Tú eres responsable de tus hijos

Coalición por el Evangelio

Tú eres responsable de tus hijos
JUAN D. ROJAS

“Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón. Las enseñarás diligentemente a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Las atarás como una señal a tu mano, y serán por insignias entre tus ojos. Las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas”, Deuteronomio 6:4-9.

Este pasaje se conoce como el Shemá, y es una de las oraciones más importantes para los judíos. Es vital que consideremos este texto con detenimiento, ya que nos enseña muchas cosas valiosas. Una de ellas es la importancia de enseñar la Palabra de Dios a nuestros hijos.

Un mandato para todos
El mandato en el Shemá es para cada hombre y mujer del pueblo de Dios, y enfatiza la responsabilidad primaria de los padres: educar a sus hijos en la fe.

La formación espiritual y el discipulado debe de originarse y tener su mayor fuerza y profundidad en los hogares. Esto no solo lo vemos en el Shemá; por toda la Escritura encontramos el testimonio de que Dios espera que los padres seamos los primeros maestros de nuestros hijos en los caminos y mandamientos de nuestro Dios.

Proverbios 22:6 dice, “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere grande no se apartará de él”. Este texto es un principio sabio dado por un Padre a otros padres. Tenemos la responsabilidad de enseñar a nuestros niños en el camino de Señor y el hacerlo, aunque de ninguna manera será garantía de su conversión, definitivamente será de grande bendición para sus vidas.

Por otro lado, Jesús, a sus doce años, se encontró discutiendo temas teológicos con los rabinos de su época. Esto en parte puede atribuirse a la solidez con la que José y María lo discipularon desde muy pequeño. No podemos olvidar que Jesús es Dios, pero también un hombre que “…crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52).

Es fácil darnos cuenta de que la familia es la institución de vida más importante para el desarrollo de una persona. Debido a eso, Dios diseñó que la formación espiritual de los hijos sea cultivada y modelada por los padres. Y esto no significa simplemente orar antes de cada comida con ellos, sino también cimentar una enseñanza sólida y completa de todo el consejo de Dios. Por eso en el Shemá, Dios es muy claro acerca de la constancia, frecuencia, e intencionalidad de la formación espiritual que debemos de tener para con nuestros hijos: “Las enseñarás diligentemente a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes” (Deuteronomio 6:7).

¿Cuáles son tus prioridades?
Los padres debemos buscar tener nuestras prioridades alineadas al orden de Dios. Vivimos en un mundo acelerado que nos obliga a correr en todas direcciones, tentándonos constantemente a dejar de lado la formación espiritual de nuestros niños. Al final, reducimos su instrucción a una hora el domingo y por alguien que tal vez ni siquiera conocemos. Aunque la escuela dominical para los niños es una gran bendición, no debe ser el lugar principal para la educación espiritual y bíblica de nuestros hijos.

Los padres de familia somos los encargados de la salud espiritual de nuestra esposa y de nuestros hijos. Los varones estamos llamados a ser los sacerdotes en nuestro hogar y guías espirituales de los miembros de nuestras casas. Somos los responsables delante de Dios de enseñarles la Palabra de Dios y su aplicación. Debemos de enseñarles a orar, a leer las Escrituras, y a valorar las disciplinas espirituales.

El teólogo Jonathan Edwards dijo: “Toda familia cristiana debiera ser una pequeña iglesia, consagrada a Cristo, e influenciada y gobernada enteramente por sus mandamientos. La educación y orden de la familia son algunos de los mejores medios de gracia”.1

Sé fiel a tu llamado
Quisiera motivarles a empezar o a retomar con entusiasmo y perseverancia el trabajo de la formación de los discípulos más inmediatos que Dios nos ha dado: nuestros propios hijos. Los invito a que juntos recibamos este noble encargo como una oportunidad única de parte de Dios para la formación de futuros hombres y mujeres que puedan ser de bendición a nuestro mundo. Los hijos son una bendición del Señor y una oportunidad increíble para formar más discípulos que traigan bendición al mundo y gloria a su Nombre.

[1] Farewell Sermon (The Works of Jonathan Edwards, Vol. I, p. ccvi.)
Juan D. Rojas es el pastor de la Iglesia Casa Vida en Tamarindo, Costa Rica. También es el fundador del movimiento Plantación Casa Vida, y estudiante de Doctorado en el Southern Baptist Theological Seminary.

Toma el pecado en serio

El Blog de Ligonier

Serie: De una generación a otra

Toma el pecado en serio
Por Geoffrey Thomas

Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: De una generación a otra

Toma a Cristo en serio. Sí, por supuesto. Cada vez que mires tu pecado, mira diez veces a Cristo. Pero, ¿querrás mirar a Cristo si no has visto tu necesidad? ¿Verás tu necesidad si no has visto tu pecado?

