EL AGENTE MORAL CRISTIANO EN LOS ESTADOS DEL PECADO Y DE LA REDENCIÓN

Alimentemos El Alma

LIBRO: ÉTICA CRISTIANA

Gerald Nyenhuis & James P. Eckman

Contiene las obras Ética cristiana: Un enfoque bíblico-teológico, por Gerald Nyenhuis; Ética cristiana en un mundo postmoderno, por James Eckman. Obtenga la guía de estudio de FLET en http://www.logos.com/es/flet.

Capítulo 3

EL AGENTE MORAL CRISTIANO EN LOS ESTADOS DEL PECADO Y DE LA REDENCIÓN

I. En el estado del pecado

Según el testimonio de la Biblia (confirmado en la experiencia humana), el desarrollo del hombre, hecho a la imagen divina, no ha sido gradual ni normal. Una catástrofe trastornó su desarrollo moral. Esta catástrofe en la historia de la moralidad humana se conoce como «la caída», la primera entrada del pecado en la historia humana. A fin de que nuestra ética quede estrechamente relacionada con la vida del hombre, nos conviene entender la naturaleza del pecado.

A. La naturaleza del pecado

Pecado es una palabra que rápidamente está perdiendo su sentido teológico en el vocabulario del hombre moderno. Por supuesto, nadie puede negar la realidad del pecado, ya que seguimos construyendo cárceles, cerramos nuestras casas y ponemos llave a nuestros coches, y hay policías en todos los comercios. Aunque no es posible negar su realidad, hay una renuencia para emplear el término «pecado». El hombre moderno que todavía retiene el término, lo usa con acepciones nuevas y le quita su significado original.

En nuestro estudio del pecado debemos notar dos conceptos modernos muy comunes en cuanto a la naturaleza del pecado —el concepto naturalista-humanista y el concepto panteísta-especulativo—, y contrastarlos con el concepto cristiano.

1. Concepto naturalista-humanista

La base de este concepto es, por supuesto, el punto de vista naturalista de la realidad. Tanto el hombre como el mundo se interpretan en términos de fuerzas naturales. La única explicación del ser humano para los que aceptan el punto de vista naturalista es que el hombre mismo y, por ende, toda su conducta y actuación es producto de fuerzas naturales. La vida humana es por consecuencia un proceso de ajuste al ambiente que es esencialmente físico y biológico. Los factores espirituales de la vida son en esencia mecánicos o biológicos. Desde este punto de vista, el pecado no es más que un mal ajuste del ambiente; y el bien, según este concepto, es meramente lo más útil y lo mejor ajustado. En términos más humanistas, el pecado no es más que una desadaptación al ambiente social. Algunas veces este concepto se expresa en términos mecánicos. El ser humano es considerado como una máquina, finamente ajustado, pero que a veces pierde su afinación. El tiempo interno, como un motor, hace que todas las partes se acoplen bien y el engranaje funcione sin estorbos, pero a veces se pierde el ritmo y hay discordancia. La ética entonces tiene que «poner a tiempo» de nuevo esta fina máquina que es el ser humano. La analogía funciona tal vez como ilustración en algunos casos, pero representa un concepto del ser humano que no sirve de base para la ética cristiana. Todo tipo de ética materialista se puede incluir en el concepto naturalista-humanista.

2. Concepto panteísta-especulativo

El concepto panteísta-especulativo es el concepto predilecto del pecado de los que aceptan un tipo idealista de la filosofía. Según ellos, el pecado es la falta de ver las cosas en su totalidad, en su integridad. El pecador es el que ve las cosas parcialmente y fuera de su verdadera relación. El estado del pecado es igual a tener un punto de vista incompleto de la realidad. El pecado desaparecerá tan pronto como tengamos un punto de vista más comprensivo, algo que se logra con el cultivo intelectual.

El ser humano es considerado como portador de ciertos aspectos de la divinidad. Habiendo emanado del ser divino y siendo una manifestación de él no hay limites para su desarrollo. Todo ser humano tiene dentro de sí las posibilidades de grandeza, y al quitar lo que estorba su desarrollo la humanidad llegará a nuevas alturas. Esto se realiza con el desarrollo de sus capacidades intelectuales y artísticas, y sobre todo de la imaginación. Por decirlo en una forma metafórica: la semilla de la divinidad en el ser humano se desarrollará en una transformación gradual de la naturaleza humana en algo muy divino. El pecado en este sistema de pensamiento es básicamente social. Es lo que hay en el ambiente lo que estorba este deseado desarrollo del ser humano. No cabe duda que para el mundo actual que no toma en serio el hecho de que el ser humano es un ser creado, este concepto es muy atractivo.

3. Concepto cristiano y bíblico

Ninguno de los dos conceptos mencionados arriba basta para expresar la verdadera naturaleza del pecado. Podemos notar que los que tienen estos conceptos ven algo correcto en el pecado y algo muy noble en su pensamiento, pero el concepto que tienen no concibe el pecado desde la misma perspectiva que la Biblia. Su concepto del pecado no es adecuado y no proporciona los elementos necesarios para una ética cristiana auténtica.

El concepto cristiano y bíblico es muy diferente. Para los propósitos de este estudio no encontramos una expresión más correcta y más completa que la respuesta a la pregunta catorce del Catecismo menor de Westminster: «El pecado es la falta de conformidad con la Ley de Dios y la trasgresión de ella» (cf. 1 Juan 3:4).

Esto involucra las siguientes características:

a. El pecado tiene «esencia» espiritual, es decir, pertenece, esencialmente, no a la esfera física, ni a la especulativa y filosófica (la mera racionalidad) sino a la esfera moral. Aun «las pasiones de la carne» no son principalmente carnales, sino son una disposición o actitud del espíritu, que involucra todo el ser humano.

b. El pecado es asunto de la voluntad; es una voluntad contra otra. Esto no quiere decir que los sentimientos y el intelecto no estén involucrados. El pecado ha infectado todo el ser humano, pero la esencia del pecado es de ir voluntariamente contra la voluntad de Dios.

c. El pecado es pecaminoso (en distinción de lo meramente malo) porque es una violación de la voluntad de Dios. Todo pecado es contra Dios; es oposición a Él. No se puede entender lo que es el pecado y evitar una consideración de Dios. El pecado no es solamente trasgresión de la Ley; es trasgresión de la Ley de Dios. Cada ofensa contra el prójimo, o contra la sociedad, es primeramente una ofensa a Dios.

d. El pecado implica una antítesis radical, una antítesis que no se puede resolver en una síntesis sino que muestra un gran conflicto moral. El mal no es simplemente «el bien todavía por realizarse». El pecado nunca puede desarrollarse en el bien, aunque Dios puede trascender los motivos y la naturaleza del pecado y usarlo para sus propios propósitos. El pecado sigue siendo pecado y es oposición a Dios y sus propósitos, y siempre queda relacionado antitéticamente con el bien. El hecho de que los planes de Dios prevalecen, hasta invalidar el pecado y sus efectos en ciertos casos, no nulifica lo pecaminoso del pecado. (Ejemplos de ello se ven en la historia de José en Génesis 37, 39–46).

