¿Cómo es posible que Jesús haya muerto en tan sólo seis horas de tormento en la cruz?

CONSULTORIO BÍBLICO

Programa No. 2016-01-28
PABLO LOGACHO
La consulta para el programa de hoy dice así: Según algunos datos de la historia secular, los condenados a muerte por crucifixión, tardaban hasta cuatro días en morir, ¿Cómo es posible que Jesús haya muerto en tan sólo seis horas de tormento en la cruz?
DAVID LOGACHO
a1No sé por qué, pero me da una sensación de que estamos tomando ligeramente lo que sucedió en la cruz. Hasta parece que existiría un deseo mórbido de que Jesús hubiera soportado más tiempo el mortal tormento de cruz. ¿Por qué soportó sólo seis horas, si otros soportaron hasta cuatro días? Yo sé que su intención de ninguna manera es afirmar que fue muy poco lo que Jesús sufrió en la cruz, pero no olvidemos que todo lo que pasó en la cruz es tan sublime que mejor tratarlo con mucho respeto y devoción. Hecha esta aclaración, permítame esbozar una explicación de por qué sólo, entre comillas, duró seis horas el sufrimiento atroz de nuestro amado Salvador en la cruz.

En primer lugar, se debió al terrible castigo que Jesús tuvo que soportar antes de ser crucificado. Aun la misma noche que Jesús fue entregado, antes de que Judas lo venda por 30 piezas de plata, Jesús ya estuvo sufriendo lo indecible en alma y espíritu, lo cual se manifestó en lo físico. Note como lo registra Lucas en su Evangelio, capítulo 22 versículo 44. «Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra»

Según los médicos, este fenómeno es muy raro, se llama hemohidrosis o hematohidrosis, y puede ocurrir en situaciones de extremo estrés o en personas con desórdenes sanguíneos. En el caso de Jesús, lo que produjo la hematohidrosis fue la indescriptible agonía de saber que estaba cerca el momento cuando el pecado del mundo iba a ser puesto sobre él. Una vez arrestado, Jesús sufrió el maltrato indescriptible de guardias del templo y soldados romanos. Una descripción bastante acertada del castigo que debió haber sufrido Jesús, apareció en una publicación del diario Hoy, de Quito, Ecuador. Dice así: Antes de ser crucificado, Jesús tuvo que soportar el flagelamiento. Para ello, se utilizaba un látigo pequeño con varias cuerdas de cuero tejidas de diferentes longitudes, en las que se incrustaban pequeñas cuentas de hierro y trozos de huesos de oveja, que se unían en forma alternada. Antes de azotarle, la víctima era desnudada y sus manos se ataban a un poste. Acto seguido, se flagelaba el dorso, los glúteos y las piernas. La severidad de los golpes dependía de la crueldad de los soldados, quienes trataban de debilitar a la víctima hasta provocar un estado cercano al colapso o muerte. A medida que los soldados golpeaban repetidamente la espalda de su víctima, las cuentas de hierro causaban profundas contusiones y la trenza de cuero cortaba la piel y el tejido subcutáneo. Entonces, mientras el flagelamiento continuaba, las laceraciones desgarraban los músculos causando gran pérdida sanguínea. El dolor y la pérdida de sangre generalmente ponían a la víctima en una etapa cercana al shock circulatorio. En el pretorio, Jesús fue azotado severamente. No se conoce sin embargo el número de latigazos, pero de acuerdo con la ley Hebrea de la época, probablemente fueron 39. Por tanto, antes de su crucifixión, las condiciones físicas de Jesús estaban muy disminuidas, en realidad estaba al borde mismo del colapso. Luego vino la crucifixión en sí mismo. La crucifixión fue una práctica que probablemente empezó entre los persas, y los romanos la perfeccionaron como una forma de tortura. La víctima era atada a un poste vertical para mantener sus pies elevados sobre el suelo. Solo años más tarde fue en realidad una verdadera cruz, que estaba conformada por un palo vertical y una barra horizontal o patíbulo. Se ordenaba al mártir que cargue su propia cruz desde el poste de flagelamiento hasta el lugar de crucifixión. Debido a que el peso de la cruz era de alrededor de 300 libras, solo se cargaba la barra del patíbulo, la cual pesaba entre 75 a 125 libras, colocándola en el cuello desnudo de la víctima y balanceándola sobre sus hombros. En el lugar de la ejecución, y de acuerdo con la ley imperante, al mártir se le daba de beber un vino amargo mezclado con un analgésico suave. Jesús rehusó ingerir esta bebida. Después era arrojado al piso sobre su espalda con los brazos estirados a lo largo del patíbulo. Entonces se procedía a clavar las manos o se ataban los brazos a la barra de crucifixión. Los restos arqueológicos de un cuerpo crucificado que data del tiempo de Jesús, demostraron que los clavos con puntas de hierro tenían de 13 a 18 centímetros de largo y un diámetro de un centímetro. Después que se sujetaban los brazos del sentenciado en el patíbulo, el patíbulo y la víctima eran alzados sobre el poste vertical, entonces los pies también eran fijados en la barra, ya sea con clavos o atándolos con cuerdas. El tiempo que el sentenciado sobrevivía, variaba entre tres horas y cuatro días y tenía relación inversa con la severidad del flagelamiento. Mientras más severo era el flagelamiento, menos tiempo tardaban los reos en morir en la cruz. Sin embargo, si el castigo era relativamente suave, los soldados romanos apresuraban la muerte rompiéndoles las piernas por debajo de las rodillas. Hasta aquí la cita de este artículo, escrito por un doctor en medicina, especialista en cardiología.

Ahora bien, según la profecía de Isaías, Jesús debía ser maltratado hasta quedar desfigurado. Note lo que dice Isaías 52:14 «Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres»

Esta profecía se cumplió totalmente. Jesús fue escupido, golpeado con puños y con varas, azotado y se le colocó una corona de espinas en su cabeza. Antes de ser clavado en la cruz, Jesús estaba al borde de la muerte. Esto explica que hicieron falta sólo seis horas para que voluntariamente Jesús entregue el espíritu a su Padre. Pero además de este motivo de orden físico para que Jesús muera sobre la cruz en sólo seis horas, existe en segundo lugar, un motivo no menos importante y que es de orden espiritual. A Jesús se lo ve en la Biblia como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Como tal, Jesús debía ser sacrificado a Dios en expiación por el pecado del hombre. Este sacrificio no podía llevarse a cabo en cualquier día. Tenía que ocurrir el día preciso, en la fiesta judía llamada la Pascua. El día de la Pascua, las familias judías sacrificaban al cordero pascual, y lo comían asado con panes sin levadura y yerbas amargas, al anochecer de ese día. Esta fiesta era una permanente recordación de lo que sucedió en Egipto la noche que el ángel de Jehová salió a herir a los primogénitos. Si un hogar no quería que su primogénito sea muerto por el ángel de Jehová tenía que sacrificar un cordero, tomar la sangre derramada con un hisopo y rociar el dintel de la puerta con esa sangre. En un sentido simbólico, el cordero estaba siendo sacrificado en lugar del primogénito. El primogénito podía entonces conservar la vida, porque hubo alguien que murió en su lugar. Pues Jesús como Cordero de Dios, tomó el lugar de todo el pecador para recibir el castigo por el pecado. El castigo por el pecado es la muerte. Por eso murió Jesús. De modo que Jesús debía ofrecerse a sí mismo en sacrificio a Dios por el pecado del hombre. Esto debía acontecer el día de la pascua. Un examen minucioso de los escritos proféticos y los eventos que ocurrieron en la así llamada semana de la pasión, mostrará que Jesús fue crucificado a las nueve de la mañana del día de la preparación de la Pascua, es decir, del día cuando se debía sacrificar el cordero pascual. Seis horas más tarde, esto es a las tres de la tarde del día de la preparación de la Pascua, murió Jesús en la cruz. Note como lo registra Lucas en el capítulo 23 de su Evangelio, versículos 50 a 55. «Había un varón llamado José, de Arimatea, ciudad de Judea, el cual era miembro del concilio, varón bueno y justo. Este, que también esperaba el reino de Dios, y no había consentido en el acuerdo ni en los hechos de ellos, fue a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús. Y quitándolo, lo envolvió en una sábana, y lo puso en un sepulcro abierto en una peña, en el cual aún no se había puesto nadie. Era día de la preparación, y estaba para comenzar el día de reposo. Y las mujeres que habían venido con él desde Galilea, siguieron también, y vieron el sepulcro, y cómo fue puesto su cuerpo.»

