45 – El bautismo del Espíritu Santo no implica el don de lenguas

Ministerios Integridad & Sabiduría

Tesis # 45

El bautismo del Espíritu Santo no implica el don de lenguas

95 Tesis para la iglesia evangélica de hoy

Miguel Núñez

Miguel Núñez

Es miembro del concilio de Coalición por el Evangelio. Es el pastor de predicación y visión de la Iglesia Bautista Internacional, y presidente de Ministerios Integridad y Sabiduría. El Dr. Núñez y su ministerio es responsable de las conferencias Por Su Causa, que procuran atraer a los latinoamericanos a las verdades del cristianismo histórico. Puede encontrarlo en Twitter.

Una producción de Ministerios Integridad & Sabiduría

La Biblia es la base de nuestro crecimiento espiritual

La Biblia es la base de nuestro crecimiento espiritual
SAM MASTERS

Nuestro mundo secularizado ha perdido toda noción de lo sagrado. Irónicamente, a pesar de su convicción de que el universo es un sistema natural cerrado, nuestra cultura postula figuras que reemplazan a los demonios y ángeles. Una encuesta reciente reveló que el 14% de los estadounidenses creen que puede suceder un accidente biológico que produzca un apocalipsis de zombis.[1] Casi un 50% cree que existen los alienígenas.[2]

Admito tener serias dudas sobre la existencia de extraterrestres. Por lo menos dudo que sean como en las películas. La Biblia habla de seres superdotados que van y vienen de nuestro planeta (Lc. 2:9), pero no son precisamente hombrecitos verdes. De todas formas, vale preguntar, si de verdad existen los alienígenas, verdes o del color que sean, ¿cómo podemos descubrirlos? Si ellos no hacen algo por darse a conocer, la posibilidad de descubrirlos es casi inexistente.

¿Cómo serían ellos? ¿Buenos y amigables como el E.T. de Steven Spielberg? ¿O sabios y extraños como en la película Arrival que protagonizó Amy Adams? ¿O monstruos aterradores como en las películas Alien? Si no se les ocurre bajarse de su nave en una plaza de alguna de nuestras ciudades —o por lo menos mandarnos algún mensaje que puedan captar las antenas de la NASA— no hay posibilidad de saber de ellos. Podemos especular mucho, pero nuestro conocimiento concreto no avanza.

¿Y si Dios existe? La distancia es más grande aún. El Dios del cristianismo existe mas allá de los limites del tiempo y el espacio, mas allá del alcance de nuestros instrumentos científicos. Podemos especular en cuanto a su existencia y sus cualidades, pero para conocerlo hace falta que Él se revele. Por esto podemos decir que no hay declaración de más trascendencia histórica que esta: “Dios, habiendo hablado hace mucho tiempo, en muchas ocasiones y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por su Hijo” (He. 1:1-2).

Dios nos habla. Hay muy pocas oraciones que podemos escribir que tengan el mismo peso trascendental. Esta oración solo se compara con oraciones como: “En el principio Dios creó el universo”, o “Oye Israel, nuestro Dios uno es”, o “El verbo se hizo carne”.

Para entender mejor las disciplinas espirituales, hay cinco cosas que debemos saber sobre la Palabra de Dios. Estas cinco cosas nos ayudarán a entender que toda disciplina espiritual debe tener una base sólida, la cual no se encuentra en nosotros mismos, sino en las Escrituras.

1. La Palabra invaluable es nuestro punto de partida

Debido a lo que ya hemos mencionado, las disciplinas espirituales comienzan con la Palabra de Dios. Ellas existen porque Dios nos ha hablado en cuanto a su propia naturaleza y la nuestra, y nos ha hecho entender su gracia y sus propósitos para nosotros.

Para crecer en santidad por medio del uso disciplinado de los medios de gracia, es imprescindible entender la centralidad de la Palabra en este proceso y el rol del Espíritu Santo.

Para crecer en santidad por medio del uso disciplinado de los medios de gracia, es imprescindible entender la centralidad de la Palabra en este proceso y el rol del Espíritu Santo. Además, debemos entender, aunque sea en parte, la maravilla de poseer las Escrituras. Tomar una Biblia en nuestras manos no es técnicamente un milagro.[3] Sin embargo, como evidencia de la providencia de Dios, es tan maravillosa que debe producir en nosotros el mismo asombro que tendríamos al ver agua convertida en vino.

