La palabra “Biblia” proviene de las palabras griega y latina que significan “libro”, un nombre muy apropiado, puesto que la Biblia es el libro para toda la gente de todos los tiempos. Es un libro como no hay otro, único en su clase.
Sesenta y seis diferentes libros forman la Biblia. Éstos incluyen libros sobre la ley, tales como Levítico y Deuteronomio; libros históricos, tales como Esdras y Hechos; libros de poesía, tales como Salmos y Eclesiastés; libros de profecía, como Isaías y Apocalipsis; biografías, como Mateo y Juan; y epístolas (cartas formales) como Tito y Hebreos.
Los Autores
Cerca de 40 diferentes autores humanos contribuyeron para su formación, escrita dentro de un período aproximado de 1,500 años. Los autores fueron reyes, pescadores, sacerdotes, oficiales gubernamentales, granjeros, pastores y doctores. Toda esta diversidad converge en una increíble unidad, con temas comunes entrelazados a través de toda ella.
La unidad de la Biblia se debe al hecho de que, finalmente, tiene un Autor: Dios Mismo. La Biblia es “Inspirada por Dios” (2 Timoteo 3:16). Los autores humanos escribieron exactamente lo que Dios quiso que escribieran, y el resultado fue la perfecta y santa Palabra de Dios (Salmo 12:6; 2 Pedro 1:21).
Las Divisiones
La Biblia está dividida en dos partes principales: El Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. En resumen, el Antiguo Testamento es la historia de una Nación, y el Nuevo Testamento es la historia de un Hombre. La Nación fue la manera en que Dios trajo al Hombre al mundo.
El Antiguo Testamento describe la fundación y preservación de la nación de Israel. Dios prometió utilizar a Israel para bendecir al mundo entero (Génesis 12:2-3). Una vez que Israel fue establecida como una nación, Dios levantó a una familia de entre esa nación a través de la cual vendrían las bendiciones: la familia de David (Salmos 89:3-4). Entonces, de la familia de David fue prometido un Hombre quien traería la bendición prometida (Isaías 11:1-10).
El Nuevo Testamento detalla la venida del Hombre prometido. Su nombre fue Jesús, y Él cumplió las profecías del Antiguo Testamento, porque vivió una vida perfecta, murió para convertirse en el Salvador, y resucitó de entre los muertos.
El Carácter Central
Jesús es el carácter central en la Biblia – en realidad todo el libro es acerca de Él. El Antiguo Testamento predijo Su venida y preparó el escenario para Su entrada al mundo. El Nuevo Testamento describe Su venida y Su obra para traer salvación a nuestro mundo pecador.
Jesús es más que una figura histórica; de hecho, Él es más que un hombre. Él es Dios hecho carne, y Su venida fue el evento más importante en la historia del mundo. Dios Mismo se hizo hombre para darnos una clara y entendible imagen de lo que Él es. ¿Cómo es Dios? Dios es como Jesús; Jesús es Dios en forma humana (Juan 1:14; 14:9).
Un Breve Resumen
Dios creó al hombre y lo puso en un ambiente perfecto; sin embargo, el hombre se rebeló contra Dios y falló en llegar a ser lo que Dios quería que fuera. Dios puso al mundo bajo una maldición a causa del pecado, pero inmediatamente puso en acción un plan para restaurar al hombre y a toda la creación a su gloria original.
Como parte de Su plan de redención, Dios llamó a Abraham desde Babilonia a Canaán (aproximadamente en el año 2000 a.C.). Dios prometió a Abraham, su hijo Isaac, y su nieto Jacob (también llamado Israel), que Él bendeciría al mundo a través de sus descendientes. La familia de Israel emigró de Canaán a Egipto, donde se multiplicaron hasta hacerse una nación.
Aproximadamente en el año 1400 a. C., Dios guió a los descendientes de Israel fuera de Egipto bajo la dirección de Moisés y les dio la Tierra Prometida, Canaán, para que la poseyeran. A través de Moisés, Dios le dio la Ley al pueblo de Israel e hizo un pacto (convenio) con ellos: si ellos permanecían fieles a Dios y no seguían la idolatría de las naciones que les rodeaban, entonces ellos prosperarían. Si ellos dejaban a Dios y seguían a los ídolos, entonces Dios destruiría su nación.
Aproximadamente 400 años después, durante el reinado de David y su hijo Salomón, Israel fue consolidado como un reino grande y poderoso. Dios prometió a David y Salomón que un descendiente de ellos gobernaría como un Rey eterno.
