¿Tiene idea de cuán supremo llamamiento es servir a Cristo?

Obligado a servir

1/18/2018

Que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados. (Efesios 4:1)

¿Tiene idea de cuán supremo llamamiento es servir a Cristo?

Pablo dijo: “Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10). También dijo: “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados” (Ef. 4:1).

En los tiempos antiguos, a un vencedor en los juegos olímpicos se le preguntó una vez: “Espartano, ¿qué ganarás con esta victoria?” A lo que respondió: “Señor, tendré el honor de luchar en la línea del frente para mi rey”. Que esa sea su respuesta al llamado de su Rey.

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El remedio para el orgullo

ENERO, 18

El remedio para el orgullo

Devocional por John Piper

Oíd ahora, los que decís: Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad y pasaremos allá un año, haremos negocio y tendremos ganancia. Sin embargo, no sabéis cómo será vuestra vida mañana. Sólo sois un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece. Más bien, debierais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello. Pero ahora os jactáis en vuestra arrogancia; toda jactancia semejante es mala. (Santiago 4:13-16)

Cuando uno toma tres tipos de tentación —la sabiduría, el poder y las riquezas— y los lleva a la confianza en uno mismo, estos forman un poderoso aliciente hacia la expresión máxima del orgullo: el ateísmo. La manera más segura de permanecer superiores en nuestra propia estima es negar cualquier cosa que esté por encima de nosotros.

Es por eso que los arrogantes se interesan en mirar a los demás con desdén. «Un hombre orgulloso siempre mira con desprecio a cosas y personas; y, por supuesto, cuando uno está mirando hacia abajo, no puede ver lo que está por encima suyo» (C. S. Lewis, Mero Cristianismo).

Sin embargo, para preservar el orgullo más fácil sería proclamar que no hay nada que observar por encima de uno. «El impío, en la altivez de su rostro, no busca a Dios. Todo su pensamiento es: No hay Dios» (Salmos 10:4). Finalmente, los orgullosos deben persuadirse a sí mismos de que no hay un Dios.

Una razón para lo anterior es que la realidad de Dios es de una intromisión abrumante en cada detalle de la vida. El orgullo no puede tolerar la participación íntima de Dios inclusive en los asuntos simples de la vida.

Al orgullo no le agrada la soberanía de Dios. Por lo tanto, al orgullo no le agrada la existencia de Dios porque él es soberano. Expresará esto al decir: «Dios no existe»; o diciendo: «Iré manejando a Atlanta para Navidad».

Santiago dice: «No estén tan seguros». Mejor digan: «Si el Señor quiere, viviremos y llegaremos a Atlanta para Navidad». El punto de Santiago es que Dios es el que decreta si llegaremos a Atlanta, y si viviremos para terminar este devocionario. Esto es extremadamente ofensivo a la autosuficiencia del orgullo —el no tener control, ¡aun sobre si se llega al final del devocionario sin que a uno le dé un derrame cerebral!—.

Santiago dice que no creer en el derecho soberano de Dios de manejar los detalles de nuestro futuro es arrogancia.

La manera de combatir esta arrogancia es ceder a la soberanía de Dios en todos los detalles de la vida, y descansar en sus promesas infalibles de mostrarse poderoso a nuestro favor (2 Crónicas 16:9), de seguirnos con el bien y la misericordia cada día (Salmos 23:6), de obrar en favor de los que esperan en él (Isaías 64:4), y de obrar en nosotros lo que necesitamos para vivir para su gloria (Hebreos 13:21).

En otras palabras, el remedio para el orgullo es una fe firme en la gracia de Dios para el futuro.


Devocional tomado del libro “Gracia Venidera”, página 90

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Génesis 19 | Mateo 18 | Nehemías 8 | Hechos 18

18 ENERO

Génesis 19 | Mateo 18 | Nehemías 8 | Hechos 18

Si yuxtaponemos las dos lecturas de hoy: Nehemías 8 y Hechos 18, aprenderemos algo.