Así que, Jesús murió a las tres de la tarde del día de la preparación de la pascua. Según el historiador Flavio Josefo, los judíos tenían la costumbre de sacrificar el cordero pascual a las tres de la tarde del día de la preparación de la pascua. Siendo así, Jesús como el Cordero de Dios, murió exactamente a las tres de la tarde del día de la preparación de la pascua, tomando el lugar de todo aquel que crea en él como Salvador. Estas dos razones explican por qué Jesús expiró solo después de seis horas de haber sido crucificado.

PABLO LOGACHO
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La controversia arriana y el Concilio de Nicea 17

La controversia arriana y el Concilio de Nicea 17

Y [creemos] en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, engendrado como el Unigénito del Padre, es decir, de la substancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consubstancial al Padre. . .

Credo de Nicea

a1Desde sus mismos inicios, la iglesia había estado envuelta en controversias teológicas. En tiempos del apóstol Pablo fue la cuestión de la relación entre judíos y gentiles; después apareció la amenaza del gnosticismo y de otras doctrinas semejantes; en el siglo III, cuando Cipriano era obispo de Cartago, se debatió la cuestión de la restauración de los caídos. Todas éstas fueron controversias importantes, y a veces amargas. Pero en aquellos casos había dos factores que limitaban el fragor de las contiendas.

El primero era que el único modo de ganar el debate frente a los contrincantes era la fuerza del argumento o de la fe. Cuando dos bandos diferían en cuanto a cuál de ellos interpretaba el evangelio correctamente, no era posible acudir a las autoridades imperiales para zanjar las diferencias.

El segundo factor que limitaba el alcance de las controversias es que quienes estaban envueltos en ellas siempre tenían otras preocupaciones además de la cuestión que se discutía. Pablo, al mismo tiempo que escribía contra los judaizantes, se dedicaba a la labor misionera, y siempre estaba expuesto a ser encarcelado, azotado, o quizá muerto. Tanto Cipriano como sus contrincantes sabían que la persecución que acababa de pasar no era la última, y que por encima de ambos bandos todavía estaba el Imperio, que en cualquier momento podía desatar una nueva tormenta. Y lo mismo puede decirse de los cristianos que en el siglo segundo discutían acerca del gnosticismo.

Pero con el advenimiento de la paz de la iglesia las circunstancias cambiaron. Ya el peligro de la persecución parecía cada vez más remoto, y por tanto cuando surgía una controversia teológica quienes estaban envueltos en ella se sentían con más libertad para proseguir en el debate. Mucho más importante, sin embargo, fue el hecho de que ahora el estado estaba interesado en que se resolvieran todos los conflictos que pudieran aparecer entre los fieles. Constantino pensaba que la iglesia debía ser “el cemento del Imperio”, y por tanto cualquier división en ella le parecía amenazar la unidad del Imperio. Por tanto, ya desde tiempos de Constantino, según veremos en el presente capítulo, el estado comenzó a utilizar su poder para aplastar las diferencias de opinión que surgían dentro de la iglesia. Es muy posible que tales opiniones disidentes de veras hayan sido contrarias a la verdadera doctrina cristiana, y que por tanto hayan hecho bien en desaparecer. Pero el peligro estaba en que, en lugar de permitir que se descubriera la verdad mediante el debate teológico y la autoridad de las Escrituras, muchos gobernantes trataron de simplificar este proceso sencillamente decidiendo que tal o cual partido estaba errado, y ordenándole callar. El resultado fue que en muchos casos los contendientes, en lugar de tratar de convencer a sus opositores o al resto de la iglesia, trataron de convencer al emperador. Pronto el debate teológico descendió al nivel de la intriga política —particularmente en el siglo V, según veremos en la próxima sección de esta historia.

Todo esto comienza a verse en el caso de la controversia arriana, que comenzó como un debate local, creció hasta convertirse en una seria disensión en la que Constantino creyó deber intervenir, y poco después dio en una serie de intrigas políticas. Pero si nos percatamos del espíritu de los tiempos, lo que ha de sorprendernos no es tanto esto como el hecho de que a través de todo ello la iglesia supo hacer decisiones sabias, rechazando aquellas doctrinas que de un modo u otro ponían en peligro el mensaje cristiano.

Los orígenes de la controversia arriana

Las raíces de la controversia arriana se remontan a tiempos muy anteriores a Constantino, pues se encuentran en el modo en que, a través de la obra de Justino, Clemente de Alejandría, Orígenes y otros, la iglesia entendía la naturaleza de Dios. Según dijimos en nuestra Primera Sección, cuando los cristianos de los primeros siglos se lanzaron por el mundo a proclamar el evangelio, se les acusaba de ateos e ignorantes. En efecto, ellos no tenían dioses que se pudieran ver o palpar, como los tenían los paganos. En respuesta a tales acusaciones, algunos cristianos apelaron a aquellas personas a quienes la antigüedad consideraba sabios por excelencia, es decir, a los filósofos. Los mejores de entre los filósofos paganos habían dicho que por encima de todo el universo se encuentra un ser supremo, y algunos habían llegado hasta a decir que los dioses paganos eran hechura humana. Apelando a tales sabios, los cristianos empezaron a decir que ellos también, al igual que los filósofos de antaño, creían en un solo ser supremo, y que ese ser era Dios. Este argumento era fuertemente convincente, y no cabe duda de que contribuyó a la aceptación del cristianismo por parte de muchos intelectuales.

Pero ese argumento encerraba un peligro. Era muy posible que los cristianos, en su afán por mostrar la compatibilidad entre su fe y la filosofía, llegaran a convencerse a sí mismos de que el mejor modo de concebir a Dios era, no como lo habían hecho los profetas y otros autores escriturarios, sino más bien como Platón, Plotino y otros. Puesto que estos filósofos concebían la perfección como algo inmutable, impasible y estático, muchos cristianos llegaron a la conclusión de que tal era el Dios de que hablaban las Escrituras. Naturalmente, para esto era necesario resolver el conflicto entre esa idea de Dios y la que aparece en las Escrituras, donde Dios es activo, donde Dios se duele con los que sufren, y donde Dios interviene en la historia.

Este conflicto entre las Escrituras y la filosofía en lo que se refiere a la doctrina de Dios se resolvió de dos modos.

Uno de ellos fue la interpretación alegórica de las Escrituras. Según esa interpretación, dondequiera que las Escrituras se referían a algo “indigno” de Dios —es decir, a algo que se oponía al modo en que los filósofos concebían al ser supremo— esto no debía interpretarse literalmente, sino alegóricamente. Así, por ejemplo, si las Escrituras se refieren a Dios hablando, esto no ha de entenderse literalmente, puesto que un ser inmutable no habla.

Intelectualmente, esto satisfizo a muchos. Pero emocionalmente esto dejaba mucho que desear, pues la vida de la iglesia se basaba en la idea de que era posible tener una relación íntima con un Dios personal, y el ser supremo inmutable, impasible, estático y lejano de los filósofos no era en modo alguno personal.

Esto dio origen al segundo modo de resolver el conflicto entre la idea de Dios de los filósofos y el testimonio de las Escrituras. Este segundo modo era la doctrina del Logos o Verbo, según la desarrollaron Justino, Clemente, Orígenes y otros. Según esta doctrina, aunque es cierto que Dios mismo —el “Padre”— es inmutable, impasible, etc., Dios tiene un Verbo, Palabra, Logos o Razón que sí es personal, y que se relaciona directamente con el mundo y con los seres humanos. Por esta razón, Justino dice que cuando Dios le habló a Moisés, quien habló no fue el Padre, sino el Verbo.

