TÚ ERES EL DIOS BENDITO

T Ú E R E S E L D I O S B E N D I T O
¡Tú eres el Dios bendito!
Feliz en Ti mismo, Fuente de felicidad de Tus criaturas, Mi creador, mi
benefactor, mi dueño, mi auxilio. Tú me hiciste y me sustentas, Tú me
ayudas y me favoreces, Tú me salvas y me sostienes; En cada situación Tú
eres capaz de conocer mis necesidades y mis miserias.
Que yo pueda vivir por Ti, que yo pueda vivir para Ti, y a nunca estar
satisfecho con mi progreso Cristiano en cuanto yo no fuese semejante a
Cristo; Que la conformación a Sus principios, Su carácter y Su conducta
crezca cada hora de mi vida. Deja que Tu amor incomparable me constriña
a la obediencia santa, Y has que mi deber sea mi delicia. Si otros juzgan
que mi fe es locura, mi mansedumbre debilidad, Mi celo insensato, mi
esperanza desilusión, y Mis acciones hipocresía, Que yo pueda regocijarme
de sufrir por tu nombre. (El Dios Bendito) mantenme firme en la dirección
del país de las delicias perpetuas, aquel paraíso que es mi verdadera
herencia. Afírmame con la fuerza de los Cielos para que yo jamás vaya a
retroceder, o desear los placeres engañosos que irán a la nada.
Como persigo mi viaje celestial por Su gracia. No me dejes ser conocido
como alguien que anda errante, sino como alguien que tiene ardiente deseo
por Ti, y por el bien y la salvación de mi prójimo.

Silencio y oración

Domingo 10 Julio

Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor.

Lamentaciones 3:26

Me he comportado y he acallado mi alma como un niño destetado de su madre; como un niño destetado está mi alma.

Salmo 131:2

Tuya es la alabanza… oh Dios.

Salmo 65:1

Silencio y oración

En el libro de los Salmos encontramos toda clase de oraciones: el clamor pidiendo ayuda, la queja, la alabanza, el agradecimiento… Algunos salmos incluso asocian la oración al silencio. El Salmo 131, por ejemplo, habla de una lucha interior para lograr la paz con Dios, como un niño que crece y no puede ser más amamantado por su madre, pero permanece confiado a su lado.

¿Cómo lograr tal alivio? A veces guardamos silencio, pero por dentro luchamos fuertemente, enfrentándonos con enemigos imaginarios o batallando contra nosotros mismos. Tener el alma en paz supone un retorno a la sencillez y a la humildad: “Ni anduve en grandezas, ni en cosas demasiado sublimes para mí” (Salmo 131:1). Silenciarme es reconocer que por mí mismo no puedo deshacerme de mis preocupaciones, es dejar a Dios lo que está fuera de mi alcance y de mis capacidades.

Nuestra inquietud puede compararse a la tempestad que sacudió la barca de los discípulos en el mar de Galilea mientras Jesús dormía. Nosotros los creyentes también podemos sentirnos perdidos, angustiados, incapaces de hallar la paz, pero Jesús quiere ayudarnos. Así como calló al viento y al mar: “Cesó el viento, y se hizo grande bonanza”, también puede calmar nuestro corazón agitado por el miedo y las preocupaciones (Marcos 4:35-41). Pongamos nuestra esperanza en Dios. Cuando las palabras cesen y nuestros pensamientos se apacigüen, Dios podrá ser alabado en un silencio de gratitud y con la admiración de la fe.

Números 20 – Lucas 2:1-20 – Salmo 81:1-10 – Proverbios 19:5-6

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