Los Grandes Capadocios 20

Los Grandes Capadocios 20

No a todos, mis amigos, no a todos, les corresponde filosofar acerca de Dios, puesto que el tema no es tan sencillo y bajo. No a todos, ni ante todos, ni en todo momento, ni sobre todos los temas, sino ante ciertas personas, en ciertas ocasiones, y con ciertos límites.

Gregorio de Nacianzo

a1La región de Capadocia se encontraba al sur de Asia Menor, en territorios que hoy pertenecen a Turquía.
Allí florecieron tres dirigentes eclesiásticos que bien merecen contarse entre los “gigantes” del siglo cuarto. Estos tres gigantes son Basilio de Cesarea, el teólogo a quien la posteridad conoce como “el Grande”, su hermano Gregorio de Nisa, famoso por sus obras acerca de la contemplación mística, y el amigo de ambos, Gregorio de Nacianzo, el gran orador y poeta, muchos de cuyos himnos son obras clásicas para la iglesia de habla griega. Pero antes de pasar a relatar su vida y obra, debemos detenernos a hacerle justicia a otro personaje no menos meritorio, aunque a menudo olvidado en medio de una historia en la que se reconoce poco la obra de las mujeres. Se trata de Macrina, la hermana de Basilio y de Gregorio de Nisa.

Macrina de Capadocia

La familia de Macrina, Basilio y Gregorio era profundamente religiosa, y sus raíces cristianas se extendían por lo menos hasta dos generaciones atrás. Sus abuelos maternos, Basilio y Macrina, habían pasado siete años escondidos en los bosques cuando la persecución de Decio. Durante ese exilio les acompañaban varios miembros de su casa, entre los que se contaban sus dos hijos, Gregorio y Basilio. Este Gregorio —tío de nuestros capadocios— más tarde llegó a ser obispo. En cuanto a Basilio, el padre de los hermanos cuya vida ahora narramos, llegó a ser un famoso abogado y maestro de retórica, y se casó con una cristiana de nombre Emilia—a quien la posteridad conoce como “Santa Emilia” —cuyo padre había sido también cristiano, y había muerto como mártir—. Luego, los abuelos de nuestros capadocios, tanto por línea materna como por línea paterna, habían sido cristianos, y uno de sus tíos era obispo.

Basilio y Emilia tuvieron diez hijos —cinco mujeres y cinco varones—. De las primeras, sólo conocemos el nombre de Macrina. De los varones, cuatro nombres nos son conocidos: Basilio, Naucracio, Gregorio y Pedro. De estos diez hermanos, cuatro han recibido el título de “santos”: Macrina, Basilio, Gregorio y Pedro. Al parecer, casi todas las mujeres eran mayores que los varones. De ellas, la de más edad era Macrina. Basilio era el mayor de los varones que vivían, pues el otro hermano, cuyo nombre desconocemos, había muerto en la infancia. Pero aun así Macrina era diez años mayor que Basilio.

A los doce años, Macrina era ya una mujer hermosa, y sus padres dieron los pasos que se acostumbraba entonces para preparar su matrimonio. Entre sus muchos pretendientes, escogieron a un joven pariente del agrado de Macrina, y que proyectaba hacerse abogado. Todo parecía estar listo cuando el joven novio murió inesperadamente. Tras un tiempo prudencial, los padres de Macrina comenzaron a hacer arreglos para que su hija pudiera casarse con algún otro pretendiente. Pero la joven se negó a acceder a tales preparativos, diciendo que su compromiso era como un matrimonio, y que su esposo estaba esperándola en el cielo. Por fin hizo votos en el sentido de no casarse jamás, y de dedicarse a la vida religiosa en el seno de su hogar, al tiempo que acompañaba y ayudaba a su madre.

Dos o tres años antes del compromiso de Macrina, había nacido Basilio, un niño enfermizo por cuya salud sus padres oraron sin cesar, hasta que una visión le prometió a Basilio el padre que su hijo viviría. Una mujer campesina fue traída para amamantar al pequeño Basilio, quien trabó así una fuerte amistad con su hermano de leche, Doroteo—más tarde presbítero.

Basilio era el orgullo de un padre que había tenido que esperar más de diez años por un hijo varón. En él se cifraban sus esperanzas de que alguien continuaría su renombre como abogado y orador, y por ello Basilio recibió la mejor educación disponible. Estudió primero en Cesarea, la ciudad principal de Capadocia; después en Antioquía, en Constantinopla, y por último en Atenas. Fue allí que estudió junto al joven Gregorio, que después llegaría a ser obispo de Nacianzo, así como junto al príncipe Juliano, conocido después como “el Apóstata”.

Cuando Basilio regresó a Cesarea después de tales estudios, venía hinchado de su propia sabiduría. Todos lo respetaban, tanto por sus conocimientos como por el prestigio de su familia. Pronto le fue ofrecida —y él aceptó— la cátedra de retórica de la Universidad de Cesarea.

Fue entonces que Macrina intervino. Sin ambages le dijo a su hermano que estaba envanecido, como si él fuese el mejor de todos los habitantes de Cesarea, y que haría bien en no citar tanto a los autores paganos y tratar de vivir más de lo que enseñaban y aconsejaban los cristianos. Basilio trató de excusarse, y hacía todo lo posible por no prestarle atención a su hermana, que después de todo carecía de los conocimientos que él había adquirido en Constantinopla, Antioquía y Atenas.

En esto estaban las cosas cuando llegaron noticias desoladoras. Unos años antes Naucracio, el hermano que seguía en edad a Basilio, se había retirado a la propiedad campestre que la familia tenía en Anesi. Allí llevaba una vida de contemplación, atendiendo a las necesidades de los naturales del lugar. Un día en que parecía encontrarse en perfecto estado de salud salió a pescar, y murió de repente.

Tales noticias conmovieron a Basilio. Por razones de su edad, él y Naucracio habían estado muy unidos. En los últimos años sus caminos se habían apartado, pues mientras Naucracio había abandonado las pompas del mundo, Basilio se había dedicado precisamente a buscar esas pompas —y las había alcanzado.

El golpe fue tal que Basilio decidió reformar su vida. Renunció a su cátedra y a todos sus demás honores, y le pidió a Macrina que le enseñase los secretos de la vida religiosa. Poco antes había muerto el anciano Basilio, y ahora fue ella quien se ocupó de consolar y de fortalecer a una familia abatida.

El modo en que Macrina buscaba esa consolación, sin embargo, consistía en hacerles pensar acerca de los goces de la vida religiosa. ¿Por qué no retirarse a las tierras de Anesi, y dedicarse a llevar una vida de renunciación y contemplación? La verdadera felicidad no se halla en las glorias del mundo, sino en el servicio de Dios. Y ese servicio se cumple tanto mejor cuando uno se deshace de todo lo que le ata al mundo. El vestido y la comida debían ser sencillos. El lecho, duro. Y la oración, constante. En otras palabras, lo que Macrina proponía era una vida semejante a la que llevaban los monjes del desierto. Pero a esto le añadía otro elemento. Macrina y su madre Emilia no vivirían solas, sino que tratarían de reclutar un número reducido de mujeres que quisieran acompañarlas en esta empresa.

Macrina, Emilia y varias otras mujeres se retiraron a Anesi, al tiempo que Basilio, siguiendo los sueños de su hermana, partía para el Egipto y otras regiones cercanas para aprender más acerca de la vida de los monjes. Puesto que a la postre fue Basilio quien más hizo por difundir y regular la vida monástica en la iglesia de habla griega, y puesto que fue Macrina quien lo inspiró a ello y quien se lanzó a la empresa antes que su hermano, podemos decir que la verdadera fundadora del monaquismo griego fue Macrina, quien pasó el resto de sus años en la comunidad monástica de Anesi. Más adelante veremos cuán grande fue su impacto sobre Basilio, que también siguió la vida monástica.

Por fin, en el año 380, poco después de la muerte de Basilio, su hermano Gregorio de Nisa fue a visitarla. Su fama era tal, que se le conocía sencillamente como “la Maestra”. Acerca de aquella visita, Gregorio nos ha dejado datos preciosos en su obra Acerca del alma y de la resurrección. Allí, comienza diciéndonos: “Basilio, grande entre los santos, había partido de esta vida, y marchado a estar con Dios, y todas las iglesias sentían la necesidad de lamentar su muerte. Pero su hermana la Maestra todavía vivía, y por tanto fui a visitarla”. Gregorio, sin embargo, no hallaría fácil consuelo en presencia de su hermana, que se encontraba sufriendo un fuerte ataque de asma en su lecho de muerte. “La presencia de la Maestra”, nos cuenta Gregorio, “despertó todo mi dolor, pues ella también estaba postrada para morir”.

Macrina lo dejó llorar, y una vez que hubo expresado su dolor comenzó a consolarlo hablándole de la esperanza cristiana de la resurrección. Por fin, tras haberlo animado y consolado en la fe, Macrina murió tranquilamente. Gregorio cerró sus ojos, pronunció el oficio fúnebre, y salió a continuar la obra que le habían encomendado ella y su hermano.

Basilio el Grande

Tiempo antes, Basilio había regresado de su viaje al Egipto, Palestina, y otras tierras donde había monjes de quienes aprender la vida contemplativa. En Ibora, cerca de Anesi, él y su amigo Gregorio de Nacianzo fundaron una comunidad para hombres semejante a la que Macrina había fundado para mujeres. Para Basilio, la vida comunitaria era un elemento esencial, pues quien vive solo no tiene a quién servir, y el meollo de la vida monástica está en el servicio a los demás. El mismo siempre se mostró dispuesto a ese servicio, y realizó las tareas más despreciables entre sus monjes. Pero al mismo tiempo se dedicó a escribir reglas y principios para ordenar su vida. De estas reglas se deriva toda la legislación de la iglesia griega con respecto a la vida monástica, y por tanto a menudo se le da a Basilio el título de “padre del monaquismo oriental”.

Pero la vida retirada era un lujo de que Basilio no podría disfrutar por mucho tiempo. Apenas llevaba seis años en Ibora cuando fue ordenado presbítero aun en contra de su voluntad. Basilio y el obispo de Cesarea no se llevaban bien, y tras varios conflictos nuestro presbítero decidió regresar a Ibora. Allí permaneció hasta que Valente llegó al trono imperial. Puesto que éste era arriano, el obispo de Cesarea decidió olvidarse de sus rencillas con Basilio y mandar a buscar al santo monje, que podría ser un aliado poderoso contra los embates del arrianismo. Basilio salió de su retiro y se preparó para la lucha.

La situación en Cesarea era triste. El mal tiempo había creado gran escasez de alimentos, y los ricos almacenaban todo lo que podían conseguir. Basilio comenzó a predicar contra tales prácticas, al tiempo que vendía todas sus propiedades para alimentar a los pobres. Además, decía, si cada cual tomara sólo lo que le hace falta, y diera a los demás lo que necesitan, no habría ricos ni pobres.

Cuando murió el obispo y la sede quedó vacante, los nicenos estaban convencidos de que era necesario que Basilio fuese electo para ocupar el cargo. Los arrianos, por su parte, trataron de hacer todo lo posible por evitarlo. Con este propósito centraron su atención sobre lo único que podría impedir que Basilio fuese un buen obispo, su salud endeble. Pero entre los presentes estaba el obispo Gregorio de Nacianzo —el padre del amigo de Basilio— quien respondió a tal objeción preguntando si se trataba de elegir a un obispo o a un gladiador. A la postre, Basilio resultó electo. El nuevo obispo de Cesarea —se trata de Cesarea en Capadocia, y no de Cesarea en Palestina, donde el famoso historiador Eusebio había sido obispo— sabía que su elección le acarrearía conflictos con el emperador, que era arriano. Poco después de la elección de Basilio, Valente anunció su propósito de visitar la ciudad de Cesarea. Tales visitas imperiales por lo general traían tristes consecuencias para los nicenos, pues el emperador hacía todo lo posible por fortalecer el bando arriano en cada ciudad que visitaba.

A fin de preparar el camino para la visita imperial, numerosos funcionarios llegaron a Cesarea. Una de las tareas que el emperador les había encomendado era que doblegaran el ánimo del nuevo obispo mediante promesas y amenazas. Pero Basilio no era fácil de doblegar. Por fin, en una entrevista acalorada, el prefecto pretoriano, Modesto, perdió la paciencia, y amenazó a Basilio con confiscación de bienes, exilio, torturas y muerte. A esto Basilio respondió: “Lo único que poseo que puedas confiscar son estos harapos y algunos libros. Tampoco me puedes exiliar, pues dondequiera que me mandes seré huésped de Dios. En cuanto a las torturas, ya mi cuerpo está muerto en Cristo. Y la muerte me hará un gran favor, pues me llevará más presto hasta Dios”. Era una escena que recordaba los antiguos tiempos de las persecuciones. Sorprendido, Modesto le confesó que nunca se habían atrevido a hablarle en tales términos. A ello, Basilio respondió “Quizá ello se deba a que nunca te has tropezado con un verdadero obispo”.