¿Por qué se da por sentado al Hijo de Dios en la iglesia visible de hoy? Solo porque el pecado es tomado a la ligera. Nuestra necesidad más apremiante es redescubrir la gloria de la salvación de Cristo. Hasta el hombre de Dios más maduro necesita tener una visión fresca de Jesucristo para poder gritar: «¡Aleluya! ¡Cristo salva!». Esta es la marca distintiva de una congregación creciente y reavivada, y esa llenura del Espíritu que glorifica al Hijo viene en gran parte por la convicción de nuestro pecado y la comprensión de nuestra necesidad de este glorioso Libertador, que nos libra del dominio, la perversidad y la condenación del pecado. Así que, cristiano joven, toma el pecado en serio.

Considera que el pecado hace pedazos la ley de Dios. Dos tablas de reglas seguras, buenas, santas, justas, espirituales y provechosas: el pecado derriba y destruye ambas tablas. ¿Es esa una acción insignificante? ¿Desdeñar y destruir la santa ley de Dios, el resumen de la naturaleza y las perfecciones divinas?

Considera que el pecado mira con frialdad al carácter de nuestro Creador, el Hacedor de todo lo majestuoso, glorioso, hermoso y excelente; derrama desprecio sobre Él. Piensa en las criaturas más aterradoras del mundo e imagínate que se te están acercando. Sin embargo, ninguna de esas criaturas odia a Dios por naturaleza. Solo el pecado, el tuyo y el mío, desprecia y rechaza a Dios.

Considera que el pecado está bajo las advertencias del Dios vivo. Dios odia todo lo que contradice Su naturaleza. El Señor tres veces santo desprecia todo lo que es malo, maquiavélico, cruel, egoísta, idólatra, codicioso y lujurioso. Todo lo que hay en el cielo y en los cielos de los cielos ―los ángeles y serafines, los espíritus de los justos hechos perfectos, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo― son unánimes en su justa ira y furia contra el pecado, ¿y seguiremos nosotros siendo indiferentes a él? Un día, por la gracia de Dios, lo detestaremos al igual que ellos.

Considera las consecuencias del pecado. Piensa en el hombre rico de la historia de Jesús y en el gran abismo puesto entre él y la bienaventuranza de los que estaban en el cielo (Lc 16:19-31). Él anhela ser librado, pero nunca podrá dejar ese lugar. Una gota de agua es todo lo que pide, pero nunca podrá tenerla. ¿Qué fue lo que llevó allí a este hombre rico que lo tenía todo, a este hijo del orgullo? ¿Qué fue lo que lo unió a los muchos otros que recorrieron resueltamente el camino ancho por años y rechazaron toda oferta de misericordia, despreciando a Cristo el Redentor? Fue el pecado, ese mismo pecado que llena los cementerios de muertos y hace que el humo de sus cuerpos quemados suba por las chimeneas de todos los crematorios. La paga del pecado es muerte, la muerte física en este mundo y la horrible muerte segunda en el mundo venidero.

Considera el juicio del pecado que cayó sobre el Señor Jesús en el Gólgota. ¿Qué piensan del pecado el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo? Piensa en el fin del Hijo amado de Dios el Padre. No hay padre más amoroso que el Padre ni hijo más amado que el Hijo. Sin embargo, el Hijo llevó nuestros pecados en Su propio cuerpo sobre la cruz. El Hijo de Dios se convirtió en el Cordero de Dios. El que no conoció pecado fue hecho pecado por nosotros. Dios el Padre no lo eximió. No podía haber ni un gramo de flexibilidad en lo que concierne al pecado. Dios no refrenó ni un solo golpe de la vara de Su justicia al mostrar cuán digno de condenación es el pecado. El Padre quiso golpear a Cristo hasta matarlo. El Padre alzó Su vara, y Cristo la recibió sobre Sí mismo en nuestro lugar.

Todo esto indica la seriedad con la que Dios ve el pecado, y cuán inexpresable es todo lo que Él soportó para que gente patética como nosotros sea librada de la iniquidad. ¿Y puedes encogerte de hombros? ¿Puedes asentir con la cabeza y seguir pecando en hecho, palabra, actitud y omisión?

Incrédulo, Jesucristo es todo lo que los pecadores necesitan. Él puede satisfacer todos tus deseos y romper esas cadenas poderosas que te atan al pecado. Cristiano, ya seas joven o anciano, mortifica el pecado remanente. Estrangúlalo y no le des ni un respiro. Hazlo morir de hambre. Niégate a darle aunque sea un bocadito. Toma el pecado en serio, pues tomas en serio la justicia y la sangre de Cristo.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Geoffrey Thomas
El Rev. Geoffrey Thomas es el pastor principal de la Alfred Baptist Church en Aberystwyth, Gales. También sirve como profesor invitado de teología histórica en el Puritan Reformed Theological Seminary y editor asociado de la revista Banner of Truth.

