Percibir el poder de la predicación

Serie: Cómo aprender las leyes de Dios
Por R.C. Sproul
Cada domingo en la mañana observamos un fenómeno extraño en nuestras ciudades, pueblos, y aldeas. Millones de personas salen de sus hogares, toman un descanso de sus trabajos y actividades recreativas y se reúnen en los edificios de las iglesias para los cultos de adoración. La gente se sienta en silencio y escucha mientras una persona se para delante de ellos y da un discurso. Llamamos ese discurso un sermón, una homilía o una meditación.

¿Qué está ocurriendo?

El poder de la predicación se encuentra en la obra del Espíritu que trabaja con la Palabra de Dios y por medio de la Palabra de Dios. Dios promete que Su Palabra no regresará a Él vacía. El poder no se encuentra en la elocuencia ni la erudición del predicador sino en el poder del Espíritu. La predicación es una herramienta en las manos del Espíritu de Dios. El Espíritu Santo es un Ser sobrenatural, la tercera persona de la Trinidad. Su presencia en la predicación es lo que hace que sea un evento sobrenatural.

La salvación es un logro divino. Ningún hombre se puede salvar a sí mismo. Dios ordena de manera soberana no solo el fin (la salvación) sino los medios para el fin (la predicación). Concluimos entonces que lo que ocurre el domingo en la mañana cuando se predica verdaderamente la Palabra de Dios es un drama divino de redención.

Coram Deo: vivir delante del rostro de Dios
Da gracias a Dios por el poder sobrenatural de la predicación que llevó a cabo el drama de redención en tu vida.

No pocas

Lunes 4 Julio
Abre tu boca, y yo la llenaré.
Salmo 81:10
E invocó Jabes al Dios de Israel, diciendo: ¡Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio… Y le otorgó Dios lo que pidió.
1 Crónicas 4:10
No pocas
Leer 2 Reyes 4:1-7
Esta historia sucedió en los días del profeta Eliseo (alrededor de 900 años antes de Jesucristo). Una viuda no podía pagar sus deudas, y su acreedor quería tomar a sus dos hijos como esclavos. No viendo ninguna solución, y como último recurso, ella se dirigió a Eliseo, el profeta de Dios. Él hizo el balance de la situación: la mujer solo tenía una vasija de aceite. El profeta sabía que Dios haría un milagro y que la mujer podría pagar su deuda vendiendo el aceite. Necesitaba, pues, muchas vasijas, y la envió a pedir prestadas a sus vecinos. Debía conseguir la mayor cantidad posible: “No pocas”. El milagro se produjo: la vasija inicial parecía una fuente inagotable y permitió llenar todas las vasijas que reunieron. Cuando todas estuvieron llenas, el aceite cesó. Dios respondió plenamente a la fe de esta mujer. La gracia de Dios no tiene límites.

Esta historia nos interpela. No pongamos límites a la bendición de Dios por nuestra falta de fe, o sea, por una fe demasiado pequeña, demasiado restrictiva. Si solo le presentamos “tres vasijas”, él solo llenará “tres vasijas”. La Biblia nos dice: “No tenéis lo que deseáis, porque no pedís” (Santiago 4:2).

Recordemos lo que Dios dice a su pueblo en el último capítulo del Antiguo Testamento:

“Probadme… si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:10). La misma promesa es para nosotros, ¡Dios no cambia!

Números 15 – 1 Juan 5 – Salmo 78:56-65 – Proverbios 18:18-19

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