Por fin Valente llegó a Cesarea. Cuando llevó su ofrenda ante el altar, nadie se acercaba a recibirla. Valente se sentía humillado y conmovido ante tal firmeza, hasta que a la postre el propio Basilio, dando muestras de que con ello era él quien le hacía un favor al emperador, y no viceversa, se acercó y tomó su ofrenda.

Pocos días después el hijo de Valente cayó gravemente enfermo. Los médicos no ofrecían esperanza alguna, y el Emperador se vio obligado a acudir a las oraciones del famoso Obispo de Cesarea. Basilio oró por el muchacho, tras exigirle a Valente que el niño fuese bautizado y educado en la fe ortodoxa. El enfermo mejoró, y Basilio partió con el beneplácito imperial. Pero en ausencia del obispo los arrianos de la corte convencieron a Valente de que la mejoría era sólo una coincidencia, y que no tenía que cumplir la promesa hecha a Basilio. Tan pronto como Valente se dejó convencer por los arrianos, el niño enfermó de nuevo y murió. Desde entonces el Emperador sintió hacia el Obispo de Cesarea un odio incontenible, unido a un profundo temor.

Ese odio y temor se pusieron de manifiesto en el último intento por parte de Valente de oponerse a Basilio. El Emperador decidió que el mejor modo de tratar con el obispo recalcitrante era enviarle al exilio. Con ese propósito decidió firmar un edicto de destierro. Pero cuenta un cronista que cada vez que tomaba la pluma para sellar su decisión con su firma, la pluma se le rompía. Valente sencillamente no podía refrenar el temor que le dominaba. Por fin, convencido de que estaba recibiendo una advertencia de lo alto, el Emperador decidió que lo más sabio era dejar en paz al venerado obispo de Cesarea.

A partir de entonces Basilio pudo dedicarse por entero a las labores de su episcopado. Además de actuar como hábil pastor, continuó organizando y dirigiendo la vida monástica. También introdujo algunas reformas en la liturgia, aunque la llamada “Liturgia de San Basilio” no es verdaderamente suya, sino que es producto de fecha posterior.

En medio de todas estas labores, Basilio se encontraba profundamente envuelto en las controversias acerca de la doctrina de la Trinidad, a la que se oponían los arrianos. Mediante una amplia correspondencia y varios tratados teológicos, Basilio contribuyó al triunfo final de la doctrina trinitaria que el Concilio de Nicea había proclamado. Empero, al igual que Atanasio, no pudo ver ese triunfo final, pues murió pocos meses antes de que el Concilio de Constantinopla, en el año 381, confirmara la doctrina nicena.

Gregorio de Nisa

El hermano menor de Basilio, Gregorio de Nisa, era de un temperamento completamente opuesto al del famoso obispo de Cesarea.

Mientras Basilio era arrogante, tempestuoso e inflexible, Gregorio prefería el silencio, la quietud y el anonimato. No estaba en su sangre ni en sus propósitos hacerse campeón de causa alguna, sino sólo de la “descansada vida” del que “huye del mundanal ruido”. Su educación, aunque buena, no fue esmerada como la de Basilio. Y aunque por un tiempo quiso ser abogado y profesor de retórica, como su padre y su hermano mayor, lo cierto es que nunca abrazó esas metas con el fervor con que lo había hecho Basilio, y que tampoco se interesó en distinguirse como el más hábil orador de la comarca.

Mientras Basilio y su amigo Gregorio de Nacianzo se dedicaban con fervor a la vida monástica, el joven Gregorio se casó con una hermosa joven, Teosebia, con quien parece haber sido muy feliz. Cuando, años más tarde, escribió un tratado Acerca de la virginidad, los argumentos que ofreció en defensa de ese estado eran característicos de su temperamento. Según él, quien no se casa no tiene que pasar por el dolor de ver a su esposa en dolores de parto, ni por el dolor aún mayor de perderla. Para él la vida retirada era un modo de evitar las luchas y los dolores de la vida activa.

Por todas estas razones, Gregorio de Nisa fue, de entre los Grandes Capadocios, el que más se distinguió por su vida mística y por sus escritos en donde la describía y sentaba pautas para quienes decidieran seguirla. Hasta el día de hoy, sus obras místicas se encuentran entre las obras clásicas de la literatura contemplativa.

Pero las luchas de la época eran demasiado urgentes para que una persona del calibre de Gregorio pudiese sustraerse de ellas. Cuando el emperador Valente, en un intento de limitar el poder de Basilio, dividió la provincia de Capadocia en dos, éste respondió nombrando nuevos obispos para varias pequeñas poblaciones y hasta aldeas. Una de estas nuevas sedes era la de Nisa, y Basilio llamó a su hermano para que la ocupara. En realidad Gregorio no le prestó gran apoyo pues pronto se vio obligado a huir de su iglesia y esconderse hasta la muerte de Valente. Pero poco después, cuando tanto Valente como Basilio habían muerto, Gregorio quedó como uno de los principales jefes del partido niceno, y como tal lo recibió y lo trató el Concilio de Constantinopla, en el año 381.

Aunque era persona callada y humilde, los escritos de Gregorio muestran el fuego interior de su espíritu, tanto en las obras místicas como en las que dedicó a la controversia trinitaria. Al igual que Basilio, Gregorio ayudó a aclarar la doctrina nicena, y así contribuyó a su triunfo en Constantinopla.

Después de ese gran concilio, el emperador Teodosio lo tomó por uno de sus principales consejeros en materias teológicas, y Gregorio se vio obligado a viajar por diversas partes del Imperio, y hasta por Arabia y Babilonia. Todo esto, aunque de gran valor, siempre le pareció un obstáculo que le impedía regresar a la vida tranquila que tanto amaba.

Finalmente, tras asegurarse de que la causa nicena quedaba firmemente establecida, Gregorio volvió a su retiro, e hizo todo lo posible por apartarse de la atención del mundo. En esto tuvo tal éxito, que la fecha y circunstancias de su muerte nos son desconocidas.

Gregorio de Nacianzo

El tercero de los tres Grandes Capadocios fue Gregorio de Nacianzo, el joven a quien Basilio había conocido cuando ambos estudiaban juntos. Gregorio era hijo del obispo de Nacianzo, también llamado Gregorio, y de su esposa Nona —puesto que en esa época todavía no se prohibía que los obispos fueran casados—. El padre de nuestro Gregorio había sido hereje, pero a través de su matrimonio con Nona se había convertido, y algún tiempo después había pasado a ocupar el cargo de obispo de su población. Al igual que en el caso de Basilio, la familia de Gregorio era de una devoción profunda, hasta tal punto que la tradición les ha dado el título de “santos”, además de al propio Gregorio, a sus padres Gregorio el Mayor y Nona, a sus hermanos Cesario y Gorgonia, y a su primo hermano Anfiloquio.

Al igual que Basilio, Gregorio dedicó buena parte de su juventud al estudio. Tras pasar algún tiempo en Cesarea, fue a estudiar a Atenas, donde permaneció unos catorce años, y donde trabó amistad tanto con Basilio como con el príncipe Juliano. Tenía treinta años cuando decidió regresar a su tierra natal, donde se dedicó a llevar una vida ascética en compañía de Basilio. En el entretanto, su hermano Cesario se había hecho un médico famoso y establecido su residencia en Constantinopla,  donde sirvió primero a Constancio y después a Juliano. Pero ni en un caso ni en otro Cesario se dejó llevar, ya fuera por el arrianismo de Constancio, ya por el paganismo de Juliano.

En Nacianzo, Gregorio pronto se destacó por su oratoria hábil, y el resultado fue que, cuando menos lo esperaba, fue ordenado presbítero a la fuerza. Entonces huyó a Ibora, donde Basilio había fundado su pequeña comunidad monástica. Pero a la postre decidió regresar a Nacianzo, y allí pronunció un famoso discurso acerca de las obligaciones del pastor. Ese discurso comenzaba diciendo: “Fui vencido, y confieso mi derrota”.

A partir de entonces, Gregorio se vio cada vez más envuelto en las controversias de la época. Cuando, poco después, Basilio se vio obligado a nombrar varios nuevos obispos, para contrarrestar las acciones de Valente, uno de ellos fue Gregorio, a quien hizo obispo de Sasima, una aldea que era poco más que una encrucijada en el camino. Gregorio siempre vio esta acción de Basilio como una imposición, y la amistad entre ambos sufrió. Poco después murieron, en rápida sucesión, Cesario, Gorgonia, Gregorio el Mayor y Nona. Solo y entristecido, Gregorio se apartó de su iglesia, para dedicarse a la meditación. En su retiro estaba cuando le llegó la noticia de la muerte de Basilio, con quien todavía no estaba totalmente reconciliado. El golpe fue rudo, y dejó a Gregorio abatido. Pero cuando por fin se recobró había tomado la decisión de intervenir en la contienda de que había tratado de sustraerse, y a la que Basilio había dedicado tantas energías. En el año 379 se presentó en Constantinopla. Era todavía la época en que el arrianismo gozaba del apoyo del poder político. No había en toda la ciudad ni una sola iglesia ortodoxa. En casa de un pariente, Gregorio comenzó a celebrar servicios ortodoxos. En las calles las gentes le apedreaban. En más de una ocasión grupos de monjes arrianos irrumpieron en sus cultos y profanaron su altar. Pero en medio de todo ello Gregorio seguía firme. Los himnos que componía, la firmeza de su convicción, y el poder de su oratoria sostenían el ánimo de su pequeña congregación. Fue en medio de estas luchas que Gregorio pronunció sus Cinco discursos teológicos acerca de la Trinidad, que aún hasta el día de hoy son tenidos por una de las mejores exposiciones de la doctrina trinitaria.

Por fin sus esfuerzos recibieron su recompensa. A fines del año 380, el emperador Teodosio entraba triunfante en Constantinopla. Teodosio era un general ortodoxo, natural de España, que pronto echó a los arrianos de la ciudad. Pocos días después, el emperador se hizo acompañar de Gregorio en su visita a la catedral de Santa Sofía. Todos estaban reunidos allí, en medio de un día tenebroso, cuando un rayo de sol se abrió paso por entre las nubes y fue a dar sobre Gregorio. Inmediatamente los presentes vieron en esto una señal del cielo y comenzaron a dar gritos: “¡Gregorio obispo, Gregorio obispo, Gregorio obispo!” Puesto que esto convenía a sus intereses, Teodosio inmediatamente dio su aprobación. Gregorio, empero, no deseaba tal cargo, y fue necesario convencerle y proceder a una elección en regla. El oscuro monje de Nacianzo era ahora Patriarca de Constantinopla.

Algunos meses más tarde, cuando el emperador convocó a un concilio que se reunió en Constantinopla, fue Gregorio de Nacianzo, como obispo de la capital, quien presidió las primeras sesiones. En esas tareas, Gregorio estaba fuera de su ambiente, y según él decía, los obispos se comportaban como un enjambre de avispas alborotadas. Cuando algunos de sus opositores sacaron a relucir el hecho de que Gregorio era obispo de Sasima, y que por tanto no podía serlo también de Constantinopla, Gregorio se mostró pronto a renunciar a un cargo que nunca había deseado, y así lo hizo. Nectario, el gobernador civil de Constantinopla, fue electo obispo de esa ciudad, y ocupó el cargo con relativa distinción hasta que le sucedió Juan Crisóstomo, de quien hemos de ocuparnos más adelante.

El Concilio de Constantinopla reafirmó lo que había dicho el de Nicea acerca de la divinidad del Verbo, y añadió que lo mismo podría decirse del Espíritu Santo. Luego, fue ese concilio el que proclamó definitivamente la doctrina de la Trinidad. En gran medida, sus decisiones, y la teología que esas decisiones reflejaban, fueron obra de los Grandes Capadocios.

En cuanto a Gregorio, regresó a su tierra natal y se dedicó a las tareas pastorales y a componer himnos. Cuando supo que Teodosio pensaba convocar otro concilio y pedirle a él que lo presidiera, Gregorio se negó rotundamente. Murió por fin, apartado de las pompas civiles y eclesiásticas, en su retiro en Arianzo, cuando tenía unos sesenta años de edad.

González, J. L. (2003). Historia del cristianismo: Tomo 1 (Vol. 1, pp. 193–202). Miami, FL: Editorial Unilit.

Significado del texto en Mateo 24:40

CONSULTORIO BÍBLICO

Programa No. 2016-01-30
PABLO LOGACHO
Desde Perico, Jujuy, Argentina nos escribe una amiga oyente para hacernos la siguiente consulta: Por favor explíqueme el significado del texto en Mateo 24:40
DAVID LOGACHO
a1Gracias por su consulta. Para responderla es necesario tomar en cuenta tanto el contexto anterior como el contexto posterior de este versículo en particular. Así que, permítame dar lectura al pasaje bíblico que se encuentra en Mateo 24:36-44. La Biblia dice: Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre. Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre. Entonces estarán dos en el campo; el uno será tomado, y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo en un molino; la una será tomada, y la otra será dejada. Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor. Pero sabed esto, que si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría, y no dejaría minar su casa. Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis.