¿Por Qué Importa el Antiguo Testamento Hoy?

Soldados de Jesucristo

Serie: Lecciones del Antiguo Testamento

¿Por Qué Importa el Antiguo Testamento Hoy?
Por Gabriel Reyes-Ordeix

“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17)

El significado, la importancia y el beneficio del Antiguo Testamento (AT) descansan en su concepción como el plano arquitectónico del plan de salvación. A través de la historia de Israel, Dios redime a la iglesia de hoy. En el Antiguo Testamento encontramos el diseño original, el contexto histórico y la fundación del Nuevo Testamento (NT).

Piensa que el Antiguo Testamento es la primera parte de una película, sin la cual, la secuela (el Nuevo Testamento) no haría mucho sentido. Esta primera parte nos ayuda a entender los personajes, los conflictos, la naturaleza de las situaciones e incluso el glorioso final del Nuevo Testamento.

Como sabemos, la salvación y el plan redentor se desenvuelven en el Nuevo Testamento, pero para que nosotros podamos entender esto a plenitud, debemos conocer las leyes, el sistema sacrificial, los pactos y las promesas que le preceden en el Antiguo Testamento. Conocer el contexto antiguotestamentario nos da una visión tridimensional de la corrupción del pecado en la humanidad y de la gracia que la venció. Profundidad.

De no ser por el relato de la Creación y de la Caída en Génesis, no sabríamos si el Dios que ha prometido salvación para los suyos es el mismo que creó todo, y contra quien hemos pecado vilmente. Si Él tiene el poder para crear todo, ¿por qué habríamos de dudar de Él como nuestro Protector, Padre y Rey?

El liderazgo de Moisés a través del Pentateuco, guiando, representando y gobernando a Israel como el representante de Dios, nos muestra un ejemplo humano de liderazgo, santidad y sacerdocio cuyo propósito mayor es el de simbolizar y anunciar a uno más grande: Cristo. La eminente vida de Moisés cumple su propósito sentando un precedente que no sería superado hasta la llegada del Mesías.

En Deuteronomio 34 vemos la muerte y sepultura de Moisés. Allí, el versículo 10 dice:

“Desde entonces no ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés, a quien el Señor conocía cara a cara, nadie como él por todas las señales y prodigios que el Señor le mandó hacer en la tierra de Egipto, contra Faraón, contra todos sus siervos y contra toda su tierra, y por la mano poderosa y por todos los hechos grandiosos y terribles que Moisés realizó ante los ojos de todo Israel.”

Esta era la esperanza de Israel, “¡uno mucho más grande que Moisés vendría!” La espera, la historia y el precedente engrandecen a la persona de Cristo, su nacimiento y su muerte.

La promesa de Dios a Abram (antes de ser llamado Abraham) en Génesis 12:3, representa una de las primeras instancias del evangelio y de la redención de los pueblos — aún desde el Génesis.

Dios le dijo al patriarca: “Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra.” Esto habla no solo de plan redentor para Israel, la nación escogida de Dios, sino también de la salvación de todas las otras naciones que serían benditas a través del sacerdocio de Israel. Israel no fue escogida en vez de todas las otras naciones, sino para el beneficio de todas las otras naciones.

La maldición del Señor para la serpiente en Génesis 3:15 también nos da una primicia de la victoria escatológica (del fin de los tiempos) que el Señor tendrá sobre Satanás y este mundo.

Un libro como Levítico es lo que nos permite tener un entendimiento correcto de Cristo como Sumo Sacerdote que intercede por nosotros. Sin el contexto que nos da Levítico, no entenderíamos la profundidad, trascendencia y significado de la persona de Cristo en el libro de Hebreos.

El libro de Deuteronomio es comúnmente visto como el corazón teológico del Antiguo Testamento. Es la compilación de una serie de discursos de un viejo Moisés a Israel con el motivo primordial de exhortar y motivar la obediencia del pueblo en el tiempo previo a su entrada a la esperada Tierra Prometida.

En Deuteronomio, Moisés repasa y recuerda los mandatos y proezas del Señor, al mismo tiempo, exhortando y estimulando a Israel a amar y a obedecer a Yahweh. Especialmente, Deuteronomio 6:4-5, también conocido como el Shema, informa una gran parte de la teología del Nuevo Testamento (Mar. 12:29-30; Mat. 22:37; Luc. 10:27; 1 Tim. 2:5; 1 Cor. 8:6).

Escucha, Oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es.
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma y con toda tu fuerza.

