ELIAS DEBAJO DE UN ENEBRO

ELIAS DEBAJO DE UN ENEBRO
1 Reyes 19:1–18

Este gran profeta ganó una señalada victoria sobre el mal.
La figura siniestra de Jezabel hace que Elías se esconda. (4)
Enebro, aquí simboliza ataque de abatimiento, aplastamiento.
Nosotros cultivamos este árbol y a veces nos refugiamos allí.
Sentimos compasión de nosotros mismos, dignos de conmiseraciones.
Nos hallamos tan sumergidos que creemos que lo mejor es el fin.
El gran Elías tan fuerte en el Carmelo, un cobarde bajo el Enebro.

I. LOS HOMBRES MAS FUERTES TAMBIEN SE ABATEN
Nadie puede escapar de los asaltos de Satanás. (1 Cor. 10:12).
Ante dificultades en vez de mirar a Dios, corremos al Enebro.
Los abatimientos suelen venir después de grandes avivamientos.
Una lucha tenaz e intensa hace presión a nuestro ser.
Entonces el péndulo de nuestra vida se va al otro extremo.
El remedio de Dios no fue un discurso de su flaqueza.
Le deja que descanse, se alimente y vuelva a descansar. (5-6).
Mientras permanezcamos debajo del Enebro nos privamos de Dios.

II. NO CONVIENE TOMAR DECISIONES BAJO EL ENEBRO
No es allí nuestro lugar, no es la posición normal del creyente.
Todo lo juzgaríamos bajo el prisma de nuestra condición.
La indiferencia y la falta de espiritualidad se originan bajo el Enebro.
Tampoco conviene hablar a otros de nuestro estado. Es perjudicial.
Debemos ocultar nuestro pesar al hombre y decírselo a Dios.
Sólo nos restaurará una nueva visión de Dios. ¿Qué haces aquí? (9).
No es tu lugar, tu causa no está perdida. ¿Qué haré de ti aqui?
Me juzgaste mal a mí, a mi obra y a ti mismo; miremos a Dios.

III. LA SOLUCION ESTA EN UNA NUEVA VISION DE DIOS
“Vé, vuélvete por tu camino” (15). Tu obra no ha terminado aún.
Continúa la escuela de profetas, unge a Eliseo y espera tu hora.
Humillado y avergonzado salió de la cueva, retirando su renuncia.
En Jn. 1:48, hallamos a Natanael debajo de una higuera. ¡Qué diferencia!
Si Enebro es desesperación la higuera es meditación, confesión.
Desarraiguemos el Enebro y plantemos en su lugar una higuera.

Campderros, D. (2003). Bosquejos Bíblicos: Tomo I (p. 45). Casa Bautista de Publicaciones.

Tomando tu cruz | Charles Spurgeon

23 de febrero
«Tomando tu cruz».
Marcos 10:21
Tú no conoces la forma de tu propia cruz, aunque la incredulidad es un carpintero maestro en la fabricación de cruces. Tampoco se te permite elegir tu propia cruz, aunque a la voluntad propia de buena gana le gustaría ser señora y dueña. Tu cruz está preparada por el amor divino, el cual te la asigna, y tú tienes que aceptarla con gozo. Has de tomar tu cruz como distintivo escogido y como tu carga, y no estar cavilando acerca de ella. Esta noche Jesús te ordena someter tus hombros a su fácil yugo. No des coces irritado contra la cruz, ni la pisotees con vanagloria, ni caigas sobre ella en desesperación, ni huyas de ella con temor, sino tómala como verdadero seguidor de Jesús. Jesús llevó la cruz. Él trazó el camino en la senda del dolor. Sin duda no podrías desear un guía mejor. Y si Jesús lleva una cruz, ¿qué carga más noble que esa podrías desear? El Via Crucis es el camino de la seguridad; no temas andar por sus espinosos senderos.

Querido amigo, la cruz no está hecha de plumas ni forrada con terciopelo, sino que es pesada y áspera para los hombres desobedientes. Sin embargo, no es una cruz de hierro, aunque tus temores te la hayan presentado así; por el contrario, se trata de una cruz de madera, y cualquier hombre la puede llevar. El Varón de Dolores la llevó. Toma tu cruz y, por el poder del Espíritu de Dios, pronto la amarás de tal forma que, como Moisés, no cambiarías el vituperio de Cristo por los tesoros de Egipto. Recuerda que Jesús llevó la cruz, y esta te resultará liviana; recuerda asimismo que a la cruz pronto seguirá la corona, y el pensamiento del cercano peso de gloria aliviará grandemente el presente peso de la tribulación.

