Aflicción de los israelitas en Egipto

Éxodo 1-4

Aflicción de los israelitas en Egipto

a11:1  Estos son los nombres de los hijos de Israel que entraron en Egipto con Jacob; cada uno entró con su familia:

Rubén, Simeón, Leví, Judá,

Isacar, Zabulón, Benjamín,

Dan, Neftalí, Gad y Aser.

Todas las personas que le nacieron a Jacob fueron setenta. Y José estaba en Egipto.

Y murió José, y todos sus hermanos, y toda aquella generación.

Y los hijos de Israel fructificaron y se multiplicaron, y fueron aumentados y fortalecidos en extremo, y se llenó de ellos la tierra.

Entretanto, se levantó sobre Egipto un nuevo rey que no conocía a José; y dijo a su pueblo:

He aquí, el pueblo de los hijos de Israel es mayor y más fuerte que nosotros.

10 Ahora, pues, seamos sabios para con él, para que no se multiplique, y acontezca que viniendo guerra, él también se una a nuestros enemigos y pelee contra nosotros, y se vaya de la tierra.

11 Entonces pusieron sobre ellos comisarios de tributos que los molestasen con sus cargas; y edificaron para Faraón las ciudades de almacenaje, Pitón y Ramesés.

12 Pero cuanto más los oprimían, tanto más se multiplicaban y crecían, de manera que los egipcios temían a los hijos de Israel.

13 Y los egipcios hicieron servir a los hijos de Israel con dureza,

14 y amargaron su vida con dura servidumbre, en hacer barro y ladrillo, y en toda labor del campo y en todo su servicio, al cual los obligaban con rigor.

15 Y habló el rey de Egipto a las parteras de las hebreas, una de las cuales se llamaba Sifra, y otra Fúa, y les dijo:

16 Cuando asistáis a las hebreas en sus partos, y veáis el sexo, si es hijo, matadlo; y si es hija, entonces viva.

17 Pero las parteras temieron a Dios, y no hicieron como les mandó el rey de Egipto, sino que preservaron la vida a los niños.

18 Y el rey de Egipto hizo llamar a las parteras y les dijo: ¿Por qué habéis hecho esto, que habéis preservado la vida a los niños?

19 Y las parteras respondieron a Faraón: Porque las mujeres hebreas no son como las egipcias; pues son robustas, y dan a luz antes que la partera venga a ellas.

20 Y Dios hizo bien a las parteras; y el pueblo se multiplicó y se fortaleció en gran manera.

21 Y por haber las parteras temido a Dios, él prosperó sus familias.

22 Entonces Faraón mandó a todo su pueblo, diciendo: Echad al río a todo hijo que nazca,y a toda hija preservad la vida.

Nacimiento de Moisés

2:1  Un varón de la familia de Leví fue y tomó por mujer a una hija de Leví,

la que concibió, y dio a luz un hijo; y viéndole que era hermoso, le tuvo escondido tres meses.

Pero no pudiendo ocultarle más tiempo, tomó una arquilla de juncos y la calafateó con asfalto y brea, y colocó en ella al niño y lo puso en un carrizal a la orilla del río.

Y una hermana suya se puso a lo lejos, para ver lo que le acontecería.

Y la hija de Faraón descendió a lavarse al río, y paseándose sus doncellas por la ribera del río, vio ella la arquilla en el carrizal, y envió una criada suya a que la tomase.

Y cuando la abrió, vio al niño; y he aquí que el niño lloraba. Y teniendo compasión de él, dijo: De los niños de los hebreos es éste.

Entonces su hermana dijo a la hija de Faraón: ¿Iré a llamarte una nodriza de las hebreas, para que te críe este niño?

Y la hija de Faraón respondió: Ve. Entonces fue la doncella, y llamó a la madre del niño,

a la cual dijo la hija de Faraón: Lleva a este niño y críamelo, y yo te lo pagaré. Y la mujer tomó al niño y lo crió.

10 Y cuando el niño creció, ella lo trajo a la hija de Faraón, la cual lo prohijó, y le puso por nombre Moisés,[a] diciendo: Porque de las aguas lo saqué.[b]

Moisés huye de Egipto

11 En aquellos días sucedió que crecido ya Moisés, salió a sus hermanos, y los vio en sus duras tareas, y observó a un egipcio que golpeaba a uno de los hebreos, sus hermanos.

12 Entonces miró a todas partes, y viendo que no parecía nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena.

13 Al día siguiente salió y vio a dos hebreos que reñían; entonces dijo al que maltrataba al otro: ¿Por qué golpeas a tu prójimo?

14 Y él respondió: ¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y juez sobre nosotros? ¿Piensas matarme como mataste al egipcio? Entonces Moisés tuvo miedo, y dijo: Ciertamente esto ha sido descubierto.

15 Oyendo Faraón acerca de este hecho, procuró matar a Moisés; pero Moisés huyó de delante de Faraón, y habitó en la tierra de Madián.

16 Y estando sentado junto al pozo, siete hijas que tenía el sacerdote de Madián vinieron a sacar agua para llenar las pilas y dar de beber a las ovejas de su padre.

17 Mas los pastores vinieron y las echaron de allí; entonces Moisés se levantó y las defendió, y dio de beber a sus ovejas.

18 Y volviendo ellas a Reuel su padre, él les dijo: ¿Por qué habéis venido hoy tan pronto?

19 Ellas respondieron: Un varón egipcio nos defendió de mano de los pastores, y también nos sacó el agua, y dio de beber a las ovejas.

20 Y dijo a sus hijas: ¿Dónde está? ¿Por qué habéis dejado a ese hombre? Llamadle para que coma.

21 Y Moisés convino en morar con aquel varón; y él dio su hija Séfora por mujer a Moisés.

22 Y ella le dio a luz un hijo; y él le puso por nombre Gersón, porque dijo: Forastero[c] soy en tierra ajena.

23 Aconteció que después de muchos días murió el rey de Egipto, y los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre.

24 Y oyó Dios el gemido de ellos, y se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob.

25 Y miró Dios a los hijos de Israel, y los reconoció Dios.

Llamamiento de Moisés

3:1  Apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios.

Y se le apareció el Angel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía.

Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema.

Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: !!Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí.

Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.

Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios.

Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias,

y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo.

El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen.

10 Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel.

11 Entonces Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?

12 Y él respondió: Ve, porque yo estaré contigo; y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte.

13 Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé?

14 Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros.

15 Además dijo Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Jehová,[d] el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos.

16 Ve, y reúne a los ancianos de Israel, y diles: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me apareció diciendo: En verdad os he visitado, y he visto lo que se os hace en Egipto;

17 y he dicho: Yo os sacaré de la aflicción de Egipto a la tierra del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo, a una tierra que fluye leche y miel.

18 Y oirán tu voz; e irás tú, y los ancianos de Israel, al rey de Egipto, y le diréis: Jehová el Dios de los hebreos nos ha encontrado; por tanto, nosotros iremos ahora camino de tres días por el desierto, para que ofrezcamos sacrificios a Jehová nuestro Dios.

