¿Cómo Limpiar La Conciencia?

por John MacArthur

Una de las cosas que el milagro de la salvación manifiesta es el efecto limpiador y rejuvenecedor que el nuevo nacimiento tiene en la conciencia. En la salvación, el corazón del creyente es “purificado de una conciencia culpable” (Hebreos 10:22). El medio por el cual se limpia la conciencia es la sangre de Cristo (Hebreos 9:14). Eso no significa, por supuesto, que la sangre real de Jesús tenga alguna potencia mística o mágica como agente limpiador de la conciencia. ¿Qué significa eso?

Los conceptos teológicos involucrados aquí son sencillos, aunque bastante profundos. La ley del Antiguo Testamento requería sacrificios de sangre para expiar el pecado. Pero los sacrificios del Antiguo Testamento no podían hacer nada por la conciencia. Esos sacrificios no tenían eficacia real para expiar el pecado, “ya que es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados” (Hebreos 10:4). Simplemente mostraban la fe y la obediencia del adorador mientras presagiaban la muerte de Cristo, que derramaría su sangre como sacrificio perfecto por el pecado.

El sacrificio de Cristo en la cruz, por lo tanto, logró lo que la sangre de las cabras, la de los toros y las cenizas de las vaquillas solo podían simbolizar: “Él mismo, en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados, para que muramos al pecado y vivamos para la justicia. Por sus heridas ustedes han sido sanados” (1 Pedro 2:24). Nuestros pecados le fueron imputados y Él pagó el castigo por ellos. Además, su justicia perfecta es imputada a los que creemos (Romanos 4:22-24; Filipenses 3:9).

Dado que la culpa de todos nuestros pecados fue borrada por completo con su muerte, y puesto que su justicia intachable se acredita a nuestra cuenta, Dios nos declara inocentes y nos recibe como completamente justos. Esa es la doctrina conocida como justificación. Lo más importante siempre, además de que nuestra propia conciencia nos condene sin piedad, es que la sangre de Cristo clama por perdón. La expiación de Cristo satisfizo completamente las demandas de la justicia de Dios, por lo que el perdón y la misericordia están garantizados para aquellos que reciben a Cristo con una fe humilde y arrepentida.

¿Significa eso que los creyentes pueden persistir en pecar y aun así disfrutar de una conciencia limpia? Absolutamente no. “Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él?” (Romanos 6:2). El nuevo nacimiento implica una revisión completa del alma humana (2 Corintios 5:17). La conciencia lavada y rejuvenecida es solo una evidencia de que esta transformación es un hecho (cf.1 Pedro 3:21). El amor a la justicia y el odio al pecado es otra evidencia (1 Juan 3:3, 8).

Los creyentes cuya conducta contradice su fe hacen que sus conciencias se contaminen (1 Corintios 8:7). Y aquellos que profesan a Cristo, pero en definitiva rechazan la fe y una buena conciencia, sufren naufragio espiritual (1 Timoteo 1:19), es decir, prueban que nunca creyeron realmente (cf.1 Juan 2:19).

Por lo tanto, la conciencia sana va de la mano con la seguridad de la salvación (Hebreos 10:22). El creyente firme debe mantener el enfoque apropiado en la fe para disfrutar de una conciencia que se limpia perennemente de la culpa: “Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará [seguirá limpiándonos] de toda maldad” (1 Juan 1:9).

¡Qué gran regalo es que nos limpie de una conciencia contaminada! De la misma manera que una conciencia afligida es un reflejo del infierno, la conciencia pura es una virtud de la gloria. Irónicamente, una conciencia débil tiene más probabilidades de acusar que una conciencia fuerte. Las Escrituras la llaman conciencia débil porque es muy fácil de herir. Por eso, en nuestro próximo artículo veremos: Cómo vencer una conciencia débil.

La humildad en las esposas y madres

Serie: El orgullo y la humildad

Nota del editor:Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El orgullo y la humildad

En Tito 2, Pablo instruye a las mujeres mayores a que «enseñen» a las más jóvenes (v. 4), literalmente para «hacerlas tomar conciencia». Utiliza una forma de la misma palabra en el versículo 5, donde su lista de necesidades para formación incluye tener autocontrol, traducido a menudo como ser «prudentes».

«Tomar conciencia». ¿No es ahí donde empieza la humildad para las esposas y las madres? Una madre ocupada tiene veinte cosas dando vueltas en su mente a lo largo del día. Si añadimos las diversas emociones, las interrupciones y las sorpresas, es fácil sentir que nuestras mentes son todo menos «controladas». Pero parte del crecimiento en la piedad como esposas y madres es aprender a cultivar y mantener una mente sana, particularmente sobre quién es Dios y quiénes somos en relación con Él. Este «pensamiento correcto» o «sensato» es clave para caminar en humildad mientras aprendemos a amar a nuestros esposos e hijos (v. 4).

La humildad que proviene de una mente autocontrolada comienza en Génesis. Allí vemos que Dios es el Creador y nosotros somos los creados. Esta es una verdad muy básica, pero la disciplina de vivir a la luz de ella es parte de la madurez obtenida con esfuerzo y traída por el Espíritu. Con esta realidad como fundamento, que Dios es el Creador y nosotros las criaturas, consideremos tres maneras en que las esposas y madres pueden cultivar la humildad que proviene de una vida basada en pensamientos correctos.

