Tu buen Espíritu

16 de febrero
«Tu buen Espíritu»
Nehemías 9:20

Común, muy común es el pecado de olvidar al Espíritu Santo. Esto es insensatez e ingratitud. Él merece lo mejor de nosotros, pues es bueno, muy bueno. Como Dios, él es esencialmente bueno. El Espíritu Santo participa de la triple adscripción de «Santo, Santo, Santo», que asciende al trono del trino Señor. Pureza sin mezcla, verdad y gracia, eso es él.

Él es benévolamente bueno: soporta con compasión nuestra desobediencia y contiende con nuestra rebelde voluntad. Nos levanta de la muerte del pecado y, después, nos ejercita para el Cielo, como una amorosa nodriza cría a su hijo. ¡Cuán generoso, perdonador y tierno es el paciente Espíritu de Dios! Él es operativamente bueno: todas sus obras son buenas en el más alto grado. Él sugiere buenos pensamientos, inspira buenas acciones, revela excelentes verdades, aplica buenas promesas, nos ayuda a hacer buenas adquisiciones y nos conduce a buenos resultados. No hay en todo el mundo ningún bien del cual él no sea el Autor y el Sustentador: el Cielo mismo será deudor a la obra del Espíritu, por el carácter perfecto de sus habitantes.

Él es ministerialmente bueno: como Consolador, Instructor, Guía, Santificador, Vivificador e Intercesor, cumple bien su ministerio y todas sus obras están llenas del más elevado bien para la Iglesia de Dios. Los que se rinden a su influencia llegan a ser buenos; los que obedecen a sus impulsos hacen lo bueno; los que viven bajo su poder reciben el bien. Conduzcámonos, pues, ante una persona tan buena, según los dictados de la gratitud. Reverenciemos su persona y adorémosle como Dios sobre todas las cosas, bendito para siempre. Reconozcamos su poder y la necesidad que tenemos de él en todas nuestras santas empresas. Busquemos su ayuda en todo momento y no lo contristemos nunca. Hablemos en su honor siempre que tengamos la ocasión de hacerlo.

La Iglesia nunca prosperará hasta que crea en el Espíritu Santo de un modo más reverente: él es tan bueno y afectuoso que resulta triste que se vea contristado por el descuido y la negligencia.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, p. 55). Editorial Peregrino.

Perdona a tus enemigos y recrearás a Cristo

15 de febrero

«Te recrean». Salmo 45:8

¿Quién tiene el privilegio de recrear al Salvador?

Su Iglesia, su pueblo. Sin embargo, ¿es esto posible? Él nos ha recreado a nosotros, mas ¿cómo podemos nosotros recrearle a él? Por nuestro amor. ¡Ay!, nuestro amor es tan frío y tan débil… No obstante, a Cristo le resulta muy agradable. Oye el elogio que él hace de ese amor: «¡Cuán hermosos son tus amores, hermana mía, esposa mía! ¡Cuánto mejores que el vino tus amores!» (Cnt. 4:10). ¡Mira, amante corazón, cómo él se deleita en ti! Cuando reclinas la cabeza en su pecho no solo recibes gozo tú, sino que también se lo das a él; cuando contemplas con amor su glorioso rostro no solamente tú obtienes solaz, sino que le impartes deleite a él.

Nuestra alabanza también le proporciona gozo: no la alabanza de labios, sino la melodía de la profunda gratitud del corazón. Nuestros dones le son igualmente muy placenteros: él se goza también cuando nos ve poner nuestro tiempo, nuestros talentos y nuestros bienes sobre su altar, no por el valor de aquello que damos, sino por el móvil que lo origina. Para él la modesta ofrenda de sus santos es más aceptable que millares de piezas de oro y de plata.

La santidad iguala al incienso y a la mirra. Perdona a tus enemigos y recrearás a Cristo; da de tus bienes a los pobres y él se gozará; sé un medio para la salvación de las almas y le harás ver el fruto de sus trabajos; proclama el evangelio y serás para él olor fragante; ve a los ignorantes y levanta el estandarte de la cruz, y lo honrarás.

