¿Qué es la Conciencia?

¿Qué es la Conciencia?

por John MacArthur 

La conciencia casi siempre es vista por el mundo moderno como un defecto que les roba a las personas su autoestima. Sin embargo, lejos de ser un defecto o un desorden, la capacidad que tenemos de sentir nuestra propia culpa es un magnífico obsequio divino. Dios diseñó la conciencia en el marco mismo del alma humana. 

La conciencia, escribió el puritano Richard Sibbes en el siglo XVII, es el alma reflexionando sobre sí misma.[1] La conciencia es la esencia de lo que distingue a la criatura humana. Las personas, a diferencia de los animales, pueden contemplar sus propias acciones y hacer autoevaluaciones morales. Ésa es la función propia de la conciencia. 

La conciencia es una habilidad innata cuya función es discernir lo correcto y lo incorrecto. Todos, incluso los paganos menos espirituales, tienen conciencia: “Cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen por naturaleza lo que la ley exige, ellos son ley para sí mismos, aunque no tengan la ley. Estos muestran que llevan escrito en el corazón lo que la ley exige, como lo atestigua su conciencia, pues sus propios pensamientos algunas veces los acusan y otras veces los excusan” (Ro. 2:14-15, énfasis agregado). 

La conciencia nos suplica que hagamos lo que creemos que es correcto y nos impide hacer lo que creemos que es incorrecto. La conciencia no se debe equiparar con la voz de Dios o la ley de Dios. Es una facultad humana que juzga nuestras acciones y pensamientos a la luz del más alto nivel que percibimos. Cuando violamos nuestra conciencia, ésta nos condena, provocando sentimientos de vergüenza, angustia, arrepentimiento, consternación, ansiedad, desgracia e incluso miedo. Cuando seguimos nuestra conciencia, ésta nos elogia, trayendo alegría, serenidad, autoestima, bienestar y regocijo. 

La conciencia está por encima de la razón y más allá del intelecto. Podemos racionalizar, tratando de justificarnos en nuestras propias mentes, pero una conciencia violada no se convencerá fácilmente. Es posible anular virtualmente la conciencia mediante el abuso repetido. Pablo habló de personas cuyas conciencias estaban tan pervertidas que su “gloria es su vergüenza” (Fil. 3:19; cf. Ro. 1:32). Tanto la mente como la conciencia pueden contaminarse a tal punto que dejen de distinguir entre lo que es puro y lo que es impuro (cf. Tit. 1:15). Después de tanta violación, la conciencia finalmente se calla. Moralmente, aquellos con conciencias contaminadas se quedan volando a ciegas. Las señales de advertencia molestas pueden desaparecer, pero el peligro ciertamente no; de hecho, el peligro es mayor que nunca.   

Además, incluso la conciencia más contaminada no permanece en silencio para siempre. Cuando nos juzgamos, la conciencia de cada persona se pondrá del lado de Dios, el juez justo. El peor malhechor endurecido por el pecado descubrirá ante el trono de Dios que tiene una conciencia que testifica en su contra. 

La conciencia, sin embargo, no es infalible. La conciencia está informada tanto por la tradición como por la verdad, por lo que los estándares que nos obligan no son necesariamente bíblicos (1 Co. 8:6-9). La conciencia puede estar condenando innecesariamente en áreas en las que no hay problema bíblico. La conciencia, para operar plenamente y de acuerdo con la verdadera santidad, debe ser instruida por la Palabra de Dios. La conciencia reacciona a las convicciones de la mente y, por lo tanto, puede ser alentada y agudizada en concordancia con la Palabra de Dios. 

El cristiano sabio quiere dominar la verdad bíblica para que la conciencia esté completamente instruida y juzgue bien porque está respondiendo a la Palabra de Dios. Una dieta periódica de lectura de las Escrituras fortalecerá una conciencia débil o restringirá una hiperactiva. Por el contrario, el error, la sabiduría humana y las influencias morales erradas que llenan la mente corromperán o paralizarán la conciencia. 

En otras palabras, la conciencia funciona como un tragaluz, no como una bombilla. Deje entrar la luz en el alma; no produzca la suya. Su efectividad está determinada por la cantidad de luz pura a la que la exponemos y por lo limpia que la mantenemos. Cúbrala o póngala en la oscuridad total y dejará de funcionar. Es por eso que el apóstol Pablo habló de la importancia de una conciencia limpia (1 Ti. 3:9) y advirtió contra cualquier cosa que contamine o enturbie la conciencia (1 Co. 8:7Tit. 1:15). 