Por lo que se ve en el pasaje bíblico leído, el tema central tiene que ver con la segunda venida física del Señor Jesucristo. El día y la hora nadie sabe, ni siquiera los ángeles de los cielos, sino solo el Padre. Sin embargo, la segunda venida del Señor Jesucristo estará precedida de una época muy parecida a la época inmediatamente anterior al advenimiento del diluvio en los días de Noé. Esto no se refiere mayormente a la maldad de aquella época sino principalmente a la indiferencia de aquella época. Indeferencia, ¿en qué sentido? Pues en el sentido de ocuparse de los asuntos normales, rutinarios de la vida, olvidando que la venida del juicio de Dios estaba cerca, era inminente. De la misma manera, la gente que esté en la tierra en el tiempo previo a la segunda venida del Señor Jesucristo, estarán comiendo y bebiendo, casándose y dándose en casamiento, es decir en lo suyo, cumpliendo con sus deberes sociales y nada más. La gente de los tiempos de Noé reconoció demasiado tarde que habían ignorado lo más importante por haberse ocupado en lo rutinario de la vida. En el instante menos pensado vino el diluvio y se los llevó a todos. Algo parecido va a pasar con la gente que esté viva sobre la tierra cuando venga por segunda vez el Señor Jesucristo. Reconocerán demasiado tarde que han ignorado lo más importante por haberse ocupado en lo rutinario de la vida. Es en este contexto que entra Mateo 24:40. Así como la gente en la época de Noé, que no estaba preparada para la venida del diluvio pereció cuando vino el diluvio, de la mima manera, la gente de la época previa a la segunda venida del Señor Jesucristo, que no estaba preparada para la segunda venida del Señor Jesucristo, perecerá cuando venga el Señor Jesucristo. La única manera de estar preparado para la segunda venida del Señor Jesucristo, es haber recibido por la fe al Señor Jesucristo como Salvador, con el consecuente cambio en el estilo de vida. El Señor Jesucristo lo puso de una manera muy clara cuando dijo que en aquel tiempo, dos estarán en el campo, el uno será tomado, y el otro será dejado. Aquel que es tomado es el que no estaba preparado para la segunda venida del Señor Jesucristo por cuando jamás lo recibió como su Salvador. Esta persona será sacada de la tierra y recibirá el juicio debido a su pecado. Aquel que es dejado, es el que estaba preparado para la segunda venida del Señor Jesucristo, por el hecho que recibió al Señor Jesucristo como Salvador. Quedándose en la tierra podrá entrar al reino milenial de Cristo. El mismo razonamiento se sigue para las dos mujeres que estarán moliendo en un molino. La una será tomada, y la otra será dejada. El Señor Jesucristo resume su enseñanza exhortando a velar o estar alerta, estar preparado, porque no se sabe a qué hora ha de venir el Señor Jesucristo. Así como a nadie le pueden robar si está siempre alerta, a nadie le podrá sorprender la segunda venida del Señor Jesucristo porque estará siempre alerta porque se habrá preparado por medio de recibir por la fe al Señor Jesucristo.

DAVID LOGACHO
La segunda consulta nos ha llegado por Internet desde algún lugar no identificado. Dice así: Leí su artículo con respecto al sello del Espíritu Santo. Lo que entendí es que todos los creyentes somos sellados por el Espíritu Santo el momento que recibimos a Cristo como nuestro Salvador. El problema es que en la iglesia donde me congrego me han enseñado que el creyente debe buscar ser sellado por el Espíritu Santo y que cuando eso ocurre, se manifiesta en la capacidad de hablar en lenguas. Yo no he tenido esta experiencia. Le agradeceré sus comentarios sobre este asunto.
DAVID LOGACHO
Como ya lo expresamos en nuestro artículo, el cual ha sido leído por Usted, el creyente es sellado por el Espíritu Santo el instante mismo que recibe a Cristo como Salvador. Esta no es nuestra opinión personal al respecto sino lo que clara y contundentemente enseña la Biblia. Permítame citar el texto en el cual se basa esta clara enseñanza. Se encuentra en Efesios 1:11-14. La Biblia dice: En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.

Hablando de Cristo, el apóstol Pablo dice que en él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. Sobre esto podríamos decir tantas cosas hermosas, pero será en otro momento. Por lo pronto, bástenos saber que Dios ha derramado bendiciones espectaculares sobre todos aquellos que hemos confiado en Cristo como Salvador. Dentro de esas maravillosas bendiciones espirituales está justamente el ser sellados con el Espíritu Santo. El texto dice: En él, es decir en Cristo, también vosotros, es decir todos los creyentes, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu de la promesa. Todo lo debemos a Cristo. Sin él nada de lo que tenemos podría ser nuestro. El texto dice que nosotros, los creyentes, habiendo oído el mensaje del evangelio, o la palabra de verdad, y habiendo creído en ese mensaje, es decir, habiendo recibido a Cristo como nuestro Salvador, fuimos sellados con el Espíritu Santo. Es la ley de causa y efecto. La causa es haber oído el evangelio y haber creído en él. El efecto es ser sellados con el Espíritu Santo. ¿Cuándo ocurrió esta obra de ser sellados con el Espíritu Santo? Pues, mire como ha sido conjugado el verbo ser, en la frase que dice: fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa. Este verbo está en tiempo pasado, lo cual significa algo que sucedió en el momento de recibir a Cristo como Salvador. No dice sois sellados, tiempo presente, ni seréis sellados, tiempo futuro. Dice, fuisteis sellados, tiempo pasado. Esto significa entonces que todo creyente ha sido sellado con el Espíritu Santo de la promesa el instante mismo que recibió a Cristo como Salvador, porque es la presencia de Cristo en el creyente lo que garantiza entre otras muchas cosas, el ser sellado con el Espíritu Santo de la promesa. No olvide que Cristo viene a la vida de la persona el instante que la persona lo recibe como Salvador, no antes, no después. El pasaje continúa diciendo que el Espíritu Santo de la promesa es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida. El propio Espíritu de Dios viene a morar en el creyente y asegura y preserva su salvación eterna. El sello del cual habla Pablo se refiere a una marca oficial de identificación que se coloca en un documento, carta o contrato. Un documento así sellado adquiere validez y seguridad. Existen cuatro verdades fundamentales que resultan de este sello. La primera, seguridad, la segunda, autenticidad, la tercera, propiedad, y la cuarta, autoridad. El Espíritu Santo es dado por Dios al creyente como una promesa, o una garantía de su herencia futura en la gloria. Todo esto sirve de fundamento para aseverar que el creyente no debe buscar ser sellado por el Espíritu Santo porque ya ha sido sellado por Dios con el Espíritu Santo de la promesa, el momento que creyó en Cristo y lo recibió como Salvador. Tanto es así que en ninguna parte de la Biblia se exhorta o se ordena o se insinúa que un creyente debe buscar ser sellado con el Espíritu Santo. Finalizando ya, el don de lenguas fue dado no a todos los creyentes sino solamente a algunos como lo demuestran textos como 1 Corintios 12:29-30. Siendo así es de esperarse que no todos hayan tenido el don de lenguas, sin embargo, todos fueron sellados con el Espíritu Santo.

PABLO LOGACHO
¿Es cierto que cuando venga el Señor Jesucristo por segunda vez, va a ser visto por todos? ¿Cómo será posible esto? Visite nuestra página Web y en la sección PREGUNTA DEL DIA encontrará la respuesta a esta inquietud. También le invitamos a escucharnos a cualquier hora del día y en cualquier lugar del mundo. Le recuerdo nuestra dirección: triple w.labibliadice.org
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Tu vida en sus manos

Enero 31

Tu vida en sus manos

Lectura bíblica: Marcos 4:35–41

¿Por qué estáis miedosos? ¿Todavía no tenéis fe? Marcos 4:40

a1El sol se ponía en el horizonte detrás de los cerros mientras una pequeña embarcación que llevaba a Jesús y a sus discípulos zarpaba para cruzar el mar de Galilea. Después de enseñar todo el día, el Maestro estaba muy, muy cansado. Por eso, encontró un rincón quieto en el bote y se quedó dormido.
La brisa que había impulsado a la embarcación comenzó a intensificarse hasta convertirse en un fuerte viento que impulsó con demasiada fuerza las velas y levantó un oleaje aterrador. En cosa de minutos, fieras ráfagas y olas enormes embestían contra el costado de la embarcación. Los discípulos desesperadamente bajaron las velas mientras la barca se mecía de un lado para otro sobre las olas. El agua entraba a cubetazos. Pero Jesús dormía sin darse cuenta.
Los discípulos sacudieron a Jesús hasta despertarlo y le dijeron:

—¡Nos hundimos! ¿No te importa?

El Maestro se levantó y le gritó al viento:

—¡Calla!

Y al mar:

—¡Enmudece!

Y el viento y la tempestad se calmaron y las pavorosas olas se redujeron y se produjo una calma total.

—¿Por qué estaban tan preocupados? —preguntó Jesús a sus discípulos que miraban atónitos al mar tranquilizado—. ¿No han aprendido a confiarle su vida a Dios en una tormenta?

Los discípulos no habían confiado en Dios. Estaban demasiado preocupados de morir.

A ver, ¿disfrutarías de algunas de estas actividades?

• Machucarte los dedos en una puerta
• Caerte de un precipicio
• Tropezar en el pavimento y rasparte las rodillas

Seguramente que no harías nada de esto por diversión. En caso de que no lo hayas notado, posees un impulso para evitar el dolor y mantenerte sano. Y —como los discípulos— procurarías evitar caerte de una embarcación en medio de una tormenta. Tu deseo de sobrevivir te indica que uses un salvavidas, que te pongas el casco cuando andas en bicicleta y que no tomes leche rancia.

Puedes hacer todo tipo de cosas buenas para no lastimarte. No obstante, tarde o temprano enfrentarás en la vida una situación en que lo único que puedes hacer es confiar en Dios.

Pero hay una buena noticia. Nunca te puede pasar nada que sorprenda a Dios. Él sabe las cosas buenas y malas que te sucederán, y aun cuánto durará tu vida (ver Salmo 139:16). Y a medida que vas aprendiendo a confiar en Jesús, puedes aguantar aun la más aterradora de las tormentas. ¡Él tiene tu vida en sus manos!

PARA DIALOGAR
¿De qué manera te consuela saber que estás en las manos de Dios?

PARA ORAR
Padre, confiamos en que tú nos cuidarás.

PARA HACER
Recuérdale hoy a un amigo o familiar que Dios nos cuida.

McDowell, J., & Johnson, K. (2005). Devocionales para la familia. El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano.

EL PELIGRO DE LA FALTA DE FE

EL PELIGRO DE LA FALTA DE FE

Programa No. 2016-01-31
PABLO MARTINI
a1En el evangelio de Marcos 11: 24 y 25 tenemos un típico caso donde Jesús responde  a un interrogante de sus discípulos de forma aparentemente incongruente. Es que su sicología era tan fina que no se puede analizar a simple vista si no contextualizamos primero. El día anterior Él había maldecido a una pobre higuera que se secó hasta las raíces. Esta higuera representaba a la nación de Israel: Mucho ramaje pero nada de fruto. Es que ellos habían confundido la relación con Dios con una mecánica religión de Dios y estaban condenados a secarse. Cuando Pedro vio al árbol seco exclamó: “Mira Señor, la higuera que maldijiste ayer hoy está completamente seca”. A lo que Jesús responde: “Tened fe en Dios. Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas.”

¿Qué tenía que ver todo esto?… Jesús reveló que el principal motivo de la falta de perdón es la falta de fe. Es que cuando  mi fe está en crisis comienzo a dudar de la bondad de Dios. Esto da lugar a la auto defensa  y comienzo a desconfiar de todos, hiero, ofendo, me siento ofendido, no perdono y vivo amargado por el rencor sintiéndome poca cosa. Exactamente eso le sucedió a la rebelde nación hebrea,  confundieron relación con religión y no dieron fruto. Necesitaban, al igual que nosotros, desarraigar urgentemente esa vieja raíz amarga para poder perdonar y ser perdonados. Su falta de fe genuina le llevó a una vida de apariencias y de orgullo y rencor arraigado. Que no te suceda a ti lo mismo.

PENSAMIENTO DEL DÍA:

Donde no hay verdadera fe abundan las apariencias.

http://http://labibliadice.org/unapausaentuvida/2016/01/31/el-peligro-de-la-falta-de-fe/

Animales limpios e inmundos

Levítico 11-13

Animales limpios e inmundos

(Dt. 14.3-21)

a111:1  Habló Jehová a Moisés y a Aarón, diciéndoles:

Hablad a los hijos de Israel y decidles: Estos son los animales que comeréis de entre todos los animales que hay sobre la tierra.