Hace algunos años pude asistir a una exposición de los rollos del Mar Muerto. Eran más pequeños de lo que había imaginado. Lo que más me conmovió de ellos fue el marcado contraste entre su evidente fragilidad y su gran antigüedad. Bajo una gruesa lámina de vidrio antibala, daban la sensación de que se harían polvo con apenas un suspiro de aliento. Más de dos milenios luego de ser copiados, su mera existencia da evidencia de la providencia divina en la conservación de la Palabra.

¿Que generó en el pueblo judío esa dedicación a copiar y preservar los textos del Antiguo Testamento a través de milenios? Quizá los mismos textos nos pueden sugerir claves. ¿No habrá sido la memoria nacional del temor experimentado por sus antepasados cuando, al pie del monte Sinaí, escucharon los truenos, vieron los relámpagos y la densa nube sobre el monte, y oyeron un fuerte sonido de trompeta? (Éx. 19:16) ¿No habrá sido el recuerdo de la cara brillante de Moisés cuando bajó del monte? ¿No habrá sido la declaración, “habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre”? (Éx. 20:1-2).

Los judíos aceptaron que debían recibir las palabras divinas y ponerlas por práctica. También aceptaron la responsabilidad familiar de enseñarlas a sus hijos. La Palabra se debía transmitir al estar en casa y al andar por el camino, al levantarse y al acostarse (Dt. 6:6). Como pueblo, los judíos aprendieron dos cosas que nosotros también debemos aprender. Primero, la maravilla de poseer la Biblia. Segundo, que no solo de pan vive el hombre. También necesita la Palabra de Dios (Dt. 8:3). No nos debe sorprender, por lo tanto, el cuidado minucioso de los escribas que generación tras generación copiaron la Palabra de Dios. Ella es el punto de partida para conocer a Dios y crecer en santidad.

2. La Palabra fue escrita para ser leída y oída

La Palabra divina, antes que nada, es una palabra verbalizada, pronunciada. Pero también es una palabra escrita. Encontramos que Moisés mandó que la Palabra fuera leída en público:

“Cuando todo Israel venga a presentarse delante del Señor tu Dios en el lugar que Él escoja, leerás esta ley delante de todo Israel, a oídos de ellos. Congrega al pueblo, hombres, mujeres y niños, y al forastero que está en tu ciudad, para que escuchen, aprendan a temer al Señor tu Dios, y cuiden de observar todas las palabras de esta ley. Y sus hijos, que no la conocen, la oirán y aprenderán a temer al Señor vuestro Dios, mientras viváis en la tierra adonde vosotros vais, cruzando al otro lado del Jordán para poseerla”, Deuteronomio, 31:11-13.

Obviamente, esta lectura oral dependía de la palabra escrita.

Para nosotros, las disciplinas espirituales también presentan esta ida y venida oscilante entre la Palabra escrita y la leída en voz alta. En nuestros días de fácil acceso a libros impresos y textos electrónicos, más que nada absorbemos la Palabra por un circuito cognitivo que pasa por los ojos a la mente. Pero la Biblia fue compuesta en el contexto de una cultura oral, y el circuito que muchas veces se contempla en las Escrituras es el que incluye los oídos, el corazón, y la boca. Jesús dijo: “El que tiene oídos, que oiga” (Mt. 11:15). Pablo escribió: “Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón” (Ro. 10:8).

El pentateuco fue escrito para ser leído en voz alta ante la congregación. Dios, por medio de Moisés, encontró en la escritura un medio para asegurar la transmisión fiel de una generación a otra. La confesión de Westminster explica:

“Le agradó a Dios en varios tiempos y de diversas maneras revelarse a sí mismo y declarar su voluntad a su Iglesia; y además, para conservar y propagar mejor la verdad y para el mayor consuelo y establecimiento de la Iglesia contra al corrupción de la carne, malicia de Satanás y del mundo, le agradó dejar esa revelación por escrito”.[4]

¿Será una coincidencia que el primer abecedario del mundo no fue la invención de los egipcios o de los sumerios, los imperios dominantes de la antigüedad? Estas culturas dependían de los sistemas aparatosos de los jeroglíficos y la escritura cuneiforme. En realidad, el primer alfabeto surge entre los semitas.[5] Solamente un abecedario permitiría el desarrollo de la literatura como tal. El alfabeto es el medio providencial de trasmisión que permitió la preservación de la Palabra a través de los milenios. Aun cuando una generación se olvidaba de ella, ahí yacía hasta que un escriba —o un arqueólogo— con manos temblorosas desempolvaba un rollo olvidado por los hombres, pero conservado por el Espíritu de Dios.

