo momento necesitas a Cristo; por lo tanto, ve a Él. Si estás hambriento, ésa es ciertamente la mejor razón para comer. Si estás sediento, ésa es la mejor razón para beber. O puede ser que estés tan enfermo que no tengas hambre. Entonces ve a Cristo, y come de las provisiones del Evangelio hasta que se abra tu apetito de esas provisiones. Al pecador que afirma: «no tengo sed de Cristo», me gusta decirle: «ve y bebe hasta que se abra tu sed», porque de la misma manera que una bomba de agua no funciona si no le echas líquido primero, así sucede con ciertos hombres. Cuando reciben algo de la verdad en sus almas, aunque pareciera al principio una recepción muy imperfecta del Evangelio, eso les ayudará posteriormente a ansiar más profundamente a Cristo y a sentir un gozo más intenso de las bendiciones de la salvación.

De todas maneras, Cristo dice: «Ven ahora», y Él dice de manera implícita: «Ven, tal como eres». Tal como son, vengan a mí, todos los que están fatigados y cansados, y yo les haré descansar. Si ustedes trabajan, entonces, antes de lavar sus manos mugrosas, vengan a mí, y yo les haré descansar. Si ustedes están débiles y cansados, y al borde de la muerte, mueran en mi pecho; porque para eso han venido a mí. No venimos a Cristo cuando ejercitamos nuestro propio poder de venir, sino cuando nos olvidamos de nuestro deseo de permanecer alejados de Él. Cuando el corazón se rinde, suelta todo aquello que está sosteniendo, y se arroja a las manos de Cristo; es en ese momento que se realiza el acto de fe, y es a ese acto que Cristo los invita cuando dice: «Venid a mí, y yo os haré descansar.»

«Bien» -dice alguno- «yo nunca he entendido el Evangelio; siempre me ha intrigado y me ha dejado perplejo.» En ese caso, voy a tratar de presentártelo de manera muy sencilla: Jesucristo, el Hijo de Dios, vivió y murió por los pecadores, y tú estás invitado a venir y confiar en Él. Confía en Él; depende de Él; echa todo el peso sobre Él; ve a Él y Él te dará descanso. ¡Oh, que por su infinita misericordia Él revele esta sencilla verdad a tu corazón, y que tú estés presto a aceptarla ahora mismo! Yo quiero glorificar a mi bendito Señor, que trajo al mundo un plan de salvación tan sencillo como éste. Hay algunos hombres que parecen rompecabezas, ya que les gusta perderse en dificultades y misterios, y desplegar ante sus oyentes los frutos de su gran cultura y su maravilloso saber. Si su Evangelio es verdadero, es un mensaje exclusivamente para la élite; y muchos tendrían que ir al infierno si ésos fueran los únicos predicadores. Pero nuestro Señor Jesucristo se gloriaba en predicar el Evangelio a los pobres, y es para honra Suya que puede decirse, hasta este día, «no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia». Es una bendición que haya un Evangelio que se adecua al hombre que no sabe leer, y que también se adapta al hombre que no puede hilvanar dos pensamientos consecutivos, y que se rebaja al hombre cuyo cerebro ha fallado casi completamente a la hora de la muerte; un Evangelio que se adecua al ladrón muriendo en la cruz; un Evangelio tan sencillo que, si sólo hubiera gracia para recibirlo, no requiere de grandes poderes mentales para ser entendido. Bendito sea mi Señor por darnos un Evangelio tan sencillo y simple como éste.

Quiero que presten atención a un punto más, y luego concluyo mi mensaje. Y es éste: LA GENEROSIDAD DEL PROPÓSITO DE CRISTO.