Que el Señor te ayude esta noche, antes de dormir, a humillar tu espíritu en sumisión a su divina voluntad; para que mañana, al despertar, puedas llevar la cruz de ese día con espíritu sumiso y santo, siendo así un seguidor del Crucificado

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, p. 62). Editorial Peregrino.

Sembrar y cosechar

Jueves 23 Febrero

El sembrador es el que siembra la palabra.

Marcos 4:14

La semilla es la palabra de Dios.

Lucas 8:11

Yo planté… pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento… Porque nosotros somos colaboradores de Dios.

1 Corintios 3:6-9

Sembrar y cosechar

Un cristiano nos cuenta: «Durante años tuve en mi oficina un póster dibujado por un amigo. En él se veía a un agricultor sembrando, y el siguiente comentario:»No podemos esperar cosechar si no sembramos«.

Esta constatación, muy evidente para un jardinero, se impuso a mí. El Señor la empleó para animarme a colaborar anunciando el Evangelio».

Amigos cristianos, cuando Dios dice que somos sus colaboradores, nos hace un honor, pero también nos confía una responsabilidad. No solo espera que oremos pidiéndole que forme evangelistas, sino que dice a cada uno de nosotros: “Haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Timoteo 4:5). Él nos da la semilla. Es su Palabra, es Jesucristo. Sembrar es hablar de él a nuestro alrededor, es compartir el secreto de nuestra paz y de nuestra felicidad. No podemos hacer más, solo Dios puede hacer que la semilla germine. Confiemos en él, quien “quiere que todos los hombres sean salvos” (1 Timoteo 2:4).

Entonces, en este mundo que es un vasto campo, sembremos lo más abundantemente posible. Pronto en el cielo veremos con admiración el tamaño de la cosecha.

“Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano; porque no sabes cuál es lo mejor, si esto o aquello, o si lo uno y lo otro es igualmente bueno” (Eclesiastés 11:6).

2 Samuel 16 – Hechos 7:1-29 – Salmo 25:16-22 – Proverbios 10:13-14

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
ediciones-biblicas.ch – labuena@semilla.ch

La gravedad del pecado | Martyn Lloyd Jones

Martyn Lloyd Jones (1899 – 1981). Nació el 20 de diciembre de 1899 en Cardiff (Gales, Reino Unido). La mayor parte de su vida la pasó en Inglaterra. En Londres estudió la carrera de medicina, consiguiendo un brillante doctorado (1921).

Jugó un papel importante en la creación de la Fraternidad Internacional de Estudiantes Evangélicos (IFES). Contribuyó también en la creación de la Biblioteca Evangélica de Londres, donde se reúne la mejor colección de literatura puritana del mundo; el Seminario Teológico de Londres, y el Estandarte de la Verdad, editorial dedicada por completo a rescatar la literatura puritana y reformada.

Aunque nunca tuvo una formación teológica de academia o seminario, ha sido uno de los grandes pensadores y teólogos del siglo XX. Fue un gran lector de literatura reformada, puritana y moderna, con especial interés por la historia y la biografía. Agudo y penetrante como un bisturí contribuyó al renacimiento del calvinismo evangélico en todo el mundo. “No sólo conocía a los puritanos mejor que nadie, así como los clásicos del avivamiento del siglo XVIII, sino que además estaba muy documentado en la historia secular, la poesía, la política y la filosofía”
(C. Catherwood).

Enseñó a los estudiantes cristianos a pensar y hacer uso riguroso de la mente. Les enseño a valorar y amar la doctrina, haciéndola materia poderosa y viva. Profundizó en las interioridades del alma como un maestro de la espiritualidad, su obra sobre la depresión espiritual ha pasado a la lista de los clásicos.

En 1968 dejó su ministerio de predicación, debido a una grave enfermedad. Desde entonces comenzó un ministerio literario consistente en la edición de sus sermones expositivos. Siempre buscó restaurar la verdadera naturaleza de la predicación cristiana, consistente en exposición de la Escritura, y dependiente de la iluminación del Espíritu. Defensor del calvinismo ortodoxo respecto a la salvación o doctrinas de la gracia, fue a la vez un gran evangelista y entusiasta de los avivamientos, que por todos los medios trató de esclarecer y promocionar.