Después del reinado de Salomón, la nación de Israel se dividió. Las diez tribus del norte fueron llamadas “Israel,” y pasaron cerca de 200 años antes que Dios las juzgara por su idolatría. Asiria llevó cautivo a Israel en el año 721 a.C. Las dos tribus en el sur fueron llamadas “Judá,” y ellas tardaron un poco más, pero eventualmente ellas también, se olvidaron de Dios. Babilonia los llevó cautivos en el año 600 a.C.
Cerca de 70 años después, Dios bondadosamente trajo el remanente de los cautivos de regreso a su propia tierra. Jerusalén, la capital, fue reconstruida aproximadamente en el año 444 a.C., e Israel estableció una vez más su identidad nacional. Hasta aquí termina el Antiguo Testamento.
El Nuevo Testamento inicia 400 años más tarde con el nacimiento de Jesucristo en Judea. Jesús fue el descendiente prometido a Abraham y David, Aquel que llevaría a cabo el plan de Dios para la redención de la raza humana y restauración de la creación. Jesús completó fielmente Su obra: Él murió por el pecado y resucitó de los muertos. La muerte de Cristo es la base para un nuevo pacto (convenio) con el mundo: todo el que tenga fe en Jesús será salvo del pecado y vivirá eternamente.
Después de Su resurrección, Jesús envió a Sus discípulos a proclamar las buenas nuevas por todas partes, sobre Su vida y Su poder para salvar. Los discípulos de Jesús salieron en todas las direcciones proclamando las buenas nuevas de Jesús y la salvación. Ellos viajaron a través de Asia Menor, Grecia y todo el Imperio Romano. El Nuevo Testamento cierra con una predicción del retorno de Jesús para juzgar al mundo incrédulo y liberar a la creación de la maldición.
Aceptando la soberanía de Dios en la salvación y nuestro papel como Sus heraldos
Por Matthew Miller
Nota del editor: Este es el octavo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Perfeccionismo y control
a doctrina de la soberanía de Dios nos da valentía ante las amenazas, resolución en medio del sufrimiento y esperanza bajo el peso de la decepción. Pero el conocimiento de Su soberanía no siempre produce esa confianza en nuestras conversaciones con los incrédulos. Aquí tendemos a sentirnos abrumados por el miedo a decir algo incorrecto y perplejos con respecto al alcance de nuestro papel humano en medio de Su plan divino.
¿Por qué existe esta diferencia? Tendemos a encontrar refugio en la soberanía de Dios cuando enfrentamos cosas que sabemos muy bien que están fuera de nuestro control: un diagnóstico, un desastre, una angustia o una muerte. Por otro lado, tendemos a aferrarnos al control, o la ilusión de control, en nuestras relaciones. Pensamos que si hacemos o decimos esto o aquello, podemos predecir razonablemente cómo reaccionarán las otras personas y cómo sus reacciones afectarán nuestra relación. Como sabemos qué tipo de relación queremos tener con ellas, hacemos todo lo posible para dirigir las cosas hacia el fin deseado. Esta ilusión de control le quita la valentía a nuestro testimonio, la valentía que la doctrina de la soberanía de Dios provee en las demás situaciones.
Hace años, me hice amigo de mi entrenador en el gimnasio. Éramos tan diferentes como podíamos ser. Yo era un estadounidense blanco de una familia que llevaba seis generaciones en el país; él era un inmigrante de piel oscura de África Oriental. Yo tenía «los brazos de un hombre pensante»; él era un enorme campeón de culturismo de peso pesado. Yo estaba soltero; él estaba en su segundo matrimonio y tenía tres hijos pequeños. Yo era cristiano; él no. Pero quería verlo llegar a conocer a Cristo.
En el fondo, también quería otra cosa: quería parecerle una persona agradable. Y ese era el problema. Mi deseo de que él conociera a Cristo a menudo chocaba con mi deseo de parecerle agradable. Pensaba que podría manejar estos dos deseos, pero en realidad tenía que elegir entre ellos.
No recuerdo exactamente cuándo sucedió, pero sí recuerdo que al fin le entregué esta relación al Señor. Oré: «Señor, no puedo salvar a este hombre, ni tengo ningún derecho a tener una amistad con él. Ayúdame a tener libertad cuando estoy con él y dejarte los resultados a Ti». Como resultado, comencé a decirle cosas sobre Cristo sin dudarlo mientras me guiaba de máquina en máquina por el gimnasio, no de manera forzada, sino de forma natural; al fin estaba cómodo con «perder» esta relación, y eso fue lo que hizo la diferencia. Llegó a conocer y confiar en Cristo meses después. El Señor lo hizo.