Vengan, amados que aman al Señor, escuchen mientras les repito estas dulces palabras Suyas: «Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cansados, y yo os haré descansar.» «Yo os haré…» Él no dice: «Vengan a mí y tráiganme algo», sino «Venid a mí, y yo os haré descansar». Tampoco expresa: «Venid y haced algo para Mí», sino «Yo haré algo por ustedes». Posiblemente éste haya sido su problema, queridos hermanos, que han deseado traer hoy un sacrificio aceptable; y en la escuela dominical, o en alguna otra forma de servicio, han estado tratando de honrarle. Me da gusto, y espero que sigan intentándolo, pero cuídense de no caer en el error de Marta, y «afanarse con mucho servicio». Por un instante olvídense de la idea de venir a Cristo para traerle algo; vengan ahora, ustedes que están fatigados y cargados, y reciban una bendición de Él, pues ha dicho «yo os haré descansar». Cristo puede ser honrado cuando ustedes le dan, pero debe ser honrado por lo que Él les da. No hay duda de la bondad de lo que recibirán si vienen a Él; entonces, ahora mismo, no piensen en traerle nada a Él, sino vengan a Él para que puedan recibir de Él.

«Quiero amar a Cristo», dice uno. Bien, olvídate de eso ahora; más bien trata de sentir cuánto te ama Él. «¡Oh, pero yo quiero consagrarme a Él!» Muy bien, mi querido amigo; pero, mejor ahora piensa cómo se consagró por ti. «¡Oh, pero yo deseo no pecar más!» Muy bien, querido amigo; pero, mejor ahora piensa cómo cargó con tus pecados en su propio cuerpo en el madero. «¡Oh -dice uno-, quisiera tener un frasco de alabastro con un ungüento muy precioso, para ungirle Su cabeza y Sus pies, y que toda la casa se llene de un dulce perfume!» Sí, todo eso está muy bien, pero escucha: Su nombre es un ungüento derramado; si no tienes nada de ungüento, Él tiene; si no tienes nada que traerle a Él, Él tiene abundancia que darte.

Cuando mi querido Señor llama a alguien para que venga a Él, no es para Su propio beneficio que lo llama. Cuando les otorga favores, cuando viene con grandes promesas de descanso, no es un soborno para comprar sus servicios. Es demasiado rico para tener necesidad de los mejores y los más fuertes de nosotros; solamente nos pide, en nuestra gran caridad, que seamos tan amables de recibir todo de Él. Esto es lo más grande que podemos hacer por Dios, estar totalmente vacíos para que su todo pueda verterse en nosotros. Eso es lo que quiero hacer cuando me siente a la mesa de la comunión. Quiero estar sentado allí, sin pensar en nada que pueda ofrecer a mi Señor, sino abrir mi alma, y tomar todo lo que Él quiera darme. Hay momentos en que los tenderos están vendiendo su mercancía, pero también hay momentos en que reciben mercancía, como ustedes saben. Por tanto, ahora, abran la puerta de la gran bodega y dejen entrar todos los bienes. Dejen que Cristo entero entre en su alma.

«No siento» -dice uno- «como si yo pudiera gozar la presencia de mi Señor.» ¿Por qué no? «Porque he estado dedicado intensamente todo el día a su servicio; y ahora estoy tan fatigado y cargado.» Tú eres alguien a quien especialmente llama el Señor a venir a Él. No trates de hacer nada, excepto simplemente abrir tu boca, y Él la llenará. Ven ahora y simplemente recibe de Él, y dale gloria recibiendo. ¡Oh sol, tú alumbras; pero no hasta que Dios te hace brillar! ¡Oh luna, tú alegras la noche; pero no con tu propio brillo, sino sólo con luz prestada! ¡Oh campos, ustedes producen cosechas; pero el gran Agricultor crea el grano! ¡Oh tierra, tú estás llena; pero solamente llena de la bondad del Señor! Todo recibe de Dios, y le alaba cuando recibe. Permítanme que mi cansado corazón se incline quieto bajo la lluvia de amor; permítanme que mi alma cargada descanse en Cristo, y lo pueda alegrar al estar alegre en Él.

¡Dios los bendiga a todos, y que Cristo sea glorificado en su salvación y en su santificación, por causa de Su nombre! Amén.