Debido a la influencia de Orígenes y de sus discípulos, este modo de ver las cosas se había difundido por toda la iglesia oriental —es decir, la iglesia que hablaba griego en lugar de latín—. Este fue el contexto dentro del cual se desarrolló la controversia arriana, y a la larga el resultado de esa controversia fue mostrar el error de ver las cosas de esta manera. El lector encontrará una representación gráfica del punto de partida de la mayoría de los teólogos orientales en el esquema número 1, de la página siguiente.

La controversia surgió en la ciudad de Alejandría, cuando Licinio gobernaba todavía en el este y Constantino en el oeste. Todo comenzó en una serie de desacuerdos teológicos entre Alejandro, obispo de Alejandría, y Arrio, uno de los presbíteros más prestigiosos y populares de la ciudad.

Aunque los puntos que se debatían eran diversos y sutiles, toda la controversia puede resumirse a la cuestión de si el Verbo era coeterno con el Padre o no. La frase principal que se debatía era si, como decía Arrio, “hubo cuando el Verbo no existía”. Alejandro sostenía que el Verbo había existido siempre junto al Padre. Arrio arguía lo contrario.

Aunque esto pueda parecernos pueril, lo que estaba en juego era la divinidad del Verbo. Arrio decía que el Verbo no era Dios, sino que era la primera de todas las criaturas. Nótese que lo que Arrio decía no era que el Verbo no hubiera preexistido antes del nacimiento de Jesús. En esa preexistencia todos estaban de acuerdo. Lo que Arrio decía era que el Verbo, aún antes de toda la creación, había sido creado por Dios. Alejandro decía que el Verbo, por ser divino, no era una criatura, sino que había existido siempre con Dios. Dicho de otro modo, si se tratara de trazar una línea divisoria entre Dios y las criaturas, Arrio trazaría la línea entre Dios y el Verbo, colocando así al Verbo como la primera de las criaturas (esquema 2), mientras que Alejandro trazaría la línea de tal modo que el Verbo quedara junto a Dios, en distinción de las criaturas (esquema 3).

Cada uno de los dos partidos tenía —además de ciertos textos bíblicos favoritos—razones lógicas por las que le parecía que la posición de su contrincante era insostenible. Arrio, por una parte, decía que lo que Alejandro proponía era en fin de cuentas abandonar el monoteísmo cristiano, pues según el esquema de Alejandro había dos que eran Dios y por tanto dos dioses. Alejandro respondía que la posición de Arrio negaba la divinidad del Verbo, y por tanto de Jesucristo. Además, puesto que la iglesia desde los inicios había adorado a Jesucristo, si aceptáramos la propuesta arriana tendríamos, o bien que dejar de adorar a Jesucristo, o bien que adorar a una criatura.

Ambas alternativas eran inaceptables, y por tanto Arrio debía estar equivocado.

El conflicto salió a la luz pública cuando Alejandro, apelando a su responsabilidad y autoridad episcopal, condenó las doctrinas de Arrio y le depuso de sus cargos en la iglesia de Alejandría. Arrio no aceptó este veredicto, sino que apeló a la vez a las masas y a varios obispos prominentes que habían sido sus condiscípulos en Antioquía. Pronto hubo protestas populares en Alejandría, donde las gentes marchaban por las calles cantando los refranes teológicos de Arrio.

Además, los obispos a quienes Arrio había escrito respondieron declarando que Arrio tenía razón, y que era Alejandro quien estaba enseñando doctrinas falsas. Luego, el debate local en Alejandría amenazaba volverse un cisma general que podría llegar a dividir a toda la iglesia oriental.

En esto estaban las cosas cuando Constantino, que acababa de derrotar a Licinio, decidió tomar cartas en el asunto. Su primera gestión consistió en enviar al obispo Osio de Córdoba, su consejero en materias eclesiásticas, para que tratara de reconciliar a las partes en conflicto. Pero cuando Osio le informó que las raíces de la disputa eran profundas, y que la disensión no podía resolverse mediante gestiones individuales, Constantino decidió dar un paso que había estado considerando por algún tiempo: convocar a una gran asamblea o concilio de todos los obispos cristianos, para poner en orden la vida de la iglesia, y para decidir acerca de la controversia arriana.

El Concilio de Nicea

El concilio se reunió por fin en la ciudad de Nicea, en el Asia Menor y cerca de Constantinopla, en el año 325. Es esta asamblea la que la posteridad conoce como el Primer Concilio Ecuménico —es decir, universal.

El número exacto de los obispos que asistieron al concilio nos es desconocido, pero al parecer fueron unos trescientos. Para comprender la importancia de lo que estaba aconteciendo, recordemos que varios de los presentes habían sufrido cárcel, tortura o exilio poco antes, y que algunos llevaban en sus cuerpos las marcas físicas de su fidelidad. Y ahora, pocos años después de aquellos días de pruebas, todos estos obispos eran invitados a reunirse en la ciudad de Nicea, y el emperador cubría todos sus gastos. Muchos de los presentes se conocían de oídas o por correspondencia. Pero ahora, por primera vez en la historia de la iglesia, podían tener una visión física de la universalidad de su fe. En su Vida de Constantino Eusebio de Cesarea nos describe la escena:

Allí se reunieron los más distinguidos ministros de Dios, de Europa, Libia [es decir, Africa] y Asia. Una sola casa de oración, como si hubiera sido ampliada por obra de Dios, cobijaba a sirios y cilicios, fenicios y árabes, delegados de la Palestina y del Egipto, tebanos y libios, junto a los que venían de la región de Mesopotamia. Había también un obispo persa, y tampoco faltaba un escita en la asamblea. El Ponto, Galacia, Panfilia, Capadocia, Asia y Frigia enviaron a sus obispos más distinguidos, junto a los que vivían en las zonas más recónditas de Tracia, Macedonia, Acaya y el Epiro. Hasta de la misma España, uno de gran fama [Osio de Córdoba] se sentó como miembro de la gran asamblea. El obispo de la ciudad imperial [Roma] no pudo asistir debido a su avanzada edad, pero sus presbíteros lo representaron.

Constantino es el primer príncipe de todas las edades en haber juntado semejante guirnalda mediante el vínculo de la paz, y habérsela presentado a su Salvador como ofrenda de gratitud por las victorias que había logrado sobre todos sus enemigos. En este ambiente de euforia, los obispos se dedicaron a discutir las muchas cuestiones legislativas que era necesario resolver una vez terminada la persecución. La asamblea aprobó una serie de reglas para la readmisión de los caídos, acerca del modo en que los presbíteros y obispos debían ser elegidos y ordenados, y sobre el orden de precedencia entre las diversas sedes.

Pero la cuestión más escabrosa que el Concilio de Nicea tenía que discutir era la controversia arriana. En lo referente a este asunto, había en el concilio varias tendencias.

En primer lugar, había un pequeño grupo de arrianos convencidos, capitaneados por Eusebio de Nicomedia —personaje importantísimo en toda esta controversia, que no ha de confundirse con Eusebio de Cesarea—. Puesto que Arrio no era obispo, no tenía derecho a participar en las deliberaciones del concilio. En todo caso, Eusebio y los suyos estaban convencidos de que su posición era correcta, y que tan pronto como la asamblea escuchase su punto de vista, expuesto con toda claridad, reivindicaría a Arrio y reprendería a Alejandro por haberle condenado.

En segundo lugar, había un pequeño grupo que estaba convencido de que las doctrinas de Arrio ponían en peligro el centro mismo de la fe cristiana, y que por tanto era necesario condenarlas. El jefe de este grupo era Alejandro de Alejandría.

Junto a él estaba un joven diácono que después se haría famoso como uno de los gigantes cristianos del siglo IV, Atanasio.

Los obispos que procedían del oeste, es decir, de la región del Imperio donde se hablaba el latín, no se interesaban en la especulación teológica. Para ellos la doctrina de la Trinidad se resumía en la vieja fórmula enunciada por Tertuliano más de un siglo antes: una substancia y tres personas.

