Lo que Dios es para las familias

Serie:Una teología de la familia

Lo que Dios es para las familias
Thomas Doolittle (1632 – c. 1707)

Propuesta 1
Dios es el Fundador de todas las familias; por tanto, estas deberían orar a Él. La sociedad familiar suele estar formada por estas tres combinaciones: Marido y mujer, padres e hijos, amos y siervos, aunque puede haber una familia donde esto no sea así, aun estando dentro de estos parámetros, todas estas combinaciones son de Dios. La institución de marido y mujer viene de Dios (Gn. 2:21-24) y también la de padres e hijos, y amos y siervos. La autoridad de uno sobre otro y la sujeción del otro al uno están instituidas por Dios y fundadas en la ley de la naturaleza, que es la ley de Dios. Él no sólo creó a las personas consideradas por separado, sino también a esta sociedad. Y, así como la persona individual está sujeta a dedicarse al servi- cio de Dios y orar a Él, así también la sociedad familiar está sujeta conjuntamente a lo mismo, porque la sociedad es de Dios. ¿Acaso ha designado Dios a esta sociedad sólo para el consuelo mutuo de sus miembros o del conjunto de la familia, o también para que el grupo mismo le brinde su propia gloria? ¿Y puede darle gloria a Dios esta sociedad familiar si no le sirve y ora a Él? ¿Le ha dado Dios autoridad a aquel que manda y gobierna, y al otro el encargo de obedecer, sólo en referencia a las cosas mundanas y no en las espirituales? ¿Puede ser el con- suelo de la criatura el fin supremo de Dios? No; el fin es su propia gloria. ¿Acaso alguien, por la autoridad de Dios y el orden de la naturaleza, es el paterfamilias25, “el amo de la familia”, así llamado en referencia a sus sirvientes y también a sus hijos, por el cuidado que debería tener de las almas de los siervos y de que adoren a Dios con él, como también lo hacen sus hijos? ¿No debería mejorar el poder que ha recibido de Dios sobre todos ellos, para Él y para el bienestar de las almas de ellos, llamándolos conjuntamente a adorar a Dios y a orarle? Que juzguen la razón y la fe.


Propuesta 2
Dios es el Dueño de nuestras familias; por tanto, deberíamos orarle a Él, que es nuestro Dueño y Propietario absoluto; no sólo por la supereminencia27 de su naturaleza, sino tam- bién por medio del derecho de creación al habernos dado el ser y todo lo que tenemos. No- sotros mismos y todo lo que es nuestro (siendo nosotros y lo nuestro más suyo que nuestro), estamos incuestionablemente sujetos a entregarnos a Dios en lo que pudiéramos ser más útil para el interés y la gloria de nuestro Dueño. ¿De quién son, pues, sus familias, sino de Dios? ¿Desmentirán ustedes a Dios como Dueño suyo? Aunque lo hicieran, en cierto modo siguen siendo suyos, a pesar de que no sería mediante la resignación ni consagrándose por completo a Él. ¿De quién prefieren que sean sus familias, de Dios o del diablo? ¿Tiene el diablo algún derecho a sus familias? ¿Servirán estas al diablo que no tiene derecho alguno sobre ustedes ni sobre la creación, la preservación o la redención? ¿Y no servirán ustedes a Dios que, por medio de todo esto, tiene derecho sobre ustedes y una propiedad absoluta y completa en us- tedes? Si dicen que sus familias son del diablo, sírvanle a él. Pero si afirman que son de Dios, entonces sírvanle a Él. ¿O acaso dirán: “Somos de Dios, pero serviremos al diablo”? Si no lo dicen, pero lo hacen, ¿no es igual de malo? ¿Por qué no se avergüenzan de proceder así y sí se abochornan de hablar y decirle al mundo lo que hacen? Hablen, pues, en el temor de Dios. Si sus familias como tales son de Dios, ¿no sería razonable que le sirvieran y le oraran a Él?