Además de estas cuatro características, que debemos acentuar hoy día en contra de los muchos conceptos erróneos actuales, la Biblia nos enseña que el pecado es universal; que es condición tanto como acción; y que ha corrompido toda la naturaleza humana (la depravación total). Esto es decir que el pecado afecta a todo ser humano y todo el ser del ser humano.

B. La influencia del pecado

Podemos ver la influencia del pecado sobre el hombre como agente moral desde tres perspectivas que son las mismas que hemos examinado como las implicaciones morales de la naturaleza esencial del hombre: 1. la de su verdadero fin o ideal, 2. la de su libertad, y 3. la de su conciencia.

1. La influencia del pecado en cuanto al fin, o ideal, verdadero del hombre

El hombre en el estado de pecado no ha perdido la idea de un fin o ideal. La tiene y lo motiva. Mientras que no degenere en bruto puede concebir una meta para su vida. Pero cualquier concepto que tenga de su fin, siendo pecador, será un concepto torcido y tergiversado. Odia a Dios y, por tanto, el ideal de su vida no es ya el de hacer la voluntad de Dios. A veces hace lo que pueda parecer ser moralmente bueno, pero no lo hace para agradar a Dios. Todo su esfuerzo es para beneficio propio, o, si es más altruista, para mejorar ciertas condiciones sociales en beneficio de la «humanidad». El ideal teocéntrico de la vida, que le orientaba en su estado original, es decir, antes del pecado, está totalmente ausente.

2. La influencia del pecado sobre la libertad humana

Anteriormente hemos visto que con referencia a la voluntad podemos hablar de tres tipos de libertad: el psicológico, el teológico, y el moral. Este último es el más importante para nuestro estudio, pues está relacionado con la capacidad humana de alcanzar su verdadero fin. El primer tipo de libertad sí está afectado por la caída del hombre en el pecado, pero solamente en sentido indirecto. Sigue con la experiencia de «autodeterminación» dentro de los límites que le impone su ambiente. El hombre sigue sintiéndose libre ya que sus actos son resultado de fuerzas puramente naturales. Sigue actuando como ser racional-moral. El segundo tipo de libertad tampoco está modificado por el pecado. El hombre es libre pues no está obligado a actuar por voluntad ajena contra la suya propia, ni aun por la voluntad de Dios. Pero la libertad en el tercer sentido sí está perdida. Y este es el sentido en que los teólogos suelen hablar de la libertad de la voluntad. Debido a su caída en el pecado el hombre ya no tiene facultad de escoger y vivir según su verdadero propósito, su summun bonum, la voluntad de Dios. El estado de posse non peccare se ha cambiado en el de non posse non peccare. El hombre en el estado de pecado siempre es esclavo del pecado. Vive en la servidumbre. Es cierto que en un sentido puede hacer algo de lo relativamente bueno, lo que nuestros teólogos antepasados llamaban «bienes cívicos», pero esto es el resultado de la bondad común (se refiere a la actitud bondadosa de Dios hacia el hombre cual hombre, sin que resulte necesariamente en su salvación). Esta actitud de Dios restringe el pecado y limita sus efectos, es lo que algunos llaman la «gracia común». El hombre no puede hacer lo bueno en el sentido más profundo, en el sentido verdadero: lo que es bueno ante Dios. Lo que escoge el hombre en el estado de pecado siempre está de acuerdo con los principios y el poder del pecado, e invariablemente conduce a una vida de enajenamiento y enemistad contra Dios.

3. La influencia del pecado en cuanto a la conciencia humana

La caída en el pecado no borra el carácter moral del hombre. Este sigue siendo un ser moral. El hombre no perdió la conciencia. Todo lo que hemos dicho sobre la conciencia se puede aplicar también a la conciencia del ser humano en el estado de pecado. Sin embargo, tenemos que afirmar que seguramente la conciencia había sido afectada por el pecado, y esto en dos sentidos:

a. El conocimiento de la norma con que la conciencia juzga y regula la conducta humana está pervertido y, por tanto, en su ejercicio la conciencia está equivocada. El sentido de lo recto y lo equivocado está tergiversado. Aunque varía de individuo a individuo, fundamentalmente la perversión es total en todos porque la voluntad de Dios ya no es su norma. La perversión total quiere decir que la totalidad del hombre está pervertida, no hay aspecto alguno en él que no esté afectado, pero no podemos decir que el grado de su perversión sea el máximo posible. Todos los hombres pecan constantemente y no pueden dejar de pecar, pero ninguno peca todo lo que le sea posible pecar.

b. La sensibilidad de la conciencia para discernir el mal se ha debilitado. Aunque el grado de debilidad varía de individuo a individuo, la habilidad de la conciencia está enormemente reducida. No hay persona humana que pueda confiar en el funcionamiento de su conciencia como guía incuestionable. Sin embargo, con todas estas consideraciones, afirmamos que la conciencia se encuentra en cada ser humano, y sigue operando, aun con serias limitaciones, también en el estado de pecado.

II. En el estado de redención

El principio y el fin del sistema bíblico de la verdad es Dios; pero el centro del sistema cristiano es la redención en y por Cristo. El aspecto soteriológico de la verdad cristiana tiene por ello gran significación para la ética cristiana. Precisamente por esto, tenemos la doctrina de la redención como un supuesto básico para la vida moral cristiana. La soteriología tiene dos fases: la objetiva y la subjetiva. Son dos fases de una sola redención, de una sola salvación realizada por Dios tanto fuera como dentro del ser humano. La primera fase habla de la redención realizada objetivamente por Cristo, en su vida y en su muerte; la segunda trata de la redención aplicada por el Espíritu Santo al corazón del creyente. La parte objetiva se realiza en la historia humana, fuera del ser humano, y la parte subjetiva se realiza dentro del corazón humano. La doctrina básica tanto de la fase objetiva como de la subjetiva es la regeneración.

A. La fase objetiva de la soteriología en cuanto a la ética, o las implicaciones éticas de la redención

Se la puede resumir de la siguiente manera:

1. El pecado humano es perdonable porque es esencialmente la violación de la voluntad de Dios. Tratamos aquí la posibilidad del perdón hasta donde esta posibilidad sea determinada por la naturaleza moral del pecado. El pecado no es elemento constituyente de la realidad en sí. Es decir, no pertenece a la constitución de las cosas. Es más bien una falta; es la falta de conformidad con la voluntad de Dios. Si el pecado fuera necesario, o esencial, para la existencia finita (o creada) del hombre, la redención no sería posible. O sea, el pecado no es parte de la esencia del hombre, creado a la imagen de Dios. (En el caso de que fuera, por supuesto, tampoco habría sido posible la caída, porque el pecado habría comenzado con la existencia del hombre finito). Desde este punto de vista, la única «salvación» posible al hombre hubiera sido su propia destrucción como ser finito, y así dejaría de ser hombre. Es precisamente esto lo que se enseña en algunas de las soteriologías contemporáneas. Dicen que el pecado es inherente a la constitución finita de las cosas. La salvación humana se logra al dejar la existencia finita para sumergirse en el océano del Gran Todo. (Nirvana es precisamente esto). ¡Cuán diferente es del verdadero cielo!