19 Mas yo sé que el rey de Egipto no os dejará ir sino por mano fuerte.

20 Pero yo extenderé mi mano, y heriré a Egipto con todas mis maravillas que haré en él, y entonces os dejará ir.

21 Y yo daré a este pueblo gracia en los ojos de los egipcios, para que cuando salgáis, no vayáis con las manos vacías;

22 sino que pedirá cada mujer a su vecina y a su huéspeda alhajas de plata, alhajas de oro, y vestidos, los cuales pondréis sobre vuestros hijos y vuestras hijas; y despojaréis a Egipto.

4:1  Entonces Moisés respondió diciendo: He aquí que ellos no me creerán, ni oirán mi voz; porque dirán: No te ha aparecido Jehová.

Y Jehová dijo: ¿Qué es eso que tienes en tu mano? Y él respondió: Una vara.

El le dijo: Echala en tierra. Y él la echó en tierra, y se hizo una culebra; y Moisés huía de ella.

Entonces dijo Jehová a Moisés: Extiende tu mano, y tómala por la cola. Y él extendió su mano, y la tomó, y se volvió vara en su mano.

Por esto creerán que se te ha aparecido Jehová, el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob.

Le dijo además Jehová: Mete ahora tu mano en tu seno. Y él metió la mano en su seno; y cuando la sacó, he aquí que su mano estaba leprosa como la nieve.

Y dijo: Vuelve a meter tu mano en tu seno. Y él volvió a meter su mano en su seno; y al sacarla de nuevo del seno, he aquí que se había vuelto como la otra carne.

Si aconteciere que no te creyeren ni obedecieren a la voz de la primera señal, creerán a la voz de la postrera.

Y si aún no creyeren a estas dos señales, ni oyeren tu voz, tomarás de las aguas del río y las derramarás en tierra; y se cambiarán aquellas aguas que tomarás del río y se harán sangre en la tierra.

10 Entonces dijo Moisés a Jehová: !!Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua.

11 Y Jehová le respondió: ¿Quién dio la boca al hombre? ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová?

12 Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar.

13 Y él dijo: !!Ay, Señor! envía, te ruego, por medio del que debes enviar.

14 Entonces Jehová se enojó contra Moisés, y dijo: ¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla bien? Y he aquí que él saldrá a recibirte, y al verte se alegrará en su corazón.

15 Tú hablarás a él, y pondrás en su boca las palabras, y yo estaré con tu boca y con la suya, y os enseñaré lo que hayáis de hacer.

16 Y él hablará por ti al pueblo; él te será a ti en lugar de boca, y tú serás para él en lugar de Dios.

17 Y tomarás en tu mano esta vara, con la cual harás las señales.

Moisés vuelve a Egipto

18 Así se fue Moisés, y volviendo a su suegro Jetro, le dijo: Iré ahora, y volveré a mis hermanos que están en Egipto, para ver si aún viven. Y Jetro dijo a Moisés: Ve en paz.

19 Dijo también Jehová a Moisés en Madián: Ve y vuélvete a Egipto, porque han muerto todos los que procuraban tu muerte.

20 Entonces Moisés tomó su mujer y sus hijos, y los puso sobre un asno, y volvió a tierra de Egipto. Tomó también Moisés la vara de Dios en su mano.

21 Y dijo Jehová a Moisés: Cuando hayas vuelto a Egipto, mira que hagas delante de Faraón todas las maravillas que he puesto en tu mano; pero yo endureceré su corazón, de modo que no dejará ir al pueblo.

22 Y dirás a Faraón: Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito.

23 Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva, mas no has querido dejarlo ir; he aquí yo voy a matar a tu hijo, tu primogénito.

24 Y aconteció en el camino, que en una posada Jehová le salió al encuentro, y quiso matarlo.

25 Entonces Séfora tomó un pedernal afilado y cortó el prepucio de su hijo, y lo echó a sus pies, diciendo: A la verdad tú me eres un esposo de sangre.

26 Así le dejó luego ir. Y ella dijo: Esposo de sangre, a causa de la circuncisión.

27 Y Jehová dijo a Aarón: Ve a recibir a Moisés al desierto. Y él fue, y lo encontró en el monte de Dios, y le besó.

28 Entonces contó Moisés a Aarón todas las palabras de Jehová que le enviaba, y todas las señales que le había dado.

29 Y fueron Moisés y Aarón, y reunieron a todos los ancianos de los hijos de Israel.

30 Y habló Aarón acerca de todas las cosas que Jehová había dicho a Moisés, e hizo las señales delante de los ojos del pueblo.

31 Y el pueblo creyó; y oyendo que Jehová había visitado a los hijos de Israel, y que había visto su aflicción, se inclinaron y adoraron.

Footnotes:

  1. Éxodo 2:10 Heb. Mosheh.
  2. Éxodo 2:10 Heb. mashah.
  3. Éxodo 2:22 Heb. ger.
  4. Éxodo 3:15 El nombre Jehová representa el nombre divino YHWH que aquí se relaciona con el verbo hayah, ser.
Reina-Valera 1960 (RVR1960)Copyright © 1960 by American Bible Society

La persecución en el siglo segundo 6

La persecución en el siglo segundo 6

Estoy empezando a ser discípulo… El fuego y la cruz, muchedumbres de fieras, huesos quebrados [… ] todo he de aceptarlo, con tal que yo alcance a Jesucristo.

Ignacio de Antioquía

a1El lector se habrá percatado de que durante todo el siglo primero, al mismo tiempo que abundan las noticias de mártires, escasean los detalles acerca de su martirio, y especialmente acerca de las actitudes de las autoridades civiles hacia el cristianismo. Con el correr de los años, tales noticias se van haciendo cada vez más abundantes, y ya el siglo segundo va ofreciéndonos algunas. Estas noticias aparecen sobre todo bajo la forma de las llamadas “actas de los mártires”, que consisten en descripciones más o menos detalladas de las condiciones bajo las que se produjeron los martirios, del arresto, encarcelamiento y juicio del mártir o mártires en cuestión, y por último de su muerte. En algunos casos tales “actas” incluyen tantos detalles fidedignos acerca del proceso legal, que parecen haber sido copiadas —en parte al menos— de las actas oficiales de los tribunales. Hay otros en que quien escribe el acta nos dice que estuvo presente en el juicio y el suplicio. En muchos otros, sin embargo, hay fuertes indicios de que las supuestas “actas” fueron escritas mucho tiempo después, y que sus noticias no son por tanto completamente dignas de crédito. En todo caso, las actas más antiguas constituyen uno de los mas preciosos e inspiradores documentos de la iglesia cristiana. En segundo lugar, otras noticias nos llegan a través de otros documentos escritos por cristianos que de algún modo se relacionan con el martirio y la persecución. El ejemplo más valioso de esta clase de documentos es la colección de siete cartas escritas por Ignacio de Antioquía camino del martirio, a las que hemos de referirnos más adelante.

Por último, el siglo segundo comienza a ofrecernos algunos atisbos de la actitud de los paganos ante los cristianos, y muy especialmente de la actitud de los gobernantes. En este sentido, resulta interesantísima la correspondencia entre Plinio el Joven y el emperador Trajano.