Propuesta 3
Dios es el Amo y Gobernador de sus familias; por tanto, como tales, ellas deberían servirle y orar a Él. Si Él es su Dueño, también es su Soberano y, ¿acaso no le da leyes por las que cami- nar y obedecer, no sólo como personas particulares, sino también como sociedad combinada? (Ef. 5:25-33; 6:1-10; Col. 3:19-25; 4:1). ¿Es, pues, Dios el Amo de su familia, y no debería ésta servirle? ¿Acaso no le deben obediencia los súbditos a sus gobernantes? “El hijo honra al pa- dre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? y si soy señor, ¿dónde está mi temor?” (Mal. 1:6). Sí, ¿dónde? Desde luego no en las familias impías que no oran.


Propuesta 4
Dios es el Benefactor de sus familias, por tanto, deberían servir a Dios en oración y ala- banza a Él. Dios no los hace buenos y les da misericordias como personas individuales sola- mente, sino también como una sociedad conjunta. ¿No es la continuidad del padre de familia una merced hacia toda la familia y no sólo hacia él? ¿No es la continuidad de la madre, los hijos y los siervos en vida, salud y existencia, una clemencia para toda la familia? Que tengan ustedes una casa donde vivir juntos y comida para compartir en familia ¿no son para ustedes misericordias familiares? ¿No clama esto a gritos en sus oídos y su consciencia para que den gracias, juntos, a su espléndido Benefactor, y para orar todos por la continuidad de estos así como para que se concedan más cosas según las vayan necesitando? No tendría fin declarar de cuántas formas Dios es el Benefactor de sus familias de manera conjunta y serán ustedes unos desvergonzados si no le alaban juntamente por su generosidad. Una casa así es más una pocilga de cerdos que una morada de criaturas racionales.
¿No llamará Dios a dar cuentas a estas familias que no oran como lo hizo en Jeremías 2:31? “¡Oh generación! atended vosotros a la palabra de Jehová. ¿He sido yo un desierto para Israel, o tierra de tinieblas? ¿Por qué ha dicho mi pueblo: Somos libres; nunca más vendremos a ti?”. ¿Se ha olvidado Dios de ustedes? Hablen familias impías que no oran. ¿Se ha olvidado Dios de ustedes? ¡No! Cada bocado de pan [que] comen les dice que Dios no se olvida de ustedes. Cada vez [que] ven su mesa puesta y la comida sobre ella, comprueban que Dios no se olvida de ustedes. “Entonces, ¿por qué —dice Dios— no vendrá esta familia a mí? Cuando tienen con qué alimentar a sus hijos y estos no lloran pidiendo pan, [de manera que] el padre no se ve obligado a decir: “¡Te daría pan, hijo mío, pero no lo tengo!”. ¿Por qué no vienen a mí? Viven juntos y comen juntos a mis expensas, cuidado y custodia y, a pesar de ello, pasan los meses y nunca vienen a mí. Y que sus hijos estén en su sano juicio, tengan ropa, miembros, no hayan nacido ciegos ni tenido un nacimiento monstruoso, y les haya hecho bien de mil maneras, puede decir Dios, ¿por qué, pues, viven años enteros juntos y, sin embargo, no vie- nen a mí juntos? ¿Han encontrado a alguien más capaz o más dispuesto a hacerles el bien? Jamás lo hallarán. ¿Por qué son, pues, tan ingratos que no vienen a mí?”.
Saben cuando Dios es el Benefactor de las personas (y existe la misma razón para las fami- lias) y no le sirven, ¡qué monstruosa perversidad! Dios los ha mantenido a salvo en la noche y, sin embargo, por la mañana no dicen: “¿Dónde está el Señor que nos ha preservado? ¡Vengan, vengan, alabémosle juntos!”. Dios les ha hecho bien a ustedes y a sus familias durante tantos años; pero no dicen: “¿Dónde está el Señor que ha hecho tan grandes cosas por nosotros? ¡Vengan! Reconozcamos juntos su misericordia”. Dios los ha acompañado en la aflicción y en la enfermedad de la familia: La plaga ha estado en la casa y, a pesar de ello, están vivos —la viruela y las ardientes fiebres han estado en sus casas y, con todo, ustedes siguen vivos—, su compañero/a conyugal ha estado enfermo/a y se ha recuperado; los niños casi han muerto y se han curado. Pero ustedes no dicen: “¿Dónde está el Señor que nos ha salvado de la tumba y nos ha rescatado del abismo para que no nos pudramos entre los muertos?”. Pero no oran a él ni alaban juntos a su maravilloso Benefactor. ¡Que se asombren de esto los muros mismos entre los cuales viven estos ingratos desgraciados! ¡Que tiemblen las vigas y las columnas de sus casas! ¡Que los travesaños mismos del suelo que pisan y sobre el que caminan se asusten horriblemente! ¡Porque aquellos que viven juntos en semejante casa se van a la cama antes de orar conjuntamente! ¡Que la tierra se sorprenda porque las familias que el Señor alimenta y mantiene son rebeldes y desagradecidas, y son peores que el buey mismo que conoce a su dueño y tienen menos entendimiento que el asno (Is. 1:2-3)!
De lo que se ha dicho razono de esta manera: Si Dios es el Fundador, Dueño, Gobernador y Benefactor de las familias, que estas le adoren conjuntamente y oren a Él.