Aún puedes quebrar el alabastro de ungüento y derramar sobre su cabeza el precioso óleo de gozo, como lo hizo aquella mujer de la antigüedad, cuyo recuerdo se hace presente hasta el día de hoy dondequiera que el evangelio es predicado. ¿Te mostrarás entonces negligente? ¿No quieres perfumar a tu amado Señor con la mirra, el óleo y la casia de la alabanza de tu corazón? Sí, palacios de marfil, vosotros oiréis los cánticos de los santos.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, p. 54). Editorial Peregrino.

Lleve el nombre de Jesús con usted

Jueves 16 Febrero

Torre fuerte es el nombre del Señor; a él correrá el justo, y será levantado.

Proverbios 18:10

Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.

Romanos 10:13

Lleve el nombre de Jesús con usted

Así empieza un poema escrito por Lydia Baxter, una inglesa que estuvo enferma gran parte de su vida. Su enfermedad nunca apagó su gozo, al contrario; Lydia siempre fue una fuente de ánimo para las personas que la rodeaban. «Tengo una armadura muy especial, decía ella a sus amigos, tengo el nombre de Jesús. Cuando estoy tentada a hundirme en el desánimo, echo mano del nombre de Jesús, y la tristeza desaparece».

Llevar el nombre del Señor Jesús con ella significaba primero confiar en él para la salvación de su alma, era creer que Su muerte en la cruz había satisfecho la justa ira de Dios que ella merecía debido a sus pecados.

Luego significaba contar con él en la vida cotidiana, orar y pedir su misericordia. El ciego de Jericó (Marcos 10:46-52) y los diez leprosos (Lucas 17:12-19) no sabían el impacto que tendría sobre el corazón de Cristo el hecho de que ellos invocaran su nombre. “Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Juan 14:14).

Sí, Señor, enséñame a llevar tu nombre conmigo, a confiarte mi vida: pasada, presente y futura. ¡Tú eres mucho más grande que yo, me amas y tienes toda mi vida en tus manos!

De Jesús el nombre invoca,

heredero del dolor,

dulce hará tu amarga copa

con el néctar de su amor.

2 Samuel 9 – Hechos 1 – Salmo 22:25-31 – Proverbios 9:13-18

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Descubrimiento

Miércoles 15 Febrero
Buscad al Señor mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano.
Isaías 55:6
Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros.
Santiago 4:8

Descubrimiento
El 3 de agosto de 1492 tres carabelas salieron del puerto español de Palos. Cristóbal Colón, el comandante de esos barcos, tomó rumbo al oeste con la intención de descubrir una nueva ruta hacia la India y la China, países de las especies, de la seda, del oro y de los elefantes. Los navegantes de esa época salían hacia el este y daban vuelta a África. ¡Si Colón lograba encontrar un trayecto más corto, haría fortuna!

Para los expertos, buscar el este al oeste era una locura, porque para ellos la tierra era plana como un disco. Pero para Colón era redonda como una bola. En vano se multiplicaron los esfuerzos para disuadirle.

Obstinado, Colón suplicó al rey de España hasta que este le proporcionó tres navíos. Después de miles de dificultades, Colón desembarcó el 12 de octubre en el archipiélago de las Bahamas, muy cerca de Cuba y Florida.

Hoy más que nunca se sueña con nuevos mundos; se va cada vez más lejos en los dominios del conocimiento y de la aventura, sobre el globo y en el espacio. Se persiguen riquezas, poder y placeres… En realidad, bajo esta búsqueda de lo desconocido, se oculta el deseo universal de colmar un vacío interior y de responder a las preguntas que cada uno se hace con inquietud, a veces con angustia:

¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Cuál es mi razón de vivir? ¿Qué hay después de la muerte? Las respuestas existen; Dios las da en la Biblia, allí es donde debemos buscarlas.

“Respondió Jesús… el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás” (Juan 4:13-14).

2 Samuel 8 – Mateo 28 – Salmo 22:22-24 – Proverbios 9:10-12

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