Una de las parábolas que nos ayuda a pensar en testificar es la parábola de los talentos (Mt 25:14-30). El señor confía talentos a sus siervos. En ningún momento los siervos son dueños de los talentos; los talentos son propiedad exclusiva del señor de principio a fin. Dos siervos se atreven a invertir el talento del señor. Un siervo no arriesga el talento, sino que lo protege, por lo que pierde la posibilidad de tener ganancias y queda bajo la condenación de su señor.
¿Has pensado alguna vez en tus relaciones con los incrédulos como algo que estás llamado a administrar y no a poseer? Lo que ocurre con los recursos encomendados también ocurre con las relaciones encomendadas: el mayordomo está llamado a arriesgarlas, a exponerlas al peligro para la ganancia del Señor. Necesitamos decirle al Señor: «Padre Celestial, si pierdo esta relación porque hablé de Ti, por más difícil que sea esa pérdida para mí, yo estaría conforme con eso. Libérame para que arriesgue esta relación como mayordomo y no la controle como si fuera mía. Tú eres el Señor soberano. Haz lo que quieras con ella».
Esto nos ayuda con uno de nuestros mayores miedos al testificar: el miedo a decir algo incorrecto. Hace dos décadas, mi madre no sabía qué hacer con una de sus amigas más queridas que no conocía a Cristo pero hacía todas las preguntas correctas y las había estado haciendo durante años. Mi madre estaba comenzando a perder la esperanza de que su amiga alguna vez cruzara el umbral entre indagar en el cristianismo y descansar en Cristo.
Las cosas llegaron a un punto crítico cuando un día su amiga le hizo otra pregunta y mi mamá respondió con un cierto grado de exasperación: «Escucha, [nombre de su amiga], a fin de cuentas, o el Señor te eligió o no lo hizo». No podía creer que esas palabras hubieran salido de su boca y deseó inmediatamente poder retirarlas. Había sido un momento de descuido. Pero ¿sabes qué? El Señor usó ese momento para irrumpir en el corazón de su amiga, quien tembló al pensar que tal vez no era escogida e inmediatamente se puso en acción para reconciliarse con Cristo. Ha estado caminando con Él desde entonces. Ese «momento de descuido» fue un momento en el que mi madre arriesgó todo, tal como lo hacen los mayordomos.
Esto también nos ayuda con nuestra mayor objeción teológica para no testificar: si Dios ya eligió quién creerá, ¿por qué deberíamos testificar? En realidad, esta pregunta es simplemente una ramificación de otra más amplia: si Dios es soberano sobre todo, ¿por qué deberíamos hacer algo?, ¿por qué plantar y cosechar?, ¿por qué tener y criar hijos?, ¿por qué estudiar?, ¿por qué levantarse de la cama? La respuesta a todas estas preguntas es la misma para el cristiano: por Su disposición soberana, Dios nos ha llamado a expresar que le pertenecemos administrando fielmente lo que Él nos ha confiado. Nos ha confiado nuestros cuerpos, así que plantamos, cosechamos y planificamos nuestras comidas. Nos ha confiado nuestras mentes, así que leemos, estudiamos y aprendemos. Nos ha confiado una descendencia, así que tenemos hijos y los criamos. Y nos ha confiado relaciones con personas que no creen (o todavía no creen), así que damos un testimonio fiel del evangelio de Jesucristo. En todas estas cosas, no solo en la última, Dios es completamente soberano y los resultados son Suyos. Pero en todas estas cosas, incluida la última, estamos llamados a expresar que pertenecemos a nuestro Señor soberano y a expresar esa pertenencia como mayordomos fieles.