El invento de la escritura alfabética no solo permitió la preservación de la Palabra revelada, sino también la distribución necesaria para su incorporación a la vida comunitaria de Israel. La iglesia primitiva, siguiendo el ejemplo de la sinagoga, daba un lugar de honor a la simple lectura de la Palabra. En Judea y Galilea, las sinagogas poseían copias de los rollos de las Escrituras. Recordamos que Jesús, para inaugurar su ministerio, leyó una profecía del antiguo rollo de Isaías (Lc. 4:17-20).

Las iglesias cristianas agregaron a sus bibliotecas copias de los escritos de los apóstoles. Dando instrucciones al joven pastor Timoteo, Pablo dice: “Entretanto que llego, ocúpate en la lectura de las Escrituras, la exhortación y la enseñanza” (1 Ti. 4:13). Aquí, Pablo tiene en mente la lectura pública de las Escrituras. Notemos cómo él recomienda esta lectura en un contexto que incluye la lucha por la santificación:

“Al señalar estas cosas a los hermanos serás un buen ministro de Cristo Jesús, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido. Pero nada tengas que ver con las fábulas profanas propias de viejas. Más bien disciplínate a ti mismo para la piedad”, 1 Timoteo 4:6-7.

El apóstol Pablo describe una vida caracterizada por la búsqueda de la santidad por medio de las disciplinas espirituales centradas en la Palabra.

3. La Palabra fue recuperada en la historia de la iglesia

Lamentablemente, la Palabra no siempre ha ocupado su lugar merecido en la larga historia de la iglesia. A través de los años, la espiritualidad cristiana fue distorsionada por prácticas como el culto a María y la mediación de los santos. Sin embargo, la Palabra nunca perdió su capacidad de transformar al individuo y a la iglesia misma.

En la conversión de Agustín de Hipona encontramos un ejemplo clásico de ese poder transformador. Por la influencia de la Palabra, el gran teólogo africano fue convertido de una vida de libertinaje y andanzas filosóficas. Primero, sus conceptos de la fe cristiana empezaron a ser modificados bajo la influencia de la predicación de Ambrosio. Luego, su conversión en sí se produjo un día cuando, sentado en al jardín de su casa, escuchó la voz de una niña que decía tolle lege, tolle lege: toma, lee. Impulsado por estas palabras, levantó una copia de las Escrituras y leyó Romanos 13:13-14: “Andemos decentemente, como de día, no en orgías y borracheras, no en promiscuidad sexual y lujurias, no en pleitos y envidias; antes bien, vestíos del Señor Jesucristo, y no penséis en proveer para las lujurias de la carne”. Agustín relató que esto fue como una luz que instantáneamente despejó toda sombra de duda.

A través de los siglos en la vida de la iglesia, la influencia de la Palabra de Dios muchas veces menguó. Sin embargo, Dios en su providencia nunca dejó que la llama se apagara del todo. El copiado de los textos bíblicos se llevó a cabo con la misma disciplina de los antiguos judíos, aun en lugares remotos azotados por los vikingos, como Lindisfarne, un monasterio fundado por monjes irlandeses. En la época medieval se practicaba la lectio divina, una disciplina espiritual de los monjes benedictinos. Consistía de 4 pasos: lectio, meditatio, oratio, y contemplatio. Se buscaba a Cristo en cada pasaje, pero los resultados muchas veces eran problemáticos, ya que la interpretación no obedecía a ningún principio hermenéutico, sino a las impresiones subjetivas del monje.

Un aspecto clave de la espiritualidad protestante es recuperar la vida de la congregación de la iglesia bajo la autoridad de la Palabra de Dios.

La Reforma protestante llegó a la iglesia como los avivamientos habían llegado en el Antiguo Testamento a Israel bajo el rey Josías o el escriba Esdras. El principio de sola Scriptura actuó como un ácido disolviendo las tradiciones y falsas enseñanzas acumuladas a través de los siglos. El altar de la misa perdió su posición central en el santuario al ser reemplazado por el púlpito. Todo se reordenó y se sujetó a la Palabra. La Biblia, leída y predicada, volvió a ocupar el lugar central en la vida de la iglesia. Como ejemplos puntuales podemos notar el proceso de reforma en Zúrich, el cual empezó cuando el sacerdote católico Ulrico Zuinglio se dedicó a la predicación expositiva del libro de Mateo, o la teología magistral de Calvino, que se forjó en medio de un ministerio activo de enseñanza casi diaria de la Palabra.