La correspondencia entre Plinio y Trajano

Plinio Segundo el Joven había sido nombrado gobernador de la región de Bitinia —es decir, la costa norte de lo que hoy es Turquía— en el año 111. Todo lo que sabemos de Plinio por otras fuentes parece indicar que era un hombre justo, fiel cumplidor de las leyes, y respetuoso de las tradiciones y las autoridades romanas. En Bitinia, sin embargo, se le presentó un problema que le tenía perplejo. Alguien le hizo llegar una acusación anónima en la que se incluía una larga lista de cristianos. Plinio no había asistido jamás a un juicio contra los cristianos, y por tanto carecía de experiencia en la cuestión. Al mismo tiempo, el recién nombrado gobernador sabía que había leyes imperiales contra los cristianos, y por tanto empezó a hacer pesquisas. Al parecer, el número de los cristianos en Bitinia era notable, pues en su carta a Trajano Plinio le dice que los templos paganos estaban prácticamente abandonados y que no se encontraban compradores para la carne sacrificada a los ídolos. Además, le dice Plinio al Emperador, “el contagio de esta superstición ha penetrado, no sólo en las ciudades, sino también en los pueblos y los campos”.  En todo caso, Plinio hizo traer ante sí a los acusados, y comenzó así un proceso mediante el cual el gobernador se fue enterando poco a poco de las creencias y las prácticas de los cristianos. Hubo muchos que negaban ser cristianos, y otros que decían que, aunque lo habían sido anteriormente, ya no lo eran. Plinio sencillamente requirió de ellos que invocaran a los dioses, que adoraran al emperador ofreciendo vino e incienso ante su estatua, y que maldijeran a Cristo. Quienes seguían sus instrucciones en este sentido, eran puestos en libertad, pues según Plinio le dice a Trajano, “es imposible obligar a los verdaderos cristianos a hacer estas cosas”.

Empero los cristianos que persistían en su fe le planteaban a Plinio un problema mucho mas difícil. Aun antes de recibir la acusación anónima, Plinio se había visto obligado a presidir sobre el juicio de otros cristianos que habían sido delatados. En tales casos, les había ofrecido tres oportunidades de renunciar a su fe, al mismo tiempo que les amenazaba. A los que persistían, el gobernador les había condenado a morir, no ya por el crimen de ser cristianos, sino por su obstinación y desobediencia ante el representante del emperador. Ahora, con la larga lista de personas acusadas de ser cristianas, Plinio se vio forzado a investigar el asunto con más detenimiento. ¿En qué consistía en verdad el crimen de los cristianos? A fin de encontrar respuesta a esta pregunta, Plinio interrogó a los acusados, tanto a los que persistían en su fe como a los que la negaban. Tanto de unos como de otros, el gobernador escuchó el mismo testimonio: su crimen consistía en reunirse para cantar antifonalmente himnos “a Cristo como a Dios”, para hacer votos de no cometer robos, adulterios u otros pecados, y para una comida en la que no se hacía cosa alguna contraria a la ley y las buenas costumbres. Puesto que algún tiempo antes, siguiendo las órdenes del emperador, Plinio había prohibido las reuniones secretas, los cristianos ya no se reunían como lo habían hecho antes. Perplejo ante tales informes, Plinio hizo torturar a dos esclavas que eran ministros de la iglesia; pero ambas mujeres confirmaron lo que los demás cristianos le habían dicho. Todo esto le planteaba al gobernador un difícil problema de justicia y jurisprudencia: ¿debía castigarse a los cristianos sólo por llevar ese nombre, o era necesario probarles algún crimen?

En medio de su perplejidad, Plinio hizo suspender los procesos y le escribió al emperador la carta de donde hemos tomado los datos que anteceden.

La respuesta del emperador fue breve. Según él, no hay una regla general que pueda aplicarse en todos los casos. Por una parte, el crimen de los cristianos no es tal que deban emplearse los recursos del estado en buscarles. Por otra parte, sin embargo, si alguien les acusa y ellos se niegan a adorar a los dioses, han de ser castigados. Por último, el Emperador le dice a Plinio que no debe aceptar acusaciones anónimas, que son una práctica indigna de su época.

Casi cien años más tarde el abogado cristiano Tertuliano, en el norte de Africa, ofrecía el siguiente comentario acerca de la decisión de Trajano, que todavía seguía vigente:

¡Oh sentencia necesariamente confusa! Se niega a buscarles, como a inocentes; y manda que se les castigue, como a culpables. Tiene misericordia y es severa; disimula y castiga. ¿Cómo evitas entonces censurarte a ti misma? Si condenas, ¿por qué no investigas? Y si no investigas, ¿por qué no absuelves? (Apología, 2).

Ahora bien, aunque la decisión de Trajano no tenía sentido lógico, sí tenía sentido político. Trajano comprendía lo que Plinio le decía: que los cristianos, por el solo hecho de serlo, no cometían crimen alguno contra la sociedad o contra el estado. Por tanto, los recursos del estado debían emplearse en asuntos más urgentes que la búsqueda de cristianos. Pero, una vez que un cristiano era delatado y traído ante los tribunales imperiales, era necesario obligarle a adorar los dioses del imperio o castigarle. De otro modo, los tribunales imperiales perderían toda autoridad.

Por lo tanto, a los cristianos se les castigaba, no por algún crimen que supuestamente habían cometido antes de ser delatados, sino por su crimen ante los tribunales. Este delito tenía que ser castigado, en primer lugar, porque de otro modo se les restaría autoridad a esos tribunales, y, en segundo lugar, porque al negarse a adorar al emperador los cristianos estaban adoptando una actitud que en ese tiempo se interpretaba como rebelión contra la autoridad imperial. En efecto, el culto al emperador era uno de los vínculos que unían al Imperio, y negarse en público a rendir ese culto equivalía a romper ese vínculo.

Las indicaciones de Trajano no parecen haber sido creadas sencillamente en respuesta a la carta de Plinio, ni parecen tampoco haberse limitado a la provincia de Bitinia. Al contrario, a través de todo el siglo segundo y buena parte del tercero, esta política de no buscar a los cristianos y sin embargo castigarles cuando se les acusaba fue la política que se siguió en todo el Imperio. Además, aun antes de la carta de Trajano, ya parece haber sido esa la práctica corriente, según puede verse en las siete cartas de Ignacio de Antioquía.