Otro pequeño grupo —probablemente no más de tres o cuatro— sostenía posiciones cercanas al “patripasionismo”, es decir, la doctrina según la cual el Padre y el Hijo son uno mismo, y por tanto el Padre sufrió en la cruz. Aunque estas personas estuvieron de acuerdo con las decisiones de Nicea, después fueron condenadas. Empero, a fin de no complicar demasiado nuestra narración, no nos ocuparemos más de ellas.

Por último, la mayoría de los obispos presentes no pertenecía a ninguno de estos grupos. Para ellos, era una verdadera lástima el hecho de que, ahora que por fin la iglesia gozaba de paz frente al Imperio, Arrio y Alejandro se hubieran envuelto en una controversia que amenazaba dividir la iglesia. La esperanza de estos obispos, al comenzar la asamblea, parece haber sido lograr una posición conciliatoria, resolver las diferencias entre Alejandro y Arrio, y olvidar la cuestión.

Ejemplo típico de esta actitud es Eusebio de Cesarea, el historiador a quien dedicamos nuestro segundo capítulo. En esto estaban las cosas cuando Eusebio de Nicomedia, el jefe del partido arriano, pidió la palabra para exponer su doctrina. Al parecer, Eusebio estaba tan convencido de la verdad de lo que decía, que se sentía seguro de que tan pronto como los obispos escucharan una exposición clara de sus doctrinas las aceptarían como correctas, y en esto terminaría la cuestión. Pero cuando los obispos oyeron la exposición de las doctrinas arrianas su reacción fue muy distinta de lo que Eusebio esperaba. La doctrina según la cual el Hijo o Verbo no era sino una criatura —por muy exaltada que fuese esa criatura— les pareció atentar contra el corazón mismo de su fe. A los gritos de “¡blasfemia!”, “¡mentira!” y “¡herejía!”, Eusebio tuvo que callar, y se nos cuenta que algunos de los presentes le arrancaron su discurso, lo hicieron pedazos y lo pisotearon.

El resultado de todo esto fue que la actitud de la asamblea cambió. Mientras antes la mayoría quería tratar el caso con la mayor suavidad posible, y quizá evitar condenar a persona alguna, ahora la mayoría estaba convencida de que era necesario condenar las doctrinas expuestas por Eusebio de Nicomedia.

Al principio se intentó lograr ese propósito mediante el uso exclusivo de citas bíblicas. Pero pronto resultó claro que los arrianos podían interpretar cualquier cita de un modo que les resultaba favorable —o al menos aceptable—. Por esta razón, la asamblea decidió componer un credo que expresara la fe de la iglesia en lo referente a las cuestiones que se debatían. Tras un proceso que no podemos narrar aquí, pero que incluyó entre otras cosas la intervención de Constantino sugiriendo que se incluyera la palabra “consubstancial” —palabra ésta que discutiremos más adelante en este capítulo— se llegó a la siguiente fórmula, que se conoce como el Credo de Nicea:

Creemos en un Dios Padre Todopoderoso, hacedor de todas las cosas visibles e invisibles.

Y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito del Padre, es decir, de la substancia del Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho; consubstancial al Padre; mediante el cual todas las cosas fueron hechas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra; quien para nosotros los humanos y para nuestra salvación descendió y se hizo carne, se hizo humano, y sufrió, y resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos.

Y en el Espíritu Santo.

A quienes digan, pues, que hubo cuando el Hijo de Dios no existía, y que antes de ser engendrado no existía, y que fue hecho de las cosas que no son, o que fue formado de otra substancia o esencia, o que es una criatura, o que es mutable o variable, a éstos anatematiza la iglesia católica.

Esta fórmula, a la que después se le añadieron varias cláusulas —y se le restaron los anatemas del último párrafo— es la base de lo que hoy se llama “Credo Niceno”, que es el credo cristiano más universalmente aceptado. El llamado “Credo de los Apóstoles”, por haberse originado en Roma y nunca haber sido conocido en el Oriente, es utilizado sólo por las iglesias de origen occidental —es decir, la romana y las protestantes—. Pero el Credo Niceno, al mismo tiempo que es usado por la mayoría de las iglesias occidentales, es el credo más común entre las iglesias ortodoxas orientales —griega, rusa, etc.

Detengámonos por unos instantes a analizar el sentido del Credo, según fue aprobado por los obispos reunidos en Nicea. Al hacer este análisis, resulta claro que el propósito de esta fórmula es excluir toda doctrina que pretenda que el Verbo es en algún sentido una criatura. Esto puede verse en primer lugar en frases tales como “Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero”. Pero puede verse también en otros lugares, como cuando el Credo dice “engendrado, no hecho”. Nótese que al principio el mismo Credo había dicho que el Padre era “hacedor de todas las cosas visibles e invisibles”. Por tanto, al decir que el Hijo no es “hecho”, se le está excluyendo de esas cosas “visibles e invisibles” que el Padre hizo. Además, en el último párrafo se condena a quienes digan que el Hijo “fue hecho de las cosas que no son”, es decir, que fue hecho de la nada, como la creación. Y en el texto del Credo, para no dejar lugar a dudas, se nos dice que el Hijo es engendrado “de la substancia del Padre”, y que es “consubstancial al Padre”. Esta última frase, “consubstancial al Padre”, fue la que más resistencia provocó contra el Credo de Nicea, pues parecía dar a entender que el Padre y el Hijo son una misma cosa, aunque su sentido aquí no es ése, sino sólo asegurar que el Hijo no es hecho de la nada, como las criaturas.

En todo caso, los obispos se consideraron satisfechos con este credo, y procedieron a firmarlo, dando así a entender que era una expresión genuina de su fe. Sólo unos pocos —entre ellos Eusebio de Nicomedia— se negaron a firmarlo. Estos fueron condenados por la asamblea, y depuestos. Pero a esta sentencia Constantino añadió la suya, ordenando que los obispos depuestos abandonaran sus ciudades. Esta sentencia de exilio añadida a la de herejía tuvo funestas consecuencias, como ya hemos dicho, pues estableció el precedente según el cual el estado intervendría para asegurar la ortodoxia de la iglesia o de sus miembros.

La controversia después del concilio

El Concilio de Nicea no puso fin a la discusión. Eusebio de Nicomedia era un político hábil —y además parece haber sido pariente lejano de Constantino—. Su estrategia fue ganarse de nuevo la simpatía del emperador, quien pronto le permitió regresar a Nicomedia. Puesto que en esa ciudad se encontraba la residencia veraniega de Constantino, esto le proporcionó a Eusebio el modo de acercarse cada vez más al emperador. A la postre, hasta el propio Arrio fue traído del destierro, y Constantino le ordenó al obispo de Constantinopla que admitiera al hereje a la comunión. El obispo debatía si obedecer al emperador o a su conciencia cuando Arrio murió.

En el año 328 Alejandro de Alejandría murió, y le sucedió Atanasio, el diácono que le había acompañado en Nicea, y que desde ese momento sería el gran campeón de la causa nicena. A partir de entonces, dicha causa quedó tan identificada con la persona del nuevo obispo de Alejandría, que casi podría decirse que la historia subsiguiente de la controversia arriana es la biografía de Atanasio. Puesto que más adelante le dedicaremos todo un capítulo a Atanasio, no entraremos aquí en detalles acerca de todo esto. Baste decir que, tras una serie de manejos, Eusebio de Nicomedia y sus seguidores lograron que Constantino enviara a Atanasio al exilio. Antes habían logrado que el emperador pronunciara sentencias semejantes contra varios otros de los jefes del partido niceno. Cuando Constantino decidió por fin recibir el bautismo, en su lecho de muerte, lo recibió de manos de Eusebio de Nicomedia.