4. La Palabra es central en la espiritualidad protestante y bíblica

De esa manera, un aspecto clave de la espiritualidad protestante es recuperar la vida de la congregación de la iglesia bajo la autoridad de la Palabra de Dios.

Una muestra de eso es la forma en que el proceso de reforma se agudizó en el siglo XVI entre los puritanos. Ellos promulgaban una “religión experimental”. O sea, enseñaban que la fe no era simplemente un compendio de dogmas, sino que era algo que se debía vivir y sentir. La Escritura era suficiente para conocer a Dios y sus verdades eran transformadores porque, así como fue inspirada por el Espíritu Santo, también era aplicada por Él a la mente y el corazón de una forma que producía cambios reales. Por lo tanto, William Perkins (1558-1602) podía escribir que la “teología es la ciencia de vivir de forma bendita para siempre”.[6] De forma similar, William Ames (1576-1633) definió la teología como “la doctrina de vivir hacia Dios”.[7]

En términos similares, los autores del Catecismo menor de Westminster formularon la pregunta: “¿Qué es lo que enseñan principalmente las Escrituras?”. Respondieron: “Lo que principalmente enseñan las Escrituras es lo que el hombre ha de creer respecto a Dios y los deberes que Dios impone al hombre”.[8] La Palabra imparte conocimiento de Dios y, bien entendida, cambia vidas.

Michael Haykin mantiene que los puritanos desarrollaron una distintiva espiritualidad congregacional orientada en dos principales ejes:[9]

Primero, su enfoque en la centralidad y suficiencia de las Escrituras les llevó a elevar la predicación como principal medio de gracia. Esto produjo una espiritualidad única del uso del espacio que se hizo evidente en sus lugares de reunión.

El catolicismo había puesto el enfoque en el altar y la celebración de la misa. El culto romano contenía un elemento dramático que apelaba a la vista. Arquitectónicamente, esto se expresaba en los exagerados interiores barrocos y rococós de sus iglesias y catedrales repletas de imágenes de los santos. En contraste, los protestantes, y en particular los puritanos, prefirieron una decoración minimalista o inexistente, ya que el enfoque del culto era la Palabra predicada y oída. El púlpito reemplazó al altar como centro de enfoque, y este se elevaba para simbolizar la supremacía de la Palabra sobre la vida de la congregación.

Segundo, así como los puritanos desarrollaron una nueva espiritualidad del espacio bajo la influencia de la predicación, también expresaron una nueva espiritualidad del tiempo. Esto se hizo evidente en su aplicación del cuarto mandamiento. Dieron importancia al sábado, ya que el tiempo santificado era necesario para oír la predicación, y para practicar la oración, la meditación, y las buenas obras. Apartar un día de la semana representaba su reconocimiento de que Dios es Señor no solo del espacio sino también del tiempo. Además, entendieron que la consagración del sábado dominical era imperativo para dedicar el tiempo necesario a la cultivación de las disciplinas.

5. La Palabra y el Espíritu obran en nuestra santificación

En su interpretación de las Escrituras, los puritanos aplicaban métodos gramaticales, históricos, y lógicos, pero entendían que la Palabra tenía vida propia; que penetraba y transformaba vidas. Esto se debía a su inspiración por el Espíritu Santo, y a la aplicación por parte del mismo Espíritu al entendimiento y al corazón del ser humano.

Juan Calvino le daba tanta importancia al Espíritu Santo que, según B.B. Warfield, él debe ser conocido como el “teólogo del Espíritu Santo”.[10] En su debate con el Cardenal Sadoleto, Calvino lo acusó de injuriar al Espíritu Santo porque lo separaba de la Palabra.[11] Para Calvino, Sadoleto caía en el error de dar preferencia a la autoridad de la iglesia antes que  a la del Espíritu Santo:

“Si hubieses sabido, o no lo hubieses querido disimular, que el Espíritu ilumina a la Iglesia para abrir la inteligencia de la Palabra y que la Palabra es como el crisol donde se prueba el oro para discernir por medio de ella todas las doctrinas, ¿te hubieras enfrentado con tan compleja y angustiosa dificultad? Aprende, pues, por tu propia falta, que es tan insoportable vanagloriarse del Espíritu sin la Palabra, como desagradable el preferir la Palabra sin el Espíritu”.