Ignacio de Antioquía: el portador de Dios

Alrededor del año 107, por motivos que desconocemos, el anciano obispo de Antioquía, Ignacio, fue acusado ante las autoridades y condenado a morir por negarse a adorar los dioses del Imperio. Puesto que en esos tiempos se celebraban grandes fiestas en Roma con motivo de la victoria sobre los dacios, Ignacio fue enviado a la capital para que su muerte contribuyera a los espectáculos que se proyectaban. Camino del martirio, Ignacio escribió siete cartas que constituyen uno de los más valiosos documentos del cristianismo antiguo, y a las cuales tendremos que volver repetidamente al tratar sobre diversos aspectos de la vida y el pensamiento de la iglesia a principios del siglo segundo. Sin embargo, lo que nos interesa por lo pronto es lo que estas cartas nos dicen acerca del propio Ignacio, de las circunstancias de su juicio y su muerte, y del modo en que él mismo interpretaba lo que estaba sucediendo. Ignacio nació probablemente alrededor del año 30 ó 35, y por tanto era ya anciano cuando selló su vida con el martirio. En sus cartas, él mismo nos dice repetidamente que lleva el sobrenombre de “Portador de Dios”, lo cual es índice del respeto de que gozaba en la comunidad cristiana. Siglos más tarde, sobre la base de un ligero cambio en el texto de sus cartas, se comenzó a hablar de Ignacio como el “Portado por Dios”, y surgió así la leyenda según la cual Ignacio fue el niño a quien Jesús tomó y colocó en medio de quienes le rodeaban (Mateo 18:2). En todo caso, a principios del siglo II Ignacio gozaba de gran autoridad en toda la iglesia, pues era el segundo obispo de una de las más antiguas comunidades cristianas. Nada sabemos acerca del arresto de Ignacio, ni de quiénes le acusaron, ni de su juicio. Todo lo que sabemos es lo que él mismo nos dice o nos da a entender en sus cartas. Al parecer había en la iglesia de Antioquía varias facciones, y algunas habían llegado a tales extremos en sus doctrinas que el anciano obispo se había opuesto a ellas tenazmente. Es posible que su acusación ante los tribunales haya resultado de esas pugnas. Pero también es posible que algún pagano, en vista de la veneración de que era objeto el viejo obispo, haya decidido llevarle ante los tribunales. En todo caso, por una u otra razón Ignacio fue detenido, juzgado y condenado a morir en Roma.

Camino de Roma, Ignacio y los soldados que le custodiaban pasaron por Asia Menor. A su paso, varios cristianos de la región vinieron a verle. Ignacio pudo recibirles y conversar con ellos por algún tiempo. Tenía además un amanuense, también cristiano, que escribía las cartas que él dictaba. Todo esto se comprende si tomamos en cuenta que en esa época no existía una persecución general contra todos los cristianos en todo el Imperio, sino que sólo se condenaba a quienes alguien acusaba. Por tanto, todas estas personas procedentes de diversas iglesias podían visitar impunemente a quien había sido condenado a morir por el mismo “delito” que ellos practicaban.

Las siete cartas de Ignacio son en su mayor parte el resultado de esas visitas. Desde la ciudad de Magnesia habían venido el obispo Damas, dos presbíteros y un diácono. De Trales había venido el obispo Polibio. Y Efeso había enviado una delegación numerosa encabezada por el obispo Onésimo, que bien puede haber sido el Onésimo de la Epístola a Filemón. A cada una de estas iglesias Ignacio le escribió una carta desde Esmirna. Más tarde, desde Troas, escribió otras tres cartas: una a la iglesia de Esmirna, otra a su obispo Policarpo y otra a la iglesia de Filadelfia. Pero para el tema que estamos discutiendo aquí —la persecución en el siglo II— la carta que más nos interesa es la que Ignacio escribió desde Esmirna a la iglesia de Roma. De algún modo, Ignacio había recibido noticias de que los cristianos de Roma proyectaban hacer gestiones para librarle de la muerte. Pero Ignacio no ve tal proyecto con buenos ojos. Ya él está presto para sellar su testimonio con su sangre, y cualquier gestión que los romanos puedan hacer le resultaría un impedimento. Por esa razón el anciano obispo les escribe a sus hermanos de Roma: Temo vuestra bondad, que puede hacerme daño. Pues vosotros podéis hacer con facilidad lo que proyectáis; pero si vosotros no prestáis atención a lo que os pido me será muy difícil a mí alcanzar a Dios (Romanos 1:2). El propósito de Ignacio es, según él mismo dice, ser imitador de la pasión de su Dios, es decir, de Jesucristo.

Ahora que se enfrenta al sacrificio supremo es que empieza a ser discípulo, y por tanto lo único que quiere que los romanos pidan para él es, no la libertad, sino fuerza para enfrentarse a toda prueba “para que no sólo me llame cristiano, sino que también me comporte como tal”. “Mi amor está crucificado […] No me gusta ya la comida corruptible, […] sino que quiero el pan de Dios, que es la carne de Jesucristo […] y su sangre quiero beber, que es bebida imperecedera”. Porque “cuando yo sufra, seré libre en Jesucristo, y con él resucitaré en libertad”. “Soy trigo de Dios, y los dientes de las fieras han de molerme, para que pueda ser ofrecido como limpio pan de Cristo”. Y la razón por la que Ignacio está dispuesto a enfrentarse a la muerte es que a través de ella llegará a ser un testimonio vivo de Jesucristo: Si nada decís acerca de mí, yo vendré a ser palabra de Dios. Pero si os dejáis convencer por el amor que tenéis hacia mi carne, volveré a ser simple voz humana (Romanos 2:1).

Así veía su muerte aquel atleta del Señor, que marchaba gozoso hacia las fauces de los leones.

Poco tiempo después, el obispo Policarpo de Esmirna escribía a los filipenses pidiendo noticias acerca de la suerte de Ignacio. No sabemos a ciencia cierta qué le respondieron sus hermanos de Filipos, aunque todo parece indicar que Ignacio murió como esperaba, poco después de su llegada a Roma.

El martirio de Policarpo

Si bien es poco o nada lo que sabemos acerca del testimonio final de Ignacio, sí tenemos amplios detalles acerca del de su amigo Policarpo, cuando le llegó su hora casi medio siglo más tarde. Corría el año 155, y todavía estaba vigente la misma política que Trajano le había señalado a su gobernador Plinio. A los cristianos no se les buscaba; pero si alguien les delataba y se negaban entonces a servir a los dioses, era necesario castigarles. Policarpo era todavía obispo de Esmirna cuando un grupo de cristianos fue acusado y condenado por los tribunales. Según nos cuenta quien dice haber sido testigo de los hechos, se les aplicaron los más dolorosos castigos, y ninguno de ellos se quejó de su suerte, pues “descansando en la gracia de Cristo tenían en menos los dolores del mundo”. Por fin le tocó al anciano Germánico presentarse ante el tribunal, y cuando se le dijo que tuviera misericordia de su edad y abandonara la fe cristiana, Germánico respondió diciendo que no quería seguir viviendo en un mundo en el que se cometían las injusticias que se estaban cometiendo ante sus ojos, y uniendo la palabra al hecho incitó a las fieras para que le devorasen más rápidamente.

El valor y el desprecio de Germánico enardecieron a la multitud, que empezó a gritar: “¡Que mueran los ateos!” —es decir, los que se niegan a creer en nuestros dioses— y “¡Que traigan a Policarpo!” Cuando Policarpo supo que se le buscaba, y ante la insistencia de los miembros de su iglesia, salió de la ciudad y se refugió en una finca en las cercanías. A los pocos días, cuando los que le buscaban estaban a punto de dar con él, huyó a otra finca. Pero cuando supo que uno de los que habían quedado detrás, al ser torturado, había dicho dónde Policarpo se había escondido, el anciano obispo decidió dejar de huir y aguardar a los que le perseguían.