2. El pecado humano, siendo violación de la santa voluntad de Dios, no es perdonable sin que haya una satisfacción moral. El pecado, ya descrito arriba, hace que la reconciliación entre Dios y el hombre se efectúe solamente al quitar la ofensa que forma una barrera moral y destruye la comunión entre el hombre y su Dios. Se ha violado la santa voluntad de Dios y, sin que haya una satisfacción no habrá reconciliación. Dios no descarta su santa y perfecta voluntad.

Se puede objetar: Pero si un padre humano puede hacer esto, ¿no puede hacer Dios lo mismo que hace un padre humano?

Respondemos: En cuanto la rotura de las relaciones entre un padre y su hijo sea personal entre los dos, una reconciliación entre ellos es posible. Pero Dios está en relación cósmica con la humanidad. El pecado tiene implicaciones cósmicas respecto a toda la humanidad. Mientras que no se haga satisfacción por la ofensa de la humanidad contra su Dios, el pecado no será perdonable. El perdonar sin satisfacción sería una anulación de la santa y perfecta voluntad de Dios y, por ende, de la naturaleza misma de Dios.

3. El sacrificio infinito de Jesucristo, el momento crucial en la redención objetiva, ha dado completa satisfacción por el pecado del hombre; y por este sacrificio la barrera entre el hombre y Dios está, en un principio, quitada. El calvario, la revelación del misterio de la redención, es la redención cósmica de Dios, según su propia voluntad. De esta manera se ha dado satisfacción a la justicia, y el amor abrió paso hacia una nueva humanidad en Cristo.

B. La fase subjetiva de la soteriología en cuanto a la ética, o las implicaciones éticas de la redención

Se requiere nada menos que un cambio radical (radix raíz) en el alma humana para que esta conozca y sirva verdaderamente a Dios. Se necesita la redención, y no meramente el desarrollo de algunas capacidades inherentes al hombre (el ideal de los paganos griegos). Esto se logra, según la clara enseñanza de la Escritura, por la operación del Espíritu Santo. En la redención subjetiva el hombre es transformado en kainee ktisis, una criatura nueva (2 Co 5:17). Es la obra de Dios en el creyente. Se quiere decir con esto que lo más profundo de su naturaleza está transformado, sus sentimientos están radicalmente cambiados, su capacidad de conocer a Dios es renovada, y su vida tiene una nueva dirección: hacia Dios. Esta obra del Espíritu, la regeneración, es la implantación de la nueva vida en el creyente. El lado externo, experimentado y manifestado de esta obra es la conversión.

El bendito resultado es la personalidad regenerada que es el agente moral cristiano, es decir, el sujeto (el agens, actor) de la vida moral que estudiamos en la ética cristiana. Anteriormente hemos visto a tal agente bajo dos aspectos diferentes; ahora lo vemos desde un tercer y definitivo punto de vista. Hemos visto las implicaciones éticas de la doctrina de la creación del hombre; hemos considerado las implicaciones éticas de la doctrina de la caída y el pecado; pero ahora nos dirigimos a investigar las implicaciones éticas de la redención del hombre.

1. La redención y la libertad de la voluntad

Cuando la vida nueva esté implantada en el hombre, el creyente quedará restaurado a su verdadera libertad: la libertad espiritual. Nuevamente puede escoger el bien. Su servidumbre al pecado queda anulada. Los impulsos más profundos de su corazón regenerado le empujan hacia el bien. Para el redimido, el hacer la voluntad de Dios es comida y bebida, y disfruta ya la libertad de los hijos de Dios. El significado de esta libertad se enseña en muchas partes de la Biblia, como por ejemplo en Juan 8:32–34; en Romanos 8:2 (véase también Ro 6:16–23), y en Santiago 1:25; 2:12.

2. La regeneración y el verdadero fin del hombre, su ideal

El hombre regenerado tiene una nueva perspectiva hacia toda la vida. Ha redescubierto el verdadero fin de toda su existencia. Su ideal otra vez es el verdadero, el original, el teocéntrico, el ideal de glorificar a Dios. El que odiaba a Dios, ahora lo ama, y esto implica la recuperación del ideal verdadero de la vida. Cumple ahora, en sus intenciones, con el propósito de su creación: el glorificar a Dios. El Catecismo menor de Westminster empieza con esta idea: el propósito del hombre es el de glorificar a Dios y gozar de Él para siempre.

3. La regeneración y la conciencia

Hemos notado anteriormente, al considerar la conciencia, que el hombre a pesar de su pecado no había perdido su conciencia. Pero su concepto de la norma, de acuerdo con la cual una conciencia rinde juicio, está torcido. Además, es muy poco sensible al pecado. Y por haberla maltratado por tanto tiempo podemos decir (figurativamente) que está cubierta con una gruesa capa de callos. Pero ahora, en el proceso de la santificación, que comienza con la regeneración, la conciencia del creyente está sujeta a una doble influencia.

Primero, su conciencia de la verdadera norma, de lo correcto y lo equivocado está restaurado. Ello, en cuanto a su conciencia, es un proceso gradual. Es decir, el creyente progresivamente se apropia, hace suyas, a través de la aplicación de la Palabra a su conciencia, las nuevas normas e ideales para su nueva vida. La base objetiva de la norma es la voluntad de Dios revelada en la Biblia. Por supuesto, se da por sentado que se eduque la conciencia regenerada, y esta es una de las principales tareas de todo cristiano. Hay que adiestrarla y disciplinarla constantemente, aplicándole la norma objetiva de la voluntad revelada de Dios. El progreso en la santificación es crecer en saber y hacer la voluntad de Dios. De acuerdo con su progreso, el hacer la voluntad de Dios se constituye en una «segunda naturaleza» para el creyente. De esta manera la conciencia cristiana gradualmente asimila la norma objetiva moral. La norma de la conciencia progresivamente la ocupa y la guía para alcanzar el alto nivel del ideal objetivamente revelado.

Segundo, la influencia de la regeneración en la conciencia es tal que la hace progresivamente más sensible a fin de que responda en su debida manera. Empieza a juzgar sus pensamientos, actitudes y actos con un nuevo criterio. Se hace más consciente de su pecado y, a la vez de la grandeza de la redención, y goza subjetivamente la realización objetiva de ella.

 Nyenhuis, G., & Eckman, J. P. (2002). Ética cristiana (pp. 65–77). Miami, FL: Editorial Unilit.

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4 – LA ÚLTIMA COMIDA DE BABILONIA

Sabiduría para el Corazón

Serie: Daniel – El Sabio de Babilonia

4 – LA ÚLTIMA COMIDA DE BABILONIA

Stephen Davey

Texto: Daniel 5 Un gran banquete, una mano flotante, un mensaje secreto, y la caída del imperio más poderoso de la Tierra… Encontraremos todo eso y más en este interesante capítulo de la Biblia. Sabiduría para el Corazón es el ministerio internacional de enseñanza bíblica del Pastor Stephen Davey, traducido y adaptado al español por Daniel Kukin. Este ministerio se sostiene gracias a las oraciones y ofrendas de sus oyentes.