La conciencia está al tanto de todos nuestros pensamientos y motivos secretos. Por lo tanto, es un testigo más preciso y formidable en la sala del tribunal del alma que cualquier observador externo. La conciencia es una parte indivisible del alma humana. Aunque puede estar endurecida, cauterizada o adormecida en latencia aparente, la conciencia continúa almacenando evidencia que algún día usará como testimonio para condenar el alma culpable. 

La semana que viene veremos que debido a que la conciencia es el sistema automático de advertencia del alma, es ella misma la que inicia el juicio en el tribunal imaginario, en el consejo del corazón humano. 

Atesorar el precio de la redención

Serie: Cómo aprender las leyes de Dios

Atesorar el precio de la redención
Por R.C. Sproul

La clave para entender el clamor de Jesús desde la cruz la encontramos en la carta de Pablo a los gálatas: «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por nosotros (porque escrito está: MALDITO TODO EL QUE CUELGA DE UN MADERO)» (Gal 3:13).

Ser maldito es ser apartado de la presencia de Dios, ser colocado fuera del campamento, ser excluido de Sus beneficios. En la cruz, Jesús fue maldito. Es decir, Él representó a la nación judía que había violado el pacto y estaba expuesta a la maldición. Allí, Él recibió la medida completa de la maldición sobre Sí mismo. Como el Cordero de Dios, Aquel que cargó con el pecado, Él fue apartado de la presencia de Dios.

En la cruz, Jesús experimentó el abandono en lugar nuestro. Dios le dio la espalda y lo apartó de toda bendición, de todo cuidado, de toda gracia y de toda paz.

Dios es demasiado santo como para mirar la iniquidad. Dios el Padre le dio la espalda a Su Hijo, y lo maldijo hasta el abismo del infierno mientras colgaba en la cruz. Aquí estaba «el descenso al infierno» del Hijo. Aquí la furia de Dios se desató contra Él. Su grito fue el grito de los condenados. Por nosotros.

Coram Deo: vivir delante del rostro de Dios
Reflexiona sobre lo que Jesús hizo por ti en el Calvario. Da gracias por el Cordero de Dios que cargó con tu pecado.

Para estudiar más a fondo
Mateo 27:46 – Gálatas 3:13 – Gálatas 3:10

El Dr. R.C. Sproul fue fundador de los Ministerios Ligonier, pastor fundador de Saint Andrew’s Chapel en Sanford, Florida y primer presidente de Reformation Bible College. Escribió más de cien libros, incluyendo La santidad de Dios, Escogidos por Dios, Todos somos teólogos, Moisés y la zarza ardiente, Sorprendido por el sufrimiento, entre otros.

Admiración

Viernes 8 Julio
Se espantaron grandemente.
Marcos 5:42
En gran manera se maravillaban (hablando de Jesús), diciendo: bien lo ha hecho todo.
Marcos 7:37
Se regocijaba por todas las cosas gloriosas hechas por él.
Lucas 13:17
Admiración
Todos nos hemos maravillado alguna vez ante el cielo estrellado, el esplendor de un atardecer, ante una hermosa flor o la belleza de un rostro… Quizás admiremos incluso un personaje célebre, ídolos de la canción, del espectáculo, de la política…

Entonces, si conocemos algo sobre la vida de Jesucristo, ¿cómo permanecer indiferentes? Él es incomparable: Dios nuestro Creador se hizo hombre entre los hombres. Los autores de los evangelios, que lo vieron, lo escucharon y lo tocaron nos lo muestran. Cuando era niño obedeció a sus padres sin dejar de someterse a Dios (Lucas 2:49). Más tarde trabajó como carpintero (Marcos 6:3). Luego, enviado por el amor de Dios, recorrió el país sirviendo a sus contemporáneos. Con humildad y gran bondad les habló de perdón, de reconciliación, de amor, de paz. Su mensaje era gracia y verdad; denunciaba el mal, para conducir al perdón a los que se arrepentían, consolaba a los que sufrían…

Pero la grandeza de Jesús, el Hijo de Dios, nos impresiona aún más cuando, siendo odiado, rechazado, traicionado, herido, aceptó llevar en la cruz, en nuestro lugar, el castigo que nosotros merecíamos por nuestros pecados. Dio su vida por nosotros, sus enemigos, pero tenía el poder para volverla a tomar. Jesús resucitó, venció a la muerte.

Detengámonos contemplando la vida de Jesús y su carácter único, más que admirable. Recibamos este mensaje de Aquel que nos amó hasta tal punto, y digámosle, como Tomás: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:28).

Números 18 – Lucas 1:26-56 – Salmo 80:1-7 – Proverbios 19:1-2

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