Cuando le llevaron ante el procónsul, éste trató de persuadirle, diciéndole que pensara en su avanzada edad y que adorara al emperador. Cuando Policarpo se negó a hacerlo, el juez le pidió que gritara: “¡Abajo los ateos!” Al sugerirle esto, el juez se refería naturalmente a los cristianos, que eran tenidos por ateos.

Pero Policarpo, señalando hacia la muchedumbre de paganos, dijo: “Sí. ¡Abajo los ateos!”

De nuevo el juez insistió, diciéndole que si juraba por el emperador y maldecía a Cristo quedaría libre. Empero Policarpo respondió: —Llevo ochenta y seis años sirviéndole, y ningún mal me ha hecho. ¿Cómo he de maldecir a mi rey, que me salvó?

Así siguió el diálogo. Cuando el juez le pidió que convenciera a la multitud, Policarpo le respondió que si él quería trataría de persuadirle a él, pero que no consideraba a esa turba apasionada digna de escuchar su defensa. Cuando por fin el juez le amenazó, primero con las fieras, y después con ser quemado vivo, Policarpo le contestó que el fuego que el juez podía encender sólo duraría un momento, y luego se apagaría, mientras que el castigo eterno nunca se apagaría.

Ante la firmeza del anciano, el juez ordenó que Policarpo fuera quemado vivo, y todo el populacho salió a buscar ramas para preparar la hoguera.

Atado ya en medio de la hoguera, y cuando estaban a punto de encender el fuego, Policarpo elevó la mirada al cielo y oró en voz alta:

Señor Dios soberano […] te doy gracias, porque me has tenido por digno de este momento, para que, junto a tus mártires, yo pueda tener parte en el cáliz de Cristo. […] Por ello […] te bendigo y te glorifico. […] Amén.

Así entregó la vida aquel anciano obispo a quien años antes, cuando todavía era joven, el anciano Ignacio había dado consejos acerca de su labor pastoral y ejemplo de firmeza en medio de la persecución.

Por otra parte, las actas del martirio de Policarpo son interesantes porque en ellas podemos ver una de las cuestiones que más turbaban a los cristianos en esa época: la de si era lícito o no entregarse espontáneamente para sufrir el martirio. Al principio de esas actas se habla de un tal Quinto, que se entregó a sí mismo, y que al ver las fieras se acobardó. Y el autor de las actas nos dice que sólo son válidos los martirios que han tenido lugar por voluntad de Dios, y no de los mártires mismos. En la historia del propio Policarpo, vemos que se escondió dos veces antes de ser arrestado, y que sólo se dejó prender cuando llegó al convencimiento de que tal era la voluntad de Dios.

La razón por la que este documento insiste tanto en la necesidad de que sea Dios quien escoja a los mártires era que había quienes se acusaban a sí mismos a fin de sufrir el martirio. Tales personas, a quienes se llamaba “espontáneos”, eran a veces gentes de mente desequilibrada que no tenían la firmeza necesaria para resistir las pruebas que venían sobre ellos, y que por lo tanto acababan por acobardarse y renunciar de su fe en el momento supremo.

Pero no todos concordaban con el autor de las actas del martirio de Policarpo. A través de todo el período de las persecuciones, siempre hubo mártires espontáneos y—cuando sus martirios fueron consumados— siempre hubo también quien les venerara.

Esto puede verse en otro documento de la misma época, la Apología de Justino Mártir, donde se nos cuenta que en el juicio de un cristiano se presentaron otros dos a defenderle, y la consecuencia fue que los tres murieron como mártires. Al narrar esta historia, Justino no ofrece la menor indicación de que el martirio de los dos “espontáneos” no sea tan válido como el del cristiano que fue acusado ante los tribunales.

La persecución bajo Marco Aurelio

En el año 161, el gobierno del Imperio recayó sobre Marco Aurelio, quien había sido adoptado años antes por su predecesor, Antonino Pío. Marco Aurelio fue sin lugar a dudas una de las más preclaras luces del ocaso romano. No fue él, como Nerón y Domiciano, un hombre enamorado del poder y la vanagloria, sino un espíritu culto y refinado que dejó tras de sí una colección de Meditaciones, escritas sólo para su uso privado, que son una de las joyas literarias de la época. En esas Meditaciones Marco Aurelio muestra algunos de los ideales con los que trató de gobernar su vasto imperio:

Intenta a cada momento, como romano y como hombre, hacer lo que tienes delante con dignidad perfecta y sencilla, y con bondad, libertad y justicia. Trata de olvidar todo lo demás. Y podrás olvidarlo, si emprendes cada acción de tu vida como si fuera la última, dejando a un lado toda negligencia y toda la resistencia de las pasiones contra los dictados de la razón, y dejando también toda hipocresía, y egoísmo, y rebeldía contra la suerte que te ha tocado (Meditaciones, 2:5).

Bajo tal emperador, podría suponerse que los cristianos gozarían de un período de relativa paz. Marco Aurelio no era un Nerón ni un Domiciano. Y sin embargo, el mismo emperador que se expresaba en términos tan elevados acerca de sus deberes de gobernante desató también una fuerte persecución contra los cristianos. Marco Aurelio era hijo de su época, y como tal veía a los cristianos. En la única referencia al cristianismo que aparece en sus Meditaciones, el emperador filósofo alaba aquellas almas que están dispuestas a abandonar el cuerpo cuando sea necesario, pero luego sigue diciendo que tal disposición ha de ser producto de la razón, “y no de terquedad, como en el caso de los cristianos” (Meditaciones, 11. 3). Además, también como hijo de su época, el filósofo que alababa sobre todo el uso de la razón era en extremo supersticioso. A cada paso pedía ayuda y dirección de sus adivinos, y ordenaba que los sacerdotes ofrecieran sacrificios por el buen éxito de cada empresa. Durante los primeros años de su reinado, las invasiones, inundaciones, epidemias y otros desastres parecían sucederse unos a otros sin tregua alguna.

Pronto corrió la voz de que todo esto se debía a los cristianos, que habían atraído sobre el Imperio la ira de los dioses, y se desató entonces la persecución. No tenemos indicios de que Marco Aurelio haya pensado que de veras los cristianos tenían la culpa de lo que estaba sucediendo; pero todo parece indicar que le prestó su apoyo a la nueva ola de persecución, y que veía con buenos ojos este intento de regresar al culto de los antiguos dioses. Quizá, al igual que Plinio años antes, Marco Aurelio pensaba que era necesario castigar a los cristianos, si no por sus crímenes, al menos por su obstinación. En todo caso, tenemos informes bastante detallados de varios martirios que ocurrieron bajo el gobierno de Marco Aurelio.

Uno de estos martirios fue el de la viuda Felicidad y sus siete hijos. En esa época se acostumbraba en la iglesia que aquellas mujeres que quedaban viudas, y que así lo deseaban, se consagraran por entero al trabajo de la iglesia, que a su vez las mantenía. Esto se hacía, entre otras razones, porque en esa sociedad era muy difícil para una viuda pobre sostenerse a sí misma, y también porque si tal viuda se casaba con un pagano podía perder mucha de su libertad para actuar en el servicio del Señor. La obra de Felicidad era tal que los sacerdotes paganos decidieron impedirla, y con ese propósito la acusaron ante las autoridades, juntamente con sus siete hijos.

