Confronta a los hipócritas, pero no los canceles

WILL ANDERSON

En la era digital, las historias de pastores caídos se vuelven virales, se documentan y se distribuyen a las masas a través de las redes sociales, YouTube, podcasts y denuncias en línea. Cuanto más prominente es el líder, más fuerte es el ruido. Cuanto más graves sean los pecados, mayor será la audiencia.

Desenmascarar a los charlatanes religiosos es lo correcto. Honra a las víctimas, hace que los líderes descarriados rindan cuentas y desafía los modelos de liderazgo basados más en la celebridad que en el servicio. Pero si bien exponer la hipocresía abusiva es un paso seguro hacia la justicia, es un primer paso crucial, no es una solución completa.

La hipocresía es como una máquina demoledora que destroza las almas a su paso, dejando a los santos desorientados tambaleándose entre los escombros de la traición. Los pastores falsos crean ovejas insensibles. En respuesta, algunos deconstruyen su camino hacia la desconversión, renunciando al cristianismo. Para los que se quedan, decididos a hallar sanidad en la iglesia y no fuera de ella, la ira, la desconfianza y la duda persisten: ¿Por qué volver a confiar en un pastor?

El hastío consume a innumerables buscadores de justicia. No basta con acusar a los abusadores espirituales; también estamos llamados a dar los primeros auxilios, vendando a los hermanos y hermanas heridos, indicándoles que Cristo es digno de confianza. Por eso me encanta Mateo 23, donde Jesús reprende ferozmente la hipocresía de los fariseos.

Este capítulo nos enseña de muchas maneras, a través de tres lecciones, que Jesús —y no los titulares— es quien debe moldear nuestra respuesta a la hipocresía.

  1. La hipocresía en los líderes no niega la obediencia en nosotros.
    Jesús no se contiene en Mateo 23, pues llama a los fariseos «hijos del infierno» y «guías ciegos», pero de forma sorprendente sus primeras palabras instruyen a los oyentes a obedecer las enseñanzas de ellos:

Los escribas y los fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés. De modo que hagan y observen todo lo que les digan; pero no hagan conforme a sus obras, porque ellos dicen y no hacen (Mt 23:2-3).

Exponer la hipocresía abusiva es un paso seguro hacia la justicia, pero no es una solución completa

El punto de Jesús es claro, aunque contracultural: Todo discípulo debe obedecer la verdad bíblica, independientemente de quién la enseñe. Es desconcertante que los pastores malos a menudo enseñen cosas buenas. Jesús no nos está diciendo que seamos indiferentes a los pastores farsantes (su crítica mordaz lo demuestra más tarde). Pero Jesús sabe que somos propensos a tirar el bebé (la verdad que fortalece la fe) con el agua sucia (la hipocresía que aplasta la fe). Incluso cuando el pecado anula el ministerio de alguien, la Palabra de Dios nunca debe ser anulada (Is. 55:9-11). Como explica el comentarista Michael J. Wilkins:

Hay que obedecer todas y cada una de las interpretaciones correctas de las Escrituras. Los fariseos decían muchas cosas buenas, y su doctrina estaba más cerca de la de Jesús en muchos aspectos cruciales que la de otros grupos… Jesús no condena la búsqueda de la justicia en sí misma; más bien, critica solo ciertas actitudes y prácticas expresadas dentro del esfuerzo por ser justos.

Cuando una autoridad espiritual engaña, es tentador descartar no solo a la persona, sino también todo lo que ha enseñado. Se siente más seguro desechar todo, incluyendo la doctrina. Pero esto crea cínicos que perciben toda autoridad espiritual como abusiva y cualquier llamado a la obediencia como legalismo. Dios quiere que seamos duros con los tiranos, pero tiernos con Su Palabra. Abandonar la verdad es renunciar a nuestra arma más fuerte contra el mal. Permanezcamos armados.