Si quisiera ofrendar a este ministerio puede hacerlo en nuestra página

https://sabiduriaespanol.org/ofrendar/

De regreso a la barbarie

Ministerios Ligonier

El Blog de Ligonier

Serie: La historia de la Iglesia | Siglo VI

De regreso a la barbarie

Por Gene Edward Veith

La Era de las Tinieblas

Nosotros, los cristianos occidentales, hemos estado enviando misioneros a diferentes culturas alrededor del mundo para difundir el evangelio. A menudo olvidamos que, a menos que tengamos un trasfondo judío, nuestras propias culturas fueron originalmente evangelizadas por misioneros. Y esto es especialmente cierto para aquellos que tenemos ancestros ingleses, celtas, germanos, franceses, escandinavos o de cualquiera de las otras tribus europeas que los romanos solían denominar «bárbaros». Aquellas sociedades tribales antiguas eran muy parecidas a las de África o a las de los nativos de los Estados Unidos.

Estas sociedades tribales —ya sean europeas, africanas o americanas— solían ser gobernadas por «jefes» locales (a los cuales los europeos llamaban «reyes») junto con un consejo de guerreros. Solían tener religiones que contemplaban el culto a la naturaleza, lazos familiares complejos y una serie de costumbres primitivas. Si por ejemplo tienes sangre irlandesa, tus antepasados vivieron hace mucho tiempo en chozas hechas con piel de animales, se pusieron pinturas de guerra y coleccionaron cráneos humanos. Si tienes sangre alemana, tus antepasados pudieron haberse ganado la vida saqueando a sus vecinos y probablemente practicaron el sacrificio humano.

Pero entonces llegaron los misioneros trayendo las buenas nuevas de Cristo. Frecuentemente, la primera oleada de misioneros a las tribus sería martirizada, pero los misioneros continuaron llegando hasta que finalmente el cristianismo se afianzó cambiando no solo a los creyentes, de manera individual, sino a la cultura completa.

De hecho, muchas de estas tribus vinieron adonde estaban los cristianos. Cuando Roma sucumbió a manos de los bárbaros en el 476 d. C., se dio inicio al periodo conocido como la «Era de las Tinieblas», llamado así debido a la desintegración de la civilización clásica, el colapso del orden social a gran escala y el dominio de las tribus bárbaras. Sin embargo, la Era de las Tinieblas llegó a su fin cuando esas tribus bárbaras aceptaron el cristianismo. Esto dio inicio a una nueva civilización, conocida como la Edad Media.

Los eruditos ahora saben que la Era de las Tinieblas no fue tan oscura como se había pensado inicialmente, pues hubo mucho aprendizaje y vitalidad cultural entre las diversas tribus europeas. Pero la luz en la Era de las Tinieblas se hizo visible bajo la influencia del cristianismo, el cual frenó la cultura de violencia de las tribus, estableció un estado de derecho e introdujo la educación. 

El final de la Era de las Tinieblas y el comienzo de la Edad Media es considerado generalmente como el reinado de Carlomagno (742-814), quien reconstituyó un Sacro Imperio Romano y convirtió a la última de las mayores resistencias germánicas: los sajones. Esto lo hizo derrotándolos en batalla y obligándolos a bautizarse, lo cual es una técnica de iglecrecimiento que, como otras, puede tener sus desventajas teológicas, pero que parece haber sido utilizada con los sajones. Esa tribu de tercos resistentes al evangelio nos daría más tarde a Martín Lutero y a la Reforma. 

Gracias a Beda el Venerable y a su Ecclesiastical History of the English People [Historia eclesiástica del pueblo inglés], tenemos el relato detallado de cómo fue llevado el evangelio a Inglaterra. Tal parece que allá en Roma (que continuó existiendo incluso después de que el último emperador fuera depuesto), un joven cristiano llamado Gregorio observaba el mercado de esclavos. Él notó que habían esclavos de pelo rubio y ojos azules, rasgos que él, como italiano, no había visto antes. Al preguntar quiénes eran, le dijeron: «son anglos». Gregorio respondió que el nombre le parecía acertado ya que parecían ángeles. El juego de palabras funciona tanto en latín como en inglés, es decir, anglosajón; pues estos esclavos habían sido tomados de la tierra de los anglos, es decir, de Inglaterra.

Más tarde, este Gregorio llegaría a ser papa, Gregorio Magno, lo que lo dejó en una posición desde la cual podría hacer lo que había estado en su corazón desde aquel día que estuvo en el mercado de esclavos: enviar misioneros para llevar el evangelio de Cristo a la tierra de los anglos. 

De modo que, en el año 596 d. C., envió un grupo de misioneros a cargo de un hombre llamado Agustín —el cual no debe confundirse con el gran teólogo del norte de África, Agustín de Hipona— que se dio a conocer desde su campo misionero como Agustín de Canterbury. Él no fue martirizado; más bien, su mensaje fue recibido con alegría.

Beda relata cómo Agustín le predicó al rey de Northumbria, el cual consultó con su concilio si debían aceptar o no esta nueva religión. El principal sacerdote pagano le confesó que sus dioses nunca le habían hecho ningún bien, y uno de los hombres del rey le dijo que la vida le parecía como un gorrión que vuela a través de la sala de banquetes, entrando por una puerta y saliendo por la otra. El ave sale de la oscuridad, a un lugar de luz —donde arde el fuego y la gente celebra— pero ese breve momento de placer es fugaz, mientras el ave vuela de regreso a la oscuridad. «Así que la vida de los hombres aparece por un breve espacio», concluyó, «pero de lo que ocurrió antes o de lo que sucederá después somos ignorantes. Por lo tanto, si esta nueva doctrina contiene algo más de certeza, entonces merece ser seguida».

El gorrión volando a través de la sala de banquetes, desde y hacia la oscuridad, capta muy bien la cosmovisión de nuestros tiempos, quince siglos más tarde. C. S. Lewis dijo que si definimos la Era de las Tinieblas como el período en el cual el aprendizaje clásico había sido olvidado, entonces estamos en una nueva era de las tinieblas. Y a juzgar por nuestro arte, nuestra educación, nuestras costumbres y nuestra moralidad, pareciera que ciertamente vamos de regreso a la barbarie.

No obstante, así como en la primera Era de las Tinieblas, dependerá de los cristianos mantener vivos el aprendizaje y la civilización y traer luz a aquellos que están en oscuridad. 

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Gene Edward Veith
Gene Edward Veith

El Dr. Gene Edward Veith es director del Instituto Cranach en el Concordia Theological Seminary en Fort Wayne, Indiana. Es autor de varios libros, entre ellos God at Work y Reading between the Lines.

El Cordero y el León

Soldados de Jesucristo

Agosto 31/2021

Solid Joys en Español

El Cordero y el León

John Piper

John Piper

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Sé a dónde iré

Martes 31 Agosto

(Jesucristo) Os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados.Colosenses 2:13

Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.2 Timoteo 1:12

Sé a dónde iré

Testimonio

“Nací en Madagascar. Iba con mi familia a la iglesia todos los domingos. Cuando era adolescente me hacía preguntas: ¿Por qué nací? ¿A dónde iré después de la muerte? Pero no tenía respuesta. Cuando crecí empecé a beber, a fumar y a salir con chicas. Para mí, el mal se resumía en cometer un asesinato. Por ello pensaba que no tenía nada que reprocharme, aunque a veces mi conciencia no estaba muy tranquila, por ejemplo, cuando mentía.