Cuando el prefecto de la ciudad trató de convencerla, primero con promesas y luego con amenazas, Felicidad le contestó que estaba perdiendo el tiempo, pues “viva, te venceré; y si me matas, en mi propia muerte te venceré todavía mejor”. El prefecto entonces trató de convencer a los hijos de Felicidad.

Pero ella les exhortó a que permanecieran firmes, y ni uno solo de ellos vaciló ante las promesas y las amenazas del prefecto. Por fin, las actas de los interrogatorios fueron enviadas a Marco Aurelio, quien ordenó que diversos jueces pronunciaran sentencia, a fin de que estos obstinados cristianos sufrieran distintos suplicios.

Otro de los mártires de esta época fue Justino, uno de los más distinguidos pensadores cristianos, a quien hemos de referirnos de nuevo en el próximo capítulo. Justino tenía una escuela en Roma, donde enseñaba lo que él llamaba “la verdadera filosofía”, es decir, el cristianismo. El filósofo cínico Crescente le retó a un debate del que el cristiano salió a todas luces vencedor, y al parecer Crescente tomó venganza acusando a su adversario ante los tribunales. En todo caso, en el año 163 Justino y seis de sus discípulos fueron llevados ante el prefecto Junio Rústico, quien había sido uno de los maestros de filosofía del emperador. En este caso, como en tantos otros, el juez trató de convencer a los cristianos acerca de la necedad de su fe. Pero Justino le contestó que, tras haber estudiado toda clase de doctrinas, había llegado a la conclusión de que la cristiana era la verdadera, y que por tanto no estaba dispuesto a abandonarla. Cuando, como era costumbre, el juez les amenazó de muerte, ellos le contestaron que su más ardiente deseo era sufrir por amor de Jesucristo, y que por tanto si el juez les mataba les haría un gran favor. Ante tal respuesta, el prefecto ordenó que fueran llevados al lugar del suplicio, donde primero se les azotó y luego fueron decapitados.

Por último, como ejemplo de la suerte de los cristianos bajo el régimen de Marco Aurelio, debemos mencionar la carta que las iglesias de Lión y Viena, en la Galia, les enviaron en el año 177 a sus hermanos de Frigia y Asia Menor. Al principio la persecución en esas dos ciudades parece haberse limitado a prohibiciones que les impedían a los cristianos presentarse en lugares públicos. Después la plebe comenzó a seguirles por las calles, insultándoles, golpeándoles y apedreándoles. Por fin varios de ellos fueron presos y llevados ante el gobernador para ser juzgados. En ese momento uno de entre la multitud, Vetio Epágato, se ofreció a defender a los acusados, y cuando el gobernador le preguntó si era cristiano y él respondió afirmativamente, sin permitirle decir una palabra más, el gobernador ordenó que se le añadiera al grupo de los acusados.

La persecución había caído sobre estas dos ciudades inesperadamente, “como un relámpago”, y por tanto no todos estaban listos para enfrentarse al martirio. Según nos cuenta la carta que estamos citando, alrededor de diez fueron débiles y “salieron del vientre de la iglesia como abortos”.

Los demás, sin embargo, se mostraron firmes, al mismo tiempo que tanto el gobernador como el pueblo se indignaban cada vez más contra ellos. De boca en boca corrían rumores acerca de las horribles prácticas de los cristianos, rumores sobre los que hemos de hablar en el próximo capítulo. En vista de su obstinación, y probablemente para ganarse la simpatía del pueblo, el gobernador hizo torturar a los acusados. Un tal Santo se limitó a responder: “soy cristiano”, y mientras más le torturaban y más preguntas le hacían, más firme se mostraba en no decir otra palabra. La cárcel estaba tan llena de prisioneros, que muchos murieron asfixiados antes que los verdugos pudieran aplicarles la pena de muerte. Algunos de los que antes habían negado su fe, al ver a sus hermanos tan valerosos en medio de tantas pruebas, volvieron a su antigua confesión y murieron también como mártires. Pero la más destacada de todos estos mártires fue Blandina, una mujer débil por quien temían sus hermanos. Cuando le llegó el momento de ser torturada, mostró tal resistencia que los verdugos tenían que turnarse. Cuando varios de los mártires fueron llevados al circo, Blandina fue colgada de un madero en medio de ellos y desde allí les alentaba. Como las fieras no la atacaron, los guardias la llevaron de nuevo a la cárcel. Por fin, el día de tan cruentos espectáculos, Blandina fue torturada en público de diversas maneras. Primero la azotaron; después la hicieron morder por fieras; acto seguido la sentaron en una silla de hierro candente; y a la postre la encerraron en una red e hicieron que un toro bravo la corneara.

Como en medio de tales tormentos Bandina seguía firme en su fe, por fin las autoridades ordenaron que fuese degollada.

Estos no son sino unos pocos ejemplos de los muchos martirios que tuvieron lugar en época de Marco Aurelio. Hay otros que nos son conocidos, y que pudiéramos haber narrado aquí. Pero sobre todo hubo muchos otros de los cuales la historia no ha dejado rastro, pero que indudablemente se encuentran indeleblemente impresos en el libro de la vida.

Hacia el fin del siglo segundo

Marco Aurelio murió en el año 180, y le sucedió Cómodo, quien había gobernado juntamente con Marco Aurelio a partir del 172. Al parecer, la tempestad amainó bajo el nuevo emperador, aunque siempre continuaron los martirios esporádicos. A la muerte de Cómodo, siguió un período de guerra civil, y los cristianos gozaron de relativa paz. Por fin, en el año 193, Septimio Severo se adueñó del poder. Al principio de su gobierno continuó la relativa paz de la iglesia, pero a la postre el nuevo emperador se unió a la larga lista de gobernantes que persiguieron al cristianismo. Sin embargo, puesto que tales acontecimientos tuvieron lugar en el siglo tercero, hemos de reservarlos para un capítulo posterior en nuestra narración.

En resumen, a través de todo el siglo segundo la posición de los cristianos fue precaria. No siempre se les perseguía. Y muchas veces se les perseguía en unas regiones del Imperio y no en otras. Todo dependía de las circunstancias del momento y del lugar. En particular, era cuestión de que hubiese o no quien les tuviese suficiente odio a los cristianos para delatarles ante los tribunales. Por tanto, la tarea de desmentir los rumores que circulaban acerca de los cristianos, y presentar la nueva fe del mejor modo posible, era cuestión de vida o muerte. A esa tarea se dedicaron algunos de los mejores pensadores con que la iglesia contaba.

González, J. L. (2003). Historia del cristianismo: Tomo 1 (Vol. 1, pp. 55–65). Miami, FL: Editorial Unilit.

Cuando uno está casado y decide divorciarse ¿Se puede volver a casar con otra persona y rehacer su vida?