De entre los animales, todo el que tiene pezuña hendida y que rumia, éste comeréis.

Pero de los que rumian o que tienen pezuña, no comeréis éstos: el camello, porque rumia pero no tiene pezuña hendida, lo tendréis por inmundo.

También el conejo, porque rumia, pero no tiene pezuña, lo tendréis por inmundo.

Asimismo la liebre, porque rumia, pero no tiene pezuña, la tendréis por inmunda.

También el cerdo, porque tiene pezuñas, y es de pezuñas hendidas, pero no rumia, lo tendréis por inmundo.

De la carne de ellos no comeréis, ni tocaréis su cuerpo muerto; los tendréis por inmundos.

Esto comeréis de todos los animales que viven en las aguas: todos los que tienen aletas y escamas en las aguas del mar, y en los ríos, estos comeréis.

10 Pero todos los que no tienen aletas ni escamas en el mar y en los ríos, así de todo lo que se mueve como de toda cosa viviente que está en las aguas, los tendréis en abominación.

11 Os serán, pues, abominación; de su carne no comeréis, y abominaréis sus cuerpos muertos.

12 Todo lo que no tuviere aletas y escamas en las aguas, lo tendréis en abominación.

13 Y de las aves, éstas tendréis en abominación; no se comerán, serán abominación: el águila, el quebrantahuesos, el azor,

14 el gallinazo, el milano según su especie;

15 todo cuervo según su especie;

16 el avestruz, la lechuza, la gaviota, el gavilán según su especie;

17 el búho, el somormujo, el ibis,

18 el calamón, el pelícano, el buitre,

19 la cig:ueña, la garza según su especie, la abubilla y el murciélago.

20 Todo insecto alado que anduviere sobre cuatro patas, tendréis en abominación.

21 Pero esto comeréis de todo insecto alado que anda sobre cuatro patas, que tuviere piernas además de sus patas para saltar con ellas sobre la tierra;

22 estos comeréis de ellos: la langosta según su especie, el langostín según su especie, el argol según su especie, y el hagab según su especie.

23 Todo insecto alado que tenga cuatro patas, tendréis en abominación.

24 Y por estas cosas seréis inmundos; cualquiera que tocare sus cuerpos muertos será inmundo hasta la noche,

25 y cualquiera que llevare algo de sus cadáveres lavará sus vestidos, y será inmundo hasta la noche.

26 Todo animal de pezuña, pero que no tiene pezuña hendida, ni rumia, tendréis por inmundo; y cualquiera que los tocare será inmundo.

27 Y de todos los animales que andan en cuatro patas, tendréis por inmundo a cualquiera que ande sobre sus garras; y todo el que tocare sus cadáveres será inmundo hasta la noche.

28 Y el que llevare sus cadáveres, lavará sus vestidos, y será inmundo hasta la noche; los tendréis por inmundos.

29 Y tendréis por inmundos a estos animales que se mueven sobre la tierra: la comadreja, el ratón, la rana según su especie,

30 el erizo, el cocodrilo, el lagarto, la lagartija y el camaleón.

31 Estos tendréis por inmundos de entre los animales que se mueven, y cualquiera que los tocare cuando estuvieren muertos será inmundo hasta la noche.

32 Y todo aquello sobre que cayere algo de ellos después de muertos, será inmundo; sea cosa de madera, vestido, piel, saco, sea cualquier instrumento con que se trabaja, será metido en agua, y quedará inmundo hasta la noche; entonces quedará limpio.

33 Toda vasija de barro dentro de la cual cayere alguno de ellos será inmunda, así como todo lo que estuviere en ella, y quebraréis la vasija.

34 Todo alimento que se come, sobre el cual cayere el agua de tales vasijas, será inmundo; y toda bebida que hubiere en esas vasijas será inmunda.

35 Todo aquello sobre que cayere algo del cadáver de ellos será inmundo; el horno u hornillos se derribarán; son inmundos, y por inmundos los tendréis.

36 Con todo, la fuente y la cisterna donde se recogen aguas serán limpias; mas lo que hubiere tocado en los cadáveres será inmundo.

37 Y si cayere algo de los cadáveres sobre alguna semilla que se haya de sembrar, será limpia.

38 Mas si se hubiere puesto agua en la semilla, y cayere algo de los cadáveres sobre ella, la tendréis por inmunda.

39 Y si algún animal que tuviereis para comer muriere, el que tocare su cadáver será inmundo hasta la noche.

40 Y el que comiere del cuerpo muerto, lavará sus vestidos y será inmundo hasta la noche; asimismo el que sacare el cuerpo muerto, lavará sus vestidos y será inmundo hasta la noche.

41 Y todo reptil que se arrastra sobre la tierra es abominación; no se comerá.

42 Todo lo que anda sobre el pecho, y todo lo que anda sobre cuatro o más patas, de todo animal que se arrastra sobre la tierra, no lo comeréis, porque es abominación.

43 No hagáis abominables vuestras personas con ningún animal que se arrastra, ni os contaminéis con ellos, ni seáis inmundos por ellos.

44 Porque yo soy Jehová vuestro Dios; vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque yo soy santo; así que no contaminéis vuestras personas con ningún animal que se arrastre sobre la tierra.

45 Porque yo soy Jehová, que os hago subir de la tierra de Egipto para ser vuestro Dios: seréis, pues, santos, porque yo soy santo.

46 Esta es la ley acerca de las bestias, y las aves, y todo ser viviente que se mueve en las aguas, y todo animal que se arrastra sobre la tierra,

47 para hacer diferencia entre lo inmundo y lo limpio, y entre los animales que se pueden comer y los animales que no se pueden comer.

La purificación de la mujer después del parto

12:1  Habló Jehová a Moisés, diciendo:

Habla a los hijos de Israel y diles: La mujer cuando conciba y dé a luz varón, será inmunda siete días; conforme a los días de su menstruación será inmunda.

Y al octavo día se circuncidará al niño.

Mas ella permanecerá treinta y tres días purificándose de su sangre; ninguna cosa santa tocará, ni vendrá al santuario, hasta cuando sean cumplidos los días de su purificación.

Y si diere a luz hija, será inmunda dos semanas, conforme a su separación, y sesenta y seis días estará purificándose de su sangre.

Cuando los días de su purificación fueren cumplidos, por hijo o por hija, traerá un cordero de un año para holocausto, y un palomino o una tórtola para expiación, a la puerta del tabernáculo de reunión, al sacerdote;

y él los ofrecerá delante de Jehová, y hará expiación por ella, y será limpia del flujo de su sangre. Esta es la ley para la que diere a luz hijo o hija.

Y si no tiene lo suficiente para un cordero, tomará entonces dos tórtolas o dos palominos, uno para holocausto y otro para expiación; y el sacerdote hará expiación por ella, y será limpia.

Leyes acerca de la lepra

13:1  Habló Jehová a Moisés y a Aarón, diciendo:

Cuando el hombre tuviere en la piel de su cuerpo hinchazón, o erupción, o mancha blanca, y hubiere en la piel de su cuerpo como llaga de lepra, será traído a Aarón el sacerdote o a uno de sus hijos los sacerdotes.

Y el sacerdote mirará la llaga en la piel del cuerpo; si el pelo en la llaga se ha vuelto blanco, y pareciere la llaga más profunda que la piel de la carne, llaga de lepra es; y el sacerdote le reconocerá, y le declarará inmundo.

Y si en la piel de su cuerpo hubiere mancha blanca, pero que no pareciere más profunda que la piel, ni el pelo se hubiere vuelto blanco, entonces el sacerdote encerrará al llagado por siete días.

Y al séptimo día el sacerdote lo mirará; y si la llaga conserva el mismo aspecto, no habiéndose extendido en la piel, entonces el sacerdote le volverá a encerrar por otros siete días.

Y al séptimo día el sacerdote le reconocerá de nuevo; y si parece haberse oscurecido la llaga, y que no ha cundido en la piel, entonces el sacerdote lo declarará limpio: era erupción; y lavará sus vestidos, y será limpio.

Pero si se extendiere la erupción en la piel después que él se mostró al sacerdote para ser limpio, deberá mostrarse otra vez al sacerdote.

Y si reconociéndolo el sacerdote ve que la erupción se ha extendido en la piel, lo declarará inmundo: es lepra.

Cuando hubiere llaga de lepra en el hombre, será traído al sacerdote.

10 Y éste lo mirará, y si apareciere tumor blanco en la piel, el cual haya mudado el color del pelo, y se descubre asimismo la carne viva,

11 es lepra crónica en la piel de su cuerpo; y le declarará inmundo el sacerdote, y no le encerrará, porque es inmundo.

12 Mas si brotare la lepra cundiendo por la piel, de modo que cubriere toda la piel del llagado desde la cabeza hasta sus pies, hasta donde pueda ver el sacerdote,

13 entonces éste le reconocerá; y si la lepra hubiere cubierto todo su cuerpo, declarará limpio al llagado; toda ella se ha vuelto blanca, y él es limpio.

14 Mas el día que apareciere en él la carne viva, será inmundo.

15 Y el sacerdote mirará la carne viva, y lo declarará inmundo. Es inmunda la carne viva; es lepra.

16 Mas cuando la carne viva cambiare y se volviere blanca, entonces vendrá al sacerdote,

17 y el sacerdote mirará; y si la llaga se hubiere vuelto blanca, el sacerdote declarará limpio al que tenía la llaga, y será limpio.

18 Y cuando en la piel de la carne hubiere divieso, y se sanare,

19 y en el lugar del divieso hubiere una hinchazón, o una mancha blanca rojiza, será mostrado al sacerdote.

20 Y el sacerdote mirará; y si pareciere estar más profunda que la piel, y su pelo se hubiere vuelto blanco, el sacerdote lo declarará inmundo; es llaga de lepra que se originó en el divieso.

21 Y si el sacerdote la considerare, y no apareciere en ella pelo blanco, ni fuere más profunda que la piel, sino oscura, entonces el sacerdote le encerrará por siete días;

22 y si se fuere extendiendo por la piel, entonces el sacerdote lo declarará inmundo; es llaga.

23 Pero si la mancha blanca se estuviere en su lugar, y no se hubiere extendido, es la cicatriz del divieso, y el sacerdote lo declarará limpio.

24 Asimismo cuando hubiere en la piel del cuerpo quemadura de fuego, y hubiere en lo sanado del fuego mancha blanquecina, rojiza o blanca,

25 el sacerdote la mirará; y si el pelo se hubiere vuelto blanco en la mancha, y ésta pareciere ser más profunda que la piel, es lepra que salió en la quemadura; y el sacerdote lo declarará inmundo, por ser llaga de lepra.

26 Mas si el sacerdote la mirare, y no apareciere en la mancha pelo blanco, ni fuere más profunda que la piel, sino que estuviere oscura, le encerrará el sacerdote por siete días.

27 Y al séptimo día el sacerdote la reconocerá; y si se hubiere ido extendiendo por la piel, el sacerdote lo declarará inmundo; es llaga de lepra.

28 Pero si la mancha se estuviere en su lugar, y no se hubiere extendido en la piel, sino que estuviere oscura, es la cicatriz de la quemadura; el sacerdote lo declarará limpio, porque señal de la quemadura es.

29 Y al hombre o mujer que le saliere llaga en la cabeza, o en la barba,

30 el sacerdote mirará la llaga; y si pareciere ser más profunda que la piel, y el pelo de ella fuere amarillento y delgado, entonces el sacerdote le declarará inmundo; es tiña, es lepra de la cabeza o de la barba.

31 Mas cuando el sacerdote hubiere mirado la llaga de la tiña, y no pareciere ser más profunda que la piel, ni hubiere en ella pelo negro, el sacerdote encerrará por siete días al llagado de la tiña;

32 y al séptimo día el sacerdote mirará la llaga; y si la tiña no pareciere haberse extendido, ni hubiere en ella pelo amarillento, ni pareciere la tiña más profunda que la piel,

33 entonces le hará que se rasure, pero no rasurará el lugar afectado; y el sacerdote encerrará por otros siete días al que tiene la tiña.

34 Y al séptimo día mirará el sacerdote la tiña; y si la tiña no hubiere cundido en la piel, ni pareciere ser más profunda que la piel, el sacerdote lo declarará limpio; y lavará sus vestidos y será limpio.

35 Pero si la tiña se hubiere ido extendiendo en la piel después de su purificación,

36 entonces el sacerdote la mirará; y si la tiña hubiere cundido en la piel, no busque el sacerdote el pelo amarillento; es inmundo.

37 Mas si le pareciere que la tiña está detenida, y que ha salido en ella el pelo negro, la tiña está sanada; él está limpio, y limpio lo declarará el sacerdote.

38 Asimismo cuando el hombre o la mujer tuviere en la piel de su cuerpo manchas, manchas blancas,

39 el sacerdote mirará, y si en la piel de su cuerpo aparecieren manchas blancas algo oscurecidas, es empeine que brotó en la piel; está limpia la persona.