Lo que he buscado durante tantos años

Viernes 22 Julio
Como oveja a la muerte fue llevado; y como cordero mudo delante del que lo trasquila, así no abrió su boca. En su humillación no se le hizo justicia… porque fue quitada de la tierra su vida… ¿De quién dice el profeta esto?… Entonces Felipe… le anunció el evangelio de Jesús.
Hechos 8:32-35
Lo que he buscado durante tantos años
“Nací en Israel, mis padres sobrevivieron al holocausto judío. En mi adolescencia empecé a interesarme por las cosas espirituales. Pensaba que la verdad se hallaba en el budismo. Experimenté momentos de tranquilidad, pero también de miedo, porque la meditación oriental abre el espíritu al ámbito de lo oculto. Entonces decidí cambiar de camino.

Me casé. Nuestros esfuerzos estaban orientados hacia el éxito profesional, pero en lo profundo de mi alma sabía que algo no iba bien. Los años transcurrían sin que hallara la verdad. Tenía la impresión de haber fracasado, porque no era una persona mejor, no había hallado sabiduría, ni paz. Tenía miedo a la muerte y a enfrentar la pérdida de mis seres queridos.

Mi madre fue la primera en creer en Jesús. Sucedió en el año 2001. Ella me habló mucho de Jesús. Para complacerla, mi esposo y yo la acompañamos a un culto cristiano un domingo en la mañana. Allí fuimos tocados por la presencia de Dios, y nos emocionamos viendo a todos los creyentes alabar a Dios con fervor. Al fin encontré lo que necesitaba desde hacía tantos años: el gozo de adorar a Dios. De regreso a la casa me puse a leer la Biblia y descubrí que Dios era mi Padre celestial, y que Jesús era el Mesías. Le pedí perdón por haberlo ofendido durante tanto tiempo con mis pecados; lloré durante varios días ante él, dejándome invadir por su amor, su gracia y su perdón. Ahora mi marido Rubén y yo formamos, con mi madre, una familia unida en el amor y el gozo”.

Judith N.
Números 31:21-54 – Lucas 8:26-56 – Salmo 86:14-17 – Proverbios 19:28-29

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
ediciones-biblicas.ch – labuena@semilla.ch

Entrar en una unión mística

Serie: Cómo aprender las leyes de Dios

Por R.C. Sproul
La vida cristiana se vive en el contexto de una unión mística con Cristo. Esta unión encuentra su origen inicial en la eternidad. Desde la fundación del mundo, nuestra salvación está descansando en la gracia de la elección soberana de Dios. Pablo así lo explica en Efesios 1:3-6.

Es en el Amado que encontramos nuestra redención. Desde la eternidad, Dios considera que los elegidos están en Cristo. Antes de que nuestra unión mística se llevara a cabo en el tiempo, ya era una realidad presente en la mente de Dios.

Tal y como Cristo invadió el tiempo desde la eternidad hace dos mil años, así mismo nuestra unión eterna se inmiscuye en el tiempo a través de la obra del Espíritu. Lo que siempre ha existido en la mente eterna de Dios se convierte una realidad atada al tiempo en el corazón de los regenerados. El resultado es que, en Cristo, por medio del Espíritu, contemplaremos al Padre en nuestra muerte y de ahí a la eternidad. Somos hijos del Padre, tal como fue en el principio.

Nuestra salvación es por Cristo y en Cristo. Por Su justicia somos hechos justos. Por Su expiación nuestros pecados son perdonados.

Coram Deo: vivir delante del rostro de Dios
Agradece a Dios por tu salvación, Su justicia y Su expiación por tus pecados.

Para estudiar más a fondo
Efesios 1:3-6

Publicado originalmente en el Blog de Ligonier Ministries.
Cómo aprender las leyes de Dios
R.C. Sproul
El Dr. R.C. Sproul fue fundador de los Ministerios Ligonier, pastor fundador de Saint Andrew’s Chapel en Sanford, Florida y primer presidente de Reformation Bible College. Escribió más de cien libros, incluyendo La santidad de Dios, Escogidos por Dios, Todos somos teólogos, Moisés y la zarza ardiente, Sorprendido por el sufrimiento, entre otros.

Dios da derechos a los que confían en Él

Jueves 21 Julio
Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios… Amados, ahora somos hijos de Dios.
1 Juan 3:1-2
Declaración de los derechos de los hijos de Dios (3)
“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

“Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:13).

