Abril 25 «Y estaban allí María Magdalena, y la otra María. sentadas delante del sepulcro.» Mateo 27:61
Qué cosa tan extraña es el desaliento. Ni aprende, ni conoce, y ni quiere aprender o saber. Cuando las afligidas hermanas se sentaron junto a la puerta del sepulcro de Dios, ¿vieron ellas los dos mil años de triunfo que han transcurrido? Ellas no vieron otra cosa » sino esto: «Nuestro Cristo no está aquí.»
Tu Cristo y mi Cristo vino de aquella pérdida, y de Su resurrección. Millares de corazones angustiados han obtenido su resurrección en medio de su tribulación; y no obstante los observadores entristecidos que miraban y esperaban este resultado, no vieron nada. Lo que ellos consideraron como el fin de la vida, fué la preparación para la coronación, porque Cristo permanecía en silencio, para que El pudiese vivir otra vez con un poder más grande.
Ellas no vieron eso. Se afligieron, lloraron, se marcharon y sus corazones las condujo nuevamente al sepulcro, el cual continuaba silencioso y obscuro. Así acontece también con nosotros. Cada hombre se sienta en su jardín contra el sepulcro y dice: «Este dolor es irremediable. En ello no veo beneficio alguno. Con ello he de consolarme.» Y no obstante, en lo más profundo y peor de nuestras desventuras, a menudo yace nuestro Cristo esperando resucitar.
Donde parece que está nuestra muerte, allí está nuestro Salvador. Donde se halla el fin de las esperanzas, allí está el principio más resplandeciente del placer. Donde la obscuridad es más espesa, el rayo de luz resplandeciente que nunca se apaga está a punto de salir. Cuando nuestra experiencia se ha perfeccionado, entonces nos damos cuenta de que un jardín no se desfigura con un sepulcro. Nuestras alegrías se forman mucho mejor si hay tribulación en medio de las mismas. Y nuestras aflicciones son más resplandecientes a causa de los goces que Dios ha plantado a su alrededor. Las flores quizás na nos agraden pero son flores del corazón, de amor, esperanza, fé, gozo y paz. Estas son flores que se hallan plantadas alrededor de cada tumba sumergida en el corazón del Cristiano.
Como el grano de semilla En la tierra debe entrar, Vuestros cuerpos igualmente En la tumba habrán de estar, Esperando del gran día En las nubes la señal, Y que la final trompeta Llame a todos por igual.