  1. Dios odia la hipocresía más que nosotros.
    Mateo 23, junto con toda la Escritura (ver Ezequiel 34), nos muestra la ira de Dios cuando los líderes espirituales engañan y maltratan a Su pueblo. Cristo tiene cero simpatía por encubrir o minimizar las prácticas que calumnian Su nombre y maltratan a Su novia. Su furia santa es intensa, no indiferente; específica, ni ambigua.

En Mateo 23:4-36, Jesús lanza algunos reproches que irritan a los fariseos: hipócritas, hijos del infierno, guías ciegos, insensatos, ciegos, codiciosos, autocomplacientes, sepulcros blanqueados, malvados, serpientes, camada de víboras. Lejos de ser insultos inmaduros, estas palabras revelan el amor de Cristo por Su pueblo. Como un padre que increpa a alguien que intenta hacer daño a su hijo, la intensidad muestra intimidad.

Abandonar la verdad es renunciar a nuestra arma más fuerte contra el mal

El amor también es evidente en lo específico de la ira de Jesús. Con argumentos afilados, persigue a los fariseos con precisión, como señala Wilkins en su comentario sobre este pasaje: ellos imponen cargas legalistas a la gente (v. 4), muestran su piedad de forma pretenciosa (v. 5), se aprovechan de su posición de modo que menosprecian la autoridad de Dios (vv. 6-12), juegan con la religión (vv. 15-22), hacen prominentes asuntos menores (vv. 23-34), valoran la tradición por encima de Dios (vv. 25-28), y ahogan a las voces justas con las suyas (vv. 29-32).

Jesús lo deja claro: los que alardean de Su nombre, a costa de Su pueblo, corren un grave peligro. La justicia llegará.

  1. Dios anhela sanar a los hipócritas.
    Con una ira justa corriendo por sus venas, las últimas palabras de Jesús en esta escena son impactantes:

¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas, y no quisiste! (v. 37).

Esto es notable: Dios reprende a los hipócritas, pero también quiere sanarlos. Cuando rechazan Su gracia, como a menudo lo hacen, se lamenta. ¿Lo hacemos nosotros? ¿Estamos dispuestos a imitar la ira y la compasión de Jesús? Todos los cristianos atraviesan la misma metamorfosis: enemigos de Dios convertidos en amigos de Dios por la gracia de Dios (Ro 5:10). Si la gracia de Dios está firmemente arraigada en nosotros, anhelaremos verla en los demás.

Arrogancia y falsa humildad
El enfoque de Jesús para enfrentarse a los hipócritas entra ciertamente en conflicto con el espíritu de nuestra época. Seguir Su ejemplo radical requiere evitar dos extremos.

El primer extremo es la arrogancia, una ira desligada de la humildad. De nuevo, debemos enfadarnos por la hipocresía; pero como cristianos, sabemos que la indignación «justa» se degrada rápidamente en ira injusta, alimentada más por el orgullo que por la justicia. La ira piadosa implica moderación, confiando en que Él hará justicia. Tal contención contradice la cultura de cancelación. Al igual que todas las emociones, sometemos nuestra ira a Dios, actuando de forma responsable para defender a las víctimas y destronar a los manipuladores, pero de forma justa, no insensata.

El segundo extremo es una falsa humildad, que se niega a señalar la hipocresía porque «al fin y al cabo, todos somos hipócritas». Mostrándose como no juzgadora, esta mentalidad ignora la enseñanza clara de Jesús de que la disciplina eclesiástica es necesaria (Mt 18:15-19). Pablo dice que es el «peor de los pecadores», pero también reprende a Pedro por negarse a comer con los gentiles (Gá 2:11-21). Si la ira de Jesús en Mateo 23 nos enseña algo, que algunas situaciones requieren que hablemos en voz alta contra la hipocresía. Si nos negamos a reprender cuando la ocasión lo exige (Lc 17:3), nuestro silencio es cobardía, no humildad.