“A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).

“Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:15-17).

“Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne… Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5:16, 22-23).

 – Sí, ¡usted entendió bien! Dios da derechos a los que confían en él. El primero de esos derechos es que Dios los adopta como sus hijos, les da su vida -una vida eterna- y su naturaleza, capaz de hacer el bien y obedecer a sus mandamientos. También les da su Espíritu, que habita en ellos y los capacita para mostrar los caracteres de Cristo en este mundo.

“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (Efesios 5:1-2).

Números 31:1-20 – Lucas 8:1-25 – Salmo 86:7-13 – Proverbios 19:26-27

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
ediciones-biblicas.ch – labuena@semilla.ch

Salir del lodo

Serie: Cómo aprender las leyes de Dios

Por R.C. Sproul

Nuestras almas no pueden salir solas del lodo del pecado porque están muertas. La salvación viene no a aquellos que claman: «Muéstrame el camino al cielo», sino a aquellos que dicen: «Llévame porque no puedo solo».

Para cuidarnos de ver la oración del pecador como una mera técnica, debemos recordar que Cristo levanta a los muertos para que puedan caminar. No pronunciamos las palabras mágicas y luego esperamos morir. El cristianismo también involucra el crecimiento espiritual. Requiere trabajo, el arduo trabajo de la santificación. La regeneración es monergista, obra exclusiva de Dios. La santificación, el proceso mediante el cual somos hechos santos, es sinergista, Dios obra junto con nosotros.

La parte de Dios es fácil para Él. Él no necesita atajos porque Él nunca se cansa. Por el contrario, nosotros debemos estar luchando continuamente contra la tentación de buscar atajos. Ninguna técnica nos hará santos. Sin embargo, ninguna técnica del diablo puede detener el proceso de Cristo conformarnos a Su Imagen. A aquellos a quienes Él llama también los santifica.

Nuestra santificación requiere del Espíritu de Dios y, ya que Él ha ordenado Su mundo como lo ha hecho, la santificación requiere el uso disciplinado y repetitivo de los medios de gracia. Cinco minutos al día de estudio bíblico huele a técnica. Algo seco que seguramente está destinado al fracaso. Debemos sumergirnos en la Palabra de Dios. Entonces, tal como Jesús prometió, conoceremos la verdad y la verdad nos hará libres. Entonces seremos Sus discípulos (Juan 8:31-32).

Coram Deo: vivir delante del rostro de Dios
Recuerda, Dios está obrando en ti. Él nunca se cansa. Da gracias por este proceso que está en marcha.

Para estudiar más a fondo
Juan 8:31-32 – Juan 8:36 – Salmo 40:2

Publicado originalmente en el Blog de Ligonier Ministries.
Cómo aprender las leyes de Dios

R.C. Sproul
El Dr. R.C. Sproul fue fundador de los Ministerios Ligonier, pastor fundador de Saint Andrew’s Chapel en Sanford, Florida y primer presidente de Reformation Bible College. Escribió más de cien libros, incluyendo La santidad de Dios, Escogidos por Dios, Todos somos teólogos, Moisés y la zarza ardiente, Sorprendido por el sufrimiento, entre otros.

La grandeza de servir

Miércoles 20 Julio
(Jesús dijo:) El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor.
Marcos 10:43
Servíos por amor los unos a los otros.
Gálatas 5:13
La grandeza de servir
Mientras los discípulos discutían por saber quién de ellos ocuparía un lugar de honor en el reino de Dios, Jesús los invitó a acercarse a él y les dijo: “El que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:44-45). Amigos cristianos, solo acercándonos a Jesús podemos descubrir la verdadera grandeza ante Dios: la de servirnos unos a otros.

Hay grandeza en el hecho de servir porque es el amor en acción. Jesús ilustró esta grandeza moral lavando los pies de sus discípulos (Juan 13). Obrando así el Señor, el Maestro, tomó el lugar más humilde, el lugar asignado a los esclavos, e invitó a sus discípulos a hacer lo mismo. El gesto de Jesús es un gesto simbólico, un modelo de humildad, de amor, de servicio.

