CORRUPCIONES DE CORAZÓN ¡Oh Dios! Que Tu Espíritu hable en mí para que yo pueda hablar contigo. Yo no tengo ningún mérito, permite que el mérito de Jesús repose sobre mí. Yo no merezco, más yo miro Tu misericordia. Estoy lleno de debilidades, concupiscencias, pecados; Tú eres lleno de gracia. Yo confieso mi pecado, mi pecado frecuente, mi pecado voluntario; todos mis poderes de cuerpo y alma están contaminados: una fuente de contaminación está arraigada en mi naturaleza. Existen cámaras de imágenes inmundas dentro de mi ser; he pasado de un aposento odioso a otro, caminado por tierra baldía de imaginaciones peligrosas, llamativa a los secretos de mi naturaleza caída. Estoy totalmente avergonzado de lo que soy en mí mismo; Yo no tengo ningún renuevo en mí, ni frutos, sino espinas y abrojos; yo soy una hoja desapareciendo que el viento arrebata; Yo vivo desnudo y estéril como un árbol de invierno, inútil, digno de ser cortado y quemado. Señor, ¿Tú tienes compasión de mí? Tú has dado un duro golpe a mi orgullo, al falso dios de mí, y me quedo en pedazos delante de Ti. Mas Tú me diste otro Maestro y Señor, Tu Hijo, Jesús, y ahora mi corazón se vuelve hacia la santidad, mi vida se acelera como una flecha con un arco hacia la completa obediencia al Señor. Ayúdame en todas mis acciones para acabar con el pecado y para humillar a mi orgullo. Sálvame del amor del mundo y la vanagloria de la vida, de todo lo que es natural en el hombre caído, y deja que la naturaleza de Cristo sea vista en mí todos los días. Dame la gracia de soportar Tu voluntad sin quejarme y con placer, no sólo para ser tallado, al cuadrado, o anticuado, más separado de la vieja roca, donde he estado incrustado durante tanto tiempo, y tirado en la pradera a los aires superiores, donde yo pueda ser edificado en Cristo para siempre.
Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Tiempo
odos tenemos estaciones, épocas del año, días de la semana y momentos del día favoritos. Algunas personas prefieren la oscuridad de la madrugada antes de que salga el sol. Otros disfrutan la tranquilidad del atardecer mientras se pone el sol. En lo personal, me gustan todas las estaciones y épocas del año. Siempre he disfrutado despertar los lunes en la mañana con una semana cargada de trabajo porque me gusta lo que hago. Como me levanto temprano, disfruto el silencio y la anticipación del día que está por iniciar. Sin embargo, mi momento favorito es el atardecer, cuando tengo la oportunidad de regresar a casa con mi amada esposa y mis hijos, y por la gracia de Dios, he podido terminar un día más y, por lo tanto, estoy más cerca de mi hogar celestial. Quizás, por esa razón parcialmente, uno de mis himnos favoritos ha sido por mucho tiempo el himno del siglo diecinueve, «Conmigo sé» [Abide with me] escrito por Henry Francis Lyte (1793-1847).
Durante una gran parte de su vida, Lyte sufrió de una salud pobre y regularmente salía de Inglaterra en busca de alivio. Eventualmente desarrolló tuberculosis y murió a la edad de cincuenta y cuatro años. Su hija recuenta las circunstancias en las que Lyte escribió «Conmigo Sé»: «El verano estaba por terminar, y llegaba el mes de septiembre, ese mes en el que una vez más tendría que salir de su tierra natal, y cada día parecía tener un valor especial por ser un día más cercano a su partida». No es de extrañar, entonces, que el primer y segundo verso del himno dicen: «Señor Jesús, el día ya se fue, la noche cierra, oh conmigo sé, sin otro amparo Tú, por compasión, al desvalido da consolación. Veloz el día nuestro huyendo va, su gloria, sus ensueños pasan ya; mudanza y muerte veo en derredor: conmigo sé, bendito Salvador».
Todos hemos sufrido en esta vida. Algunos hemos sufrido mucho. Sin embargo, como el himno nos recuerda, nuestro Señor está con nosotros en cada temporada de nuestras vidas. La gente nos fallará; las comodidades se desvanecerán, el cambio y la decadencia continuarán en nuestro alrededor y en nosotros; pero nuestro Dios no cambia. Él es nuestro Dios infinito, eterno e inmutable y vivimos delante de Su rostro, coram Deo, cada día, descansando en la gloriosa verdad de que nuestro Dios, al justificarnos y unirnos con Cristo, permanece con nosotros por medio del Espíritu Santo que mora en nosotros. Por lo tanto, podemos descansar en que tanto en los momentos que más disfrutamos como en las temporadas más difíciles, el Dios eterno que creó el tiempo, que es soberano sobre el tiempo y que obra a tiempo, está con nosotros y nunca nos dejará ni nos desamparará.
El Dr. Burk Parsons es pastor principal de Saint Andrew’s Chapel [Capilla de San Andrés] en Sanford, Florida, director de publicaciones de Ligonier Ministries, editor de Tabletalk magazine, y maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier Ministries. Él es un ministro ordenado en la Iglesia Presbiteriana en América y director de Church Planting Fellowship. Es autor de Why Do We Have Creeds?, editor de Assured by God y John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine, and Doxology, y co-traductor y co-editor de ¿Cómo debe vivir el cristiano?de Juan Calvino.
He aquí, amargura grande me sobrevino… mas a ti agradó librar mi vida del hoyo de corrupción; porque echaste tras tus espaldas todos mis pecados.Isaías 38:17
La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.Romanos 6:23
Dios no renuncia
Desde sus primeras páginas la Biblia nos revela que Dios, nuestro creador, quería que fuésemos felices. Puso a su criatura en un entorno perfecto y maravilloso, y le dio el privilegio de comunicarse con él. También le dio la responsabilidad de obedecer a su voluntad. Pero muy pronto el ser humano desobedeció y, desde ese día, es pecador (Romanos 5:19). El hombre, que antes era libre y feliz según la voluntad de Dios, ahora está sometido a las lágrimas, las tristezas, la muerte… ¡porque desobedeció! Debido a ello el mal está presente en todas partes de nuestro mundo.
Pero Dios no renuncia a querer la felicidad del hombre. Lo invita a arrepentirse, pues “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4). Conocer la verdad significa primeramente aceptar el hecho de que el centro de nuestros pensamientos y de nuestros afectos, es decir, nuestro corazón, es malo por naturaleza, y luego tomar el remedio que Dios nos ofrece. Su Hijo, Jesucristo, vino y dio su vida para salvar al hombre. Basta con aceptarlo como Salvador para que nos dé una vida nueva. Él perdona y da la vida eterna a todos los que se reconocen pecadores. En otro tiempo estábamos lejos de Dios, pero ahora estamos unidos a Cristo por su vida. Dios nos reconoce como sus hijos. Después de su resurrección, Jesús dijo a María: “Ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17).