Los puritanos compartían este énfasis en la relación entre el Espíritu y la Palabra. J. I. Packer señala la importancia de la enseñanza de John Owen sobre este tema. Entre otros efectos, el Espíritu establece nuestra fe en y por medio de la Escrituras.

Las disciplinas espirituales, partiendo de la Palabra de Dios, nos ayudan a entender más de Él y producen cambios reales en nosotros.

El Espíritu hace esto de tres formas. Primero, según Owen, el Espíritu le da a las Escrituras la “cualidad permanente de luz”.[12] Segundo, el Espíritu le da a las Escrituras el poder de “producir efectos espirituales”.[13] O sea, la Palabra tiene poder transformador, y el Espíritu la aplica de forma eficaz a nuestras vidas. ¡Que importante entender esto para aquellos que luchamos por ver cambios reales en nosotros! Tercero, “el Espíritu hace que la Palabra invada la conciencia como una palabra dirigida a cada individuo por Dios mismo, evocando el asombro y la sensación de estar bajo la presencia de Dios y la observación de su ojo”.[14]

Conclusión

Como hemos visto, las disciplinas espirituales, partiendo de la Palabra de Dios, nos ayudan a entender más de Él y producen cambios reales en nosotros. Aunque requieren esfuerzo de nuestra parte, en última instancia los resultados no son productos de nuestra autodisciplina en sí. Las diversas disciplinas son fuentes de la gracia que Dios nos canaliza por medio de su Palabra.

Esta Palabra formó el universo (Sal. 33:6) y nos hace nacer de nuevo (1 P. 1:23). Ella hace su obra en nosotros (1 Ts. 2:13), nos limpia (Jn. 15:3), y nos santifica (Jn. 17:17). Por esta razón, Pablo escribió a los colosenses:

“Que la palabra de Cristo habite en abundancia en ustedes, con toda sabiduría enseñándose y amonestándose unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en sus corazones”, Colosenses 3:16.

Pablo describe un estilo de vida marcado por el uso disciplinado de los medios de gracia. Es una vida de increíble gozo. Esto es posible porque Dios existe y nos ha hablado por los profetas, por su Hijo, y nos sigue hablando por las Escrituras y su Espíritu. En última instancia, todas las disciplinas espirituales provienen de la Palabra. Sin ella, no hay verdadera espiritualidad.


Otros artículos de esta serie: ¿Qué es la verdadera espiritualidad bíblica?El crecimiento en santidad y las disciplinas espirituales.


[1] The Zombie Apocalypse.

[2] New survey shows nearly half of Americans believe in aliens.

[3] Un milagro se entiende en este contexto como una intervención directa de Dios sin el uso de medios secundarios, como cuando Jesús convierte el agua en vino. En el caso de la preservación de las Escrituras, Dios obra por varios medios secundarios como las diversas tecnologías, como la tinta o la imprenta, el copiado fiel de muchos escribas, y los medios de conservación como las tinajas en que se encontraron los rollos del Mar Muerto. La orquestación divina de todos estos medios secundarios en la preservación de su Palabra es una increíble demostración de la providencia divina.

[4] Confesión de Westminster, 1.1.

[5] https://www.haaretz.com/.premium–1.5163332. El primer alfabeto es en realidad un “abyad,” un sistema que consiste solo de consonantes.

[6] Perkins, Works, 1.11.

[7] Ames, The Marrow of Theology, 1.1.

[8] Catecismo Menor de Westminster, pregunta 3.

[9] Michael Haykin, SBJT 14.4 (2010): 38-46.

[10] Discurso de B. B. Warfield, The Theology of Calvin.

[11] Calvino, Respuesta al Cardenal Sadoleto, 16.

[12] J. I. Packer, A Quest for Godliness (Wheaton, Illinois: Crossway, 1990), 90.

[13] Ibíd., 91.

[14] Ibíd., 91.

Samuel E. Masters es miembro del concilio de Coalición por el Evangelio. Está casado con Carita y tienen tres hijos. Vive desde hace 32 años en Argentina. Es el pastor fundador de la Iglesia Bíblica Bautista Crecer (En Córdoba, Argentina), presidente de The Crecer Foundation (EE. UU.), y rector del Seminario Bíblico William Carey. Obtuvo su Masters of Arts In Religion en Reformed Theological Seminary y tiene un doctorado en Biblical Spirituality del Southern Baptist Theological Seminary.

Membresía de la iglesia

Ministerios Ligonier

Serie: Doctrinas mal entendidas

Membresía de la iglesia
Por Roland Barnes

Nota del editor: Este es el séptimo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Doctrinas mal entendidas

¿Qué pensarías de una madre y de un padre que, después de traer al mundo a su recién nacido, lo abandonan para que se valga por sí mismo? Eso sería desastroso para el niño y los padres serían culpables de abuso infantil. ¿Qué hace Jesús con Sus hijos espirituales recién nacidos? Aquí se encuentra, por lo menos en parte, la esencia y el significado de la membresía de la iglesia. Aquellos que son escogidos por el Padre, comprados por el Hijo y nacidos de nuevos por el Espíritu Santo, no son abandonados para valerse por sí mismos en contra del mundo, la carne y el diablo. Jesús toma a Sus hijos recién nacidos que han sido bautizados en la Iglesia invisible por el Espíritu Santo y los bautiza en la Iglesia visible por el sacramento del bautismo por agua. A través del bautismo por agua, Jesús también trae a los nuevos creyentes y a los hijos de los creyentes a formar parte de la iglesia visible. Cuando una persona es bautizada con agua en el nombre del Dios Trino, es añadida a la membresía de la iglesia visible y allí hay que cuidarla y nutrirla espiritualmente.

Estoy convencido que una de las razones por la cual la membresía de una iglesia no es valorada como debiera ser se debe a que no es vista como un medio por el cual el Buen Pastor cuida y provee para Sus ovejas. La Iglesia es Su rebaño. Él entregó Su vida por Sus ovejas. Las compró con el precio de Su propia sangre y no las abandona en esta tierra para que se las arreglen por sí mismas, por separado e individualmente. La Confesión de Fe de Westminster declara, «El bautismo es un sacramento del Nuevo Testamento, instituido por Jesucristo… para admitir solemnemente a la persona bautizada en la Iglesia visible» (28.1). Alguien pudiera preguntar, ¿dónde se encuentra la membresía en la Biblia? La respuesta está en la práctica del bautismo por agua. En el Nuevo Testamento, cuando alguien cree es bautizado y por su bautismo es añadido a la membresía de la Iglesia visible bajo la autoridad de la iglesia y el cuidado de líderes que actúan como pastores. Esta es la manera cómo Jesús vela por Su Iglesia en la tierra. Esas tres mil almas que fueron bautizadas en Pentecostés se agregaron a la membresía de la Iglesia en Jerusalén bajo el cuidado de los apóstoles.

Muchos fallan en ver la conexión entre el bautismo y la membresía, y por eso yerran en ver el significado de la supervisión y el cuido que se establece cuando una persona es bautizada y añadida a la membresía de la iglesia. Sin la membresía, es imposible para un líder eclesiástico determinar de cuáles de las ovejas de Cristo él es responsable. Pedro exhorta a los ancianos de la iglesia en 1 Pedro 5:2-3, diciendo «pastoread el rebaño de Dios entre vosotros, velando por él… [no] como teniendo señorío sobre los que os han sido confiados». La Reina-Valera 1960 traduce la frase «los que os han sido confiados» como «los que están a vuestro cuidado». El Buen Pastor ha encomendado Sus ovejas al cargo y cuidado de ancianos particulares que actúan como Sus pastores asistentes. Ciertamente, los apóstoles conocían las ovejas que Cristo les había encargado que supervisaran. Sin la membresía por el bautismo, los apóstoles no habrían conocido a las personas que pertenecían a Jesús y de las cuales ellos eran responsables. Sin la membresía, las ovejas no pueden saber quiénes son los pastores que deben seguir ni a quién le deben obediencia. El autor de Hebreos exhorta a los creyentes, «Obedeced a vuestros pastores y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta» (Heb 13:17).

Cuando una persona es agregada a la membresía de la Iglesia invisible o espiritual, es liberada «del dominio de las tinieblas» y trasladada «al reino [del] Hijo amado [de Dios]» (Col. 1:13). Para los creyentes, la membresía en la Iglesia visible o física en la tierra corresponde a la membresía en la Iglesia invisible o espiritual. No puede ser otorgado mayor privilegio al hombre en la tierra. Ser trasladado del mundo (un dominio de muerte, oscuridad y condenación) a la Iglesia (un dominio de vida, luz y amor redentor) es la mayor bendición dada al hombre en la tierra. Es en la Iglesia visible donde Jesús nos provee con una abundante provisión de los medios de nuestro crecimiento espiritual: Palabra, sacramentos, oración, comunión, disciplina, etc.

De hecho, la práctica de disciplina eclesiástica asume el concepto de membresía en un cuerpo local visible. En Mateo 18:17, Jesús se refiere al creyente que no se arrepiente cuando dice, «y si también rehúsa escuchar a la iglesia, sea para ti como el gentil y el recaudador de impuesto». Se asume que la persona está en comunión con Jesús y Su Iglesia, pero si no se arrepiente, debe ser removido de la comunión de la iglesia. Pablo seguramente lo vio de esta manera cuando expulsó al hombre impenitente en 1 Corintios 5:2. Él escribió, «el que de entre vosotros ha cometido esta acción [sea] expulsado de en medio de vosotros». Si no existe membresía, entonces la idea de sacar a alguien de la iglesia no tiene significado alguno. Sacar a alguien de la iglesia solo tiene sentido si esta persona ha sido miembro de pacto con el pueblo de Dios, unido a Cristo y a Su cuerpo. El apóstol Pablo afirma en Romanos 12:5, «Así nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo en Cristo e individualmente miembros los unos de los otros».

La membresía en el cuerpo de Cristo es el resultado de la unión con Cristo. Por el bautismo del Espíritu Santo (una realidad espiritual, interna, invisible), los creyentes son unidos a Jesús y se convierten en parte de la Iglesia universal y por el bautismo en agua (una señal externa, visible, física) los creyentes y sus hijos son injertados en la iglesia visible, bajo el cuidado de los ancianos. La membresía tiene que ver con el cuidado espiritual y la rendición de cuentas. Es la bendición de pertenecer a la esposa de Cristo y el beneficio de Su supervisión pastoral. Es en la iglesia que el señorío de Cristo se manifiesta más claramente cuando los miembros se congregan en el Día del Señor, proveen apoyo con sus diezmos y ofrendas, utilizan sus dones espirituales para ministrarse unos a otros y proclaman Su evangelio en todo el mundo.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Roland Barnes
El reverendo Roland Barnes es pastor principal de Trinity Presbyterian Church (PCA) en Statesboro, Georgia.

Jesús es el Mesías

Miércoles 2 Marzo

Jesús… les dijo: ¿Qué buscáis? Ellos le dijeron… Maestro, ¿dónde moras? Les dijo: Venid y ved. Fueron, y vieron donde moraba, y se quedaron con él aquel día.

Juan 1:38-39

Jesús es el Mesías (2)

Testimonio

“Reconocí en la persona de Jesús a un maestro que decía la verdad. Hablaba en un contexto que todo judío podía comprender, de una manera que me sorprendía. Yo estaba de acuerdo con cada pasaje de los evangelios. Después de varias semanas declaré que estaba realmente convencido de que Jesús era el Mesías, y me consideraba como uno de sus discípulos. No necesité una revelación particular, sino una fe simple: estaba seguro de pertenecer a aquel que había muerto y resucitado para que yo pudiese tener la vida eterna.

Cuando volví a Francia mis padres reaccionaron bastante mal ante mi nuevo compromiso. Se sentían traicionados, pues pensaban que yo había dado la espalda a las esperanzas que ellos habían puesto en mí. Para poder crecer en mi nueva fe, debía tener un nuevo comienzo. Por ello decidí marcharme a Canadá. En 1976 me casé con Judy; el amor nos había reunido. Me hubiese gustado tanto que mis padres estuviesen presentes, pero dejaron de hablarme desde que confesé mi fe en Jesús. Durante once años se negaron a comunicarse conmigo. Solo cuando nuestros hijos nacieron volvieron a tener contacto con nosotros, y doy gracias a Dios por ello.

Nunca me arrepentí de haber depositado mi confianza en Jesús y de haber puesto mi vida en sus manos. En él encontré las respuestas a las preguntas esenciales de la vida. ¡Y estoy muy agradecido con Dios!”.

William

Éxodo 14 – Hechos 10:25-48 – Salmo 28:6-9 – Proverbios 10:26

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