Uno de mis profesores favoritos del seminario nos retó a leer Mateo 23 cada año, y he aceptado el reto. Todos tenemos la tentación de sacar provecho del liderazgo de forma egoísta. Que el temor al Señor nos guarde de la insensatez.

Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
Will Anderson (MA, Talbot School of Theology) es director de Mariners Church en Irvine, California.

La ilusión del control

Por Thomas Brewer

Serie: Perfeccionismo y control

Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Perfeccionismo y control

Cometer errores no es agradable. El dolor agudo del remordimiento después de cometer un error es un sentimiento terrible. El miedo a cometer un error también es terrible. «Me temo que cometí un error». ¿Cuántas veces nos hemos dicho eso? ¿Cuántas veces no hemos cometido un solo error, sino varios? ¡Cómo nos gustaría poder evitar nuestros errores y nuestro miedo constante a cometerlos! Podemos tratar de evitarlos, pero ocurren de todos modos, y el miedo permanece. Para evitar los errores, tratamos de ser inerrantes o perfectos. Sin embargo, inevitablemente, volvemos a fallar y nos sentimos avergonzados. La raíz del perfeccionismo es este miedo, el miedo a la vergüenza. La vergüenza es la sensación dolorosa de que algo anda mal con nosotros. Y la verdad es que, en el fondo, sabemos que algo anda mal con nosotros. Por eso tratamos de ocultarlo. Somos como Adán y Eva en el huerto: sabemos que algo no está bien, así que nos cosemos hojas de higuera. Pero las hojas de higuera resultan ser un vestuario deficiente.

Tratar de ocultar nuestra vergüenza es una manera de lidiar con ella. Eso es lo que hicieron Adán y Eva. Taparon su vergüenza con hojas de higuera y luego se escondieron entre los árboles. Eran perfeccionistas. El perfeccionismo es luchar en nuestras propias fuerzas por hacer todo bien, de modo que nuestra vergüenza quede oculta. No obstante, hay otras maneras de lidiar con la vergüenza. También está la manera de Caín, quien estalló en ira y mató a su hermano Abel. Esa manera es la rebelión abierta. Muchos padres cristianos preferirían tener hijos perfeccionistas en lugar de hijos abiertamente rebeldes. Pero la vergüenza de no estar a la altura sigue ahí y, a menudo, los efectos de la actitud perfeccionista duran más que los efectos de la rebelión abierta. Solo mira la historia del hijo pródigo. Él se entregó a la rebelión abierta, solo para regresar a casa arrepentido ante su padre. Sin embargo, el hermano mayor siguió siendo perfeccionista. «¿Por qué mataste el becerro engordado para él?». El hermano mayor pensaba que había hecho todo bien. Pensaba que había escondido su vergüenza bastante bien. Su verdadera pregunta era: «¿Acaso no estoy a la altura?».

Una aclaración: el perfeccionismo no es simplemente esforzarse por hacer las cosas bien. Esforzarse por hacerlas bien es bueno, valioso y encomiable. La Biblia nos llama a ello (Col 3:23). Si eso es lo que estamos haciendo, no nos preocupa lo que piensen los demás ni nos juzgamos a nosotros mismos por nuestro bajo rendimiento. Por ejemplo, si estamos aprendiendo a tocar la guitarra, simplemente seguimos practicando para mejorar. El perfeccionismo solo surge cuando hay vergüenza de por medio. ¿Y cómo intentamos evitar la vergüenza? A través del control. Tener el control nos permite ajustar nuestro entorno para que todo esté en el lugar correcto, al menos según nosotros. Si Caín hubiera podido controlar a Dios, se habría asegurado de que aceptara su sacrificio y no el de Abel. Pero Caín no podía controlar a Dios. ¡Qué frustrante! Si las cosas están fuera de nuestro control, no podemos asegurarnos de que nuestra vergüenza permanezca oculta. Es inevitable que las cosas salgan mal y nuestros defectos queden expuestos. De nuevo nos encontramos con la vergüenza. Eso nos recuerda que no podemos arreglar las cosas. No podemos escondernos. Aunque Adán y Eva cosieron hojas de higuera y se escondieron de Dios, al final fueron descubiertos. Dios caminó por el huerto al fresco del día y preguntó: «¿Dónde estás?». Adán respondió: «Tuve miedo». Del mismo modo, a pesar de nuestros mejores esfuerzos, nuestro propio perfeccionismo nos deja asustados y avergonzados.

