El evangelio de la prosperidad en mi propio corazón

Por David W. Jones

Si bien había estado expuesto al evangelio de la prosperidad previamente en mi vida, no fue hasta que empecé el seminario que lo pensé seriamente. Comencé a servir en iglesias locales durante mi tiempo como un estudiante, y estaba sorprendido encontrar a tanta gente bajo mi cuidado consumiendo material del evangelio de propiedad a través de diferentes medios de comunicación. Además, muchas personas parecían ver su relación con Dios como una transacción quid pro quo. Él era tratado como un dulce padre celestial que existía para hacerlos saludables, ricos y felices a causa del servicio prestado.

Al principio de mi carrera académica, publiqué en una revista teológica poco conocida un artículo titulado «La bancarrota del evangelio de la prosperidad» [1]. En él intenté sintetizar mis objeciones iniciales a la teología de la prosperidad, así como con suerte dar una dirección básica a aquellos atrapados en el movimiento del evangelio de la prosperidad. Para mi sorpresa, recibí comentarios inmediatos sobre mi breve publicación, tanto positivos como negativos. De hecho, sigo recibiendo más comentarios sobre ese artículo que sobre cualquier otra cosa que haya escrito.

Times Square NYC
Estas dos experiencias me llevaron a hacer esta pregunta: ¿por qué los cristianos evangélicos se sienten atraídos por el evangelio de la prosperidad? ¿Y por qué resuena con tanta gente en general? Después de un poco de reflexión e investigación, la respuesta a la que llegué fue sorprendente: el evangelio de la prosperidad reside en el corazón de todos los hombres, el evangelio de la prosperidad está incluso en mi propio corazón.

Imagínate que estás conduciendo a la iglesia un domingo frío y lluvioso por la mañana y, para tu desconcierto, se te pincha un neumático. ¿Cuál es tu pensamiento inmediato? «Dios, ¿en serio? Estoy yendo a la iglesia. ¿No hay algún traficante de drogas o esposo abusivo al que pudieras haber afectado por un pinchazo del neumático?». Ese es el evangelio de la prosperidad.

O tal vez no obtenga ese ascenso en tu trabajo, tu hijo se enferma o te critican injustamente en la iglesia. ¿El resultado? Te enojas con Dios porque fuiste ignorado, estás preocupado o te despreciaron. Ese es el evangelio de la prosperidad.

El solo pensamiento de que Dios nos debe una vida relativamente libre de problemas, y la ira que sentimos cuando Dios no actúa de la manera que creemos que debe actuar, traiciona un corazón que espera que Dios nos prospere debido a nuestras buenas obras. Ese es el evangelio de la prosperidad.

Puede que te resulte fácil ver a los charlatanes espirituales en la televisión, vendiendo sus indulgencias modernas, revisando pasajes bíblicos y prometiéndonos nuestra mejor vida ahora si tenemos suficiente fe en la fe. Pero no olvides que lo que hace que el evangelio de la prosperidad sea tan atractivo es que satisface los deseos del corazón humano caído. Promete mucho, pero requiere poco. Consiente a la carne.

Si bien puedes ser lo suficientemente maduro para resistir el evangelio de la prosperidad sistematizado de los autoproclamados promotores del movimiento, no pases por alto el evangelio de la prosperidad latente que habita en tu propio corazón. El verdadero evangelio dice, cualquier cosa que se nos presente, Jesús es suficiente.

¿Es suficiente para ti?

Por David W. Jones
David W. Jones es profesor asociado de ética cristiana en el Seminario Teológico Bautista del Sureste.

El lugar de la ambición piadosa

El lugar de la ambición piadosa
Por Dan Dodds

Serie: Perfeccionismo y control

Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Perfeccionismo y control

Dame esta región montañosa… y los expulsaré». Estas son las palabras de Caleb a sus ochenta años, cuando los israelitas irrumpieron en la tierra prometida y se preparaban para enfrentarse a sus enemigos, palabras que fueron registradas en el libro de Josué (14:12). A la luz de los obstáculos frente a Caleb y los peligros que representaban, sería difícil pensar en él como algo menos que ambicioso.

Pero ¿eran buenas o malas las ambiciones de Caleb? Muy a menudo, la palabra ambición evoca la imagen negativa de los banqueros inversionistas de Wall Street racionalizando la codicia egoísta. O quizás uno podría encontrar la palabra impresa en un cartel motivacional con un escalador aferrado a la ladera de una montaña que intenta ascender. Pero ¿cuál de estas dos cosas es la ambición? ¿Es mala o debemos cultivarla en nosotros mismos y en nuestros hijos? ¿La Biblia promueve la ambición?