40 Y el hombre, cuando se le cayere el cabello, es calvo, pero limpio.

41 Y si hacia su frente se le cayere el cabello, es calvo por delante, pero limpio.

42 Mas cuando en la calva o en la antecalva hubiere llaga blanca rojiza, lepra es que brota en su calva o en su antecalva.

43 Entonces el sacerdote lo mirará, y si pareciere la hinchazón de la llaga blanca rojiza en su calva o en su antecalva, como el parecer de la lepra de la piel del cuerpo,

44 leproso es, es inmundo, y el sacerdote lo declarará luego inmundo; en su cabeza tiene la llaga.

45 Y el leproso en quien hubiere llaga llevará vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y embozado pregonará: !!Inmundo! !!Inmundo!

46 Todo el tiempo que la llaga estuviere en él, será inmundo; estará impuro, y habitará solo; fuera del campamento será su morada.

47 Cuando en un vestido hubiere plaga de lepra, ya sea vestido de lana, o de lino,

48 o en urdimbre o en trama de lino o de lana, o en cuero, o en cualquiera obra de cuero;

49 y la plaga fuere verdosa, o rojiza, en vestido o en cuero, en urdimbre o en trama, o en cualquiera obra de cuero; plaga es de lepra, y se ha de mostrar al sacerdote.

50 Y el sacerdote mirará la plaga, y encerrará la cosa plagada por siete días.

51 Y al séptimo día mirará la plaga; y si se hubiere extendido la plaga en el vestido, en la urdimbre o en la trama, en el cuero, o en cualquiera obra que se hace de cuero, lepra maligna es la plaga; inmunda será.

52 Será quemado el vestido, la urdimbre o trama de lana o de lino, o cualquiera obra de cuero en que hubiere tal plaga, porque lepra maligna es; al fuego será quemada.

53 Y si el sacerdote mirare, y no pareciere que la plaga se haya extendido en el vestido, en la urdimbre o en la trama, o en cualquiera obra de cuero,

54 entonces el sacerdote mandará que laven donde está la plaga, y lo encerrará otra vez por siete días.

55 Y el sacerdote mirará después que la plaga fuere lavada; y si pareciere que la plaga no ha cambiado de aspecto, aunque no se haya extendido la plaga, inmunda es; la quemarás al fuego; es corrosión penetrante, esté lo raído en el derecho o en el revés de aquella cosa.

56 Mas si el sacerdote la viere, y pareciere que la plaga se ha oscurecido después que fue lavada, la cortará del vestido, del cuero, de la urdimbre o de la trama.

57 Y si apareciere de nuevo en el vestido, la urdimbre o trama, o en cualquiera cosa de cuero, extendiéndose en ellos, quemarás al fuego aquello en que estuviere la plaga.

58 Pero el vestido, la urdimbre o la trama, o cualquiera cosa de cuero que lavares, y que se le quitare la plaga, se lavará segunda vez, y entonces será limpia.

59 Esta es la ley para la plaga de la lepra del vestido de lana o de lino, o de urdimbre o de trama, o de cualquiera cosa de cuero, para que sea declarada limpia o inmunda.

Reina-Valera 1960 (RVR1960)Copyright © 1960 by American Bible Society

El Desarrollo de Autoestima en los Niños

El Desarrollo de Autoestima en los Niños

Paul Holland

Como adultos, entendemos que nuestra auto-imagen depende de que entendamos el enfoque de Dios en cuanto a nosotros. Él nos creó un poco menor que los ángeles, y nos dio a Su Hijo para salvarnos. Esto quiere decir que somos importantes para Dios, y que Él nos ha otorgado gran valor.

Así que, ¿cómo podemos inculcar en nuestros hijos autoestima adecuada?

Debemos tratar a nuestros hijos como regalos del Creador.

El salmista escribió: “He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre” (Salmos 127:3). Los niños son importantes ya que son regalos de Dios. Esto es cierto, sea que se hable de niños biológicos o adoptados. Dios nos da a nuestros hijos. Nosotros debemos reconocer esto y entender esto.

No debemos esperar más de lo que pueden realizar.

En Colosenses 3:21, Pablo escribió a los padres cristianos en Colosas: “Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten”. Hay un límite entre animar a nuestros hijos a ser mejores y hacer las cosas mejor y esperar más de lo que ellos pueden dar. Algunas veces los padres pueden ser impacientes, no permitiendo que sus hijos crezcan y maduren. Algunas veces esperamos que un niño de 10 años se comporte y piense como una persona de 20 años. Desde luego, este no es un enfoque realista.

Debemos proveer un hogar estable que es funcional y pacífico.

Si queremos que nuestros hijos tengan autoestima saludable, necesitamos fortalecer nuestros matrimonios. Nuestros hijos desarrollarán un enfoque en cuanto a la vida, en cuanto a otros y en cuanto a sí mismos al observar la manera en que el padre y la madre interactúan entre ellos. ¿Respeta a su cónyuge? ¿Escucha a su cónyuge? Cuando usted y su cónyuge tienen un desacuerdo, ¿discuten sin respeto y entendimiento? Si regaña a su cónyuge por algo que relativamente no tiene importancia, su hijo entenderá que usted también le regañará por algo irrelevante. Eso crea autoestima baja. Ellos tendrán dudas de realizar algo ya que sentirán temor de cometer un error y ser regañados. Una familia funcional crea a un niño saludable.

Esto nos lleva a un punto principal. Especialmente el padre es responsable de crear un ambiente saludable para la familia—no solo físicamente, sino también emocionalmente, psicológicamente, socialmente y espiritualmente. Si su hijo sabe que usted desea su mayor beneficio, entonces le podrá transmitir amor, valor y respeto. Como resultado, él tendrá autoestima adecuada. La enseñanza frecuente de la Biblia también ayuda a desarrollar la “estima de Dios” que sus hijos necesitan. Ellos necesitan tener una relación con Dios, y la manera de lograr esto es al enseñarles la Palabra de Dios.

Debemos permitir que los niños sean niños.

Los niños necesitan tiempo para jugar y relajarse. A veces pensamos que nuestros hijos deben estar muy ocupados desde el momento que les recogemos del colegio hasta el momento que van a dormir. Tenemos un horario para ellos. Se les fuerza a pensar y actuar constantemente. Algunos años atrás leí un libro que algunos investigadores educacionales escribieron. El título revela mucho: Einstein No Usaba Tarjetas de Ayuda Pedagógica. Tenga un tiempo estructurado de juego.

Debemos enfocarnos en las fortalezas de nuestros hijos en vez de sus debilidades.

Puede darse el caso de que nosotros seamos fuertes en el área que ellos son débiles, así que podemos compararnos (injustificadamente) con ellos. Considéreles como personas únicas, hechas a la imagen de Dios, con una mezcla de fortalezas y debilidades. Permítales que formen su propia personalidad, y enfóquese y enfatice sus puntos fuertes.

Debemos recordar que los niños también son seres humanos.

Yo tengo siete años más que mi hermano. Recuerdo que cuando éramos pequeños, mi padre ocasionalmente preguntaba en cuanto a mi hermano: “¿Por qué hizo eso?”. Mi mamá entonces respondía: “Porque él tiene solamente _____ años”. Mi madre estaba permitiendo que Tim (mi hermano) se comportara como un niño, creciera y cometiera sus propios errores. Sea pronto en perdonar a sus hijos. Si ellos necesitan pagar algo por romper algo, está bien. Pero no se involucre en la idea de la balanza de las buenas obras y malas, enseñando a sus hijos que deben hacer una obra buena por cada obra mala que hagan. Si tiene que castigarles, hágalo. Luego perdóneles y continúe.

En cuanto a sus debilidades, debemos enseñarles a superar los obstáculos.

Vencer los obstáculos es una manera fantástica de desarrollar autoestima. Puede hacer una lista de soluciones. Luego evalúe las soluciones para ver cuál funcionará bajo la circunstancia dada. Escoja una solución; si no funciona, trate algo diferente. Si ayuda a sus hijos a evaluar las soluciones y escoger las que pueden funcionar, una vez que encuentren la solución, ellos se sentirán exitosos.

Debemos disciplinarles con amor.

Emocionalmente, psicológicamente y espiritualmente, los niños necesitan instrucción y disciplina. Observe a sus hijos, y lo que ellos disfrutan, y use tales cosas para enseñarles disciplina. Esto tal vez no funcione o no sea recomendable para cada niño; pero por ejemplo, en el caso de mi hija mayor, si le digo que no tendrá acceso a sus libros de lectura hasta que no haga algo, ¡entonces eso le motiva a hacer una tarea determinada!

Finalmente, debemos ayudarles a desarrollar un sentimiento de pertenencia.

Hágales saber que está contento de que ellos estén en casa después de haber ido al colegio, etc. Hágales saber que está agradecido de que estén juntos. Dios dice que cada cristiano es una parte vital del cuerpo. También se necesita enseñar esto a los niños en cuanto a su familia física, y se debe procurar que ellos sientan lo mismo al respecto. Los quehaceres del hogar u otras tareas ayudan a que los niños se sientan necesitados y valiosos.

Es mi oración que Dios nos ayudará a preparar a nuestros hijos para que pasen la eternidad en el cielo con Él.

http://http://www.ebglobal.org/inicio/el-desarrollo-de-autoestima-en-los-ninos

¿QUÉ ES LA DOCTRINA DEL PURGATORIO? ¿QUÉ DICE LA BIBLIA SOBRE ESO?

¿QUÉ ES LA DOCTRINA DEL PURGATORIO? ¿QUÉ DICE LA BIBLIA SOBRE ESO?

La doctrina del purgatorio, con el purgatorio como un lugar de purificación del alma después de la muerte, fue sugerida por el papa Gregorio el Grande en el año 593 DC. Había tal renuencia en aceptar esta doctrina en la iglesia, que fue recién en el Concilio de Florencia, en 1439, cuando fue aceptada como un dogma católico romano oficial. Es decir que hicieron falta casi 850 años para que la doctrina del purgatorio sea oficialmente aceptada por la iglesia católico romana. Su consulta tiene también que ver con qué dice la Biblia sobre la doctrina del purgatorio.Bueno, la Biblia refuta totalmente la mencionada doctrina por cuanto la obra de Cristo en la cruz a favor del pecador fue una obra perfecta y completa. Poco antes de expirar en la cruz, luego de seis horas de indescriptible suplicio, el Señor Jesús pronunció una de sus últimas frases.

Note como lo registra el apóstol Juan en su Evangelio, capítulo 19 versículo 30: “Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu”

La frase “Consumado es” es la traducción de una sola palabra griega, la palabra “tetelestai”, la cual tenía al menos tres significados para la gente de la época en la que Jesús murió.

Tetelestai se usaba en el mundo de los negocios. Cuando una persona hacía un préstamo el deudor firmaba un documento legal por en el cual constaba el monto adeudado, la forma de pago y la fecha de vencimiento del pago. Cuando el deudor pagaba la deuda se estampaba un sello en el documento legal. El sello era la palabra “tetelestai”. De aquí, la palabra tetelestai significa deuda cancelada.

Cuando desde la cruz, Jesús pronunció la palabra tetelestai estaba diciendo: La deuda por el pecado del hombre está totalmente cancelada.

La doctrina del purgatorio atenta contra esta verdad insoslayable al pensar que el pago por el pecado efectuado por Cristo en la cruz no fue completo y el hombre necesita colaborar con algo mediante el castigo en el purgatorio.

Pero la palabra tetelestai no solo se usaba en el mundo de los negocios sino también en el mundo del arte. Cuando un pintor daba la última pincelada a su obra de arte, ponía a un lado los utensilios para pintar y pronunciaba la palabra tetelestai. Con esto estaba diciendo: He terminado una obra de arte.

La muerte de Cristo en la cruz fue por decirlo así, la última pincelada de la obra de arte de Dios para poder salvar al pecador.

La doctrina del purgatorio niega esta verdad al dar lugar a pensar que la obra de Cristo en la cruz no completó el plan de Dios para la salvación del hombre y por eso el hombre también debe hacer su parte para poder ser salvo.

Además de ser usada en el campo de los negocios y del arte, la palabra tetelestai también se usaba en el trato del esclavo con el amo. Cuando un amo pedía hacer algo a un esclavo y el esclavo cumplía al pie de la letra con lo que su amo había pedido, mirando a los ojos del amo, el esclavo decía: tetelestai. Con eso estaba afirmando que la obra se había cumplido a cabalidad.

Cristo, como el siervo de Jehová vino a este mundo para hacer la obra sin igual de redimir al pecador. Él mismo dijo que había venido al mundo para buscar y salvar lo que se había perdido.

La muerte en la cruz fue el episodio final de la obra de redención de Dios en Cristo. La obra fue cumplida a cabalidad. Cuando Jesús pronunció desde la cruz: Consumado es o tetelestai, estaba diciendo: No hace falta nada más para que el pecador que crea en mí sea salvo.