En la antigüedad, cuando la mayoría de los seres humanos eran agricultores, nuestro bienestar dependía en gran medida de las estaciones del año y de la tierra. Adán supo eso desde el momento en que salió del huerto. La sensación de que estábamos privados del control era fuerte. Solo el tres por ciento de la población mundial vivía en zonas urbanas en 1800. Hoy, más de la mitad de la población mundial vive en ciudades. Ese porcentaje es aún mayor en los países desarrollados. Como resultado, la mayoría de la gente ya no depende tan directamente de las fluctuaciones de las estaciones para sobrevivir. Simplemente corremos al supermercado para comprar comida. Esto se debe al avance de la tecnología. La tecnología nos ha permitido controlar cada vez más nuestro entorno. Ahora podemos conservar los alimentos durante años gracias a la congelación y el enlatado. Podemos llamar a quien queramos en cualquier momento gracias a los teléfonos celulares. Podemos curar varias enfermedades, por lo que nuestra esperanza de vida ha crecido a pasos agigantados. Y Google siempre está al alcance de la mano en caso de que no sepamos algo.

Como resultado de todos los avances de la tecnología moderna, tendemos a pensar que en verdad controlamos nuestro mundo. Después de todo, hemos desarrollado tecnología que supera con creces a las hojas de higuera. Ahora tenemos mezclas de poliéster, algodón orgánico y lana inteligente. Podemos controlar tantas cosas. A veces, esta ilusión del control puede llevarnos a caer en una falsa sensación de seguridad, pero al mismo tiempo, también nos damos cuenta de que no tenemos el control en más ocasiones que las que nos gustaría admitir. A veces, nos sorprende nuestra falta de control. Quizás nuestros hijos simplemente no se quedan quietos. Tal vez nos encontramos con congestión vehicular de camino al trabajo y llegamos tarde a una reunión importante. Nos pueden pasar cosas más impactantes: quizás descubramos que nuestro cónyuge ha cometido adulterio o recibamos un diagnóstico de cáncer. Estos momentos de descontrol desconcertante nos golpean con una fuerza increíble. Nos damos cuenta de que no somos perfectos, nuestras vidas no son perfectas y tampoco lo son las vidas de quienes nos rodean. En momentos como estos, es como si estuviéramos de regreso en el huerto y nos acabáramos de dar cuenta de cuán desnudos realmente estamos. Nos sentimos avergonzados e impotentes.

Nacemos desnudos e indefensos. Somos criaturas vulnerables. Incluso nuestros cuerpos son vulnerables: no tenemos caparazón ni pelaje grueso cubriendo nuestro cuerpo débil. Es aterrador pensar en nuestra vulnerabilidad física, psicológica, espiritual y financiera. No controlamos las estaciones del año. No controlamos nuestra estabilidad laboral. No controlamos cuándo viviremos ni cuándo moriremos. Apenas nos controlamos a nosotros mismos. Según los estudios, casi una de cada seis personas está bajo un tratamiento de drogas psiquiátricas como antidepresivos o sedantes. Nosotros, criaturas finitas y débiles, estamos asombrosa, irrevocable y completamente fuera de control.