Cuando pensamos en la soberanía de Dios, pensamos en Su «control», «determinación», «predestinación». Pero también deberíamos pensar en el «mío» de Dios. «Cuanto existe debajo de todo el cielo es mío», le declaró a Job (Job 41:11). Como Señor soberano, tiene derecho a hacer lo que quiera con las cosas que le pertenecen. Esas cosas incluyen nuestras relaciones con cónyuges, hijos, padres, vecinos y amigos incrédulos. ¿Qué relaciones en nuestra vida debemos ofrecerle al Señor soberano como «Suyas» y luego tratarlas como una mayordomía que debe ser arriesgada para Su gloria, y no como una posesión que debemos controlar para conseguir el resultado que preferimos? Cuando aprendamos a pensar y orar de esta manera, descubriremos que, gradualmente, dar testimonio será menos abrumador y más natural. Encontraremos nuevo gozo en nuestras relaciones con los incrédulos, debido a que ya no llevaremos la carga falsa del control, y nueva valentía en nuestras conversaciones, debido a que nos sentiremos libres para dejarle los resultados al Señor. Todo esto es posible porque Él es un Señor bueno, sabio y completamente soberano que «desde toda la eternidad, por el sapientísimo y santísimo consejo de Su propia voluntad, ordenó libre e inmutablemente todo lo que acontece» (Confesión de fe de Westminster 3.1).
Publicado originalmente en Tabletalk Magazine. Matthew Miller El Dr. Matthew Miller es estudiante de doctorado en la University of Bristol de Inglaterra, director del C.S. Lewis Institute en Greenville, Carolina del Sur y profesor adjunto de divinidad en el Erskine Theological Seminary.
Lunes 5 Septiembre Buscad al Señor y su poder; buscad su rostro continuamente. Haced memoria de las maravillas que ha hecho, de sus prodigios, y de los juicios de su boca… Él es nuestro Dios. 1 Crónicas 16:11-12, 14 Déjeme contarle Testimonio “Leyendo la Biblia aprendí a conocer a Dios. Supe lo que él hizo y lo que dijo a los hombres. Por medio de la Biblia comprendí que Dios vive eternamente, que él no cambia, que conoce todo, sabe todo, ve todo, registra todo. Él es fiel a sus promesas, es justo, santo, poderoso, sabio; es bueno y paciente para con los hombres.
Pero también descubrí algo que me aterrorizó: que yo había desobedecido a Dios, y era su enemigo sin ni siquiera haberme dado cuenta. Quería vivir mi vida a mi manera, sin pedir la opinión de mi Creador. Yo era un gran culpable delante de él, condenado a la muerte eterna.
Entonces aprendí que Dios me ofrecía su perdón, su paz. Yo no tenía que hacer nada, no tenía que pagar nada. Dios se encargó absolutamente de todo. Pagó el más alto precio dando a su Hijo Jesucristo. Jesús vino a la tierra para hablarnos del Dios de amor. Luego dio su vida en la cruz, para que todo aquel que en él cree no perezca, sino que tenga la vida eterna.
Viendo que mi vida era un fracaso delante de Dios, reconocí ante él mi mal proceder, dicho de otra manera, mi vida de pecado. Entonces le pedí que me perdonara por medio de Jesucristo, quien murió por mí. Como él nunca rechaza al que se arrepiente de todo corazón, me perdonó todo.
Hoy sé que soy un hijo de Dios. Es increíble, ¡pero cierto! ¡Mi vida es una nueva vida en el gozo del Señor! Y si la muerte me toca, entraré el mismo día en el paraíso, en la presencia de Dios. ¿No quiere usted tener las mismas certezas?”.
¿Alguna vez te has sentido desesperado? ¿Inquieto? ¿Preocupado de una manera en la que pierdes el control? Voy a tratar de ser específico e a ir a lo que algunas páginas médicas reconocidas por su confiabilidad dicen:
La ansiedad, como el estrés, es una respuesta del organismo ante situaciones límites, que se caracteriza por una sensación de angustia leve o miedo; y la aparición de aceleración del ritmo cardíaco y la respiración, sudoración o sensación de flojedad.
DSM-4 (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales). Todos experimentamos ansiedad en algún momento. No toda ansiedad es mala. Piensa un momento en aquel instante repentino en que perdiste de vista a tu hijo en el supermercado o en alguna venta callejera. Sufrimos cierta ansiedad cuando vamos tarde y queremos que todos se quiten, pitamos y pitamos, entre otras acciones; o cuando no hiciste la tarea y eres el siguiente en la lista para ser llamado a revisar.
Todo esto es muy diferente a sufrir una crisis de ansiedad. Me impactó lo que leí en una publicación médica que dice: “una crisis de ansiedad, sin ser un hecho grave para la salud, genera una situación de pánico que cursa con síntomas muy similares a los del infarto, hasta el punto de que puede confundirse con él. Ocurre de forma instantánea, sin previo aviso, y alcanza su máxima intensidad en cuestión de muy pocos minutos, pudiendo prolongarse durante más tiempo”.