La doctrina del purgatorio niega esta verdad al pensar que Jesús no cumplió a cabalidad con la obra que Dios le dio de salvar al pecador y por eso el hombre tiene que hacer al menos una parte de esa obra para poder entrar al cielo.

De modo que, Cristo efectuó el pago completo por el pecado del hombre en la cruz del calvario. Cristo terminó la obra de arte para que el pecador condenado se convierta en pecador redimido. Cristo cumplió a cabalidad con la obra que su Padre le dio para hacer y no hace falta nada más para que el pecador que cree en él sea inmediatamente salvo.

Todo esto se hizo patente cuando Jesús, poco antes de morir dirigió palabras de esperanza a un ladrón que fue crucificado junto a él en el monte calvario. Cuando este ladrón dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino, Jesús no le dijo: De cierto te digo que tendrás que ir al purgatorio y cuando tu alma sea purificada estarás conmigo en el paraíso. Ponga mucha atención a lo que dijo Jesús a este ladrón arrepentido. Se encuentra en Lucas 23:43 “Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”

Como Usted podrá notar. Las palabras de Jesús no dan ni siquiera un leve indicio para pensar en la existencia de un lugar de purificación intermedio antes de ir al paraíso o al cielo.

La esperanza viva que tenemos los creyentes es que tan pronto muramos, si hemos recibido a Cristo como nuestro Salvador, estaremos en el cielo. Observe lo que enseña el apóstol Pablo en 2ª Corintios 5:6-8 “Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor.”

El creyente puede estar solamente en uno de dos lugares. O en el cuerpo, mientras vive en este mundo, o en el cielo, cuando sale de este mundo. No existe en absoluto lugar intermedio como afirma la doctrina del purgatorio. Esto es lo que la Biblia enseña en cuanto a la doctrina del purgatorio.

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Atanasio de Alejandría 19

Atanasio de Alejandría 19

Los resultados de la encarnación del Salvador son tales y tantos que quien intente enumerarlos podría compararse a quien contempla la vastedad del mar y trata de contar sus olas.

Atanasio de Alejandría

a1Entre las muchas personas que asistieron al Concilio de Nicea se encontraba un joven diácono alejandrino de tez oscura, y tan corto de estatura que sus enemigos se burlaban de él llamándole enano. Se trataba de Atanasio, el secretario de Alejandro, que pronto vendría a ser una de las figuras centrales de la controversia, y el principal y más decidido defensor de la fe nicena.

Los primeros años

Nos es imposible saber el lugar y la fecha exactos del nacimiento de Atanasio, aunque parece haber sido en una pequeña aldea o ciudad de poca importancia a orillas del Nilo, alrededor del año 299. Puesto que hablaba el copto, que era el idioma de los habitantes originales de la región que habían sido conquistados por los griegos y los romanos, y puesto que su tez era oscura, como la de los coptos, es muy probable que haya pertenecido a ese grupo, y que por tanto su procedencia social se encuentre en las clases bajas del Egipto. Ciertamente, Atanasio nunca pretendió ser persona distinguida, ni conocedora de las sutilezas de la cultura grecorromana.

Sabemos también que desde fecha muy temprana Atanasio se relacionó estrechamente con los monjes del desierto. Jerónimo nos dice que nuestro personaje le regaló un manto a Pablo el ermitaño. Y el propio Atanasio, que escribió la Vida de San Antonio, dice que acostumbraba visitar a este famoso monje y lavarle las manos. Este último detalle ha hecho pensar a algunos que de niño Atanasio sirvió a Antonio. Aunque esto es posible, sólo tenemos indicios de ello, y por tanto es aventurado asegurarlo. Pero lo que sí resulta indubitable es que a través de toda su vida Atanasio tuvo relaciones estrechísimas con los monjes del desierto, que en más de una ocasión le protegieron frente a las autoridades, según veremos más adelante. De los monjes Atanasio aprendió una disciplina rígida para con su persona, y una austeridad que le ganó la admiración de sus amigos y por lo menos el respeto de sus enemigos. De todos los opositores del arrianismo, Atanasio era el más temible. Y esto, no porque su lógica fuese más sutil —que no lo era— ni porque su estilo fuese el más pulido —que tampoco lo era— ni porque Atanasio estuviera dotado de gran habilidad política —que no lo estaba— sino porque Atanasio se hallaba cerca del pueblo, y vivía su fe y su religión sin las sutilezas de los arrianos ni las pompas de tantos otros obispos de grandes sedes. Su disciplina monástica, sus raíces populares, su espíritu fogoso y su convicción profunda lo hacían invencible.

Aún antes de estallar la controversia arriana, Atanasio había escrito dos obras, una Contra los gentiles, y otra Acerca de la encarnación del Verbo. Nada hay en estas obras de las especulaciones de Clemente o de Orígenes. Pero sí hay una profunda convicción de que el hecho central de la fe cristiana, y de toda la historia humana, es la encarnación de Jesucristo. La presencia de Dios en medio de la humanidad, hecho hombre: he ahí el meollo del cristianismo según Atanasio lo entiende.

En un bello pasaje, Atanasio compara la encarnación a la visita del emperador en una ciudad. El emperador decide visitarla, y toma por residencia una de las casas de la misma. El resultado es que, no sólo esa casa, sino toda la ciudad, reciben un honor y una protección especial, de tal modo que los bandidos no se atreven a atacarla. De igual modo el Monarca del universo ha venido a visitar nuestra ciudad humana, viviendo en una de nuestras casas, y gracias a su presencia en Jesús todos nosotros quedamos protegidos de los ataques y artimañas del maligno. Ahora, en virtud de esa visita de Dios en Jesucristo, somos libres para llegar a ser lo que Dios quiere que seamos, es decir, seres capaces de vivir en comunión con El.

Como se ve, la presencia de Dios en la historia era el elemento central de la fe de Atanasio —como lo ha sido para tantos otros cristianos a través de los siglos—. Por tanto, no ha de sorprendernos el hecho de que Atanasio viera en las doctrinas arrianas una grave amenaza a la fe cristiana. En efecto, lo que Arrio decía era que quien había venido en Jesucristo no era Dios mismo, sino un ser inferior, una criatura. El Verbo era la primera de las criaturas de Dios, pero siempre una criatura. Tales opiniones Atanasio no podía aceptar —como tampoco podían aceptarla los monjes que se habían retirado al desierto por amor de Dios encarnado, ni los feligreses que se reunían a participar de la liturgia que Atanasio dirigía. Para él, la controversia arriana no era cuestión de sutilezas teológicas, sino que tenía que ver con el centro mismo de la fe cristiana.

Cuando Alejandro, el obispo de Alejandría, enfermó de muerte, todos daban por sentado que Atanasio sería su sucesor. Pero Atanasio, que no quería sino vivir tranquilamente ofreciendo los sacramentos y adorando con el pueblo, se retiró al desierto. En su lecho de muerte, Alejandro lo buscó, probablemente para hacerles ver a los presentes que deseaba que Atanasio le sucediera; pero Atanasio no estaba allí. Por fin, varias semanas después de la muerte de Alejandro, y contra los deseos del propio Atanasio, el joven pastor fue elegido obispo de Alejandría. Era el año 328, y ese mismo año el emperador Constantino levantó la sentencia de exilio contra Arrio. El arrianismo comenzaba a ganar terreno, y la lucha se preparaba.

El primer exilio

Eusebio de Nicomedia y los demás dirigentes arrianos sabían que Atanasio era uno de sus enemigos más temibles. Por tanto, pronto empezaron a hacer todo lo posible por destruirle, haciendo circular rumores en el sentido de que practicaba la magia, y que tiranizaba a sus súbditos entre los cristianos del Egipto. Por fin Constantino le ordenó que se presentara ante un concilio reunido en Tiro, donde tendría que responder a graves cargos. En particular, se le acusaba de haber matado a un tal Arsenio, obispo de una secta rival, y haberle cortado la mano para usarla en ritos mágicos. Atanasio fue a Tiro, según se le ordenaba, y después de escuchar la acusación que contra él se hacía hizo introducir en la sala a un hombre encubierto con una gran manta. Tras asegurarse de que varios de los presentes conocían a Arsenio, hizo descubrir el rostro del encapuchado, y sus acusadores quedaron confundidos al reconocer al obispo que supuestamente había sido muerto. Pronto, sin embargo, alguien dijo que, aunque Atanasio no había matado a Arsenio, sí le había cortado la mano. Ante la insistencia de la asamblea, Atanasio descubrió una de las manos de Arsenio, y mostró que estaba intacta. “¡Fue la otra!” gritaron algunos de los presentes, que se habían dejado convencer por los rumores echados a rodar por los arrianos. Entonces Atanasio mostró que la otra mano de Arsenio estaba también en su lugar, y en tono sarcástico preguntó: “Decidme, ¿qué clase de monstruo creéis que es Arsenio, que tiene tres manos?” Ante estas palabras, unos rompieron a reír, mientras otros no pudieron sino decir que los arrianos los habían engañado. El concilio terminó en el más completo desorden, y Atanasio quedó libre.

El obispo de Alejandría aprovechó esta oportunidad para presentar su caso ante el emperador. Se fue a Constantinopla y un buen día saltó ante el caballo del emperador, lo sujetó por la brida, y no lo soltó hasta que Constantino le prometió que le daría una audiencia. Quizá debido a la influencia de Eusebio de Nicomedia en la corte tales métodos eran necesarios. Pero quien conociera a Constantino sabría que en aquella acción el joven obispo se había ganado a la vez el respeto y el odio del emperador. Cuando algún tiempo más tarde Eusebio de Nicomedia le dijo a Constantino que Atanasio se había jactado de poder detener los envíos de trigo de Alejandría a Constantinopla, Constantino creyó lo que le decía el obispo arriano, y ordenó que Atanasio fuese exiliado a Tréveris, en el Occidente.

Pero poco después Constantino murió —luego de ser bautizado por Eusebio de Nicomedia— y le sucedieron sus tres hijos Constantino II, Constante y Constancio. Los tres hermanos, después de la matanza de todos sus parientes a que nos hemos referido antes, decidieron que todos los obispos que estaban exiliados por su oposición al arrianismo podían volver a sus sedes, y Atanasio pudo regresar del exilio.

Las muchas vicisitudes

Empero el regreso de Atanasio a Alejandría no fue el fin, sino el comienzo de toda una vida de luchas y de exilios repetidos. En Alejandría había algunos que apoyaban a los arrianos, y que ahora decían que Atanasio no era el obispo legítimo de esa ciudad. Quien pretendía tener derecho a ese cargo era un tal Gregorio, arriano, que contaba con el apoyo del gobierno. Puesto que Atanasio no quería entregarle las iglesias, Gregorio se decidió a tomarlas por la fuerza, y en consecuencia se produjeron tales desmanes que Atanasio decidió que, a fin de evitar más ultrajes y profanaciones, era mejor que él se ausentara de la ciudad y le dejara el campo libre a Gregorio. Sin embargo, cuando llegó al puerto y trató de obtener pasaje, descubrió que el gobernador había prohibido que abandonara la ciudad, o que se le ofreciera pasaje para hacerlo. Por fin logró convencer a uno de los capitanes de navío que lo sacara a escondidas del puerto de Alejandría, y lo llevara a Roma.

El exilio de Atanasio en Roma fue fructífero, pues tanto los nicenos como los arrianos le habían pedido al obispo de Roma, Julio, que les prestase su apoyo. Ahora la presencia de Atanasio contribuyó grandemente al triunfo de la causa nicena en esa ciudad, y por fin un sínodo reunido en ella declaró que Atanasio era el obispo legítimo de Alejandría, y que Gregorio era un usurpador. Aunque por lo pronto, dada la situación política, esto no quería decir que Atanasio podía regresar a Alejandría, sí significaba que la iglesia occidental le prestaba su apoyo moral, con el que Gregorio no podía ya contar. Por fin, tras una larga serie de negociaciones, Constante, quien había quedado como único emperador en el Occidente tras la muerte de su hermano Constantino II, apeló a su otro hermano, Constancio, quien gobernaba en el Oriente, para que se le permitiese a Atanasio volver a su ciudad.

Puesto que en ese momento Constancio tenía razones para tratar de ganarse la amistad de su hermano, accedió a las peticiones de este último, y una vez más Atanasio pudo regresar a Alejandría.

Los desmanes de Gregorio en Alejandría habían sido tales que el pueblo ahora recibió a Atanasio como un héroe o un libertador. Las gentes se lanzaron a la calle para aclamarle. Y los monjes descendieron del desierto para darle la bienvenida. Ante tales muestras de la popularidad de Atanasio, sus enemigos no se atrevieron a atacarlo directamente por algún tiempo, y Atanasio y la iglesia de Alejandría gozaron de un período de relativa tranquilidad que duró unos diez años, durante los cuales Atanasio fortaleció sus alianzas con otros obispos ortodoxos mediante una nutrida correspondencia, y escribió además varios tratados contra los arrianos.