Cuando buscamos la palabra ambición en distintas versiones de la Biblia, la encontramos en varios pasajes como la traducción de diversas palabras griegas. La palabra ambición se emplea tanto en contextos positivos como negativos. Negativamente, Santiago condena a los que tienen «celos amargos y ambición personal» (Stg 3:14). Positivamente, Pablo expresa que tenía «Mi gran aspiración [ambición] siempre ha sido predicar la Buena Noticia» (Rom 15:20 NTV). La Biblia claramente reconoce tanto la ambición buena como la ambición mala. ¿Cómo podemos diferenciarlas?

Recordemos qué es la ambición. Según la definición del diccionario es simplemente un deseo de lograr un fin particular. Pero esta definición quizás es demasiado débil, ya que puede aplicarse a las decisiones de la vida cotidiana que no se considerarían ambiciosas. Así que, permíteme sugerir la siguiente definición de la ambición: deseo intenso que conduce a la disposición de superar obstáculos para lograr un fin particular. Hay dos observaciones importantes que hacer aquí. Primero hay que notar la relación entre el «deseo» y el «fin». En segundo lugar, observa que la definición también incluye las palabras «superar obstáculos» y «lograr», las cuales indican que se requerirá un cierto grado de esfuerzo y que se emplearán medios en el proceso. Consideremos cada una de estas observaciones con más detalle.

DESEOS Y FINES
Todos nosotros tenemos deseos: deseos de la mente y de la carne. Desear es un aspecto de ser una criatura, un producto de tener mente y cuerpo. El problema es que el pecado distorsiona esta relación de varias maneras. Primero, el pecado genera deseos (codicias, antojos, pasiones) por fines incorrectos. Es decir, nuestra naturaleza pecaminosa distorsiona nuestro pensamiento de tal manera que deseamos alcanzar fines que no agradan a Dios (Stg 4:1-3).

En segundo lugar, el pecado distorsiona la proporción de la relación deseo-fin, llevándonos a desear incluso los fines correctos con un deseo desproporcionado (un deseo débil por las cosas que son mejores y un deseo intenso por lo mediocre o trivial). Recuerda las palabras de Jesús a los fariseos en Mateo 23:23:

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, y habéis descuidado los preceptos de más peso de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad; y estas son las cosas que debíais haber hecho, sin descuidar aquellas.

Por esta razón, necesitamos que la Escritura nos recuerde una y otra vez que debemos renovar nuestras mentes para valorar lo que Dios valora y odiar lo que Dios odia. Debemos entrenar nuestra mente (y por lo tanto nuestras emociones) para amar lo que Dios ama. Observa Romanos 12:2 ―«Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto»― y el Salmo 37:4 ―«Pon tu delicia en el SEÑOR, y Él te dará las peticiones de tu corazón»―.

MEDIOS
La segunda parte de la definición de la ambición es el uso de medios para lograr los fines deseados. El pecado nos lleva a desvirtuar los medios revelados por Dios para lograr los fines; a menudo empleamos métodos pecaminosos para alcanzarlos. Sin embargo, los medios utilizados también deben estar de acuerdo con la Palabra de Dios. La Escritura está repleta de mandamientos y principios que nos guían en el uso de los medios, y nos dicen qué es lícito y qué no lo es. Incluso si el deseo es bueno y el fin agrada a Dios, no debemos emplear medios ilícitos para satisfacer ese deseo. Podríamos desear tener un hijo, y eso sería agradable a Dios, pero secuestrar al bebé de alguien como un medio para lograr este fin resultaría pecaminoso.

IMPLICACIONES DE LA AMBICIÓN PIADOSA
Entonces, juntemos estas observaciones y construyamos una perspectiva bíblica de la ambición. Primero, debemos tener ambiciones piadosas. Pablo se describe a sí mismo como ambicioso y nuestro Señor ciertamente fue ambicioso (según nuestra definición anterior) para cumplir Su llamado como Profeta, Sacerdote y Rey. En segundo lugar, la ambición piadosa requiere deseos que estén relacionados correctamente con fines justos. En tercer lugar, la ambición piadosa emplea medios justos para lograr esos fines. Pero ¿cómo desarrollamos una ambición piadosa?

DISCIPLINA, DEBER Y DESEO
Primero, debemos reconocer e implementar las herramientas que Dios nos da. Pablo escribe en 1 Timoteo 4:7: «Disciplínate a ti mismo para la piedad». Necesitamos entender que la disciplina tiene un papel en la vida de cada cristiano para que este supere la pereza y trabaje con el fin de crecer en la piedad.

En segundo lugar, está el deber. Muchos cristianos se estremecen cuando se menciona la palabra deber. Pero el deber debe entenderse como un medio para lograr un fin. El deber es la obediencia disciplinada con miras a desarrollar amor por lo que se practica. El deber es la práctica de deleitarse en lo que deleita a Dios hasta que experimentamos ese deleite verdadero. Mi esposa y yo hemos asignado quehaceres a nuestros hijos, y a menudo se resisten a hacerlos, pero nuestro objetivo es ayudarlos a desarrollar amor por el orden y el trabajo, de tal manera que el deber subyacente les resulte secundario. La disciplina y el deber son caminos hacia el deleite.