No obstante, hay buenas noticias. Los cristianos tienen una larga historia de pensar en el control. Cuando hablamos de tener el control y controlarlo todo, estamos hablando de soberanía. Esto es lenguaje teológico. La Biblia tiene mucho que decir sobre el control. Estamos acostumbrados a escuchar: «Dios está en control». Es una declaración simple, y Job recibió una explicación más completa de ella en forma de preguntas. Dios le preguntó: «¿Dónde estabas tú cuando Yo echaba los cimientos de la tierra?». Respuesta: aún no existía; Dios tiene mucha más experiencia que yo. «¿Quién puso sus medidas?». Respuesta: no lo hice yo; Dios lo hizo, y solo Él tiene el conocimiento y la sabiduría para gobernar el universo. Dios continúa interrogando a Job, y cuando leemos Job 38 – 39, nos quedamos maravillados del control que Dios tiene sobre absolutamente todo.

Esto es lo que queríamos en el huerto. Queríamos soberanía. En cambio, obtuvimos pecado y vergüenza. Resulta que lo que sabíamos en el fondo de nuestro ser en realidad es correcto: no tenemos el control y algo anda mal con nosotros. Sin embargo, la buena noticia es que Alguien más tiene el control y Alguien más se ha llevado nuestra vergüenza. Es solo cuando reconocemos la soberanía de Dios que podemos comenzar el proceso de sanación. Solo cuando nos damos cuenta de que Dios ha asumido la vergüenza que tanto tememos podemos dar nuestros primeros pasos para ser liberados del ciclo de la vergüenza. La respuesta no es que asumamos el control y ocultemos nuestra vergüenza. La respuesta no es el perfeccionismo. La respuesta es Jesucristo.

Los cristianos todavía luchamos con el pecado y el deseo de ocultar nuestra vergüenza. Sin embargo, un día seremos perfectos, y eso será bajo los términos de Dios, no los nuestros. Debido a la obra expiatoria de nuestro Salvador en nuestro favor, estaremos ante el trono de la gracia sin vergüenza y vestidos con Su justicia. Nos regocijaremos en Su presencia para siempre. Siendo ese el caso, podemos dejar de escondernos ahora. Podemos dejar ir nuestra vergüenza en el presente. Podemos dejar de tener miedo hoy. Podemos confiar en Aquel que tiene el control para siempre.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.

Thomas Brewer
Thomas Brewer es editor en jefe de Tabletalk Magazine y un anciano docente en la Iglesia Presbiteriana en América.

¿Tiene usted paz? (1)

Miércoles 24 Agosto
Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Romanos 5:1
¿Tiene usted paz? (1)
“Mis padres me criaron en la fe judía. Mi madre me hablaba del Mesías que un día libraría a todos los hombres de las aflicciones que los abruman. Pero el genocidio nazi había destruido en mí esa semilla de esperanza. Después de mis estudios, la música llegó a ser mi religión; me convertí en cantante, autor-compositor y comediante profesional. Pronto aparecí en la sala de música del Olimpia, Francia, en la cartelera de los cantantes más famosos… Pero este triunfo no me dio la paz interior.

 – ¿Tiene usted la paz?, preguntaba a veces a los artistas famosos que me rodeaban. Recuerdo la respuesta del cantante Jacques Brel: -Con el dinero uno puede pagar casi todo lo que quiere, tú lo sabes; pero esa paz de la cual hablas no tiene precio, no la puedes comprar ni con todo el oro del mundo.

Decidido a saber más sobre este tema, hablé con mi padre, quien había estudiado numerosas religiones. Le conté sobre mi búsqueda espiritual y me escuchó con atención. Me dijo que entre sus cosas tenía un Nuevo Testamento que un misionero judío le había dado. Me sorprendió que un judío hubiera podido ser el promotor de ese libro normalmente rechazado por mi pueblo. Mi padre agregó que para mí tal vez sería una lectura provechosa. Mejor ir directamente a la fuente, pensaba él. Era un hombre liberal a su manera, abierto al diálogo, aunque apegado a las tradiciones judías. Seguí, pues, su consejo”.

(mañana continuará)
Jeremías 27 – 1 Corintios 2 – Salmo 99:1-5 – Proverbios 22:1-2

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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