A los 16 años llegué a Francia. Iba regularmente a la iglesia, pero mi vida era cada vez más desordenada. Cierto verano, unos jóvenes cristianos vinieron a pasar un mes en el hogar donde yo vivía. Eran unidos, alegres, y parecía que tenían algo de lo cual yo carecía. Me hablaban del pecado y de Jesús, quien había muerto por la humanidad, y quería salvarme. No comprendía todo, pero poco a poco tomé conciencia de que estaba”sucio“e indigno ante ese Dios en quien creía, pero al que nunca había prestado atención. Le pedí perdón por todo el mal que había hecho: mentiras, inmoralidad, murmuraciones, robos… también pedí a Jesús que tomase la dirección de mi vida. ¡Y me respondió!

Treinta años después puedo dar testimonio de que Jesús me ayudó a no ceder a mis malas tendencias. También respondió a mis preguntas existenciales. Mi vida encontró un sentido, y si tengo que pasar por la muerte, sé a dónde iré: a la presencia de Jesús”.A.M.

2 Crónicas 16 – 1 Corintios 8 – Salmo 102:16-22 – Proverbios 22:14

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
ediciones-biblicas.ch – labuena@semilla.ch

¿Qué Es El Sexo?

Evangelio Blog

¿Qué Es El Sexo?

Por Wyatt Graham

Quiero definir algo que en un nivel es bastante simple, pero en otro nivel puede ser difícil de entender. Quiero definir el sexo. No, no esa clase de sexo. Me refiero a sexo masculino y femenino. El género, en nuestro discurso moderno, a menudo se refiere a las propiedades accidentales y a veces deseadas de los seres humanos. El sexo, sin embargo, apunta a una realidad concreta sobre la base de normas biológicas y metafísicas para hombres y mujeres.

Zanja

Pero incluso hablar de estas cosas corre el riesgo de caer a ambos lados de una zanja. Por un lado, el patriarcalismo abraza el poder centrado en el hombre en aras de la explotación. Debo señalar que no todas las sociedades patriarcales lo han hecho en su conjunto. Pero me refiero específicamente a la definición más nueva y tan fugaz del patriarcalismo. Algunos querrán rechazar mi definición ahistórica. Que así sea.

En el otro lado yace la indiferencia hacia el sexo. Como dice la historia actual, los poderes sexuales sólo existen como propiedades accidentales, las cuales pueden cambiar y mutar. Un hombre puede convertirse en una mujer o incluso en un animal irracional. Sin embargo, este punto de vista malinterpreta la naturaleza del sexo. La fluidez de género enmascara, ignora o hace que uno sea indiferente a las propiedades esenciales de lo que hace que un hombre, sea hombre y una mujer, sea mujer.

En resumen, el patriarcalismo (explotación masculina) tuerce las virtudes naturales que pertenecen a hombres y mujeres; negar una diferencia en los poderes sexuales de hombres y mujeres tuerce la belleza y la perfección del sexo según la naturaleza.

Patrón

Permanecer en el sendero -y así evitar los peligros de ambos lados- requiere mucha resistencia y valor. También requiere esfuerzo mental, que a veces pasamos por alto. Con demasiada frecuencia tratamos de mantenernos en el camino estrecho imponiendo propiedades antinaturales y accidentales del género al sexo, como si estas cosas por sí solas constituyesen el sexo.

Tome el color rosa. Después de la Segunda Guerra Mundial, el rosa se asoció con la feminidad. No así en épocas anteriores. ¿Deberían las mujeres vestirse de rosa y los hombres de azul? Tal vez. Pero presionar por tal concepción corre el peligro de tropezar con otro peligro más: leer las normas culturales en la esencia de la masculinidad y la feminidad.

Pero, ¿queremos jugar al juego de atribuir ciertas características (cómo habla alguien, o sus manierismos) como si fueran masculinas o femeninas? En muchas partes de Oriente Medio y África, los hombres se toman de las manos o de los brazos o se abrazan o besan; sin embargo, esto significa simplemente amistad y respeto. En Norteamérica, no. Necesitamos definir cuidadosamente los rasgos masculinos y femeninos.

Sospecho que Pablo hace algo así en su primera carta a los Corintios. Declara que los hombres naturalmente deben tener el pelo corto, mientras que las mujeres deben tener el pelo largo. En estos casos, enraíza su observación en la naturaleza o en la creación. Así que se basa en algo estable, pero sabemos que la longitud del cabello era un artefacto de las normas de género construidas en Corinto. Entonces, ¿por qué Pablo podría hacer el argumento?

Creo que la respuesta es bastante obvia, al menos una vez que se ha descubierto, se siente así. Pablo entendió la longitud del cabello, aunque socialmente construida, como una expresión particular de una realidad natural más profunda. Estos accidentes de la naturaleza (la longitud del pelo) pueden acampar adecuadamente en hombres y mujeres en formas que muestran lo que es cierto acerca de su sexo respectivo.

Esencia

Hombres y mujeres comparten plenamente la naturaleza humana, pero tienen poderes respectivos que existen convenientemente en cada sexo. Los hombres tienen la capacidad de ser padres biológicos y espirituales, mientras que las mujeres tienen la misma capacidad de ser madres. La capacidad o potencia para tal solo hace que uno sea un hombre o una mujer. La realidad de esto perfecciona ese potencial.

Sin embargo, Cristo, soltero como era, perfeccionó a la humanidad. Nunca se casó ni tuvo hijos. ¿Cómo podría entonces perfeccionar los poderes de la paternidad y la familia? La respuesta viene a través del propósito del sexo-paternidad y maternidad en el contexto material de la familia siempre han apuntado más allá de ellos mismos. El matrimonio divino es el significado del matrimonio (Ef 5:32).

Permítanme ser demasiado simplista a la hora de plantear la cuestión. Jesús se casó con la iglesia y tuvo millones de hijos espirituales. Es plena y perfectamente humano. Así que Jesús perfeccionó a la humanidad sin la paternidad biológica y la familia. Lo hizo porque completó el fin espiritual incrustado en la naturaleza humana. En línea con esta trayectoria, Pablo a menudo llama a Timoteo su hijo, a pesar de no estar biológicamente relacionado (1 Ti 1:2; 1:18; 2 Ti 1:2; 2:1; 1 Cor 4:17). Por lo tanto, el matrimonio físico y la crianza de los hijos no hacen realidad todo el potencial de un ser humano. Actualiza una potencia importante, pero no la más importante.

Los hombres y las mujeres difieren según el sexo. Por más obvio que esto pueda parecer, la confusión actual sobre el tema del sexo traiciona una complejidad más profunda de la vida y la experiencia humana. Supongo que tenemos algo que ver con esto. Como alguien me señaló recientemente, al presionar las expectativas culturales de masculinidad y feminidad en los niños, podemos crear inadvertidamente la misma confusión que deseamos destruir.

¿Y qué si un niño quiere jugar con una muñeca? Tal vez esté desarrollando compasión y amor por los niños. ¿No deberían los padres potenciales aprender esto? ¿O sólo deberíamos dar a nuestros hijos varones soldados de juguete y, por tanto, profundizar en la maldad de la violencia masculina?

La segunda opción me parece mundanal. Algunos de nosotros amamos la masculinidad en el mundo, y por eso la imponemos a nuestros hijos. Pero si la paternidad y la familia están en el centro del sexo, entonces debemos, al menos, ser más cautelosos en la forma en que presentamos los juguetes e ideas masculinos y femeninos a nuestros hijos.