Una sección de libros como la de los profetas menores nos muestran la plenitud del carácter del Señor, Su justicia enfurecida y Su compasión misericordiosa. Aunque son muy rechazados, estos son especialmente trascendentes para la iglesia de hoy. Dios es Señor sobre todas las naciones; Él las juzgará en su tiempo, y Él tendrá misericordia de quien quiera. ¿Escuchará la iglesia el llamado a proclamar y predicar el nombre del Señor?

Los libros de sabiduría (Job, Proverbios, Salmos, Eclesiastés y Cantar de los Cantares) nos muestran cómo debemos de vivir el día a día. Quién es el sabio, quien es el necio. Estos libros no hablan mucho de los sacrificios y del antiguo pacto, sino de la simpleza de cumplir y ser fiel al Señor. El sabio es quien obedece al Señor, no quien conoce la ley, sino quien la cumple. Los libros de sabiduría influencian grandemente muchas secciones del Nuevo Testamento, siendo Santiago, una de las más evidentes.

El beneficio del Antiguo Testamento recae en que ahora entendemos el significado de la justicia de Cristo, Jesús como nuestro esperado Mesías, Jesús como Sumo Sacerdote, y Jesús como el Hijo de Dios. Ahora sabemos por qué existe la ley, y que por nosotros mismo somos incapaces de cumplirla. A través de ella vemos nuestro pecado — colectivamente e individualmente; también vemos que el pecado nos ha dejado en deuda, y por eso estamos condenados a la consecuencia: la muerte.

El Antiguo Testamento es la precuela a nuestra gloriosa realidad como hijos del Señor.

Si el Antiguo Testamento hubiese quedado obsoleto y anticuado con el Nuevo Testamento, no tuviéramos tantas referencias de Pablo, Pedro, Mateo y Lucas citando el antiguo Testamento. Cada vez que uno de ellos se refiere a “La Escritura”, se refiere al Antiguo Testamento. Esa era la Biblia para ellos.

El Nuevo Testamento no es individual, sino dependiente del Antiguo y ambos hacen completo sentido por su interrelación. Dios inspiró y preservó su Palabra, toda su Palabra, Antiguo y Nuevo Testamentos para que nos beneficiáramos de ambos.

El Antiguo Testamento representaba la esperanza de Israel de que vendría un Mesías. El Antiguo Testamento también sigue siendo esperanza para nosotros, pero en otro sentido: Ya la esperanza llegó, y ya conocemos lo que era oculto. Cristo es la terminación de lo prometido, el Espíritu es el que nos apodera a vivir acorde a la Palabra, y Dios el Padre es nuestro Señor quien controla el cosmos y cada aspecto de nuestras vidas.

Un pueblo rebelde e incrédulo; un Dios recto, perfecto, lleno de gracia, justo y misericordioso; y la promesa de un Mesías que un día vendría a ser el mediador entre los dos.

Gabriel Reyes-Ordeix
Casado con Ivana desde el 2013. Actualmente completa su Maestría en Divinidades en el Southern Baptist Theological Seminary en Louisville, KY. donde sirve como presidente de la Asociación de Estudiantes Hispanos. Gabriel ha participado en múltiples grabaciones musicales junto a Sovereign Grace, La IBI y Mauricio Velarde.

Los pies lavados (2)

Viernes 3 Junio
(Jesús dijo:) No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.
Juan 17:15-17
Los pies lavados (2)
En un gesto de humildad, el Señor lavó los pies de sus discípulos y les explicó que esto era necesario para que permanecieran en comunión con él.

Los pies evocan nuestro caminar, nuestro comportamiento diario. Incluso sin cometer un pecado particular, bajo la influencia del mundo, debido a lo que vemos y escuchamos, nuestra comunión con el Señor se altera. Para restablecerla debemos ser lavados de la impureza moral que la interrumpió. “Nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” (1 Juan 1:3), pero ella no es posible si permanecemos en contacto con el mal, y sin ella no podremos servir al Señor de forma útil.

Al principio Pedro no quería que el Señor le lavase los pies, pero cuando comprendió la importancia de ello, exclamó: “Señor, no solo mis pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús entonces le dijo: “El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies” (Juan 13:9-10). No se trata de ser lavado físicamente, sino en sentido espiritual. El creyente fue lavado totalmente cuando recibió a Cristo como su Señor, y esto no se repite (1 Corintios 6:11). Pero sí necesita ser “purificado” de tanta suciedad en su vida cotidiana.

El Señor continúa ocupándose de los creyentes en este sentido. La lectura de la Biblia, la Palabra de Dios simbolizada por el agua, nos purifica “de toda contaminación de carne y de espíritu” (2 Corintios 7:1). Su mensaje también hace que mi conciencia sea más sensible para evitar la suciedad.

(mañana continuará)
Levítico 14:1-32 – Romanos 10 – Salmo 67 – Proverbios 16:21-22

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