El cristiano y la política | Otto Sánchez

¿Puede un creyente participar en política?

¿Cuál debe ser la reacción de la iglesia frente al involucramiento del cristiano en el ruedo político?

A través de los años, y aun hoy en día, la iglesia ha reaccionado de diversas formas, principalmente con estas tres posiciones: el activismo social, el fundamentalismo recalcitrante y la perspectiva bíblica balanceada.

La iglesia activista social es aquella que tiene como propósito los cambios sociales que mejoren la vida de la población. Fue esta visión que llevó a muchas iglesias a abrazar la Teología de la Liberación y seguir a teólogos católicos como el brasileño Leonardo Boff, el sacerdote peruano Gustavo Gutierrez y el sacerdote y guerrillero colombiano Camilo Torres Restrepo. Muchas iglesias al ver las víctimas de la pobreza, la marginación, la falta de oportunidades, la injusticia, etc., abrazaron el activismo social y sus diferentes manifestaciones como método de lucha.

El activismo social y su manifestación a través la Teología de la Liberación no es una alternativa teológica que encuentre apoyo en las Escrituras, aunque se usen algunos textos fuera de contexto.

La Teología de la Liberación pierde de vista la naturaleza y propósito de la iglesia. Si bien es cierto que los males de la sociedad nos afectan, la manera que tiene la iglesia de combatirlo es por medio de la predicación del evangelio, y no por medio de la lucha armada. El mensaje del evangelio busca transformar al ser humano por medio de la gracia de Cristo y no por medio de la superación de los males sociales. La Biblia promueve el progreso, el trabajo, la dignidad y la redención integral del ser humano, pero a través de la obra redentora de Cristo en nosotros.

La iglesia fundamentalista recalcitrante en repudio al activismo social se desconectó de sus responsabilidades civiles y de todo lo que tuviera que ver con su participación en la búsqueda de soluciones a los males que aquejan la sociedad. John Stott[1] da su versión sobre el abandono de la iglesia a su misión integral y señala que los principales elementos que han influido son el surgimiento del fundamentalismo, la reacción al evangelio social (1910-1915) de Walter Raushenbuschs, la desesperanza en el período de las dos grandes guerras, entre otros.

La perspectiva bíblica balanceada nos da el estándar de lo que debe ser el creyente y sus responsabilidades civiles incluyendo la política. Las Escrituras nos enseñan que nuestra manera de actuar no se separa de lo que somos delante de Dios y de lo que debemos ser delante de los hombres.

¿Puede un creyente participar de la política partidista organizada?

Ante esta pregunta, mi respuesta podría ser arriesgada para algunos. Es un absoluto ¡sí!, pero bajo ciertas condiciones. Un creyente puede participar en política bajo los estándares que la palabra de Dios establece de lo que debe ser el comportamiento ético de un discípulo de Cristo.

Sal de la tierra y luz del mundo (Mateo 5: 13-16)

En el Sermón del Monte, Cristo le dice a sus discípulos que ellos son sal y luz de la tierra. Ellos saben muy bien qué significan estas metáforas, al conocer las grandes salinas del Mar Muerto. Entendieron que al igual que la sal debían influenciar al mundo, dándole sabor y preservando el evangelio. Había corrupción en las cortes herodianas (Mateo 14:1-12); transigencias de poder por los saduceos; esfuerzo moral serio pero equivocado de algunos fariseos; visiones revolucionarias de los rebeldes zelotes y los experimentos de la llamada pureza moral de los separatistas de Qumrán y los esenios[2]. Es en ese contexto que el Señor les dice a sus discípulos que son la sal de la tierra.

La luz en este pasaje tiene dos imágenes particulares:

En ambos casos Jesús enseña que la luz penetra la oscuridad y no puede ni debe esconderse. De otra manera la luz pierde su propósito. El creyente, en el cumplimiento de sus responsabilidades civiles incluyendo la política, no debe olvidar que primero él es un representante de Cristo y después es todo lo demás. Somos compromisarios del reino de Dios: por lo tanto, todos los roles que asumamos están subordinados a nuestros roles como servidores de la causa de Cristo.

El creyente en su rol de político

John Stott[3] traza una diferencia entre política y político. Esta diferencia es a partir de la etimología del término:

  • Sentido amplio

En el sentido amplio, política es un sustantivo, que viene del griego polis (ciudad). Y quiere significar la vida de la ciudad. En ese sentido amplio tenemos el adjetivo político que viene del griego polités (ciudadano) que denota las responsabilidades de este con la (polis) ciudad.

  • Sentido restringido

En el sentido restringido política es el arte de gobernar. Este término está relacionado con la elaboración y la adopción de medidas específicas con vistas a que se perpetúen en el marco de la ley.

Trazadas esas diferencias que Stott establece debemos preguntarnos si Jesús participó en política. La respuesta, es que en el sentido amplio sí; pero en el sentido restringido es evidente que no:

  • No participó en ningunas de las opciones de poder político de su época.
  • No fundó ningún partido político.
  • No adoptó ningún programa político vigente en su tiempo.
  • No dirigió una protesta política.
  • No dio ningún paso para influir en las políticas del César, de Pilato, ni de Herodes.