Puede ser muy útil para los niños evitar el rosa para ayudarles a vivir de acuerdo a sus capacidades naturales. ¿Pero qué pasa si otro país define el rosa como un color masculino? Bueno, no importa. Si uno entiende que un color es apropiado de acuerdo con la naturaleza y como algo incrustado dentro de una cultura específica, vístase en consecuencia. La cultura no existe como una regla o fuerza sobre nosotros; existe como el compuesto de los diversos ambientes que nos rodean -algunos de los cuales producen bienestar, algunos de los cuales llevan consigo su desgracia.

Resistimos sus esfuerzos maliciosos, llamando a eso mundanalidad, pero no negamos el bien y la gracia común de Dios en la sociedad. Aprendemos matemáticas del mundo, y seguimos los avances de la sociedad en la política y así sucesivamente. Pero nunca aceptamos ninguna de estas cosas sin someterlas a la revelación de Dios.

Después de todo, Eva se llamaba Eva porque sería la madre de todos los vivos. Eso significó algo. Todavía lo hace.

Tomado de: https://evangelio.blog/

¿Es importante la belleza física?

Aviva Nuestros Corazones

¿Es importante la belleza física?

Por Nancy DeMoss Wolgemuth

Este mensaje es uno de los que nuestra cultura activamente predica a niñas y mujeres, comenzando desde una edad temprana.  Llega a nosotros prácticamente desde todo ángulo: televisión, películas, música, revistas, libros, y anuncios.  Todos al unísono, nos pintan una foto de lo que realmente importa.  Y lo que les importa más a las mujeres, ellos insisten, es la belleza – la belleza física.  Aún los padres, hermanos, maestros y amigos se agregan inconscientemente al coro: los niños “atractivos” reciben muchos halagos y atención, mientras que niños menos atractivos, que están sobre peso o larguiruchos pueden ser objeto de comentarios crueles, indiferencia o hasta aun de ser rechazados públicamente.

Yo creo que nuestra preocupación con la apariencia externa comenzó con la primera mujer. ¿Recuerdas qué era lo que le llamaba la atención a Eva de la fruta prohibida?

“Cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y que el árbol era deseable para alcanzar sabiduría, tomó de su fruto y comió.” (Génesis 3:6).

La fruta tenía un atractivo funcional (era “buena para comer”); también le agradó por el deseo de obtener sabiduría. Pero igualmente importante era el hecho que era “agradable a los ojos” – era físicamente atractiva. 

El enemigo tuvo éxito en conseguir que la mujer valorara la apariencia física sobre las cualidades menos visibles, tales como la confianza y la obediencia. El problema no era que la fruta era “hermosa” – Dios la había hecho de esa manera.  Tampoco era malo que Eva disfrutara y apreciara la hermosura de la creación de Dios.  El problema fue que Eva puso un énfasis excesivo en la apariencia externa. Al hacer eso, ella creyó y actuó sobre una mentira. La prioridad que Eva le dio a la atracción física se convirtió en el patrón aceptado para todos los seres humanos. 

Desde ese momento en adelante, ella y su esposo se vieron a sí mismos y a sus cuerpos físicos a través de ojos diferentes. Ellos se hicieron conscientes de sus cuerpos y se avergonzaron – cuerpos que fueron formados magistralmente por un Creador amoroso.  Inmediatamente ellos buscaron cubrir sus cuerpos, temerosos del riesgo de exponerse uno frente al otro.

El engaño de que la belleza física debe ser estimada por encima de la belleza del corazón, del espíritu, y de la vida deja tanto a los hombres como a las mujeres sintiéndose poco atractivos,  avergonzados, apenados, e irremediablemente imperfectos.

Irónicamente, la búsqueda de la belleza física es invariablemente una meta inalcanzable y vaga —siempre estará fuera de nuestro alcance.

Uno podría preguntar, ¿Cuánto daño puede hacer el darle valor excesivo a la belleza física externa?  Regresemos a nuestra premisa: lo que creemos básicamente determina cómo vivimos. Si creemos algo que no es cierto, tarde o temprano actuaremos basados en esa mentira; creer y actuar sobre mentiras nos guía hacia la esclavitud.

Cada una de las siguientes mujeres creyó algo acera de la belleza que no es verdad.  Lo que creyeron impactó la forma como se sentían de sí mismas, lo que las llevó a tomar decisiones que las llevaron a la esclavitud.

Yo creí que lo único de valor que las personas veían en mi era la belleza externa (mi cuerpo), especialmente los hombres.  Decidí aprovecharme de eso para conseguir la atención que tan desesperadamente ansiaba. Me convertí en una adicta sexual.” 

“Tengo una hermana hermosa, a quien adoro, pero yo soy simple.  Siempre me he creído inferior y que debo aparentar para ser aceptada por los demás. Yo veo que para la gente bella la vida es más fácil.  Acepto que para mi no es así, y soy esclava de mi propia percepción de mi apariencia.”

“Toda mi vida creí que mi autoestima estaba basada en mi apariencia, y por supuesto, nunca me vi como el mundo decía que debía de verme, así que siempre he tenido una baja autoestima.  Desarrollé desórdenes alimenticios, soy adicta a la comida, y en mi matrimonio lucho con la percepción de que no soy atractiva, y que mi esposo siempre está mirando otras mujeres que son atractivas para él.”

Envidia, comparación, competencia, promiscuidad, adicciones sexuales, desórdenes alimenticios, vestimenta inmodesta, comportamiento insinuante —la lista de actitudes y comportamientos enraizados en una visión falsa de la belleza es larga.  ¿Qué puede liberar a estas mujeres de esta esclavitud? Solamente la Verdad puede vencer las mentiras que hemos creído. La Palabra de Dios nos dice la Verdad de la naturaleza transitoria de la belleza física y la importancia de buscar belleza interna y duradera:

“Engañosa es la gracia y vana la belleza, pero la mujer que teme al Señor, ésa será alabada.” (Proverbios 31:30)

Que vuestro adorno no sea externo: peinados ostentosos, joyas de oro o vestidos lujosos, sino que sea el yo interno, con el adorno incorruptible de un espíritu tierno y sereno, lo cual es precioso delante de Dios. Porque así también se adornaban en otro tiempo las santas mujeres que esperaban en Dios” (1 Pedro 3:3-5).

Estos versículos no enseñan, como algunos piensan, que la belleza física es de alguna manera pecaminosa, o que es malo poner cualquier atención a nuestra apariencia externa. Eso es tanto un engaño como la mentira que pone énfasis excesivo en la belleza exterior.

En ningún lugar la Escritura condena la belleza física o sugiere que la apariencia externa no importa. Lo que si es condenado es el enorgullecerse por la belleza dada por Dios, dando excesiva atención a la belleza física, o el poner atención a los asuntos físicos mientras se descuidan los asuntos del corazón.