A la muerte de Constantino, tras un breve interregno, le sucedieron sus tres hijos Constantino II, Constante y Constancio. A Constantino II le tocó la región de las Galias, Gran Bretaña, España y Marruecos. A Constancio le tocó la mayor parte del Oriente. Y los territorios de Constante quedaron en medio de los de sus dos hermanos, pues le correspondió el norte de Africa, Italia, y algunos territorios al norte de Italia (véase el mapa en la página 177). Al principio la nueva situación favoreció a los nicenos, pues el mayor de los tres hijos de Constantino favorecía su causa, e hizo regresar del exilio a Atanasio y los demás. Pero cuando estalló la guerra entre Constantino II y Constante, Constancio, que como hemos dicho reinaba en el Oriente, se sintió libre para establecer su política en pro de los arrianos.

Una vez más Atanasio se vio obligado a partir al exilio, del cual volvió cuando, a la muerte de Constantino II, todo el Occidente quedó unificado bajo Constante, y Constancio tuvo que moderar sus inclinaciones arrianas. Pero a la larga Constancio quedó como dueño único del Imperio, y fue entonces que, como diría Jerónimo —a quien también dedicaremos un capítulo más adelante— “el mundo despertó como de un profundo sueño y se encontró con que se había vuelto arriano”. De nuevo los jefes nicenos tuvieron que abandonar sus diócesis, y la presión imperial fue tal que a la postre los ancianos Osio de Córdoba y Liberio —el obispo de Roma— firmaron una confesión de fe arriana.

En esto estaban las cosas cuando un hecho inesperado vino a cambiar el curso de los acontecimientos. A la muerte de Constancio le sucedió su primo Juliano, conocido por los historiadores cristianos como “el Apóstata”. Aprovechando las contiendas entre los cristianos, la reacción pagana había llegado al poder.

González, J. L. (2003). Historia del cristianismo: Tomo 1 (Vol. 1, pp. 169–177). Miami, FL: Editorial Unilit.

¿Ha Oído acerca de la Iglesia de Cristo?

¿Ha Oído acerca de la Iglesia de Cristo?

Autor: Moisés Pinedo

a1Hay muchas religiones en el mundo. Según La Enciclopedia Cristiana Mundial, hay 19 religiones principales subdivididas en 270 grupos grandes y muchos otros más pequeños. Entre las que se denominan como religiones “cristianas”, se ha identificado algo de 34,000 grupos distintos (Barrett, et.al., 2001). Usted habrá escuchado acerca de la Iglesia Católica, la Iglesia Bautista o la Iglesia Pentecostal, ¿pero ha escuchado acerca de la iglesia de Cristo?

Antes de continuar leyendo, le pido que haga el siguiente ejercicio mental. Por un momento, quite de su mente todo lo que sabe en cuanto a las religiones “cristianas” modernas. Suponga que la única fuente de la cual pudiera cosechar algún conocimiento de la iglesia fuera la Biblia. Pregunta: “¿Qué iglesia presentaría la Biblia?”. Tal vez este ejercicio no sea tan fácil para la mente religiosa moderna, pero es un ejercicio que toda persona piadosa debe realizar. ¿Por qué? Porque nuestro interés fundamental no debe ser encontrar y llegar a ser parte de una iglesia creada por el hombre, sino encontrar y ser parte de la iglesia que Cristo dijo que edificaría (Mateo 16:18). Si es así, debemos regresar a la Biblia para buscar la verdad en cuanto a la iglesia.

LA IGLESIA DE CRISTO: SU NATURALEZA

Primero, se debe comenzar definiendo la palabra “iglesia”. Hoy la gente piensa generalmente en la iglesia como un edificio de adoración religiosa, y ciertamente esta es una de las definiciones que los diccionarios modernos incluyen (vea “Iglesia”, 2015). Pero el Nuevo Testamento usa la palabra “iglesia” para hacer referencia al cuerpo de seguidores de Cristo (cf. 1 Corintios 14:23). Por ende, registra que la iglesia escucha y habla (Mateo 18:17; Hechos 11:22), puede sentir temor (Hechos 5:11), puede ser perseguida y maltratada (Hechos 8:1-3; 12:1), puede tener paz (Hechos 9:31), puede orar (Hechos 12:5), puede ser saludada (Hechos 18:22) y puede ser alimentada (Hechos 20:28).

El término que el Nuevo Testamento usa para “iglesia” es ekklesia (de dos palabras griegas compuestas que significan “llamar fuera”). Se usa técnicamente para denotar una asamblea o congregación (Vine, 1999, 2:90-91). Y en el sentido espiritual, es la congregación o grupo que ha sido “llamado fuera del mundo para entrar al reino de Cristo” (Lenski, 1943, p. 627; cf. Colosenses 1:13).

LA IGLESIA DE CRISTO: SU IDENTIFICACIÓN

La iglesia de Cristo está constituida de aquellos que son el pueblo de Dios en el Nuevo Testamento, ¿pero cómo podemos identificarla en medio de tantas religiones? Considere tres aspectos distintivos de la iglesia:

Su Fundamento

En Mateo 16:18, Jesús prometió: “…sobre esta roca edificaré mi iglesia”. Ya que el verbo “edificaré” está en tiempo futuro, entonces se puede concluir fácilmente que la iglesia no estaba constituida para el tiempo en que Jesús pronunció tales palabras. Él también indicó que la iglesia sería edificada sobre la roca, la cual hace referencia a la confesión que Pedro justo había hecho en cuanto a Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16). Es decir, la iglesia sería edificada sobre el fundamento o verdad que apuntaba a Jesús como Cristo y Señor (1 Corintios 3:11).

En Hechos 1, leemos que los apóstoles estaban en Jerusalén, esperando la promesa de Cristo para la recepción del Espíritu y el comienzo de la iglesia (vs. 8). Cuando llegó el Día de Pentecostés (algo de 50 días después de la crucifixión de Jesús, ca. 33 d.C.—Hechos 2), el Espíritu descendió sobre los apóstoles (vss. 3-4), y Pedro, a quien se había prometido dar las llaves del reino (Mateo 16:19), es decir, la oportunidad de dar la bienvenida al reino o la iglesia, comenzó a predicar en cuanto a Cristo. Después de persuadir a la audiencia en Jerusalén en cuanto a su culpabilidad en la muerte de Jesús, declaró que “a este Jesús…, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36). Entonces, como Jesús había prometido (Mateo 16:18), esta confesión de Su mesiazgo y deidad (la misma confesión de Pedro en Mateo 16:16), llegó a ser la roca o fundamento para el comienzo de la iglesia. Ese mismo día Pedro presentó las condiciones del perdón y la entrada al reino o la iglesia (Hechos 2:38), y más de 3,000 personas recibieron la Palabra y fueron bautizadas y añadidas a la iglesia (vss. 41,47). Esta es la primera vez en la Biblia que leemos de la existencia de la iglesia en tiempo presente.

¿Qué iglesia era esta? Jesús dijo, “edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18), así que esta era la iglesia de Jesús. Esta no era una denominación entre muchas otras denominaciones, ya que no había movimiento denominacional en el primer siglo; la iglesia era simplemente de Cristo (Romanos 16:16; 1 Corintios 1:2), y sus miembros fieles solamente se identificaban como “cristianos” (Hechos 11:26; 1 Pedro 4:16)—no con otros nombres humanos (cf. 1 Corintios 1:10-13). La iglesia de Cristo no comenzó en Roma, en los Estados Unidos o en Inglaterra, sino en Jerusalén (Hechos 1:4; 2:5,14)—como los profetas del Antiguo Testamento habían anunciado (Isaías 2:2-3; 28:16; Miqueas 4:1-2). No comenzó en el siglo VII, XVI o XXI, sino en el primer siglo (aproximadamente el año 33 d.C.)—así como las Escrituras y el Señor mismo profetizaron (Daniel 2:44; Marcos 9:1).

Su Organización

Cuando la iglesia comenzó, no había organizaciones o jerarquías complicadas; la iglesia era un cuerpo en el cual cada miembro tenía un nivel equivalente ante Dios (1 Corintios 3). La organización que Dios escogió para la iglesia fue Cristo como la Cabeza única en el cielo y en la Tierra, y todos los miembros como el cuerpo de Cristo (Efesios 1:20-23; 5:23).

