
Domingo 2 Abril
Que (las ancianas) enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos.
El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo… todo lo espera.
Un amor duradero
Bernardo y Sonia estaban casados desde hacía diez años y tenían cuatro hijos. Al principio estaban muy enamorados, pero con el paso del tiempo, poco a poco, se fueron alejando uno del otro. Bernardo pasaba más tiempo frente al ordenador que con su familia… y la responsabilidad del hogar pesaba cada vez más sobre Sonia.
Un día ella contó su situación a una amiga cristiana de más edad, y terminó diciendo con amargura:
–De todos modos ya no lo amo…
Llena de simpatía, su amiga la escuchó y le respondió:
–¿Crees que amar al marido consiste solo en tener por él los mismos sentimientos del principio? Si así fuera, ¿por qué Dios manda a las mujeres mayores que enseñen a las más jóvenes a amar a sus maridos? ¡Amar a nuestro marido es algo que se aprende! No es una actitud pasiva, sino una decisión personal y voluntaria, una búsqueda concreta, práctica y cotidiana. El apóstol Pablo dice que el verdadero amor “no busca lo suyo”. En vez de pensar en lo que te frustra, pide cada día a tu Señor la fuerza para aplicar este simple principio, y que te libere del egoísmo que te hace infeliz. Ora por tu marido; pide a Dios que te ayude a hacerlo feliz; así lo verás de una forma diferente, y tú misma serás más feliz. Dios mismo se encargará de obrar en él para que una feliz relación se restablezca entre ustedes, para el gozo de su hogar y para la gloria de Dios.
Ezequiel 26 – Gálatas 3 – Salmo 38:9-14 – Proverbios 12:23-24
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