La humildad elige someterse
La palabra «sumisión» nos hace pensar inmediatamente en la relación de la esposa con su esposo. Pero antes de someternos a nuestros esposos, debemos someternos a nuestro Creador. Él es un Dios de orden que ha creado Su mundo para que funcione de una manera determinada. Es mi deber como criatura entender lo mejor posible cómo funciona este orden en mi vida. Si Él ha dado alguna instrucción escrita —y lo ha hecho— debo leerla cuidadosamente y obedecerla. Su Palabra muestra claramente un orden creado dentro de la familia. El esposo es la cabeza de la esposa (Ef 5:23), y la esposa debe someterse voluntariamente a ese liderazgo y autoridad.

Además de someterse al diseño de Dios para la autoridad del marido, las madres deben someterse al diseño de Dios para la crianza de los hijos. Trabajamos junto a nuestros esposos para criar a nuestros hijos «en la disciplina e instrucción del Señor» (Ef 6:4), lo que no es una tarea pequeña. Pero porque estamos sometidas al diseño de Dios, no nos acobardamos. Trabajamos por fe día tras día, confiando los resultados al Señor incluso cuando el entrenamiento es agotador, inconveniente o aparentemente infructuoso.

La humildad reconoce el pecado
Me casé con un pecador, al igual que mi esposo se casó con una pecadora. La humildad, tanto en el matrimonio como en la maternidad, requiere pensar correctamente sobre el pecado. Como esposa, debo reconocer mi tendencia pecaminosa a rebelarme contra el liderazgo de mi esposo, ya sea a través de la frialdad, la manipulación o los pensamientos no expresados. Debo recordar cuán persistente es el pecado que aún está en mí y estar atenta a las formas sutiles en que está dañando la relación. Debo identificar la viga en mi propio ojo antes de señalar la paja en el ojo de mi esposo. Y habrá paja. Los esposos son líderes imperfectos que cometerán errores y fallarán en servir como deben. Pensar correctamente sobre el pecado de mi esposo producirá una humildad que perdona libremente, que no guarda rencor y que se regocija en cada evidencia de la obra santificadora del Señor en él.

Para las madres, este pensamiento sano puede ser un ejemplo bello de confesión y alejamiento del pecado. Cuando peco contra mis hijos, en lugar de excusar el pecado, debo reconocerlo y pedir humildemente su perdón.

La humildad depende del Espíritu
Finalmente, una mente autocontrolada comprende tanto la importancia del crecimiento en la piedad como la imposibilidad de ese crecimiento sin el Espíritu Santo. «Tomar conciencia» sobre esta incapacidad total para ser las esposas y madres que Dios nos ha llamado a ser nos hará caer a menudo de rodillas, clamando en oración por lo que solo Él puede dar y hacer. Señor, no estoy segura de cómo aplicar el evangelio a la desobediencia de mi hijo. ¡Ayúdame! Señor, no estoy de acuerdo con mi esposo respecto a esta decisión y no estoy segura de cómo expresar respetuosamente mis preocupaciones. ¡Dame sabiduría! Reconoceremos humildemente que ocho horas de sueño no nos harán por sí solas madres pacientes, y que leer los mejores libros sobre el matrimonio en sí mismo no nos hará esposas piadosas. Necesitamos al Espíritu Santo para que nos dé sabiduría, para que exponga nuestro pecado, para que ilumine las Escrituras, para que haga que la piedad sea hermosa para nosotras. Afortunadamente, nuestro Padre se complace en darnos este Espíritu.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.

Tessa Thompson
Tessa Thompson es autora de Laughing at the Days to Come: Facing Present Trials and Future Uncertainties with Gospel Hope [Riéndose de los días venideros: Afrontando las pruebas presentes y las incertidumbres futuras con la esperanza del evangelio].

¿Cansado de vivir y con miedo de morir?

Jueves 4 Agosto

… Terrores de sombra de muerte los toman.

Job 24:17

El Señor es mi pastor… Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo.

Salmo 23:14

¿Cansado de vivir y con miedo de morir?

Un famoso actor declaró a un periodista: “Estoy cansado de vivir y tengo miedo de morir”. A menudo la vida no es fácil. La riqueza, como los honores y la gloria, no pueden dar la paz y el gozo al corazón. La muerte sigue siendo aterradora para el que no se ha reconciliado con Dios.

¡Qué contraste con el apóstol Pablo, siervo e imitador de Jesucristo, su Salvador y Señor! No escatimó esfuerzos para proclamar el Evangelio, su vida no fue nada fácil. A menudo fue perseguido y rechazado. Terminó su vida prisionero en Roma debido a su fe. A pesar de todas esas dificultades, no temía ni a la vida ni a la muerte, porque confiaba plenamente en Dios. “Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio… no sé entonces qué escoger… teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros” (Filipenses 1:21-24). Tenía la convicción de estar en las manos de Dios, a quien conocía personalmente. Dios le bastaba en todo, para vivir o para morir.

El ser humano es frágil física y sicológicamente. Dios lo sabe bien. “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece el Señor de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo” (Salmo 103:13-14). Nuestro recurso es conocerlo como nuestro Padre, y Jesucristo dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).

Jeremías 8 – Lucas 14 – Salmo 90:7-12 – Proverbios 20:23-24

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