Dios también estableció grupos de hombres en cada congregación, conocidos como “ancianos”, “obispos” o “pastores” (1 Timoteo 3:1-7; Tito 1:5-9), para que se encargaran de dirigir y alimentar espiritualmente a la iglesia. También estableció a grupos de servidores especiales, conocidos como “diáconos” (1 Timoteo 3:8-13), para que trabajaran bajo la supervisión de los ancianos. Todos ellos, juntamente con los evangelistas y maestros, ayudaban a fortalecer el cuerpo de Cristo (Efesios 4:11-12).

La iglesia era un cuerpo sujeto fundamentalmente a las instrucciones de Cristo. No tenía cabeza, sede o vicario humano que determinaba lo que debía creer y enseñar, sino solamente a Cristo y Su Palabra inspirada que es completamente suficiente para la perfección de los santos (2 Timoteo 3:16-17). No tenía congregaciones que imponían su autoridad sobre otras congregaciones, sino todas las congregaciones eran autónomas (cf. 1 Pedro 5:2) y estaban unidas entre ellas por el amor y la fe (1 Juan 1:7). No tenía a un solo “pastor” que tomaba decisiones para la iglesia, sino una pluralidad de pastores (ancianos, obispos) que dirigían a la iglesia bajo la autoridad de Cristo (Hechos 14:23; Filipenses 1:1; Tito 1:5).

Su Doctrina

En cuanto a su doctrina y enseñanza, la iglesia tenía este lema: “Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios” (1 Pedro 4:11). Por ende, cualquier otra enseñanza ajena a la revelación sagrada era considerada una doctrina detestable (Gálatas 1:6-9; 2 Timoteo 4:1-3).

En cuanto a la salvación, la iglesia del Señor enseñaba que la gracia de Dios es el fundamento (Efesios 2:8-9), y que esta gracia demanda la respuesta obediente y sumisa del hombre (Romanos 1:5) ante los requisitos de salvación—la fe en Dios (Hebreos 11:1,6), el arrepentimiento de los pecados (Hechos 2:38), la inmersión en agua (Marcos 16:16; Hechos 22:16; 1 Pedro 3:21), la confesión de Cristo (Romanos 10:9-10) y la fidelidad cristiana (Apocalipsis 2:10).

En cuanto a la adoración cristiana, la iglesia del Señor enseñaba que el Cielo requiere la oración (1 Timoteo 2:1-8), el canto vocal (Efesios 5:19), la conmemoración semanal del sacrificio de Cristo por medio de los elementos de la Cena del Señor (Hechos 20:7), la enseñanza de las Escrituras sagradas (Hechos 2:42), y la contribución semanal para las necesidades de los santos (1 Corintios 16:1-2).

En cuanto al cristianismo mismo, la iglesia del Señor enseñaba que Jesús es el camino exclusivo al cielo (Juan 14:6), y que el cumplimiento de Sus mandamientos es la única manera de recibir Su aprobación en el Juicio Final (Mateo 7:21). Esta iglesia no tenía credos, artículos de fe, catecismos, disciplinas o testamentos humanos en adición a las Escrituras, sino solamente la Palabra indestructible de Dios la cual juzgará al final del tiempo (Juan 12:48).

LA IGLESIA DE CRISTO: SU IMPORTANCIA

La iglesia de Cristo es el pueblo de Dios y es única, ¿pero realmente tiene importancia—especialmente en vista de la reclamación de mucha gente religiosa que sugiere que “no importa la iglesia de la cual sea parte” (vea Pinedo, 2012). La inspección breve de algunos pasajes en el Nuevo Testamento revela rápidamente la importancia suprema de la iglesia. La iglesia es importante ya que:

  • Cristo derramó Su sangre preciosa y enfrentó la cruz cruel para adquirirla (Hechos 20:28).
  • es el cuerpo de Cristo (Efesios 5:23), el cual Él sustenta y cuida (vs. 29).
  • es la esposa amada de Cristo, la cual Él protege y santifica (Efesios 5:25-27).
  • es la familia y casa de Dios, a la cual Dios ha adoptado y sobre la cual gobierna (Efesios 2:19; 1 Timoteo 3:15).
  • tiene como responsabilidad solemne la defensa y promoción de la verdad de Dios (1 Timoteo 3:15).
  • está constituida de la totalidad de aquellos que se han sometido a Dios y que por ende han sido añadidos para salvación (Hechos 2:47; Efesios 5:23).

CONCLUSIÓN

Es claro que la iglesia del Nuevo Testamento, la iglesia que Cristo prometió edificar (Mateo 16:18), es diferente a la mayoría de iglesias del mundo religioso moderno, y es claro que la iglesia tiene importancia vital y eterna. Además, si la iglesia es el cuerpo de Cristo, Cristo es el Salvador del cuerpo (Efesios 5:23) y Cristo solamente tiene un cuerpo (Efesios 4:4), entonces el hombre debe ser parte de ese único cuerpo (la iglesia) para ser salvo. Ya que ahora ha oído acerca de la iglesia de Cristo, le invitamos a ser parte de ella de la misma manera en que la gente llegó a ser parte de ella en el Nuevo Testamento (Hechos 2:36-47; cf. 1 Corintios 12:13). [Para más información, contacte a la iglesia de Cristo en su comunidad].

Referencias

Barrett, David (2001), Enciclopedia Cristiana Mundial [World Christian Encyclopedia] (Nueva York: Oxford University).

“Iglesia” (2015), Diccionario de la Lengua Española, Real Academia Española, http://lema.rae.es/drae/?val=iglesia.

Lenski, R.C. (1943), El Evangelio de San Mateo [St. Matthew’s Gospel] (Minneapolis, MN: Augsburg).

Pinedo, Moisés (2012) “Odio la Religión, pero Amo a Jesús”, EB Global,http://www.ebglobal.org/inicio/odio-la-religion-pero-amo-a-jesus.html.

Vine, W.E. (1999), Diccionario Expositivo de Palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento Exhaustivo(Colombia: Caribe).

http://www.ebglobal.org/inicio/ha-oido-acerca-de-la-iglesia-de-cristo

Los holocaustos

Levítico 1-4

Los holocaustos

1:1  Llamó Jehová a Moisés, y habló con él desde el tabernáculo de reunión, diciendo:

Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando alguno de entre vosotros ofrece ofrenda a Jehová, de ganado vacuno u ovejuno haréis vuestra ofrenda.

Si su ofrenda fuere holocausto vacuno, macho sin defecto lo ofrecerá; de su voluntad lo ofrecerá a la puerta del tabernáculo de reunión delante de Jehová.

Y pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto, y será aceptado para expiación suya.

Entonces degollará el becerro en la presencia de Jehová; y los sacerdotes hijos de Aarón ofrecerán la sangre, y la rociarán alrededor sobre el altar, el cual está a la puerta del tabernáculo de reunión.

Y desollará el holocausto, y lo dividirá en sus piezas.

Y los hijos del sacerdote Aarón pondrán fuego sobre el altar, y compondrán la leña sobre el fuego.

Luego los sacerdotes hijos de Aarón acomodarán las piezas, la cabeza y la grosura de los intestinos, sobre la leña que está sobre el fuego que habrá encima del altar;

y lavará con agua los intestinos y las piernas, y el sacerdote hará arder todo sobre el altar; holocausto es, ofrenda encendida de olor grato para Jehová.

10 Si su ofrenda para holocausto fuere del rebaño, de las ovejas o de las cabras, macho sin defecto lo ofrecerá.

11 Y lo degollará al lado norte del altar delante de Jehová; y los sacerdotes hijos de Aarón rociarán su sangre sobre el altar alrededor.

12 Lo dividirá en sus piezas, con su cabeza y la grosura de los intestinos; y el sacerdote las acomodará sobre la leña que está sobre el fuego que habrá encima del altar;

13 y lavará las entrañas y las piernas con agua; y el sacerdote lo ofrecerá todo, y lo hará arder sobre el altar; holocausto es, ofrenda encendida de olor grato para Jehová.