IDENTIDAD Y AMBICIÓN CRISTIANA
Otra manera de crecer en la ambición piadosa es que los cristianos comprendan su identidad, su posición y su propósito.

En cuanto a su posición, todo cristiano debería tener un entendimiento bíblico y claro de la naturaleza de su ciudadanía en el Reino de Dios. Entender que somos hijos del Creador y que estamos en pacto con Él es fundamental para comprender quiénes somos. Reflexionar en las prioridades del Reino y el juicio final nos ayudará a forjar una ambición piadosa.

Además de comprender quiénes somos (posición), necesitamos saber por qué somos (propósito). Al principio de la creación, Dios les dice a Adán y Eva lo que deben hacer; a eso lo llamamos el mandato de la creación (Gn 1:28). Estamos llamados a ser fructíferos y multiplicarnos. Lamentablemente, muchos de los que profesan a Cristo han menoscabado la responsabilidad de casarse y tener hijos. En la cultura moderna, ambas cosas se consideran difíciles e incluso contraproducentes para la libertad y el gozo personal. Pero los que buscan cumplir su destino autodesignado en oposición a los propósitos originales de Dios cuando creó la humanidad son como un tren que quiere liberarse de sus rieles. Como cristianos, debemos resistir esta corriente y considerar el matrimonio como un regalo de Dios. A menos que tengamos el llamado excepcional a la soltería específicamente por causa del ministerio, debemos tener la ambición de casarnos, tener hijos y criar familias piadosas.

El mandato de ejercer dominio sobre el planeta aborda el tema de la vocación, del llamado. ¿Consideras que de alguna manera tu trabajo forma parte de ese mandato? Deberías considerarlo así si es un trabajo legítimo. Y cuando en verdad ves tu trabajo como parte del plan de Dios, de Su panorama general, entonces tu ambición de hacer las cosas bien y tener éxito debería crecer.

Los mandatos anteriores se relacionan con la familia y el ámbito civil, pero Dios además nos colocó en la Iglesia. Al hacerlo, también nos prescribe el papel que debemos desempeñar en nuestro llamamiento como hermanos y hermanas. Dios le da dones espirituales a cada creyente (Rom 12; 1 Co 12; Ef 4; 1 Pe 4), mediante los cuales nos ministramos los unos a los otros. También se nos ha dado el mandato de ir al mundo, proclamar el evangelio (Mr 16:15) y hacer «discípulos de todas las naciones» (Mt 28:19). Ambos énfasis, el del ministerio interno en la Iglesia y el de la proclamación externa al mundo, son esenciales para la ambición y la práctica cristiana piadosa.

Pablo escribió en 2 Corintios 5:9: «Ya sea presentes o ausentes, ambicionamos serle agradables». Que esto también sea cierto de nosotros.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.

Dan Dodds
El Rev. Dan Dodds es pastor asociado de atención pastoral y consejería en Woodruff Road Presbyterian Church en Simpsonville, S.C.

Palabras del evangelio: Arrepentíos (1)

Jueves 1 Septiembre

Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados.

Hechos 3:19

(Jesús dijo:) Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.

Mateo 18:3

Palabras del evangelio: Arrepentíos (1)

“Arrepentíos”. El sentido inicial de este verbo contiene la idea de girarse, dar la vuelta, cambiar de rumbo. “Os convertisteis de los ídolos a Dios”, escribió el apóstol Pablo a los cristianos de Tesalónica (1 Tesalonicenses 1:9). Todos debemos convertirnos a Dios, aunque no hayamos adorado a los ídolos, porque “cada cual se apartó por su camino” (Isaías 53:6). Este texto de la Biblia describe bien nuestro estado. Naturalmente nuestra naturaleza humana orienta nuestros pensamientos y nuestra vida lejos de Dios. Ahora, por la conversión, nuestro camino nos conduce hacia Dios y hacia Jesús, nuestro Salvador y modelo.

Cuando el apóstol Pedro interpeló a sus contemporáneos, ellos estaban convencidos de estar en la “buena religión”. Sin embargo, Pedro los llamó a convertirse, a volverse a Dios. Su llamado también es para nosotros, aunque pensemos que practicamos la religión correcta. Lo esencial es tener una relación personal con Dios. Esto implica necesariamente renunciar a nosotros mismos para volvernos a Dios.

El arrepentimiento y la conversión son obra del amor divino en nuestros pensamientos y en nuestra vida. El uno no va sin el otro: arrepentirse significa que debe haber un cambio en nuestra forma de pensar; convertirse es la consecuencia de este cambio en nuestra manera de vivir: tenemos un nuevo objetivo.

Pablo también escribió: “Anuncié… que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento” (Hechos 26:20).

(continuará el próximo jueves)

Jeremías 33 – 1 Corintios 9 – Salmo 102:23-28 – Proverbios 22:15

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