Consultorio Bíblico

Programa No. 2016-01-16

PABLO LOGACHO
Desde Chile, nos escribe un amigo oyente que nos escucha por medio de Radio Armonía. Nuestro amigo oyente además es un asiduo visitante de nuestro sitio en Internet: http://www.labibliadice.org Su consulta es la siguiente: Cuando uno está casado y decide divorciarse ¿Se puede volver a casar con otra persona y rehacer su vida? Siempre he leído que Jesús dijo: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Al decir esto, me parece a mí que Jesús aprueba el divorcio en casos extremos. Pero además Jesús dijo: Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere, y el que se casa con la repudiada, comete adulterio. Según esto, yo entiendo que si me divorcio no puedo volver a casarme, pero ¿qué hay con eso que dice: A no ser por causa de fornicación?

DAVID LOGACHO

a1Gracias por su consulta amable oyente. Antes de nada, debo indicar que la Biblia, en ninguna parte, aprueba el divorcio por cualquier causa que fuere. Fíjese lo que dice Dios en el Antiguo Testamento acerca del divorcio. El texto se encuentra en Malaquías 2:16 donde dice: Porque Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio, y al que cubre de iniquidad su vestido, dijo Jehová de los ejércitos. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales.

Así es amable oyente. Jehová Dios odia o aborrece el repudio o el divorcio. Hacer algo que Jehová Dios aborrece es pecado. Malaquías lo pone en una forma muy descriptiva cuando afirma que quien se divorcia, cubre de iniquidad su vestido. El pecado siempre estará a la vista de Dios y también a la vista de todos. No se puede afirmar por tanto que en el Antiguo Testamento, Dios aprueba el divorcio, cualquiera sea la causa. Veamos el panorama en el Nuevo Testamento en cuanto al divorcio. Durante el tiempo que el Señor Jesús ejercía su ministerio en la tierra, vinieron a él los fariseos tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? Si el Señor Jesús aprobara el divorcio, ésta hubiera sido la ocasión ideal para darlo a conocer. Pero veamos cuál fue la respuesta del Señor Jesús. Se encuentra en Mateo 19:4-6 donde dice: El, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.

Al principio, Dios hizo varón y hembra e inmediatamente estableció la institución conocida como matrimonio. Dentro de esta institución se requiere que hombre deje padre y madre y se una a su mujer. En respuesta, Dios realiza una obra sobrenatural, al hacer de los dos una sola carne. Esto es un milagro, de dos personas de diferente sexo, diferente personalidad, diferente entorno social, Dios los hace una sola carne. En consecuencia, el hombre y la mujer que se han casado no son ya más dos, sino una sola carne. Por tanto, el Señor Jesús va a expresar su convicción sobre el divorcio: Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. Una vez más, ahora en el Nuevo Testamento, queda claro que la Biblia no aprueba el divorcio. Pero los fariseos tenían también sus dudas en cuanto a lo que acababa de declarar el Señor Jesús. Por eso le preguntaron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio y repudiarla? Los fariseos deben haber estado pensando en Deuteronomio 24:1-4 donde dice: Cuando alguno tomare mujer y se casare con ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano, y la despedirá de su casa. Y salida de su casa, podrá ir y casarse con otro hombre. Pero si la aborreciere este último, y le escribiere carta de divorcio, y se la entregare en su mano, y la despidiere de su casa; o si hubiere muerto el postrer hombre que la tomó por mujer, no podrá su primer marido, que la despidió, volverla a tomar para que sea su mujer, después que fue envilecida; porque es abominación delante de Jehová, y no has de pervertir la tierra que Jehová tu Dios te da por heredad.

El significado central de este pasaje es el siguiente: Si un hombre se divorcia de una mujer, luego de haber seguido la práctica de extender la carta de divorcio, y esta mujer divorciada se casa con otro hombre, pero con el tiempo este hombre también se divorcia de esta mujer, o si este hombre muere dejando viuda a esta mujer, entonces el primer marido no debe tomar a esta mujer, para que nuevamente sea su esposa. Si lo hace es abominación delante de Jehová, algo horrendo, algo que pervierte la tierra que Dios ha dado a Israel. El pasaje no debe entenderse como un mandamiento al divorcio, como lo estaban tomando los fariseos del tiempo del Señor Jesús, sino como una regulación de una práctica que ya estaba en vigencia. Esta práctica fue permitida, mas no ordenada por Moisés. Note como respondió el Señor Jesús. Se encuentra en Mateo 19:8-9 donde dice: El les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así. Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera.

La marcada inclinación al pecado por parte del hombre, especialmente en el orden moral, fue lo que movió a Moisés a permitir, mas no ordenar, que los hombres repudien o se divorcien de sus mujeres, pero esto, como ya se dijo, no es la voluntad de Dios. El Señor Jesús añade su infalible palabra cuando dijo: Y yo os digo que cualquiera que se divorcia de su mujer, excepto por causa de fornicación, y se casa con otra, está en adulterio. También, cualquiera que se casa con la mujer que ha sido divorciada, excepto por causa de fornicación, está en adulterio. Note como un divorcio por cualquier causa, excepto fornicación, con el consiguiente e inevitable nuevo matrimonio, dispara una ola de adulterio. Observe que aunque el divorcio no es la voluntad de Dios, sin embargo existe, por la dureza del corazón del hombre. Esto introduce lo que se da por llamar la cláusula de excepción para el divorcio. Se trata de la fornicación. Este término, significa más que sólo un acto aislado de adulterio. En realidad significa un reiterado intento de utilizar el sexo en una forma contraria a la voluntad de Dios. En cuanto a la cláusula de excepción, básicamente existen dos posturas diferentes. Cada una de estas posturas tiene sus defensores y sus detractores. La primera postura dice que la cláusula de excepción se refiere a alguna impureza moral que un judío había encontrado en la mujer desposada con él antes de que los dos vivan juntos como esposos. Solamente en este caso estaría justificado el divorcio. Esto aplica solamente a los judíos y eso en los tiempos de Jesús. La segunda postura dice que la cláusula de excepción se refiere al reiterado intento de vivir en inmoralidad por parte de uno de los cónyuges. En este caso el divorcio estaría justificado. En otras palabras, si en un matrimonio, uno de los dos pretende vivir en adulterio o en homosexualidad, o en lesbianismo, o en prostitución, y se ha agotado todo esfuerzo para hacer cambiar esta conducta, entonces y sólo entonces se justificaría un divorcio. Ambas posturas tienen sus ardientes defensores y también sus ardientes detractores. Los adherentes a la primera postura, no admiten el divorcio por ninguna causa, inclusive la fornicación. Los adherentes a la segunda postura, admiten el divorcio, solamente si ha habido fornicación de por medio. Los adherentes a la primera postura no tienen que romperse la cabeza dilucidando el asunto del nuevo matrimonio, por cuanto ellos no admiten el divorcio bajo ninguna circunstancia. Los adherentes a la segunda postura dicen que cuando el divorcio es justificado por haber habido fornicación, entonces el matrimonio se ha terminado. Sería equivalente en cierto sentido a que uno de los cónyuges hubiera muerto. Siendo así, entonces la parte inocente que se ha divorciado estaría en su legítimo derecho de casarse nuevamente. Nuevamente, fieles y consagrados hermanos en la fe, han disentido totalmente en cuanto al divorcio y nuevo matrimonio desde hace siglos. Es recomendable por tanto que cada creyente investigue por su propia cuenta la evidencia bíblica en cuanto al divorcio y nuevo matrimonio y forme su propia convicción al respecto. Una vez que la tenga, es recomendable que no sea dogmático en cuanto a ello, al punto de catalogar como herejes a los que no han llegado a su misma conclusión. El asunto del divorcio y nuevo matrimonio es un asunto importante, pero no es un asunto fundamental, de modo que podemos tener comunión a pesar de tener convicciones diferentes en cuanto a este tema. Jamás debemos permitir que se produzcan divisiones en el cuerpo de Cristo por asuntos que no son fundamentales. Que Dios le dé mucha sabiduría para que Ud. adopte la postura más adecuada, amable oyente. En todo caso, partiendo del hecho que el divorcio, aún en el caso de fornicación, no es la voluntad de Dios, es conveniente comprometerse a mantener la unidad del matrimonio a cualquier precio