14 Si la ofrenda para Jehová fuere holocausto de aves, presentará su ofrenda de tórtolas, o de palominos.

15 Y el sacerdote la ofrecerá sobre el altar, y le quitará la cabeza, y hará que arda en el altar; y su sangre será exprimida sobre la pared del altar.

16 Y le quitará el buche y las plumas, lo cual echará junto al altar, hacia el oriente, en el lugar de las cenizas.

17 Y la henderá por sus alas, pero no la dividirá en dos; y el sacerdote la hará arder sobre el altar, sobre la leña que estará en el fuego; holocausto es, ofrenda encendida de olor grato para Jehová.

Las ofrendas

2:1  Cuando alguna persona ofreciere oblación a Jehová, su ofrenda será flor de harina, sobre la cual echará aceite, y pondrá sobre ella incienso,

y la traerá a los sacerdotes, hijos de Aarón; y de ello tomará el sacerdote su puño lleno de la flor de harina y del aceite, con todo el incienso, y lo hará arder sobre el altar para memorial; ofrenda encendida es, de olor grato a Jehová.

Y lo que resta de la ofrenda será de Aarón y de sus hijos; es cosa santísima de las ofrendas que se queman para Jehová.

Cuando ofrecieres ofrenda cocida en horno, será de tortas de flor de harina sin levadura amasadas con aceite, y hojaldres sin levadura untadas con aceite.

Mas si ofrecieres ofrenda de sartén, será de flor de harina sin levadura, amasada con aceite,

la cual partirás en piezas, y echarás sobre ella aceite; es ofrenda.

Si ofrecieres ofrenda cocida en cazuela, se hará de flor de harina con aceite.

Y traerás a Jehová la ofrenda que se hará de estas cosas, y la presentarás al sacerdote, el cual la llevará al altar.

Y tomará el sacerdote de aquella ofrenda lo que sea para su memorial, y lo hará arder sobre el altar; ofrenda encendida de olor grato a Jehová.

10 Y lo que resta de la ofrenda será de Aarón y de sus hijos; es cosa santísima de las ofrendas que se queman para Jehová.

11 Ninguna ofrenda que ofreciereis a Jehová será con levadura; porque de ninguna cosa leuda, ni de ninguna miel, se ha de quemar ofrenda para Jehová.

12 Como ofrenda de primicias las ofreceréis a Jehová; mas no subirán sobre el altar en olor grato.

13 Y sazonarás con sal toda ofrenda que presentes, y no harás que falte jamás de tu ofrenda la sal del pacto de tu Dios; en toda ofrenda tuya ofrecerás sal.

14 Si ofrecieres a Jehová ofrenda de primicias, tostarás al fuego las espigas verdes, y el grano desmenuzado ofrecerás como ofrenda de tus primicias.

15 Y pondrás sobre ella aceite, y pondrás sobre ella incienso; es ofrenda.

16 Y el sacerdote hará arder el memorial de él, parte del grano desmenuzado y del aceite, con todo el incienso; es ofrenda encendida para Jehová.

Ofrendas de paz

3:1  Si su ofrenda fuere sacrificio de paz, si hubiere de ofrecerla de ganado vacuno, sea macho o hembra, sin defecto la ofrecerá delante de Jehová.

Pondrá su mano sobre la cabeza de su ofrenda, y la degollará a la puerta del tabernáculo de reunión; y los sacerdotes hijos de Aarón rociarán su sangre sobre el altar alrededor.

Luego ofrecerá del sacrificio de paz, como ofrenda encendida a Jehová, la grosura que cubre los intestinos, y toda la grosura que está sobre las entrañas,

y los dos riñones y la grosura que está sobre ellos, y sobre los ijares; y con los riñones quitará la grosura de los intestinos que está sobre el hígado.

Y los hijos de Aarón harán arder esto en el altar, sobre el holocausto que estará sobre la leña que habrá encima del fuego; es ofrenda de olor grato para Jehová.

Mas si de ovejas fuere su ofrenda para sacrificio de paz a Jehová, sea macho o hembra, la ofrecerá sin defecto.

Si ofreciere cordero por su ofrenda, lo ofrecerá delante de Jehová.

Pondrá su mano sobre la cabeza de su ofrenda, y después la degollará delante del tabernáculo de reunión; y los hijos de Aarón rociarán su sangre sobre el altar alrededor.

Y del sacrificio de paz ofrecerá por ofrenda encendida a Jehová la grosura, la cola entera, la cual quitará a raíz del espinazo, la grosura que cubre todos los intestinos, y toda la que está sobre las entrañas.

10 Asimismo los dos riñones y la grosura que está sobre ellos, y la que está sobre los ijares; y con los riñones quitará la grosura de sobre el hígado.

11 Y el sacerdote hará arder esto sobre el altar; vianda es de ofrenda encendida para Jehová.

12 Si fuere cabra su ofrenda, la ofrecerá delante de Jehová.

13 Pondrá su mano sobre la cabeza de ella, y la degollará delante del tabernáculo de reunión; y los hijos de Aarón rociarán su sangre sobre el altar alrededor.

14 Después ofrecerá de ella su ofrenda encendida a Jehová; la grosura que cubre los intestinos, y toda la grosura que está sobre las entrañas,

15 los dos riñones, la grosura que está sobre ellos, y la que está sobre los ijares; y con los riñones quitará la grosura de sobre el hígado.

16 Y el sacerdote hará arder esto sobre el altar; vianda es de ofrenda que se quema en olor grato a Jehová; toda la grosura es de Jehová.

17 Estatuto perpetuo será por vuestras edades, dondequiera que habitéis, que ninguna grosura ni ninguna sangre comeréis.

Ofrendas por el pecado

Habló Jehová a Moisés, diciendo:

Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando alguna persona pecare por yerro en alguno de los mandamientos de Jehová sobre cosas que no se han de hacer, e hiciere alguna de ellas;

si el sacerdote ungido pecare según el pecado del pueblo, ofrecerá a Jehová, por su pecado que habrá cometido, un becerro sin defecto para expiación.

Traerá el becerro a la puerta del tabernáculo de reunión delante de Jehová, y pondrá su mano sobre la cabeza del becerro, y lo degollará delante de Jehová.

Y el sacerdote ungido tomará de la sangre del becerro, y la traerá al tabernáculo de reunión;

y mojará el sacerdote su dedo en la sangre, y rociará de aquella sangre siete veces delante de Jehová, hacia el velo del santuario.

Y el sacerdote pondrá de esa sangre sobre los cuernos del altar del incienso aromático, que está en el tabernáculo de reunión delante de Jehová; y echará el resto de la sangre del becerro al pie del altar del holocausto, que está a la puerta del tabernáculo de reunión.

Y tomará del becerro para la expiación toda su grosura, la que cubre los intestinos, y la que está sobre las entrañas,

los dos riñones, la grosura que está sobre ellos, y la que está sobre los ijares; y con los riñones quitará la grosura de sobre el hígado,

10 de la manera que se quita del buey del sacrificio de paz; y el sacerdote la hará arder sobre el altar del holocausto.

11 Y la piel del becerro, y toda su carne, con su cabeza, sus piernas, sus intestinos y su estiércol,

12 en fin, todo el becerro sacará fuera del campamento a un lugar limpio, donde se echan las cenizas, y lo quemará al fuego sobre la leña; en donde se echan las cenizas será quemado.

13 Si toda la congregación de Israel hubiere errado, y el yerro estuviere oculto a los ojos del pueblo, y hubieren hecho algo contra alguno de los mandamientos de Jehová en cosas que no se han de hacer, y fueren culpables;

14 luego que llegue a ser conocido el pecado que cometieren, la congregación ofrecerá un becerro por expiación, y lo traerán delante del tabernáculo de reunión.

15 Y los ancianos de la congregación pondrán sus manos sobre la cabeza del becerro delante de Jehová, y en presencia de Jehová degollarán aquel becerro.

16 Y el sacerdote ungido meterá de la sangre del becerro en el tabernáculo de reunión,

17 y mojará el sacerdote su dedo en la misma sangre, y rociará siete veces delante de Jehová hacia el velo.