Tomado de “How May the Duty of Family Prayer Be Best Managed for the Spiritual Benefit of Every One in the Family?” (¿Cómo puede el deber de la oración familiar ser mejor administrado para el bene- ficio espiritual de cada uno en la familia?), Puritan Sermons 1659-1689. Being the Morning Exercises at Cripplegate (Sermones puritanos 1659-1689. Estando en los ejercicios matutinos en Cripplegate), Vol. 2, Richard Owen Roberts, Editor.

Thomas Doolittle (1632 – c. 1707): Fue convertido siendo joven, tras leer el libro de Richard Baxter, The Saints’ Rest (El descanso de los santos); escritor de talento y predicador, y uno de los puritanos más conocidos de su tiempo. Nació en Kidderminster, Worcestershire, Inglaterra.

Primer vuelo

Sábado 20 Agosto
El águila… excita su nidada, revolotea sobre sus pollos, extiende sus alas, los toma, los lleva sobre sus plumas.
Deuteronomio 32:11
El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos.
Deuteronomio 33:27
Vosotros visteis… cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí.
Éxodo 19:4
Primer vuelo
Encaramado en un acantilado a más de 1800 metros de altura, en la soledad de los Alpes austriacos, percibí un nido: allí anida un par de águilas. Son el orgullo y la distracción de un pueblo cercano de la montaña. Observé a través de los binoculares la maniobra de estas grandes aves de rapiña.

Esa mañana parecía reinar una gran agitación en el nido donde pude distinguir claramente dos jóvenes aguiluchos. Sus padres los empujaron lentamente fuera del nido, y ellos terminaron por caer como piedras, agitando sus pequeñas alas de forma desordenada e ineficaz. Luego los aleteos fueron más regulares y amplios… las crías ya no se caían, ¡volaban! Fue entonces cuando los dos adultos surgieron como relámpagos e interrumpieron esta primera lección ubicándose cada uno bajo un aguilucho para llevarlos al nido sobre su espalda.

Entonces pensé en la manera como, algunas veces, Dios enseña a sus hijos a utilizar las “alas” de la fe. En una situación difícil, si pierden el equilibrio, aprenden a contar con las promesas divinas. Rápidamente descubren que Dios está ahí, por debajo de ellos, desplegando su protección como las alas del águila.

Sí, para el creyente es una experiencia irremplazable contar solo con el Dios invisible. Su objetivo, sacándonos de nuestro acogedor nido, es fortalecer nuestra confianza en su fidelidad y en su amor.

Jeremías 23:21-40 – Lucas 23:26-56 – Salmo 97:1-7 – Proverbios 21:25-26

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