S E Ñ O R D E L A M I S E R I C O R D I A ¡Oh señor! Perdona todos mis pecados del día, de la semana, del año, todos los pecados de mi vida, los pecados de mi juventud, de la madurez y de la vejez, De omisiones y comisiones, del mal humor impertinencia e ira, de vida y de vivir, de dureza de corazón, de incredulidad, de presunción, de soberbia, de deslealtad a las almas de los hombres, de la falta de decisiones valientes en la causa de Cristo, de celo sincero para su gloria, de deshonrar Tu gran nombre, de decepción, de injusticia, de deslealtad en mis relaciones, de impureza de pensamientos palabras y actos, de avaricia que es idolatría, de recursos acumulados indebidamente, desperdiciados frívolamente, no consagrados a Tu gloria, Tú que eres el gran dador; Pecados en secreto y en el seno de la familia, En el estudio y el ocio, en medio del bullicio de los hombres, en la meditación de Tu Palabra y en la negligencia de ella, En la oración sin reverencia y frívolamente retenida, En el tiempo desperdiciado, en ceder a las artimañas de Satanás, en abrir mi corazón a sus tentaciones, En ser descuidado cuando sé que él está cerca, En apagar el Espíritu Santo; pecados contra la luz y el conocimiento, Contra la conciencia y de las restricciones de Tu Espíritu, Contra la ley del amor eterno. Perdona todos mis pecados, conocidos e ignorados, sensibles e insensibles, Confesados e inconfesos, recordados u olvidados. ¡Oh Buen Señor, escucha; y al escuchar, perdona!
Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El liderazgo
Hemos entrado en una nueva era de la historia moderna. Esta era está marcada por un enorme vacío de liderazgo, pero también por una aversión hacia la noción misma de liderazgo. Es más, existe una tendencia que va en aumento, de celebrar a los líderes autoproclamados y que han demostrado falta de integridad, y que han ignorado y faltado el respeto a los líderes fieles y veteranos cuya integridad se ha demostrado a lo largo de décadas. Se desprecia a los líderes de valor y convicción y se idolatra a los líderes que ceden y hacen concesiones. Ahora vivimos en un mundo que aplaude a los Chamberlain y se burla de los Churchill. Si esto fuera cierto solo en el mundo, quizás sería soportable, pero tristemente también es cierto en la iglesia y en el hogar.
Algunos cristianos han llegado a insinuar que el liderazgo no es una categoría bíblica, sugiriendo que el servicio debería desplazar la noción de liderazgo. Sin embargo, tal proposición no solo crea un falso dilema, sino que socava la Escritura, que nos enseña que el papel de líder es designado por Dios. Los líderes deben dirigir con diligencia, y los que están bajo los líderes deben obedecerles y someterse a ellos e imitarles (Rom 12:8; 1 Co 12:28; Heb 13:7-24). Aunque todos hemos visto un mal liderazgo y a veces hemos experimentado el abuso de poder de un líder, debemos reconocer que Dios ha designado líderes en el mundo, el gobierno, el lugar de trabajo, la escuela, la iglesia y el hogar. Como cristianos, no podemos permitirnos caer en la trampa del cinismo que cuestiona toda autoridad y nos deja revolcándonos en el fango de nuestra autoproclamada autoridad. Todos estamos bajo autoridad y todos tenemos líderes a los que debemos rendir cuentas. Del mismo modo, todos los líderes están bajo la autoridad de Dios y en última instancia son responsables ante Él.
El liderazgo y el servicio no se excluyen el uno al otro. Los líderes son, ante todo, siervos de Dios que sirven liderando. La cualidad más esencial del liderazgo es la humildad, y la auténtica humildad se manifiesta con valor, compasión y convicción. Un líder fiel es un líder humilde que dirige con amor, no inspirando temor. Un líder fiel no se preocupa por caer bien a todo el mundo. Un líder fiel sabe delegar, confía en quienes ha delegado y no le preocupa quién se lleve el mérito. Un líder fiel conoce sus defectos y pecados y lleva una vida de arrepentimiento y perdón. En definitiva, un líder fiel es un seguidor fiel de Jesucristo, quien nos ha guiado sirviéndonos con humildad, sacrificio y alegría.
Publicado originalmente en Tabletalk Magazine. Burk Parsons El Dr. Burk Parsons es pastor principal de Saint Andrew’s Chapel [Capilla de San Andrés] en Sanford, Florida, director de publicaciones de Ligonier Ministries, editor de Tabletalk magazine, y maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier Ministries. Él es un ministro ordenado en la Iglesia Presbiteriana en América y director de Church Planting Fellowship. Es autor de Why Do We Have Creeds?, editor de Assured by God y John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine, and Doxology, y co-traductor y co-editor de ¿Cómo debe vivir el cristiano? de Juan Calvino.
Jueves 16 Junio El Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado. Isaías 50:4 Lengua de sabios Sin duda no calificaríamos de “sabio” a alguien que sabe animar, sostener y consolar a los demás. Más bien reservaríamos esta expresión para los hombres muy capacitados de este mundo y para los que tienen el don de enseñar la doctrina o la profecía bíblicas. Sin embargo, en el versículo del día, el Espíritu Santo quiere mostrarnos que hay que tener una delicadeza especial, una sabiduría particular, para levantar “las manos caídas y las rodillas paralizadas” (Hebreos 12:12).
El ejemplo de los tres hombres que visitaron a Job para animarlo es instructivo: llegaron con sus ideas preconcebidas y comentarios bien pensados, pero no lograron tranquilizarlo. Sin embargo, eran sus amigos (Job 2:11), pero Job terminó diciéndoles: “Consoladores molestos sois todos vosotros” (Job 16:2).
Aprenderemos a tener lengua de sabios, no en los libros, sino siguiendo el ejemplo que el Señor Jesús nos dejó en los evangelios. ¡Con qué amor, tacto y ternura animó a sus discípulos debilitados y temerosos! Oremos para que el Señor nos dé esas mismas actitudes del corazón.
Dios desea que sus hijos se ayuden unos a otros. Él es el Padre de misericordias y el Dios de toda consolación, “el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Corintios 1:4).
“En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia” (Proverbios 17:17).