18 Y de aquella sangre pondrá sobre los cuernos del altar que está delante de Jehová en el tabernáculo de reunión, y derramará el resto de la sangre al pie del altar del holocausto, que está a la puerta del tabernáculo de reunión.

19 Y le quitará toda la grosura y la hará arder sobre el altar.

20 Y hará de aquel becerro como hizo con el becerro de la expiación; lo mismo hará de él; así hará el sacerdote expiación por ellos, y obtendrán perdón.

21 Y sacará el becerro fuera del campamento, y lo quemará como quemó el primer becerro; expiación es por la congregación.

22 Cuando pecare un jefe, e hiciere por yerro algo contra alguno de todos los mandamientos de Jehová su Dios sobre cosas que no se han de hacer, y pecare;

23 luego que conociere su pecado que cometió, presentará por su ofrenda un macho cabrío sin defecto.

24 Y pondrá su mano sobre la cabeza del macho cabrío, y lo degollará en el lugar donde se deg:uella el holocausto, delante de Jehová; es expiación.

25 Y con su dedo el sacerdote tomará de la sangre de la expiación, y la pondrá sobre los cuernos del altar del holocausto, y derramará el resto de la sangre al pie del altar del holocausto,

26 y quemará toda su grosura sobre el altar, como la grosura del sacrificio de paz; así el sacerdote hará por él la expiación de su pecado, y tendrá perdón.

27 Si alguna persona del pueblo pecare por yerro, haciendo algo contra alguno de los mandamientos de Jehová en cosas que no se han de hacer, y delinquiere;

28 luego que conociere su pecado que cometió, traerá por su ofrenda una cabra, una cabra sin defecto, por su pecado que cometió.

29 Y pondrá su mano sobre la cabeza de la ofrenda de la expiación, y la degollará en el lugar del holocausto.

30 Luego con su dedo el sacerdote tomará de la sangre, y la pondrá sobre los cuernos del altar del holocausto, y derramará el resto de la sangre al pie del altar.

31 Y le quitará toda su grosura, de la manera que fue quitada la grosura del sacrificio de paz; y el sacerdote la hará arder sobre el altar en olor grato a Jehová; así hará el sacerdote expiación por él, y será perdonado.

32 Y si por su ofrenda por el pecado trajere cordero, hembra sin defecto traerá.

33 Y pondrá su mano sobre la cabeza de la ofrenda de expiación, y la degollará por expiación en el lugar donde se deg:uella el holocausto.

34 Después con su dedo el sacerdote tomará de la sangre de la expiación, y la pondrá sobre los cuernos del altar del holocausto, y derramará el resto de la sangre al pie del altar.

35 Y le quitará toda su grosura, como fue quitada la grosura del sacrificio de paz, y el sacerdote la hará arder en el altar sobre la ofrenda encendida a Jehová; y le hará el sacerdote expiación de su pecado que habrá cometido, y será perdonado.

Reina-Valera 1960 (RVR1960)Copyright © 1960 by American Bible Society

Amigos en un mundo de dolor

Enero 28

Amigos en un mundo de dolor

Lectura bíblica: 2 Corintios 1:3–7

Con la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios, también nosotros podemos consolar a los que están en cualquier tribulación. 2 Corintios 1:4

a1Esta es una noticia penosa: observa a cualquier grupo de chicos y verás dolor. Es casi una garantía que verás a algunos luchando con amistades rotas, una enfermedad grave, la muerte de un amigo o de un ser querido, o una situación tensa en casa. Puedes estar seguro de que enfrentan las pérdidas y los desengaños del diario vivir: obtienen una mala calificación, pierden un libro que hay que devolver a la biblioteca o son excluidos de un equipo.
Entonces, ¿qué puedes hacer para aliviar el dolor y el sufrimiento?
Vas por el camino correcto si se te ocurren cualquiera de estas ideas: Estoy listo para ayudar cuando me necesiten. Puedo decir palabras alentadoras. Puedo orar por mi amigo. Puedo ser bondadoso con los que me rodean. Puedo mostrarle a mi amigo pasajes bíblicos que le serían de ayuda.
Todas estas respuestas son magníficas. No obstante, Dios te puede usar aun de otra manera más para aliviar el dolor o problema de un amigo que sufre. Quizá podrás captarla mejor por medio de esta ilustración:
Supongamos que te encanta tu patineta. No obstante, un día compruebas la ley científica más básica: Lo que sube tiene que bajar. Y aunque vuelas por el aire cuando llega el momento de dar el salto y quedas suspendido tres segundos enteros, te caes al suelo como un plomo.
Elige: Cuando tu mejor amigo corre a tu lado para animarte, ¿cuál de las siguientes acciones te harían sentir mejor?

(a) Tu amigo se queda dormido mientras estás hablando.
(b) Tu amigo te dice qué tonto fuiste, y qué tonto es andar en patineta.
(c) Tu amigo se pone furioso y amenaza hacerle juicio al tipo que te vendió la patineta.
(d) Tu amigo te escucha atentamente, y después te dice algo como: “Siento mucho que te haya sucedido esto. Siento mucho que estés dolido. Aquí estoy para lo que me necesites, amigo”.
Si escogiste la última opción, tienes una buena idea de cómo Dios te quiere incluir en consolar a un amigo dolido. Romanos 12:15 nos anima a compartir el dolor de los que se sienten tristes.
Cuando te identificas con el dolor y sufrimiento de un amigo —diciendo cosas afectuosas y rodeándolo de cariño— Dios reduce milagrosamente el dolor de tu amigo. Y eso es hacer algo como lo hubiera hecho Jesús.

PARA DIALOGAR
¿Quién a tu alrededor está sufriendo? ¿Qué puedes hacer al respecto?

PARA ORAR
Señor, danos oportunidades para aliviar la tristeza de otros por medio de compartir su dolor.

PARA HACER
Observa a toda esa gente alrededor tuyo que está sufriendo. Planea ayudar hoy a alguien ofreciéndoles consuelo.

McDowell, J., & Johnson, K. (2005). Devocionales para la familia. El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano.

EL DISCÍPULO Nº 13

EL DISCÍPULO Nº 13

Programa No. 2016-01-28

PABLO MARTINI
a1¿Sabías que no fueron doce los discípulos llamados por el Señor sino trece?… Si vamos a Lucas 19:59 Jesús llamó a un joven de la misma manera que había llamado a los anteriores. En este caso la respuesta fue negativa: “Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre.” ¡Qué pena!, se perdió la oportunidad de su vida de pasar a formar parte, nada más ni nada menos que del grupo elite del Mesías. Eso de: “entierre a mi padre” me suena a ambición, no sé a ti, pero a mí sí. Es como si hubiese dicho: Tengo que recibir mi herencia y si me voy a ahora se la dejo a mis hermanos. Ya sabes, Señor, con algo de plata en mi bolsillo podré ser más útil a tu causa, ¿verdad?”… Son impedimentos para acatar su llamado a seguirle, (que es el llamado más supremo).

En este contexto hubo dos más, solo que estos se ofrecieron solitos y también solitos se retiraron. Porque el que se acerca por las cosas se va por las cosas, es una ley. El primero está en el texto 57, “Señor, te seguiré adondequiera que vayas”. Podríamos llamarlo: El impulsivo. No sirve para seguir a Dios. Tus impulsos son buenos, pero cuando no están con la motivación correcta se tornan engañosos. El tercero lo tenemos en el versículo 61: “Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa.” Este sería el afectivo. Otra área peligrosa en lo que al llamado divino concierne, mis afectos. ¡Son tan variables, tan inciertos!…

Como ves ni lo uno ni lo otro. Ni mis impulsos, ni mis afectos, mucho menos mi ambición personal. Entrega incondicional que se resume en Fe es lo que Él demanda. “Ninguno que, poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el Reino de los Cielos”, dijo el Señor de manera enfática. Y tú ¿hasta cuándo postergarás Su llamado?… No lo olvides: es el privilegio más grande en esta vida.

http://labibliadice.org/unapausaentuvida/2016/01/28/el-discipulo-no-13/