Pero el emperador Constancio era arriano decidido, y estaba dispuesto a deshacerse del campeón de la fe nicena. Mientras vivió Constante, Constancio no se atrevió a atacar a Atanasio abiertamente. Después un tal Magnencio trató de usurpar el trono occidental, y Constancio se vio obligado a concentrar sus esfuerzos en la campaña contra él.

Por fin, en el año 353, Constancio se sintió suficientemente fuerte para dar rienda suelta a su política proarriana. Por la fuerza fue obligando a todos los obispos a aceptar la doctrina arriana. Se cuenta que cuando le ordenó a un grupo de obispos que condenara a Atanasio, le respondieron que no podían hacerlo, puesto que los cánones de la iglesia prohibían que se condenara a alguien sin darle oportunidad de defenderse. A esto respondió indignado el emperador: “Mi voluntad es también un canon de la iglesia”. En vista de tal actitud por parte del emperador, muchos obispos firmaron la condenación de Atanasio, y los que se negaron a hacerlo fueron enviados al destierro.

En el entretanto, Constancio hacía todo lo posible por alejar a Atanasio de Alejandría, donde era demasiado popular. Le escribió una carta diciéndole que estaba dispuesto a concederle la audiencia que él le había pedido. Pero Atanasio le contestó muy cortésmente que había habido algún error, pues él no había pedido audiencia ante el emperador, y que en todo caso no quería malgastar el tiempo de su señor. El emperador entonces mandó concentrar en Alejandría todas las legiones disponibles en las cercanías, pues temía que se produjera una sublevación. Una vez que las tropas estuvieron disponibles, el gobernador le ordenó a Atanasio, en nombre del emperador, que abandonase la ciudad. Atanasio le respondió mostrándole la vieja orden escrita en la que Constancio le daba permiso para regresar a Alejandría, y le dijo al gobernador que ciertamente debía haber alguna equivocación, pues el emperador no podría contradecirse de ese modo.

Poco después, cuando Atanasio estaba celebrando la comunión en una de sus iglesias, el gobernador hizo rodear el templo, y de pronto irrumpió en el santuario al frente de un grupo de soldados armados. El tumulto fue enorme, pero Atanasio no se inmutó, sino que les ordenó a los fieles que cantaran el Salmo 136: “Porque para siempre es su misericordia”. Los soldados se abrían paso a través de la multitud, mientras unos cantaban y otros trataban de escapar. Alrededor de Atanasio los pastores que estaban presentes formaron un círculo. Atanasio se negaba a huir hasta tanto no se asegurara de que su grey estaba a salvo. A la postre, en medio del tumulto, Atanasio se desmayó, y fue entonces que sus clérigos aprovecharon para sacarle a escondidas de la iglesia y ponerle a salvo.

A partir de entonces, Atanasio pareció ser un fantasma. Por todas partes se le buscaba; pero las autoridades no podían dar con él. Lo que había sucedido era que se había refugiado entre los monjes del desierto. Estos monjes tenían modos de comunicarse entre sí, y cada vez que los oficiales del emperador se acercaban al escondite del obispo, sencillamente le hacían trasladar a otro monasterio. Durante cinco años Atanasio vivió entre los monjes del desierto. Y durante esos cinco años la causa nicena sufrió rudos golpes. La política imperial no se ocultaba ya en su apoyo a los arrianos.

Por la fuerza, varios sínodos se declararon en favor del arrianismo. A la postre, hasta el anciano Osio de Córdoba y el obispo de Roma, Liberio, firmaron confesiones de fe arriana. Aunque eran muchos los obispos y demás dirigentes eclesiásticos que se habían convencido de que el arrianismo no era aceptable, era difícil oponérsele cuando el estado lo apoyaba tan decididamente. Por fin un concilio reunido en Sirmio promulgó lo que más tarde se llamó “la blasfemia de Sirmio”, que era un documento que abiertamente rechazaba la fe proclamada en el Concilio de Nicea.

Inesperadamente Constancio murió, y le sucedió Juliano el apóstata. Puesto que Juliano no tenía interés alguno en apoyar  uno u otro de los dos bandos en contienda, sencillamente ordenó que se cancelaran todas las órdenes de exilio expedidas contra los obispos. El propósito de Juliano era que los dos bandos se desangraran mutuamente, al tiempo que él seguía adelante con su programa de restaurar el paganismo. Pero en todo caso el resultado del advenimiento de Juliano al poder fue que Atanasio pudo regresar a Alejandría y dedicarse a una urgente tarea de diplomacia teológica.

El acuerdo teológico

Durante sus años de lucha, Atanasio se había percatado de que la razón por la que muchos se oponían al Credo de Nicea era que temían que la aseveración de que el Hijo era de la misma substancia del Padre pudiera entenderse como queriendo decir que no hay distinción alguna entre el Padre y el Hijo. Por esa razón, algunos preferían decir, en lugar de “de la misma substancia”, “de semejante substancia”. Las dos palabras griegas son homousios (de la misma substancia) y homoiusios (de semejante substancia). El Concilio de Nicea había dicho que el Hijo era homousios con el Padre. Ahora algunos decían que, aunque la declaración del Concilio les parecía peligrosa, estaban dispuestos a afirmar que el Hijo era homoiusios con el Padre.

Anteriormente, Atanasio habría insistido exclusivamente en la fórmula de Nicea, y declarado que quienes insistían en decir “de semejante substancia” eran tan herejes como los arrianos. Pero ahora, tras varios años de experiencia, el viejo obispo de Alejandría estaba dispuesto a ver la preocupación legítima de estos cristianos que, al mismo tiempo que no querían ser arrianos, tampoco estaban dispuestos a abandonar completamente toda distinción entre el Padre y el Hijo, pues esa distinción se encontraba en la Biblia y había sido doctrina de la iglesia desde sus mismos inicios.

Ahora, mediante toda una serie de negociaciones, Atanasio se acercó a estos cristianos, y les hizo ver que la fórmula de Nicea podía interpretarse de tal modo que hiciera justicia a las preocupaciones de quienes preferían decir “de semejante substancia”. Por fin, en un sínodo reunido en Alejandría en el año 362, Atanasio y sus seguidores declararon que era aceptable hablar del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo como “una substancia” (una “hipóstasis”), siempre que esto no se entendiera como si no hubiera distinción alguna entre los tres, y también como “tres substancias” (tres “hipóstasis”), siempre que esto no se entendiera como si hubiera tres dioses.

Sobre la base de este entendimiento, la mayoría de la iglesia se fue reuniendo de nuevo en su apoyo al Concilio de Nicea, hasta que —según veremos más adelante— el Segundo Concilio Ecuménico, reunido en Constantinopla en el 381, ratificó la doctrina nicena. Empero Atanasio no viviría para ver el triunfo final de la causa a que había dedicado casi toda su vida.

Continúan las vicisitudes

Aunque Juliano se había propuesto no perseguir a los cristianos, pronto comenzaron a perturbarle las noticias que le llegaban de Alejandría. En otras ciudades la restauración del paganismo marchaba más o menos lentamente. Pero en Alejandría no marchaba. En efecto, el obispo de esa ciudad, al tiempo que se dedicaba a sanar las heridas causadas por los largos años de controversias, se dedicaba también a fortalecer la iglesia. Su prestigio era tal que los programas de Juliano no tenían éxito alguno. Aun más, el viejo obispo se oponía abiertamente a los designios del emperador, y esa oposición inspiraba a las masas. En vista de todo esto, Juliano decidió enviar a Atanasio a un nuevo exilio.

Tras una serie de episodios que no es necesario narrar aquí, resultó claro que Juliano deseaba que Atanasio abandonara, no sólo Alejandría, sino también el Egipto. Atanasio se veía obligado a acceder a lo primero, ya que en la ciudad no había verdaderamente dónde esconderse. Pero decidió permanecer en el Egipto, escondido una vez más entre los monjes. Para evitar esto, los soldados imperiales recibieron órdenes de arrestarle. Fue entonces que ocurrió el episodio famoso que narramos a continuación.

Atanasio se encontraba en una embarcación que remontaba el Nilo, dirigiéndose hacia las moradas de los monjes, cuando se acercó el bote, más veloz, que conducía a los soldados que lo perseguían. “¿Habéis visto a Atanasio?”, gritaron los del otro bote. “Sí”, les contestó Atanasio con toda veracidad, “va delante de vosotros, y si os apresuráis le daréis alcance”. Ante estas noticias, el oficial ordenó que los que remaban apresuraran el ritmo, y pronto dejaron atrás a Atanasio y los suyos.

Como hemos visto, empero, el reinado de Juliano no duró mucho. A su muerte le sucedió Joviano, quien, además de ser tolerante con todos los bandos en disputa, sentía una admiración profunda hacia Atanasio. Una vez más el obispo alejandrino fue llamado del exilio, aunque no pudo permanecer mucho tiempo en su sede antes que el nuevo emperador lo llamara a Antioquía, para que el famoso obispo le instruyese acerca de la verdadera fe. Cuando por fin Atanasio regresó a Alejandría, todo parecía indicar que su larga cadena de destierros había llegado a su fin.

Pero aún le restaba a Atanasio uno más, pues a los pocos meses Joviano murió y su sucesor, Valente, se declaró defensor de los arrianos. Por diversas razones hubo motines en Alejandría, y Atanasio, temiendo que el nuevo emperador lo culpara por esos motines, y que tratara de tomar venganza sobre los fieles de la ciudad, decidió retirarse una vez más. Pero pronto resultó claro que Valente, al mismo tiempo que hacía todo lo posible por restaurar la preponderancia del arrianismo, no se atrevería a tocar al venerable obispo de Alejandría. Las experiencias de Constancio y Juliano bastaban para mostrarle que el pequeño Atanasio era un gigante a quien era mejor dejar en paz.

Por tanto, Atanasio pudo permanecer en Alejandría, pastoreando su grey, hasta que la muerte lo reclamó en el año 373.

Atanasio nunca vio el triunfo final de la causa nicena. Pero quien lea sus obras se percatará de que su convencimiento de la justicia de esa causa era tal que siempre confió que, antes o después de su muerte, la fe nicena se impondría. De hecho, tras las primeras luchas, Atanasio comenzó a ver alrededor suyo, en diversas regiones del imperio, a otros gigantes que comenzaban a alzarse en pro de la misma causa.

González, J. L. (2003). Historia del cristianismo: Tomo 1 (Vol. 1, pp. 181–192). Miami, FL: Editorial Unilit.

Consagración de Aarón y de sus hijos

Levítico 8-10

Consagración de Aarón y de sus hijos

(Ex. 29.1-37)

a18:1  Habló Jehová a Moisés, diciendo:

Toma a Aarón y a sus hijos con él, y las vestiduras, el aceite de la unción, el becerro de la expiación, los dos carneros, y el canastillo de los panes sin levadura;

y reúne toda la congregación a la puerta del tabernáculo de reunión.

Hizo, pues, Moisés como Jehová le mandó, y se reunió la congregación a la puerta del tabernáculo de reunión.

Y dijo Moisés a la congregación: Esto es lo que Jehová ha mandado hacer.

Entonces Moisés hizo acercarse a Aarón y a sus hijos, y los lavó con agua.

Y puso sobre él la túnica, y le ciñó con el cinto; le vistió después el manto, y puso sobre él el efod, y lo ciñó con el cinto del efod, y lo ajustó con él.

Luego le puso encima el pectoral, y puso dentro del mismo los Urim y Tumim.

Después puso la mitra sobre su cabeza, y sobre la mitra, en frente, puso la lámina de oro, la diadema santa, como Jehová había mandado a Moisés.

10 Y tomó Moisés el aceite de la unción y ungió el tabernáculo y todas las cosas que estaban en él, y las santificó.

11 Y roció de él sobre el altar siete veces, y ungió el altar y todos sus utensilios, y la fuente y su base, para santificarlos.

12 Y derramó del aceite de la unción sobre la cabeza de Aarón, y lo ungió para santificarlo.

13 Después Moisés hizo acercarse los hijos de Aarón, y les vistió las túnicas, les ciñó con cintos, y les ajustó las tiaras, como Jehová lo había mandado a Moisés.

14 Luego hizo traer el becerro de la expiación, y Aarón y sus hijos pusieron sus manos sobre la cabeza del becerro de la expiación,

15 y lo degolló; y Moisés tomó la sangre, y puso con su dedo sobre los cuernos del altar alrededor, y purificó el altar; y echó la demás sangre al pie del altar, y lo santificó para reconciliar sobre él.

16 Después tomó toda la grosura que estaba sobre los intestinos, y la grosura del hígado, y los dos riñones, y la grosura de ellos, y lo hizo arder Moisés sobre el altar.

17 Mas el becerro, su piel, su carne y su estiércol, lo quemó al fuego fuera del campamento, como Jehová lo había mandado a Moisés.

18 Después hizo que trajeran el carnero del holocausto, y Aarón y sus hijos pusieron sus manos sobre la cabeza del carnero;

19 y lo degolló; y roció Moisés la sangre sobre el altar alrededor,

20 y cortó el carnero en trozos; y Moisés hizo arder la cabeza, y los trozos, y la grosura.

