Este amigo moribundo | Charles Spurgeon

25 de marzo
«El Hijo del Hombre»
Juan 3:13

¡Cuán constantemente utiliza nuestro Maestro el título de «Hijo del Hombre»! Si él hubiese querido, podría haber hablado siempre de sí mismo como el Hijo de Dios, el Padre Eterno, el Admirable, el Consejero, el Príncipe de Paz. ¡Pero, he aquí la humildad de Jesús! Él prefiere llamarse Hijo del Hombre. Aprendamos de nuestro Salvador una lección de humildad. No ambicionemos nunca grandes títulos ni rangos presuntuosos.

Hay aquí, sin embargo, un pensamiento más hermoso aún: Tanto ama Jesús la naturaleza humana, que se complace en honrarla; y ya que es un alto honor y, en realidad, la mayor dignidad del ser humano que Jesús sea el Hijo del Hombre, el Señor suele poner de manifiesto este nombre para prender (por así decirlo) regias estrellas en el pecho del género humano, y mostrar el amor de Dios a la simiente de Abraham. ¡Hijo del Hombre! Siempre que él utiliza esta expresión, coloca una aureola en torno a la cabeza de los hijos de Adán.

Sin embargo, quizá haya aún un pensamiento más precioso: Jesucristo se llama a sí mismo el Hijo del Hombre para expresar su unidad y compenetración con su pueblo. Él nos recuerda de esta manera que es alguien a quien podemos acercarnos sin temor. Como hombre que es, nos es posible llevarle todos nuestros pesares y aflicciones, pues él los conoce por experiencia. Puesto que él mismo ha sufrido como «Hijo del Hombre», es poderoso para socorrernos y confortarnos.

¡Salve, bendito Jesús! Para nosotros es una preciosa demostración de tu gracia, de tu humildad y de tu amor el que tú siempre emplees ese dulce nombre que manifiesta que eres un hermano y un pariente cercano.

Un amigo hay más que hermano:
Cristo el Señor;
quien llevó en el cuerpo humano
nuestro dolor.
Este amigo moribundo,
padeciendo por el mundo,
demostró su amor profundo:
¡Dadle loor!

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, p. 93). Editorial Peregrino.

Juventud sin razones para vivir

Sábado 25 Marzo

Así será a tu alma el conocimiento de la sabiduría; si la hallares tendrás recompensa.

Proverbios 24:14

El principio de la sabiduría es el temor del Señor.

Salmo 111:10

Juventud sin razones para vivir

Hace aproximadamente cincuenta años los jóvenes se manifestaron en las calles de París con estas palabras inscritas en sus chaquetas: «No future» (sin futuro). Sus rostros, sus actitudes y sus lemas decían mucho sobre la profundidad de su desilusión. ¡Y el malestar es todavía mayor hoy!

Pero si esta desesperanza no provoca más desfiles en las calles, a veces sí lleva al suicidio a los más frágiles o más afectados; el suicidio es la principal causa de mortalidad en Francia entre los jóvenes de 20 a 35 años. ¡Semejante situación revela el fracaso de todas las esperanzas de las generaciones anteriores! Con toda evidencia la prosperidad material, los progresos tecnológicos y los descubrimientos científicos no brindaron la felicidad, como tampoco las diferentes ideologías. Los deseos legítimos de realización personal, de paz, de liberación, no fueron satisfechos. Si las generaciones que nos siguen no tienen razones para vivir, ¿no será porque las precedentes no supieron vivir y dar a conocer el proyecto de Dios para el hombre? Los creyentes también han fallado en esto y no siempre han sabido transmitir el secreto de la verdadera vida.

Si bien es cierto que Dios nunca tuvo como objetivo arreglar el sistema del mundo estropeado por el pecado, debemos saber que el acceso al reino de Dios sigue abierto: Jesús vino y predicó “el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:14-15).

Ezequiel 20:1-22 – Hechos 26:1-18 – Salmo 36:7-12 – Proverbios 12:7-8

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