AUDIO LIBRO REALIZADO POR LA EMISORA CRISTIANA RADIO LUZ A LAS NACIONES http://www.fmradioluz.com

Este librito contiene un capítulo de la obra El Sermón del Monte, del mismo autor. En él se toman en consideración las distintas ideas populares en cuanto al pecado y la moralidad al tiempo que se prueba de forma clara y directa cuál es el concepto bíblico de estas cuestiones.

Tomando como base de su estudio Mateo 5:27-30, el autor demuestra que el pecado no consiste meramente en una serie de actos externos ni tiene nada que ver con procesos evolutivos de la raza humana. Nos advierte del peligro de confundir los pecados con el pecado (los efectos con la causa) y nos hace ver que una mera moralidad externa no es la respuesta.

En definitiva, un mensaje vital para todo aquel que tome en serio su estado espiritual.

LA PRIMERA APARICIÓN DEL CANON

LA PRIMERA APARICIÓN DEL CANON

La doctrina de inspiración bíblica se encuentra totalmente desarrollada sólo en las páginas del Nuevo Testamento. Pero muy atrás en la historia de Israel ya encontramos ciertos escritos que son reconocidos como que tienen autoridad divina, y que le sirven como una regla de fe y práctica al pueblo de Dios. Esto se ve en la respuesta del pueblo cuando Moisés les lee el libro del pacto (Éxodo 24:7), o cuando se lee el Libro de la Ley que encuentra Jilquías, primero al rey y luego a la congregación (2 Reyes 22–23; 2 Crónicas 34), o cuando Esdras le lee el Libro de la Ley al pueblo (Nehemías 8:9, 14–17; 10:28–39; 13:1–3). Los escritos en cuestión son parte de todo el Pentateuco—en el primer caso, una parte bastante pequeña de Éxodo, probablemente los capítulos 20–23. El Pentateuco es tratado con la misma reverencia en Josué 1:7 y siguientes; 8:31; 23:6–8; 1 Reyes 2:3; 2 Reyes 14:6; 17:37; Oseas 8:12; Daniel 9:11, 13; Esdras 3:2, 4; 1 Crónicas 16:40; 2 Crónicas 17:9; 23:18; 30:5, 18; 31:3; 35:26.

El Pentateuco se presenta a sí mismo como básicamente la obra de Moisés, uno de los primeros y ciertamente el más grande de los profetas del Antiguo Testamento (Números 12:6–8; Deuteronomio 34:10–12). A menudo Dios habló a través de Moisés en forma oral, como lo hizo a través de los profetas posteriores, pero con frecuencia también se menciona la actividad de escritor de Moisés (Éxodo 17:14; 24:4, 7; 34:27; Números 33:2; Deuteronomio 28:58, 61; 29:20–27; 30:10; 31:9–13, 19, 22, 24–26). Había otros profetas en el tiempo de Moisés, y se esperaba que más siguieran (Éxodo 15:20; Números 12:6; Deuteronomio 18:15–22; 34:10), como lo hicieron (Jueces 4:4; 6:8), aunque el gran flujo de actividad profética comenzó con Samuel. La obra literaria de estos profetas comenzó, por lo que sabemos, con Samuel (1 Samuel 10:25; 1 Crónicas 29:29), y la clase de escritura en la cual se involucraron extensamente al principio era histórica, la cual más tarde llegó a ser la base para los libros de Crónicas (1 Crónicas 29:29; 2 Crónicas 9:29; 12:15; 13:22; 20:34; 26:22; 32:32; 33:18 y siguientes) y probablemente también de Samuel y Reyes, los cuales tienen mucho material en común con Crónicas. No sabemos si también Josué y Jueces fueron basados en historias proféticas de esta clase, pero es muy posible que haya sido así. Que en ocasiones los profetas escribieron oráculos queda claro de Isaías 30:8; Jeremías 25:13; 29:1; 30:2; 36:1–32; 51:60–64; Ezequiel 43:11; Habacuc 2:2; Daniel 7:1; 2 Crónicas 21:12.