Una de las estrategias de Satanás es la de llevarnos de un extremo al otro. Hay una aversión cada vez mayor en nuestra cultura al decoro, al orden, a la modestia en el vestido y a la apariencia física. A veces me encuentro queriendo decirle a las mujeres Cristianas: “¿Sabes quién eres? Dios te hizo mujer.  Acepta Su regalo.  No tengas temor de ser femenina y de agregar gracia física y espiritual al ámbito donde Dios te ha colocado. Eres una hija de Dios.  Eres parte de la novia de Cristo. Perteneces al Rey —eres realeza.  Vístete y condúcete de una manera que refleje tu alto y santo llamado. Dios te ha llamado a salir del sistema del mundo —no dejes que el mundo te presione a adoptar su molde. No pienses, vistas, o actúes como el mundo; interna y externamente, deja que los demás vean la diferencia que Él hace en tu vida.”

Nosotras como mujeres Cristianas debemos buscar reflejar la belleza, el orden, la excelencia y la gracia de Dios, tanto a través de nuestro yo externo como del interno.

La esposa Cristiana tiene aun más razón de buscar el balance correcto en este asunto.  La “esposa virtuosa” de Proverbios 31 está físicamente en forma y bien vestida (versos 17,22). Ella es un complemento para su esposo. Si una esposa viste de forma descuidada y desaliñada, si no toma ningún cuidado de su apariencia física, ella hace lucir mal a su esposo (y a su Novio Celestial).

Además, si ella no hace ningún esfuerzo en lucir físicamente atractiva para su esposo, puedes estar segura que otra mujer allá afuera estará haciendo fila para llamar su atención.

Cuando el apóstol Pablo escribió a Timoteo acerca de cómo las cosas deben ser en la iglesia, el tomó tiempo para hablar de la manera en que las mujeres visten. Sus instrucciones demuestran el balance entre la actitud interna del corazón de la mujer y su comportamiento y vestimenta externa. Pablo exhorta a las mujeres a que,

“se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad.” (1 Timoteo 2:9-10, RVR60).

Las palabras traducidas como “atavío” y “decoro” en este versículo quieren decir “ordenadamente, bien organizada, decente”; hablan de un “arreglo armonioso.”

La apariencia externa de la mujer Cristiana debe reflejar un corazón que es simple, puro, y bien ordenado; su ropa y estilos de peinado no deben ser motivo de distracción o de llamar atención a ella al ser extravagantes, extremos o indecentes. De esta manera ella refleja la verdadera condición de su corazón y su relación con el Señor, y ella hace el Evangelio atractivo al mundo.

Toda la Escritura es tomada de La Biblia De Las Américas a menos que se indique lo contrario.

© Traducido de Lies Women Believe and the Truth That Sets Them Free, «Mentiras que las mujeres creen y la verdad que las hace libres»  por Nancy Leigh DeMoss, Moody Publishers, 2001. Mas artículos acerca de la modestia disponibles en ingles en http://www.AvivaNuestrosCorazones.com

http://www.alimentemoselalma.com

Nancy DeMoss Wolgemuth

Nancy DeMoss Wolgemuth ha tocado las vidas de millones de mujeres a través del ministerio de Aviva Nuestros Corazones y del Movimiento de Mujer Verdadera, llamando a las mujeres a un avivamiento espiritual y a la feminidad bíblica. Su amor por Cristo y por Su Palabra es contagioso y permea todos sus alcances, desde sus conferencias hasta sus programas de radio (Aviva Nuestros Corazones, Revive Our Hearts y Seeking Him).

Ha escrito veintidós libros, incluyendo Mentiras que las mujeres creen y la Verdad que las hace libres, En busca de Dios (junto a Tim Grissom), y Adornadas. Sus libros han vendido más de cuatro millones de copias y están llegando a los corazones de las mujeres alrededor del mundo. Nancy y su esposo, Robert, radican en Michigan.

107 – Sombras tenebrosas de Grey

Entendiendo los Tiempos

1 Temporada | Entendiendo Los Tiempos

107 – Sombras tenebrosas de Grey

Surge en el 2013 como programa de radio bajo la cobertura de la emisora cristiana Radio Eternidad en la estación 990am. Las temáticas de nuestro programa son diversas y contemporáneas con las necesidades que se presentan hoy en día en la sociedad. Todo tema es llevado a la luz de la Palabra de Dios que es la única mediadora entre los hombres y la única verdad que puede hacerle libre. Tratamos diferentes temas con el propósito de entender el presente bajo una cosmovisión bíblica y actuar en base a esta. Con nuestro productor Andrés Figueroa y el equipo de Gracia TV, quienes semanalmente transmiten este programa en un formato para Radio y TV.

1 Temporada | Entendiendo Los Tiempos

Gregorio «el Grande»

Ministerios Ligonier

El Blog de Ligonier

Serie: La historia de la Iglesia | Siglo VI

Gregorio «el Grande»

Por Tom Nettles

Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo VI

Una revisión sincera de los logros de Gregorio I, conocido también como «Magno» o «el Grande», debe mover al protestante evangélico a reflexionar detenidamente sobre esta designación tan elevada. No se puede negar que fue un conservador de la ortodoxia, un misiólogo eficaz y un eclesiástico celoso e inteligente; pero mientras corregía y disciplinaba a los herejes en ciertos aspectos doctrinales, con esa misma seguridad bautizaba en un evangelio que no era evangelio. 

Nacido alrededor del 540 en Roma, Gregorio fue criado como un «santo entre santos». Su padre fue un cristiano devoto mientras que su madre Silvia (en su viudez) y dos tías paternas vivieron la austera vida monástica. Gregorio ejerció una ocupación secular por nombramiento del emperador Justino II y como tal vistió de seda, gemas brillantes y una trábea con rayas moradas. Aún en ese tiempo, buscó vivir para Dios, pero se dio cuenta de que era difícil. A la muerte de su padre, decidió dedicarse a la vida religiosa. Utilizó la riqueza que heredó para ayudar a los pobres y establecer varios claustros. Se dedicó a la oración y a la contemplación, al estudio de la Escritura en latín y a estudiar detenidamente los escritos de Agustín, Jerónimo y Ambrosio. Su austeridad lo debilitó y le provocó sufrimientos de gota, indigestión y malestar general que lo acompañaron de por vida.

El entrenamiento legal de Gregorio y sus comprobados talentos administrativos frustraron sus planes de aislamiento personal. Benedicto I lo obligó a ser uno de los siete diáconos de Roma. Pelagio II, necesitando de la confirmación imperial de su elección como obispo y de la ayuda militar contra los lombardos, lo envió a Constantinopla. Gregorio logró lo primero pero, en lo segundo, no pudo conseguir ayuda contra los lombardos. Mientras estuvo allá, se dedicó junto a sus amanuenses en escribir Moralia, un «comentario» sobre Job, una sucesión de meditaciones morales y espirituales elaborada como una ingeniosa alegoría.

Cuando regresó a Roma en el 585, Gregorio se retiró a su monasterio, San Andrés, donde pasó los cinco años más tranquilos y felices de su vida. A la muerte de Pelagio II en el 590, Gregorio fue elegido obispo. Su sincera preferencia por la vida contemplativa y su creencia de que la reticencia, nacida del temor piadoso, mostraba una verdadera humildad, llevaron a Gregorio a desistir de la posición hasta que el populacho de Roma lo obligó a asumirla. Las dificultades que enfrentaba la Iglesia y toda la cultura occidental podrían haber ahogado a un hombre de menos talento con una serie de trágicos fracasos; Gregorio convirtió la situación en un triunfo para la iglesia de Roma.

