«El SEÑOR es mi roca, mi amparo, mi libertador; es mi Dios, el peñasco en que me refugio»(Sal. 18:2).

«Gracias». En muchas ocasiones se ha convertido en una expresión de protocolo. Sin embargo, en la Biblia, las gracias vienen con una expectativa. Dios tiene el derecho y la expectativa de que el huma- no le dé gracias. No solo por lo que ha hecho sino por lo que va a hacer. Gracias por lo que vendrá. Sea bueno o malo a la perspectiva humana, todos debemos reconocer que nada es merecido.
Vivimos probablemente en la generación con el más fuerte senti- do de derecho e individualismo. Basamos nuestros deseos, reclamos y peticiones en cierto sentido de derecho y expectativa. La falta de acción de gracias es constantemente provocada por una mala memoria. Es común que evoquemos las memorias más dolorosas y empaticemos con el dolor a pesar de los años que puedan haber pasado, pero no hacemos lo mismo con los beneficios recibidos.
Diariamente necesitamos recordar que debemos dar gracias por aquellas cosas que en su momento fueron esperanzas y suspiros y que se han vuelto realidades. Y otras, que permanecen en el futuro, quedan plasmadas en la seguridad de que la voluntad de Dios será cumplida, y esta es «buena, agradable y perfecta» (Rom. 12:1-2). Pero para apreciar esa voluntad perfecta, con el mismo agradeci- miento del salmista, es necesario un cambio de perspectiva.
David inicia con acción de gracias por las generalidades con una actitud intencional y humilde. Él reconoce lo inmerecido del favor y la gracia de Dios para con él.
David progresa en su declaración, a mirar hacia atrás, a recordar esos tiempos en los cuales el favor de Dios y Su misericordia lo alcanzaron. A menudo no se siente así cuando esperamos, porque la providencia de Dios se entiende con lentes retroactivos. Cuando Dios actúa y orquesta situaciones a menudo es hasta que miramos retroactivamente que podemos ver cómo lo que se piensa para mal, Dios es capaz de orquestarlo para bien (Gén. 50:20; Rom. 8:28-38). Lamentablemente, cuando nos ponemos en el centro de la situa- ción y estamos atravesando por el sufrimiento, solo podemos ver nuestro dolor y no el propósito de Dios. Y es que el sufrimiento de alguien siempre resultará en beneficio para otros en las manos del Dios grande, poderoso y de misericordia. No fue justo que Cristo pagara por nuestros pecados, pero Su sufrimiento fue el medio de nuestra salvación y la salvación de muchos.
Aun en medio de estas declaraciones ante la acción de gracias universal, representada por «todos los reyes de la tierra», el salmista sabe que Dios salva a muchos, pero también es personal, recono- ciendo Su trascendencia e inmanencia. Dios grande e inigualable, y a la vez Dios cercano.
Ni el sufrimiento de David ni el nuestro caen en la categoría donde Dios tiene que priorizar, como si no pudiera atender a cada ser humano. Él es Dios. Es omnisciente, omnipresente, omnipotente. Conociendo sus atributos y capacidades, el salmista puede dar gracias por el favor y la esperanza futura. Tus sufrimientos y los míos pueden ser atendidos sin discriminación, ni necesidad de priorización por las manos todopoderosas y sabias que saben exactamente qué hacer y tiene recursos infinitos para hacerlo. Ni la pandemia, o un enemigo microscópico, ni el cáncer, ni el luto, ni la incertidumbre, ni los riesgos, ni la economía, ni las limitaciones, ni el cansancio que podamos experimentar evitarán que Dios cumpla Su propósito en nosotros, porque Dios no ha abandonado ni nunca abandonará la obra de Sus manos. En esto podemos estar tranquilos y tener esperanza.

Nada me faltará: 30 meditaciones sobre Salmos de esperanza

2020 por B&H Español

Una sola solución: huir

Sábado 23 Julio
Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca.
1 Corintios 6:18
Huye también de las pasiones juveniles.
2 Timoteo 2:22
Una sola solución: huir
Dios nos exhorta a resistir al diablo (Santiago 4:7; 1 Pedro 5:9). Es importante prepararse para esta lucha tomando “toda la armadura de Dios” (Efesios 6:13). Pero hay un ámbito en el cual no debemos tratar de resistir, y donde la única salida es huir: el de la tentación sexual. Dios nos creó, sabe cuáles son nuestros límites, y nos ordena expresamente huir de todas las situaciones que nos expondrían a cometer el pecado de la fornicación, es decir, de una relación sexual fuera del matrimonio.

El ejemplo del rey David es instructivo (2 Samuel 11). Se atrevió a mirar de lejos a la mujer de Urías, y sucesivamente se convirtió en adúltero y luego en asesino. Es preciso velar tanto sobre nuestras miradas como sobre nuestros pensamientos, a fin de no dar ocasión a nuestra codicia de producir sus malos frutos. Esto es aún más relevante ahora que el diablo utiliza cada vez más medios para hacernos caer: revistas, películas, videos, sitios en internet…

Imitemos más bien a José, ese hombre cuya vida nos describe el Antiguo Testamento: cuando sin buscarlo se halló en una situación peligrosa, no dudó en huir diciendo: “¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” (Génesis 39:7-23).

Estemos atentos; Satanás, el enemigo de nuestras almas, está empeñado en destruir nuestra vida y nuestro testimonio a través de esta clase de mal. No le demos ninguna ventaja. Velemos, pues, para andar cuidadosamente, “no como necios sino como sabios… porque los días son malos” (Efesios 5:15-16).

Números 32 – Lucas 9:1-20 – Salmo 87 – Proverbios 20:1

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