Nosotros somos llamados a servirnos unos a otros en amor, porque sirviendo a los demás servimos a Jesús mismo.

“Todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él… Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres… porque a Cristo el Señor servís” (Colosenses 3:17, 22-24).

“Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún” (Hebreos 6:10).

Números 30 – Lucas 7:24-50 – Salmo 86:1-6 – Proverbios 19:24-25

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
ediciones-biblicas.ch – labuena@semilla.ch

¿Durará realmente el infierno toda la eternidad?

¿Durará realmente el infierno toda la eternidad?

Apocalipsis 14:10-11

POR MARK HITCHCOCK

La doctrina del infierno es, sin duda, el tema más inquietante de la Biblia, y la verdad más inquietante sobre el infierno es su duración. La idea de que la gente sea castigada por sus pecados y fechorías no molesta a la mayoría de la gente. Pero la noción de que el infierno durará para siempre es totalmente repugnante para muchos. Por esta razón, hay quienes han tratado de suavizar esta verdad adoptando una visión «más amable y gentil» del infierno.

En los últimos años se han hecho populares dos opiniones erróneas sobre el destino de los perdidos. La primera de ellas es el aniquilacionismo, que enseña que todas las almas son inmortales, pero que los malvados pierden su inmortalidad en el juicio final y son extinguidos por Dios. Para los aniquilacionistas, el castigo para los perdidos es la extinción eterna.

El segundo punto de vista no bíblico es la inmortalidad condicional, que enseña que las almas humanas no son inherentemente inmortales, y que en el juicio, los malvados pasarán al olvido mientras que a los justos se les da la inmortalidad.

Estas dos ideas son tan similares que no suelen distinguirse la una de la otra. En aras de la simplicidad, se suelen fusionar y se denominan aniquilacionismo.

¿Cómo defienden su punto de vista los defensores del aniquilacionismo? En primer lugar, sostienen que los perdidos son destruidos o dejan de existir, ya sea en el momento de la muerte o en algún momento posterior determinado por Dios. Mateo 10:28 es uno de los versículos a los que apelan: «No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno».

En el texto original del Nuevo Testamento, la palabra griega que se traduce como «destruir» (appolumi/apoleia) significa la mayoría de las veces «arruinar, desperdiciar o perder». En Marcos 14:4 significa «desperdiciar». En Lucas 15 se usa ocho veces y significa «perder». La moneda, la oveja y el hijo están perdidos, pero obviamente siguen existiendo.

El segundo argumento utilizado por los aniquilacionistas es que el castigo de los perdidos es eterno, pero no el castigo. En otras palabras, el fuego del infierno arderá para siempre, pero los perdidos no estarán allí para soportarlo.

Aunque el aniquilacionismo es ciertamente más atractivo para la mente humana que la visión tradicional de la condenación eterna en el infierno, la Biblia enseña claramente que el castigo en el infierno durará para siempre. La palabra griega daionios, que se traduce como «eterno» o «para siempre», se utiliza 71 veces en el Nuevo Testamento. Cincuenta y una veces se utiliza para referirse a la felicidad de los salvos en el cielo. Se utiliza tanto para la calidad como para la cantidad de la vida que los creyentes experimentarán con Dios. La palabra se usa otras dos veces de la duración de Dios en Su gloria (Romanos 16:26; 1 Timoteo 6:16). Una vez se usa de la duración de los cuerpos glorificados de los creyentes en el cielo (2 Corintios 5:1). Varias otras veces se usa de tal manera que nadie cuestionaría que significa para siempre. Siete veces se usa para referirse al destino de los impíos, y no debería haber ninguna duda para una mente objetiva de que en estos pasajes la palabra significa eterno, para siempre, o sin fin (Mateo 18:8; 25:41,46; Marcos 3:29; 2 Tesalonicenses 1:9; Hebreos 6:2; Judas 7).