La razón por la cual Moisés y los profetas escribieron el mensaje de Dios y no se contentaron con entregarlo en forma oral, fue que a veces lo enviaban a otro lugar (Jeremías 29:1; 36:1–8; 51:60 y siguientes; 2 Crónicas 21:12), pero también muy a menudo lo hicieron para preservarlo para memoria en el futuro (Éxodo 17:14), o como testigo (Deuteronomio 31:24–26), para que estuviera disponible para los tiempos venideros (Isaías 30:8). Los escritores del Antiguo Testamento conocían muy bien la poca confianza que se le puede tener a la tradición oral. Una lección objetiva aquí fue la pérdida del Libro de la Ley durante los reinados perversos de Manasés y Amón. Cuando Jilquías lo redescubrió, sus enseñanzas los sorprendieron grandemente, puesto que habían sido olvidadas (2 Reyes 22–23; 2 Crónicas 34). Por lo tanto, la forma permanente y duradera del mensaje de Dios no fue en su forma hablada sino en su forma escrita, y esto explica el surgimiento del canon del Antiguo Testamento.

No podemos estar seguros del tiempo que tomó para que el Pentateuco llegara a su forma final. Sin embargo vemos, en el caso del libro del pacto a que se hace referencia en Éxodo 24, que era posible que un documento corto como Éxodo 20–23 llegara a ser canónico antes de alcanzar el tamaño del libro del que ahora forma parte. El libro del Génesis también comprende documentos anteriores (Génesis 5:1), Números incluye un artículo de una antigua colección de poesías (Números 21:14 y siguientes) y el libro de Deuteronomio se consideraba canónico aun durante la vida de Moisés (Deuteronomio 31:24–26), porque este escrito fue colocado al lado del arca. Sin embargo, el final de Deuteronomio fue escrito después de la muerte de Moisés.

Mientras que hubo una sucesión de profetas, por supuesto que fue posible que los escritos sagrados anteriores fueran agregados o editados en la manera en que se indicó antes, sin cometer el sacrilegio acerca del cual se dan advertencias en Deuteronomio 4:2; 12:32; Proverbios 30:6. Lo mismo se aplica a otras partes del Antiguo Testamento. El libro de Josué incluye el pacto en su último capítulo, 24:1–25, originalmente escrito por el mismo Josué (24:26). Samuel incorpora el documento que dice cómo debía ser el reino (1 Samuel 8:11–18), originalmente escrito por Samuel (1 Samuel 10:25). Ambos documentos fueron canónicos desde el principio, el primero habiendo sido escrito en el mismo Libro de la Ley en el santuario de Siquem, y el último habiendo sido colocado delante del Señor en Mizpa. Hay señales del aumento de los libros de Salmos y Proverbios en el Salmo 72:20 y en Proverbios 25:1. Artículos de una antigua colección de poesías se incluyen en Josué (10:12 y siguientes), Samuel (2 Samuel 1:17–27) y Reyes (1 Reyes 8:53, LXX). El libro de Reyes nombra como sus fuentes el Libro de los hechos de Salomón, el Libro de las crónicas de los reyes de Israel y el Libro de las crónicas de los reyes de Judá (1 Reyes 11:41; 14:29 y siguientes; 2 Reyes 1:18; 8:23). Las dos últimas obras, combinadas, son probablemente lo mismo que el Libro de los reyes de Israel y Judá, nombrado a menudo como una fuente en los libros canónicos de Crónicas (2 Crónicas 16:11; 25:26; 27:7; 28:26; 35:27; 36:8 y, en forma abreviada, 1 Crónicas 9:1; 2 Crónicas 24:27). Este libro principal parece haber incorporado muchas de las historias proféticas que también se mencionan como recursos en Crónicas (2 Crónicas 20:34; 32:32).

No todos los escritores de los libros del Antiguo Testamento eran profetas, en el estricto sentido de la palabra; algunos de ellos eran reyes y sabios. Pero su experiencia de inspiración fue lo que llevó a que sus escritos también encontraran un lugar en el canon. Se habla de la inspiración de los salmistas en 2 Samuel 23:1–3; 1 Crónicas 25:1, y de los sabios en Eclesiastés 12:11 y siguientes. También note la revelación que hizo Dios en Job (38:1; 40:6) y sus inferencias en Proverbios 8:1–9:6 que el libro de Proverbios es la obra de la sabiduría divina.

Comfort, P. W., & Serrano, R. A. (2008). El Origen de la Biblia (pp. 54-57). Tyndale House Publishers, Inc.