Sin embargo, su mensaje afectó la vida política y social de su época, llegando hasta el día de hoy. Trajo un nuevo paradigma de justicia y libertad a partir del servicio, la justicia y el amor. Los cristianos que participan o quieren participar en la política en su sentido restringido deben tomar en cuenta los siguientes elementos:

  1. Prioridad. Aunque la iglesia somos los creyentes, y algunos creyentes están en el campo político, el mensaje central de la iglesia debe ser el evangelio y sigue siendo la cruz de Cristo como esperanza integral del ser humano.
  2. Llamado confirmado. El cristiano que participa en política debe tener un llamado especial de Dios que debe ser confirmado por hombres de Dios sabios, preparados y experimentados. José, Daniel, David fueron servidores de Dios en las diferentes plataformas del poder político de su tiempo. Su éxito fue congruente con el llamado que Dios lo hiciera.
  3. Preparación adecuada. Los creyentes que participan en la política no deben ser improvisados ni aficionados. Deben ser profesionales de la política. Personas que hayan recibido instrucción formal o informal sostenida del quehacer político.
  4. Perspectiva correcta. Debemos evitar lo que Chuck Colson llamó la “ilusión política”[4]. El cristiano que hace política debe estar consciente de la depravación del ser humano y que un mundo de total justicia no puede ser posible.
  5. Pureza de la iglesia. El creyente llamado por Dios al quehacer político debe combatir la politización de la iglesia.
  6. Honestidad. Que las gestiones del creyente en cargos públicos sean como consecuencias de su honestidad y capacidad técnica, y no de su sagacidad partidista.
  7. La verdad de Dios. Dios y Su Palabra es su norma de fe y conducta, y no las circunstancias del momento.

5 principios a tomar en cuenta a la hora de votar, hacer política o afiliarnos a un partido o candidato.

  1. Evaluar el compromiso del partido político con la libertad de expresión del pensamiento, sea religioso, político o filosófico.
  2. La protección de la vida como sagrada.
  3. La provisión de justicia para todos.
  4. La preservación de la familia tradicional según los valores bíblicos.
  5. Gobernar con excelencia inspirado en un Dios que así lo espera(Deut. 17:14–20).

Los evangélicos en el mundo de la política, principalmente en el siglo XX  van desde la ultra derecha recalcitrante de algunos sectores del “Bible Belt” del Sur norteamericano, los escándalos de corrupción, misticismo y crueldad en África y Asia, el liberalismo europeo, hasta la suma de todo lo anterior en Latinoamérica, lo cual deja un balance no muy positivo. Sin embargo, por todo esto no debemos dejar de dar respuestas a los males de la cultura desde una cosmovisión cristiana. Wilberforce y the Claphman Sect en Inglaterra, o Abraham Kuyper en Holanda son buenos precedentes de lo que podemos hacer como evangélicos y tener buenos resultados. Debemos apoyar a creyentes piadosos, preparados y llamados por Dios al ruedo político para glorificar Su nombre en estas delicadas funciones y salir bien en esa arena movediza de la política, tal como lo hicieron José, Daniel o Ester.

[1] John Stott, La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Libros Desafío ©1999

[2] Stassen y Gushee. La ética del reino. Editorial Mundo Hispano ©2007

[3] John Stott. La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Libros desafíos ©1999

[4] Norman Giesler. Ética cristiana. UNILIT ©2002

​Otto Sánchez es miembro del concilio de Coalición por el Evangelio. Es pastor de la Iglesia Bautista Ozama (IBO) en Santo Domingo, República Dominicana. Es además director del Seminario Teológico Bautista Dominicano. Está casado con Susana Almánzar, y tienen dos hijas. Puedes encontrarlo en Twitter.

Un error llamado teología inclusiva | Augustus Nicodemus Lopes

El modelo de Dios para el ejercicio de la sexualidad humana es la relación entre un hombre y una mujer en el marco del matrimonio. En este ámbito, la Biblia sólo deja dos opciones para los cristianos: el matrimonio heterosexual y monógamo o la vida célibe.

A la luz de las Escrituras, las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo no son vistas como una opción o alternativa, sino como una abominación, un pecado y un error, siendo tratadas como una práctica antinatural. Sin embargo, en este tiempo que vivimos, está creciendo en la sociedad en general, y en sectores religiosos, una valoración de la homosexualidad no sólo como un comportamiento aceptable, sino supuestamente compatible con la vida cristiana. Se han propuesto diferentes enfoques teológicos para admitir que hombres y mujeres homosexuales pueden ser aceptados como parte de la Iglesia y expresar libremente su homosexualidad en el ámbito cristiano.