PABLO LOGACHO
Antes de concluir nuestro programa, le invito a visitar nuestra página Web y conocer la respuesta a la PREGUNTA DEL DÍA Mateo 27:5 dice que Judas Iscariote murió ahorcado, pero Hechos 1:18 dice que Judas Iscariote murió al caerse de cabeza y reventarse por la mitad. ¿Cómo murió realmente? Nuestra dirección es: labibliadice.org Además puede enviarnos sus consultas y sugerencias y por supuesto escuchar nuevamente el programa de hoy. Le recuerdo nuestra dirección: labibliadice.org Hasta la próxima y que Dios le bendiga grandemente.
https://soundcloud.com/labibliadice/lbd-2016-01-16
http://labibliadice.org/lbd/serie/programa-no-2016-01-16/?source=mas

¡A divulgar la noticia!

Enero 16

¡A divulgar la noticia!

Lectura bíblica: Mateo 28:18–20

Id y haced discípulos a todas las naciones. Mateo 28:19

a1Dios está en medio de una enorme misión de rescate. ¿Sabes cuál es nuestra parte en esa misión de rescate? El evangelismo. Es la tarea de comunicar las Buenas Nuevas de Jesucristo a los que no lo conocen.
¿Sabes cómo se llama la persona que da a conocer esta noticia increíble? Evangelista. Y aquí tienes un dato sorprendente más. Tú eres un evangelista.
¿Cómo fue que llegaste a ser un evangelista? Coloca una marca al lado de cualquier cualidad que, según tu opinión, te califica para la tarea de divulgar la noticia de Jesús:

☐ Tu familia ha formado un conjunto musical y es tan bueno que los invitan para cantar cantos cristianos en estadios llenos de gente.
☐ Mencionas a Jesús por lo menos una docena de veces en todas tus conversaciones.
☐ Oras en voz realmente alta en los restaurantes.
☐ Te has propuesto tener tu propio programa de TV cristiano.
☐ Arrinconas a extraños en la calle e inicias con ellos conversaciones espirituales.
☐ Te haces un peinado que parece el de un evangelista.

¿Crees realmente que necesitas hacer alguna de esas cosas a fin de estar preparado para contarles a otros acerca de Jesús? No. Porque no es cuestión de determinar si tienes las cualidades para ser un evangelista. El hecho es que ya eres un evangelista. Dios te ha nombrado su embajador, su mensajero oficial para llevar las Buenas Nuevas de salvación a los demás (2 Corintios 5:18–20).

No te paralices de miedo ante ese pensamiento. La Biblia explica que lo principal en el evangelismo es una actividad: contar la verdad acerca de Jesús (1 Corintios 15:1–4). Y esa es una actividad que tú puedes realizar.

Las Buenas Nuevas se centran en lo que Dios ha hecho para liberar a nuestros amigos no creyentes del pecado y darles a conocer su amor. Contar la verdad acerca de Jesús significa explicar a los demás de qué manera su muerte y resurrección han proporcionado el perdón de sus pecados y la vida eterna con Dios, y de qué manera deben confiar en Cristo a fin de aceptar lo que Dios ha hecho por ellos. Evangelismo es cuando cuentas la verdad acerca de Cristo y los instas a responder.

Porque has confiado en Cristo, conoces el significado de las Buenas Nuevas. Porque alguien te contó acerca de Cristo, tienes el privilegio de contarle a otros acerca de él. Y porque Dios ha hecho grandes cosas en tu vida, puedes ser parte de su obra maravillosa en la vida de alguna otra persona.

PARA DIALOGAR
¿Qué amigos o familiares no creyentes te parece que Dios quiere alcanzar por medio de tuyo?

PARA ORAR
Ora por esas personas por nombre, pidiendo a Dios que te muestre cómo contarles de Cristo.

PARA HACER
Procura iniciar una conversación espiritual con una de esas personas.

McDowell, J., & Johnson, K. (2005). Devocionales para la familia. El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano.

Corre despacio.

a1

Programa No. 2016-01-16

PABLO MARTINI
La maratón olímpica de 42 kilómetros es una de las pocas disciplinas donde no ser muy joven es en sí una ventaja. El atleta experimentado que ya lleva varios años compitiendo es el que ha aprendido a regular sus fuerzas y conservarlas para los tramos finales que son los más difíciles. De hecho el promedio de edad de estos deportistas oscila entre los 27 y 35 años. No son los jóvenes de 18 a 20 que deslumbran al mundo entero con su velocidad. No, aquí no se trata de sobrepasar sino de resistir hasta el final. Se requiere paciencia, paciencia que aportan los años en este tipo de disciplina. Estamos hablando de uno de los patrimonios de carácter más caros y extraños de la experiencia humana. Abundan los apresurados en esta generación de lo instantáneo. Pero se requiere paciencia, auto control y templanza para correr la carrera de la vida y llegar de pie. Tal vez no primero, pero llegar.

Por falta de paciencia Abraham engendró un hijo con Agar. Por falta de paciencia José intentó apresurar su salida de la cárcel apelando a la ayuda del copero, por falta de paciencia Moisés mató al egipcio y debió huir al desierto, por falta de paciencia Pablo descartó al joven Marcos. San Agustín dijo que la paciencia es la compañera de la sabiduría. Por falta de paciencia el padre hiere verbalmente a su hijo abriendo una brecha entre ambos que durará toda una vida. Por no saber esperar la jovencita se entera que será madre cuando apenas está dejando sus muñecas. Por apresurarse la esposa realiza una compra sin consultar a su marido y endeuda a la familia por varios meses. Son cosas que van de lo cotidiano a lo trágico, son experiencias de vida porque la vida se vive con paciencia. Tuvimos que esperar 280 días para ver la luz fuera del vientre materno. Casi 500 días para aprender a caminar, seis años para poder escribir, 18 para poder graduar. Creo que Dios no intenta decir algo ¿verdad? Tranquilo, jamás nadie se equivocó por esperar.

http://labibliadice.org/una-pausa-en-tu-vida/programa-no-2016-01-08-2/?source=mas