Gregorio sentó las bases para la expansión del romanismo de varias maneras. En primer lugar, su visión misionera y su metodología práctica virtualmente garantizaron la sumisión de Europa a Roma. Stephen Neill comenta: «Su proceder fue fresco y notable, ya que, en contraste con la manera desorganizada en que por lo general las iglesias habían crecido, este fue casi el primer ejemplo, desde los días de Pablo, de una misión cuidadosamente planificada y calculada». En el 596, Gregorio envió a Inglaterra un monje benedictino, Agustín, junto con otras treinta personas, para convertir a los anglos. Se desalentaron y Agustín regresó a Roma buscando alivio de tal misión. Gregorio, impertérrito, lo envió de vuelta con una amonestación: «Puesto que hubiera sido mejor no comenzar lo que es bueno que abandonarlo una vez comenzado, deben, hijos muy amados, completar la buena obra que, con la ayuda del Señor, han comenzado». Asimismo, lo abasteció de cartas que le garantizaban la ayuda estratégica que necesitaba. Habiendo enviado a Agustín «para ganar almas», Gregorio asumió con decisión el proveer la ayuda y el socorro que necesitaran los misioneros con tal de asegurar el éxito. Cualquiera que los ayudara, sin duda compartiría su gloria espiritual. Las cartas subsiguientes a Agustín se constituyeron en una misiología para las incursiones futuras. Finalmente Inglaterra, en el Sínodo de Whitby en el 662, entró en la órbita de la autoridad eclesiástica de Roma (hasta la década de 1530).

En segundo lugar, Gregorio contribuyó a que la Regla benedictina (o Regla de Benito) dominara la vida monástica. Siendo el primer monje en convertirse en papa, Gregorio alimentó y fomentó la vida contemplativa al considerar que la postura de Benito era la más práctica y enérgica. Incluso los Diálogos de Gregorio preservan la hagiografía benedictina. Fueron monjes que huyeron de Montecassino los que trajeron la Regla y la tradición a Roma, y Gregorio comenzó a usarla en San Andrés. La misión de Agustín la extendió a Canterbury y los esfuerzos misioneros benedictinos posteriores, en particular los de Bonifacio, garantizaron la difusión de la Regla benedictina y la sumisión de los convertidos a Roma.

En tercer lugar, la habilidad y el celo de Gregorio en el trabajo administrativo, político y caritativo sentaron las bases para los Estados Pontificios. A medida que el trabajo de los agentes imperiales disminuía, el trabajo de la Iglesia, en particular el del obispo de Roma, aumentaba. Mientras el Imperio en Occidente se desmoronaba, las rocas que cayeron fueron usadas por Roma para edificar la cristiandad. El obispo reparó los acueductos, garantizó el suministro de maíz, libró la guerra, firmó tratados y acuerdos, rescató a los cautivos, alimentó a los pobres y negoció el pago de un tributo anual para aliviar a la ciudad devastada de las atrocidades de los rapaces lombardos. Los fondos de la Iglesia, procedentes de las crecientes posesiones de la Iglesia romana, financiaron todos estos proyectos. Gregorio no tuvo más remedio que hacerse cargo.

En cuarto lugar, del mismo modo, afirmó su autoridad sobre las iglesias. La oposición no impidió que asumiera la autoridad. A pesar de que despreciaba el ostentoso título reclamado por el obispo de Constantinopla, de Sacerdote Universal, y trabajó fervientemente para que el emperador lo denunciara, el rechazo de Gregorio hacia el título no encontró el correspondiente rechazo hacia el poder que este representaba. La adscripción era la de un «título orgulloso y profano», un «título tonto», un «nombre frívolo», el «precursor del anticristo»; que aquel que lo reclamara, aunque fuera doctrinalmente ortodoxo, cometía el «pecado de la soberbia». Pero así, con la misma seguridad, procuró llevar a todos los que se resistían a su autoridad, por cualquier medio a su alcance, a un punto de arrepentimiento por su orgullo y rebelión. A través de más de 850 cartas que aún se conservan, Gregorio instruyó en temas morales, eclesiásticos, pastorales, monásticos, administrativos y doctrinales a príncipes, obispos, diáconos, monjes y abades. El arzobispo de Dalmacia, después de una prolongada controversia, se arrepintió acostado boca abajo sobre los adoquines de Ravenna llorando durante tres horas: «He pecado contra Dios y contra el bienaventurado papa Gregorio».

Para su crédito y para felicidad de los cristianos en todas partes, Gregorio Magno mantuvo una ortodoxia estricta. Afirmó de la manera más clara y agresiva la teología de los primeros cuatro concilios ecuménicos y condenó rotundamente todos los errores que estos condenaron.

En adición, Gregorio amaba la Escritura. Había memorizado grandes porciones de ella e instaba a otros, incluso a los laicos a leer, sí, a saturarse con sus palabras. Le advirtió a un médico, Teodoro, que no se dejara dominar por las actividades seculares hasta el punto de que no le permitieran «leer diariamente las palabras de su Redentor». Sobre estas, debería meditar diariamente para conocer el corazón de su Creador y «suspirar más fervientemente por las cosas eternas, para que tu alma pueda ser encendida con mayores anhelos de gozos celestiales». Él rechazó la ordenación de un obispo porque era «un ignorante de los Salmos».

Gregorio también mostró gran sabiduría en asuntos de teología pastoral y mostró un discernimiento notable en su comprensión del carácter y la motivación humana. Su libro Regula pastoralis contiene mucha buena información sobre las calificaciones pastorales y el ministerio, basada en un conocimiento profundo de los cuatro Evangelios, las cartas de Pablo, los profetas y muchas interpretaciones alegóricas extrañas del material histórico. Sus recomendaciones sobre cómo amonestar a los diferentes tipos de personas en la Iglesia no tienen precio y deben ser estudiadas por todo ministro. Un ministro debe enseñar de manera que se «adapte a todas y cada una de las diversas necesidades y, sin embargo, nunca desviarse del arte de la edificación común». El maestro debe «edificar a todos en la sola virtud de la caridad» y debe «tocar el corazón de sus oyentes con una sola doctrina, pero no siempre con la misma exhortación».

Sin embargo, mucho en Gregorio manchó su ortodoxia y la dulzura de su instrucción. Como se ha indicado, su alegoría por momentos supera los límites de lo escandaloso. La interpretación medieval sufrió; la formalización de su método cerró la Escritura a los laicos. Su crédula aceptación de las historias de milagros hechas por medio de las reliquias de los santos, a veces de proporciones cómicas y en ocasiones como los trucos de una película de horror, ayudó a crear la pesada carga del sistema medieval de penitencias. Añade a esto su aceptación de la intercesión de los santos difuntos, su creencia en la eficacia de las misas para los muertos, su exposición anecdótica sobre el estado del purgatorio y su creencia en los méritos de las obras piadosas, y lo que resulta es un brebaje completamente ajeno al evangelio bíblico. Si durante siglos Agustín de Hipona fue leído a través de los ojos de Gregorio Magno, no es de extrañar que el redescubrimiento del Agustín evangélico creara tal consternación en el siglo XVI.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Tom Nettles
Tom Nettles

Tom sirvió por muchos años como profesor de teología histórica en el Southern Baptist Theological Seminary.