Hay muchos pasajes en la Biblia que se refieren a la relación sexual patrón, normal, aceptable y ordenada por Dios, que es el matrimonio monógamo heterosexual. Desde el Génesis, pasando por la ley y la trayectoria del pueblo hebreo, hasta los evangelios y epístolas del Nuevo Testamento, la tradición bíblica apunta al sentido de que Dios creó al hombre y a la mujer con roles sexuales definidos y complementarios desde el punto de vista moral, psicológico y físico. Así, es evidente que no es posible justificar la relación homosexual desde las Escrituras, y mucho menos darle a la Biblia algún significado que minimice o neutralice su caracterización como un acto pecaminoso. En ningún momento la Palabra de Dios justifica o legitima un estilo de vida homosexual, como han tratado de hacer los defensores de la llamada “teología inclusiva”. Sus argumentos tienen poco o ningún apoyo exegético, teológico o hermenéutico.

La “teología inclusiva” es un enfoque según el cual, si Dios es amor, aprobaría todas las relaciones humanas, cualesquiera que sean, siempre que exista este sentimiento. Esta línea de pensamiento ha llevado al surgimiento de iglesias donde los homosexuales, en esta condición, son admitidos como miembros y se les enseña que el comportamiento homosexual no es un impedimento para la vida cristiana y la salvación. Entonces, siempre que haya un amor genuino entre dos hombres o dos mujeres, su comportamiento se validará a la luz de las Escrituras. La falacia de este pensamiento es que la misma Biblia que nos enseña que Dios es amor también dice que Él es santo y que Su voluntad respecto a la sexualidad humana es que se exprese dentro del matrimonio heterosexual, estando prohibidas las relaciones homosexuales.

En segundo lugar, la “teología inclusiva” sostiene que las condenas que se encuentran en el libro de Levítico se refieren únicamente a las relaciones sexuales practicadas en conexión con cultos idólatras y paganos, como fue el caso de las practicadas por las naciones alrededor de Israel. Además, tales prohibiciones se encuentran junto a otras normas contra el consumo de sangre o carne de cerdo, que ya estarían desfasadas y, por tanto, no serían válidas para los cristianos. También argumentan que la prueba de que las prohibiciones de las prácticas homosexuales eran culturales y ceremoniales es que estaban penadas con la muerte, algo que no se admite desde la época del Nuevo Testamento. Es un hecho que las relaciones homosexuales tuvieron lugar incluso, pero no exclusivamente, en los cultos paganos de los cananeos.

Sin embargo, es evidente que la condena de la práctica homosexual trasciende las fronteras culturales y ceremoniales, como se repite claramente en el Nuevo Testamento. Forma parte de la ley moral de Dios, válida en todos los tiempos y para todas las culturas.

La muerte de Cristo abolió las leyes ceremoniales, como la prohibición de comer ciertos alimentos, pero no la ley moral, donde encontramos la voluntad eterna del Creador para la sexualidad humana. En cuanto a la lapidación, baste decir que otros pecados punibles con la muerte en el Antiguo Testamento continúan siendo pecados en el Nuevo, aunque se ha abolido la pena capital para ellos, como, por ejemplo, el adulterio y la desobediencia habitual a los padres.

Augustus Nicodemus Lopes
Es un ministro presbiteriano, teólogo, profesor, conferenciante internacional y autor de éxito. Augustus tiene una licenciatura en teología en el Seminario Presbiteriano del Norte en Recife, Brasil, una Maestría en Teología en Nuevo Testamento de la Universidad Reformada de Potchefstroom, Sudáfrica, y un doctorado en interpretación bíblica en el Seminario Teológico de Westminster en Filadelfia. Él es también un pastor de la Primera Iglesia Presbiteriana de Recife.

Identidad en Cristo

Miércoles 17 Mayo
A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.
Juan 1:12

Identidad en Cristo

A lo largo de la historia, algunos regímenes políticos han tratado de privar de su identidad personal a sus opositores o a aquellos de quienes querían deshacerse. Personas rescatadas de cárceles o de campos de concentración describieron procesos de desequilibrio de la personalidad y de deshumanización escalofriantes.

Pero existe una identidad indestructible: la que poseen todos aquellos a quienes Dios llama sus hijos. El apóstol Juan empieza su evangelio afirmando que todos los que reciben a Jesús como su Salvador tienen un derecho nuevo otorgado por Dios: el de ser sus hijos. Y el apóstol Pablo añade: Habiendo creído en Jesús, “fuisteis sellados con el Espíritu Santo” (Efesios 1:13). El sello que Dios pone en los suyos es inviolable; la salvación mediante la fe en Jesucristo nos da de manera definitiva la posición de hijos de Dios. ¡Nadie nos puede robar esta identidad! Ni siquiera el mismo diablo puede quitárnosla. ¡Esta seguridad nos da una paz interior inmensa! Pablo también afirma: “Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38-39). Seamos de aquellos que tienen la certeza de que su identidad es inalterable y que pertenecen a la familia de Dios durante su vida terrenal y por toda la eternidad.

“Habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Colosenses 3:9-10).

1 Reyes 13 – Marcos 14:1-25 – Salmo 59:1-7 – Proverbios 15:21-22

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