La gravedad mortal de las palabras imprudentes | Tim Challies

La gravedad mortal de las palabras imprudentes
Por Tim Challies

Un técnico de una compañía aérea se olvidó de comprobar los registros de los vuelos anteriores y, por tanto, no tomó medidas ante un fallo de control que se había repetido varias veces en los últimos días. Su descuido fue uno de los motivos por los que el avión se estrelló en un vuelo posterior.

Un ingeniero no puso los frenos en los vagones cisterna estacionados, que pronto empezaron a moverse por sí solos hasta que, fuera de control, se salieron de las vías y explotaron. Su imprudencia provocó gran cantidad de muertes y destrucción.

Un conductor de camión se distrajo por un problema con su remolque, no se dio cuenta de una señal de alto y atravesó una intersección a gran velocidad, poniéndose inmediatamente en la trayectoria de un autobús que circulaba a gran velocidad. Su imprudencia se cobró la vida de muchos pasajeros y le valió una larga condena en prisión.

Cada una de estas personas tuvo que rendir cuentas por su imprudencia, por su negligencia y por toda la devastación provocada. Y con razón, porque la imprudencia no es un asunto menor. La imprudencia es una cuestión moral que puede tener graves consecuencias.

Jesús tenía en mente la imprudencia el día en que las autoridades religiosas se enfrentaron a Él por no cumplir su interpretación de la ley religiosa. Señaló que las palabras de ellos eran malas porque sus corazones eran malos. «¿Cómo podéis hablar bien, si sois malos?», preguntó. «Porque de la abundancia del corazón habla la boca». Y en ese contexto ofreció la más solemne de las advertencias. «Os digo que en el día del juicio la gente responderá por toda palabra imprudente que diga».

Las palabras tienen un poder inmenso: poder para hacer tanto bien y poder para hacer tanto mal. Las palabras pueden fortalecer a los débiles o quebrantarlos, consolar a los tristes o afligirlos, aliviar a los agobiados o abrumarlos aún más. Las palabras pueden tener sabor a vida o sabor a muerte, olor a cielo u olor a infierno. Pueden hacer la obra de Dios o del diablo, servir a la causa de Cristo o de Sus enemigos. Las palabras son tan maravillosas como terribles, tan bellas como horribles, tan preciosas como espantosas.

No es de extrañar, entonces, que la Biblia se refiera a nuestras palabras tan a menudo y con tanta solemnidad. Porque nuestras palabras ponen ante nosotros una elección cada día y en cada momento. Cada vez que abrimos la boca, cada vez que deslizamos nuestras pantallas, cada vez que pulsamos nuestros teclados, nos atribuimos el poder de la vida y de la muerte.

Lo que tal vez necesitemos recordar es que tendremos que rendir cuentas por nuestras palabras, por todas nuestras palabras. Habrá un juicio no sólo por las palabras que usamos intencionadamente mal o que usamos deliberadamente para herir a otros, sino también por las palabras que usamos imprudentemente. Seremos responsables ante Dios no sólo por lo que fue totalmente malintencionado, sino también por lo que fue simplemente negligente, apático, irresponsable, imprudente o impetuoso.

Porque al igual que la falta de prudencia es una cuestión moral cuando se trata del transporte, también lo es cuando se trata de la comunicación. Así como la imprudencia puede expresarse en las acciones, también puede expresarse en el habla. Y así como es correcto y justo que se rindan cuentas por el desempeño descuidado de las tareas, también es correcto y justo que se rindan cuentas por la pronunciación imprudente de palabras. Porque las palabras pueden causar tanto daño como los hechos.

Este artículo se publicó originalmente en Challies.

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo Blog ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 6000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

Que son cosas antiguas | Charles Spurgeon

2 de febrero
Que son cosas antiguas
1 Crónicas 4:22

Sin embargo, no tan antiguas como aquellas cosas preciosas que son el deleite de nuestras almas. Volvamos por un momento a contarlas, enumerándolas una y otra vez como cuenta el avaro su dinero. La soberana elección del Padre, por la que él nos eligió para vida eterna antes que la tierra fuese, es un asunto de remota antigüedad, ya que ninguna fecha puede asignarle a este hecho la mente humana. Hemos sido elegidos desde antes de la fundación del mundo. El amor eterno acompañó a la elección, pues no hemos sido apartados por un simple acto de la voluntad divina, sino porque intervino el amor de Dios.

El Padre nos amó desde el principio. Aquí tenemos un tema para la meditación diaria. El propósito eterno de redimirnos de nuestra ruina, de limpiarnos, de santificarnos y, al final, de glorificarnos es asunto de infinita antigüedad y corre parejas con el amor inmutable y la absoluta soberanía. El pacto se describe siempre como eterno, y Jesús, la segunda parte de ese pacto, tiene «sus salidas […] desde el principio» (Mi. 5.2). Él fue nuestro Fiador mucho antes que los primeros astros empezaran a alumbrar, y fue en él en quien se ordenó a los elegidos para vida eterna. Así, en los propósitos divinos, quedó establecido entre el Hijo de Dios y su pueblo elegido un pacto de unión muy bendito, que permanecerá como el fundamento de su seguridad cuando el tiempo ya no sea más.

¿No es bueno estar ocupados en estas cosas antiguas? ¿No es vergonzoso que queden tan olvidadas y hasta desechadas por la mayoría de los creyentes? Si conocieran más de sus propios pecados, ¿no estarían aquellos más dispuestos a adorar esta eminente gracia? Admiremos y adoremos en esta noche a nuestro Dios mientras cantamos:

Soy salvo por su gracia,
su tierno amor me sacia;
su preciosa sangre me lavó,
y hasta hoy su brazo me guardó.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, p. 41). Editorial Peregrino.

La mirada de Dios

Jueves 2 Febrero

Cercano estás tú, oh Señor.
Salmo 119:151
Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti.
Salmo 63:1

La mirada de Dios

El primer versículo de hoy, exhibido en mi sala, suscitó un comentario de una amiga:

–¡Qué mensaje tan opresor! ¡También podrías dibujar un ojo que nos vigilara día y noche!

Sin embargo, para mí, como para muchos cristianos, ¡este versículo da una paz y una esperanza infinitas!

Hay varias maneras de colocarse bajo la mirada de Dios. Para el que cree en Dios y confía en su amor, es tranquilizante saber que el Señor está cerca de él. Sé que me escucha cuando oro, que vela sobre mí. Le cuento mis problemas, y su paz inunda mi corazón, pues sé que comparte mis penas y que todo lo que hará por mí será bueno.

Es cierto que para el que no conoce a Dios, esto puede parecer espantoso. Dios, quien es tan bueno y lleno de gracia para con sus hijos, es un Dios justo, y no puede pasar por alto nuestros pecados. “Todas las cosas están desnudas y abiertas” ante él. “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (Hebreos 4:13; 10:31).

Sin embargo, ese mismo Dios nos ama y dio a su Hijo unigénito para purificarnos de nuestros pecados: “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado… Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:7, 9). Si creemos en el valor de la sangre de Cristo, en su obra perfecta, ¡entonces encontraremos el descanso, la paz con Dios y el gozo de saber que él está tan cerca de nosotros! Dios se nos presenta con gran amor, como un Padre que nos ama. ¿Podríamos tener miedo a su mirada?

1 Samuel 26 – Mateo 21:1-22 – Salmo 18:37-42 – Proverbios 6:20-26

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