21 Lavó luego con agua los intestinos y las piernas, y quemó Moisés todo el carnero sobre el altar; holocausto de olor grato, ofrenda encendida para Jehová, como Jehová lo había mandado a Moisés.

22 Después hizo que trajeran el otro carnero, el carnero de las consagraciones, y Aarón y sus hijos pusieron sus manos sobre la cabeza del carnero.

23 Y lo degolló; y tomó Moisés de la sangre, y la puso sobre el lóbulo de la oreja derecha de Aarón, sobre el dedo pulgar de su mano derecha, y sobre el dedo pulgar de su pie derecho.

24 Hizo acercarse luego los hijos de Aarón, y puso Moisés de la sangre sobre el lóbulo de sus orejas derechas, sobre los pulgares de sus manos derechas, y sobre los pulgares de sus pies derechos; y roció Moisés la sangre sobre el altar alrededor.

25 Después tomó la grosura, la cola, toda la grosura que estaba sobre los intestinos, la grosura del hígado, los dos riñones y la grosura de ellos, y la espaldilla derecha.

26 Y del canastillo de los panes sin levadura, que estaba delante de Jehová, tomó una torta sin levadura, y una torta de pan de aceite, y una hojaldre, y las puso con la grosura y con la espaldilla derecha.

27 Y lo puso todo en las manos de Aarón, y en las manos de sus hijos, e hizo mecerlo como ofrenda mecida delante de Jehová.

28 Después tomó aquellas cosas Moisés de las manos de ellos, y las hizo arder en el altar sobre el holocausto; eran las consagraciones en olor grato, ofrenda encendida a Jehová.

29 Y tomó Moisés el pecho, y lo meció, ofrenda mecida delante de Jehová; del carnero de las consagraciones aquella fue la parte de Moisés, como Jehová lo había mandado a Moisés.

30 Luego tomó Moisés del aceite de la unción, y de la sangre que estaba sobre el altar, y roció sobre Aarón, y sobre sus vestiduras, sobre sus hijos, y sobre las vestiduras de sus hijos con él; y santificó a Aarón y sus vestiduras, y a sus hijos y las vestiduras de sus hijos con él.

31 Y dijo Moisés a Aarón y a sus hijos: Hervid la carne a la puerta del tabernáculo de reunión; y comedla allí con el pan que está en el canastillo de las consagraciones, según yo he mandado, diciendo: Aarón y sus hijos la comerán.

32 Y lo que sobre de la carne y del pan, lo quemaréis al fuego.

33 De la puerta del tabernáculo de reunión no saldréis en siete días, hasta el día que se cumplan los días de vuestras consagraciones; porque por siete días seréis consagrados.

34 De la manera que hoy se ha hecho, mandó hacer Jehová para expiaros.

35 A la puerta, pues, del tabernáculo de reunión estaréis día y noche por siete días, y guardaréis la ordenanza delante de Jehová, para que no muráis; porque así me ha sido mandado.

36 Y Aarón y sus hijos hicieron todas las cosas que mandó Jehová por medio de Moisés.

Los sacrificios de Aarón

9:1  En el día octavo, Moisés llamó a Aarón y a sus hijos, y a los ancianos de Israel;

y dijo a Aarón: Toma de la vacada un becerro para expiación, y un carnero para holocausto, sin defecto, y ofrécelos delante de Jehová.

Y a los hijos de Israel hablarás diciendo: Tomad un macho cabrío para expiación, y un becerro y un cordero de un año, sin defecto, para holocausto.

Asimismo un buey y un carnero para sacrificio de paz, que inmoléis delante de Jehová, y una ofrenda amasada con aceite; porque Jehová se aparecerá hoy a vosotros.

Y llevaron lo que mandó Moisés delante del tabernáculo de reunión, y vino toda la congregación y se puso delante de Jehová.

Entonces Moisés dijo: Esto es lo que mandó Jehová; hacedlo, y la gloria de Jehová se os aparecerá.

Y dijo Moisés a Aarón: Acércate al altar, y haz tu expiación y tu holocausto, y haz la reconciliación por ti y por el pueblo; haz también la ofrenda del pueblo, y haz la reconciliación por ellos, como ha mandado Jehová.

Entonces se acercó Aarón al altar y degolló el becerro de la expiación que era por él.

Y los hijos de Aarón le trajeron la sangre; y él mojó su dedo en la sangre, y puso de ella sobre los cuernos del altar, y derramó el resto de la sangre al pie del altar.

10 E hizo arder sobre el altar la grosura con los riñones y la grosura del hígado de la expiación, como Jehová lo había mandado a Moisés.

11 Mas la carne y la piel las quemó al fuego fuera del campamento.

12 Degolló asimismo el holocausto, y los hijos de Aarón le presentaron la sangre, la cual roció él alrededor sobre el altar.

13 Después le presentaron el holocausto pieza por pieza, y la cabeza; y lo hizo quemar sobre el altar.

14 Luego lavó los intestinos y las piernas, y los quemó sobre el holocausto en el altar.

15 Ofreció también la ofrenda del pueblo, y tomó el macho cabrío que era para la expiación del pueblo, y lo degolló, y lo ofreció por el pecado como el primero.

16 Y ofreció el holocausto, e hizo según el rito.

17 Ofreció asimismo la ofrenda, y llenó de ella su mano, y la hizo quemar sobre el altar, además del holocausto de la mañana.

18 Degolló también el buey y el carnero en sacrificio de paz, que era del pueblo; y los hijos de Aarón le presentaron la sangre, la cual roció él sobre el altar alrededor;

19 y las grosuras del buey y del carnero, la cola, la grosura que cubre los intestinos, los riñones, y la grosura del hígado;

20 y pusieron las grosuras sobre los pechos, y él las quemó sobre el altar.

21 Pero los pechos, con la espaldilla derecha, los meció Aarón como ofrenda mecida delante de Jehová, como Jehová lo había mandado a Moisés.

22 Después alzó Aarón sus manos hacia el pueblo y lo bendijo; y después de hacer la expiación, el holocausto y el sacrificio de paz, descendió.

23 Y entraron Moisés y Aarón en el tabernáculo de reunión, y salieron y bendijeron al pueblo; y la gloria de Jehová se apareció a todo el pueblo.

24 Y salió fuego de delante de Jehová, y consumió el holocausto con las grosuras sobre el altar; y viéndolo todo el pueblo, alabaron, y se postraron sobre sus rostros.

El pecado de Nadab y Abiú

10:1  Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó.

Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová.

Entonces dijo Moisés a Aarón: Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado. Y Aarón calló.

Y llamó Moisés a Misael y a Elzafán, hijos de Uziel tío de Aarón, y les dijo: Acercaos y sacad a vuestros hermanos de delante del santuario, fuera del campamento.

Y ellos se acercaron y los sacaron con sus túnicas fuera del campamento, como dijo Moisés.

Entonces Moisés dijo a Aarón, y a Eleazar e Itamar sus hijos: No descubráis vuestras cabezas, ni rasguéis vuestros vestidos en señal de duelo, para que no muráis, ni se levante la ira sobre toda la congregación; pero vuestros hermanos, toda la casa de Israel, sí lamentarán por el incendio que Jehová ha hecho.

Ni saldréis de la puerta del tabernáculo de reunión, porque moriréis; por cuanto el aceite de la unción de Jehová está sobre vosotros. Y ellos hicieron conforme al dicho de Moisés.

Y Jehová habló a Aarón, diciendo:

Tú, y tus hijos contigo, no beberéis vino ni sidra cuando entréis en el tabernáculo de reunión, para que no muráis; estatuto perpetuo será para vuestras generaciones,

10 para poder discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio,

11 y para enseñar a los hijos de Israel todos los estatutos que Jehová les ha dicho por medio de Moisés.

12 Y Moisés dijo a Aarón, y a Eleazar y a Itamar sus hijos que habían quedado: Tomad la ofrenda que queda de las ofrendas encendidas a Jehová, y comedla sin levadura junto al altar, porque es cosa muy santa.

13 La comeréis, pues, en lugar santo; porque esto es para ti y para tus hijos, de las ofrendas encendidas a Jehová, pues que así me ha sido mandado.

14 Comeréis asimismo en lugar limpio, tú y tus hijos y tus hijas contigo, el pecho mecido y la espaldilla elevada, porque por derecho son tuyos y de tus hijos, dados de los sacrificios de paz de los hijos de Israel.

15 Con las ofrendas de las grosuras que se han de quemar, traerán la espaldilla que se ha de elevar y el pecho que será mecido como ofrenda mecida delante de Jehová; y será por derecho perpetuo tuyo y de tus hijos, como Jehová lo ha mandado.

16 Y Moisés preguntó por el macho cabrío de la expiación, y se halló que había sido quemado; y se enojó contra Eleazar e Itamar, los hijos que habían quedado de Aarón, diciendo:

17 ¿Por qué no comisteis la expiación en lugar santo? Pues es muy santa, y la dio él a vosotros para llevar la iniquidad de la congregación, para que sean reconciliados delante de Jehová.

18 Ved que la sangre no fue llevada dentro del santuario; y vosotros debíais comer la ofrenda en el lugar santo, como yo mandé.

19 Y respondió Aarón a Moisés: He aquí hoy han ofrecido su expiación y su holocausto delante de Jehová; pero a mí me han sucedido estas cosas, y si hubiera yo comido hoy del sacrificio de expiación, ¿sería esto grato a Jehová?

20 Y cuando Moisés oyó esto, se dio por satisfecho.

Reina-Valera 1960 (RVR1960)Copyright © 1960 by American Bible Society

Arrestado por tomarse el día

Enero 30

Arrestado por tomarse el día

Lectura bíblica: Marcos 2:23–28

El sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. Marcos 2:27

a1Pedro, Andrés y los demás discípulos todavía estaban mordisqueando los granos de trigo que habían recogido cuando vieron las luces rojas y escucharon la sirena. Era la policía del día de reposo. Los fariseos se abalanzaron sobre los discípulos como la policía patrullera persiguiendo a un auto deportivo yendo a exceso de velocidad. “Han recogido grano en el día de reposo y eso significa que han desobedecido una regla religiosa muy importante”, habrán dicho, mostrando sus placas de conocimiento religioso. “Ahora sí que se han metido en un gran lío. Tienen el derecho de permanecer callados. Si renuncian a ese derecho, cualquier cosa que digan puede ser usada en su contra…”.

Bueno, quizá no fue exactamente eso lo que sucedió. Pero en Marcos 2, Jesús y sus discípulos sí fueron acusados de quebrantar algunas reglas importantes. A través de los siglos, los judíos habían producido una lista larga de reglas de lo que el judío podía y no podía hacer el séptimo día de la semana. Los líderes tenían las narices tan metidas en sus libros de reglas religiosas que no veían la verdadera meta del mandamiento de Dios en cuanto al día de reposo. Dios quería simplemente que su pueblo se tomara un día de descanso por semana para adorarlo y descansar (ver Éxodo 20:8–10). Pero los líderes que centraban su atención en las reglas habían convertido al día de reposo en un día de prohibiciones en lugar de un día de descanso.

Para Jesús, las personas eran más importantes que las reglas humanas sobre conducta religiosa. “El día de reposo es un día para disfrutar, no una regla para guardar” parece estar diciendo en Marcos 2:27. Para sus discípulos hambrientos que andaban caminando, el día de reposo significaba recoger manojos de trigo para comer aunque fuera contra la ley “cosechar” trigo el séptimo día.

Muchos cristianos en la actualidad están aferrados a seguir reglas en lugar de dar prioridad a las personas. Botan a la basura una invitación a una fiesta de cumpleaños porque es en la casa de no creyentes. Pero los no creyentes se dan cuenta, y creen que no son importantes para nosotros o para Dios mientras no cambien. ¿No perderías interés en el cristianismo si lo único que te enfatizaran fuera “lo que sí y lo que no puedes hacer”?

Aquí tienes un tema para comentar honestamente: ¿Eres alguien que centra su atención en la gente o la centras en las reglas? ¿Te ven tus amigos no creyentes como una persona que es abierta con ellos y que los aceptas como son, o como alguien que se cree mejor que ellos?
Algunos de los más malvados de la época de Jesús se acercaron a él y fueron transformados porque él los recibió, amó y aceptó. Ese es el resultado de un vivir centrado en las personas. ¿Te gustaría ser parte de esa clase de éxito?

PARA DIALOGAR
¿Alguna vez te has mantenido apartado de los no creyentes? ¿Por qué? ¿Qué te gustaría hacer que sea diferente?

PARA ORAR
Señor, ayúdanos a reconocer cuáles son las reglas que realmente proceden de ti, y cuáles nos impiden mostrarles tu amor a nuestros prójimos.

PARA HACER
Busca oportunidades hoy para demostrar tu cariño a un no creyente.

McDowell, J., & Johnson, K. (2005). Devocionales para la familia. El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano.