
SALMO 147
«Excelso es nuestro Señor, y grande su poder; su entendimiento en infinito»
(Sal. 147:5).
Este salmo es un hermoso cántico de alabanza al Señor por Su gran poder y Su perfecta protección hacia los suyos. En esta ocasión el salmista empieza exhortando al pueblo de Israel a que alabe al Señor: «… ¡Cuán bueno es cantar salmos a nuestro Dios, cuán agra- dable y justo es alabarlo!» (v. 1), para luego presentar las múltiples razones por las cuales es digno de ser alabado. Alabamos al Señor por Su salvación, presente y futura. El SEÑOR es quien edifica Jerusalén (v. 2), quien vuelve a reunir a Su pueblo (v. 2), quien sana las heridas del corazón (v. 3); el poder del Señor es tan grande que Él puede contar todas las estrellas y llamarlas a cada una por su nombre: ¿Cómo no habría de cuidar un Dios tan poderoso a cada uno de nosotros, los que formamos Su pueblo?
Tal y como adelantaba el versículo 4, el mismo Dios que cuenta las estrellas es quien cuida de Su pueblo escogido. El poder de Dios es mucho más alto de lo que podamos jamás entender. Dios extien- de las nubes y prepara la lluvia (v. 8), da de comer a los animales (v. 9), y aunque la Creación es obra de sus manos y Él la sustenta perfectamente, Dios no encuentra Su máximo deleite en ella, sino en Su nueva creación: «Sino que se complace en los que le temen, en los que conf ían en su gran amor» (v. 11).
De ahí proviene el imperativo del salmista que podemos apro- piarnos cada uno de nosotros: ¡Alaba al SEÑOR! Dios se goza en nuestras alabanzas y en un corazón humilde y sumiso delante de Él. La salvación de Dios es muy generosa y muy grande. Él usa a toda Su creación para proteger a Su Israel ante todos sus enemigos, y delante de Su poder, «¿quién puede resistir?» (v. 17). Ahora bien, esperando llegar al clímax de su salmo, el autor se guarda para el final la más grande las bendiciones de Dios para con los suyos: «A Jacob le ha revelado su palabra; sus leyes y decretos a Israel. Esto no lo ha hecho con ninguna otra nación; jamás han conocido ellas sus decretos. ¡Aleluya! ¡Alabado sea el SEÑOR!» (v. 19-20). Israel se goza, ante todo, por el hecho de conocer la voluntad del Señor y ser poseedor de Su revelación. Ese es también para nosotros, Su Israel, nuestro mayor gozo, deleite, y beneficio.
Además de las muchas bendiciones materiales del Señor para contigo, ¿cuentas como tu mayor bendición el poder tener Su pre- ciosa Palabra y el privilegio de poder meditar en ella? ¿Das gracias a Dios por haber revelado a Su Hijo en ti (Gál. 1:16)? Que en medio de las bendiciones que te rodean, o aún en los momentos de escasez y aflicción, esta sea tu más grande bendición y tu primer motivo de alabanza a Dios. Él podría habernos privado de conocerle, pero por Su bondad infinita, Dios nos ha hablado y ha hecho de nosotros una nación santa. Nosotros le hemos conocido y hemos sido comprados para alabarle. ¡Aleluya!