Una de las referencias más claras en el Nuevo Testamento a la eternidad del castigo en el infierno es Apocalipsis 14:10-11:

beberá también el vino del furor de Dios, que en la copa de su ira está puro, no diluido. Será atormentado con fuego y azufre, en presencia de los santos ángeles y del Cordero. El humo de ese tormento sube por los siglos de los siglos. No habrá descanso ni de día ni de noche para el que adore a la bestia y su imagen, ni para quien se deje poner la marca de su nombre».

En Mateo 25:46, en el espacio de un versículo, tanto el cielo como el infierno se describen como «eternos»: «Estos irán al castigo eterno, pero los justos a la vida eterna». Para limitar el significado de eterno para los condenados, hay que estar dispuesto a limitarlo también para los salvos.

Marcos 9:47-48 indica que el castigo y la pena en el infierno son eternos: “…ser echado al infierno, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego no se apaga.” ¿Por qué el fuego en el infierno sería eterno si nadie estará allí para siempre?

Apocalipsis 20:10 también establece claramente la eternidad del castigo en el infierno: “Y el diablo que los engañaba fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde también están la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.” Este pasaje deja claro que el tormento en sí es eterno. El gran comentarista luterano R.C.H. Lenski dijo,

La expresión más fuerte para nuestro «para siempre» es eis tous aionan ton aionon, «por los eones de los eones»; cada uno de ellos de vasta duración, se multiplican por muchos más, lo que imitamos con «por los siglos de los siglos». El lenguaje humano sólo es capaz de utilizar términos temporales para expresar lo que está totalmente más allá del tiempo y es intemporal. El griego toma su mayor término para el tiempo, el eón, lo pluraliza, y luego lo multiplica por su propio plural, utilizando incluso artículos que hacen de los eones los definidos. [148]

La misma frase de duración se utiliza varias veces para hablar de la duración de la existencia de Dios (Apocalipsis 1:18; 4:9-10; 10:6; 15:7).

La eternidad del infierno es realmente aleccionadora. Conocer el terrible y eterno juicio que espera a los perdidos debería hacernos suplicar que se reconcilien con Dios (2 Corintios 5:20-21).

El verdadero talón de Aquiles del punto de vista de la aniquilación es la verdad sobre los grados de castigo en el infierno. Obviamente, no habría necesidad de grados de aniquilación. O eres aniquilado o no lo eres. Que la verdad de un infierno eterno nos llene de pasión y compasión por los que van allí sin Cristo.

[148]. Citado por Larry Dixon en, The Other Side of the Good News(Wheaton, IL: Bridge-Point, 1992), 93.

Ser parte de la esposa

Serie: Cómo aprender las leyes de Dios

Por R.C. Sproul
Cuando Cristo compró a Su esposa, compró «mercancía dañada». Su esposa estaba manchada por impurezas manifiestas. Estaba cubierta de manchas y desfigurada por arrugas. Sin embargo, no solo la compró sino que también la santificó:

Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada (Ef 5:25-27).

Apocalipsis presenta como Cristo prepara a Su esposa para la celebración de Su boda:

Y el ángel me dijo: Escribe: «Bienaventurados los que están invitados a la cena de las bodas del Cordero». Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios (Ap 19:9).

Cada vez que celebramos la Cena del Señor, celebramos no solo el precio de redención pagado por el Esposo, sino que también celebramos simbólicamente la fiesta de bodas del Cordero a la que todo creyente es llamado.

Coram Deo: vivir delante del rostro de Dios
Da gracias por el precio de compra pagado por tu Esposo.

Para estudiar más a fondo
Efesios 5:25-27

1 Corintios 11:23-25

Publicado originalmente en el Blog de Ligonier Ministries.
Cómo aprender las leyes de Dios

R.C. Sproul
El Dr. R.C. Sproul fue fundador de los Ministerios Ligonier, pastor fundador de Saint Andrew’s Chapel en Sanford, Florida y primer presidente de Reformation Bible College. Escribió más de cien libros, incluyendo La santidad de Dios, Escogidos por Dios, Todos somos teólogos, Moisés y la zarza ardiente, Sorprendido por el sufrimiento, entre otros.