Gran parte de Hechos 18 está dedicada a la predicación y enseñanza de la Palabra de Dios y al asunto de cómo entender correctamente la revelación del Señor. Cuando Silas y Timoteo llegan a Corinto desde Macedonia (18:5), llevando presumiblemente con ellos algún dinero para su sustento, Pablo puede dedicarse “exclusivamente a la predicación” (18:5). Finalmente, la fuerte oposición que encuentra le obliga a pasar más tiempo con los gentiles. No pudiendo utilizar ya libremente la sinagoga, hace uso de la casa de Ticio Justo, al lado de la misma. Pronto, el propio jefe de esta se convierte (18:8). Algunos judíos formalizan una acusación legal contra Pablo, pero el magistrado local percibe que la disputa se ciñe esencialmente a interpretaciones contrarias de las Escrituras (18:12–16). El final del capítulo nos presenta a Apolos, versado en la Palabra y elocuente orador, pero mal informado aún sobre Jesús. “Conocía sólo el bautismo de Juan” (18:25). Puede que dominara las enseñanzas de Juan el Bautista para anunciar la venida de Jesús y quizás sabía incluso detalles de su vida, muerte y resurrección; sin embargo, como los “creyentes” al principio del siguiente capítulo, probablemente no tenía idea alguna de Pentecostés y del don del Espíritu; después de todo, muchos judíos de todo el imperio visitaban Jerusalén en la época de las fiestas y volvían a casa después. Si Apolos y otros se habían marchado de la ciudad después de la resurrección pero antes de Pentecostés, no era imposible que hubiesen transcurrido años antes de recibir toda la información, precisamente lo que Priscila y Aquila exponen a Apolos, explicándole “con mayor precisión el camino de Dios” (Hechos 18:26).

En Nehemías 8, Esdras comienza una conferencia bíblica de siete días. Lee detenidamente “la ley” a la multitud congregada. Los levitas se unen; “Los levitas… le explicaban la ley al pueblo, que no se movía de su sitio. Ellos leían con claridad el libro de la ley de Dios y lo interpretaban de modo que se comprendiera su lectura” (8:7–8). La palabra “interpretaban” puede traducirse “traducían”, pues la ley estaba escrita en hebreo, pero en esa época casi todo el mundo hablaba arameo. La Biblia había pasado a ser un libro hermético para ellos. Las personas la están entendiendo de nuevo por medio de su exposición y traducción. Todos se gozan por “haber comprendido lo que se les había enseñado” (8:12).

Tanto en el antiguo pacto como en el nuevo, lo más importante para el crecimiento y la maduración del pueblo de Dios es un corazón que anhele leer y comprender las palabras de su Señor, y personas que las expongan y expliquen con claridad.

Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, p. 18). Barcelona: Publicaciones Andamio.

El milagro de la resurrección

(El cuerpo) se siembra en debilidad, resucitará en poder. Como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial.

1 Corintios 15:43, 49

El milagro de la resurrección

En mi jardín, en la rama de un rosal, una oruga gris trepaba y tanteaba buscando probablemente un lugar apropiado para hacer su metamorfosis. Se instaló en una horquilla y, pacientemente, empezó a confeccionar su capullo.

Como me interesaba el fenómeno, a menudo iba al jardín para no perderme la eclosión. En efecto, un buen día tuve la alegría de presenciar el nacimiento de una magnífica mariposa que desplegó sus alas multicolores y las dejó secar al sol. Aún era frágil y estaba como aturdida por la extraordinaria transformación que acababa de tener y deslumbrada por la luz del día.

Esa oruga y esa mariposa era un solo y único ser; había empezado su vida trepando y la terminó volando. Sucede lo mismo con el creyente, a quien el Señor salvó. Mientras vive en la tierra va caminando a duras penas, vinculado a la naturaleza contaminada por el pecado, soportando la enfermedad, el cansancio, las dificultades. Luego se duerme y su cuerpo es colocado en una tumba, al igual que una crisálida aparentemente sin vida. Pero este no es el final de su historia. Llegará el día en que el Señor lo revestirá con un cuerpo inmortal semejante al suyo, y entonces emprenderá el glorioso y definitivo vuelo hacia la casa del Padre.

“Entonces se cumplirá la palabra que está escrita:… ¿Dónde está, oh muerte… tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:54-57).

Génesis 22 – Mateo 12:38-50 – Salmo 11 – Proverbios 3:27-31

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