De esa misma publicación tomaré algunos de los síntomas de una “crisis de ansiedad”.
La sintomatología puede variar en cada persona, pero se considera que se ha producido una crisis de ansiedad cuando se producen cuatro o más de los siguientes síntomas:
· Palpitaciones o elevación de la frecuencia cardíaca (taquicardia). · Sensación de ahogo, con respiración rápida. · Opresión en el pecho. · Miedo o pánico. Literalmente, sentirse morir. · Sudoración o escalofríos. · Temblores. · Náuseas o molestias abdominales. · Mareo, o incluso desmayo. · Sensación de irrealidad. · Sensación de entumecimiento u hormigueo. Esto es lo que se dice desde un punto de vista médico. Ahora nos dirigiremos a lo que la Biblia dice. I. ENTENDIENDO EL CORAZÓN DE LA ANSIEDAD Lo primero que tenemos que saber es que, en la Biblia, hay términos intercambiables para referirse a la ansiedad, por ejemplo: preocupación, angustia, ansiedad o afán. La palabra empleado en el idioma original—recordemos que la Biblia fue escrita en griego el NT y en hebreo el AT—literalmente significa una mente dividida (Merimnao). Este tipo de preocupación o ansiedad está prohibida repetidamente en la Biblia.
Vayamos a Mateo capítulo 6 y leamos a Jesús hablando de esta preocupación ansiosa.
Mateo 6.25-34 25Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? 26Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? 27¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? 28Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; 29pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. 30Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? 31No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? 32Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. 33Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. 34Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.
Aquí la palabra es afanar o afanarse. ¿Qué es esta palabrita en el español? Ya lo he comentado en otras ocasiones. Afanarse es hacer todo lo posible por conseguir una cosa. No muchos de nosotros nos afanamos en acciones, pero si en pensamientos. Pensamos en qué podemos hacer en tal situación. Cómo lograr algo. Qué estará haciendo tal persona. En el caso del pasaje que leímos, vemos que Jesús dice que no debemos afanarnos por nuestra vida.
Veamos el versículo 25:
25Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir.
Hay seis expresiones claras aquí. Muchos tomamos, al hablar de la ansiedad y temor, del versículo 25 en adelante; sin embargo, debemos comprender que esta porción es una especie de consecuencia de lo que se ha dicho antes. Lo podemos saber por la expresión “por lo tanto, os digo…”. Lo que Jesús ha dicho antes es lo que concluye con esta porción del afán y la ansiedad. Veamos rápidamente el contexto.
El capítulo 6 de Mateo es interesante porque en él se habla del Padre nuestro. La oración modelo que Jesús enseñó. En ella Jesús está atacando la actitud religiosa de los fariseos que les gusta ser vistos al hacer oración simplemente con el fin de que sean considerados espirituales. Lo mismo sucede con el ayuno (del verso 16 al 18). Fíjate cómo concluye esta porción:
“18para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.”
Mateo 6.18 La motivación de la oración y del ayuno—explicó Jesús—era hacerlo íntimamente para Dios. Sin embargo, hay una expresión interesante: “y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Aquí la palabra “Padre” está escrita con mayúscula, lo que nos da referencia a que se habla de Dios como Padre del creyente, cuidador, protector, etc.
Inmediatamente en el versículo 19 tenemos un encabezado que dice algo así: “tesoros en el cielo”. Mateo está ligando todas estas enseñanzas de Jesús para llevarnos más profundo.
Vamos a dar un viaje rápido por el contexto.
“19No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; 20sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. 21Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.”
Mateo 6.19-21 De plasmar Mateo la enseñanza de Jesús de orar en lo íntimo a nuestro Padre, ahora nos lleva a un tema que pareciera no tener conexión alguna. Jesús instruye a sus oyentes a ocuparse no de lo terrenal, sino de lo celestial. A hacer tesoros en el cielo donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde los ladrones no minan ni hurtan. ¿Cuál es la razón? Que en donde nosotros estemos haciendo nuestro tesoro ahí estará nuestro corazón.
Imagina que eres un empresario con muchos bienes, empresas, trabajadores, pendientes, etc. Estás trabajando para hacer bienes en el mundo, hacer dinero, ser rico, dejar un legado a la descendencia; ¿en qué crees que estará ocupado tu corazón? ¿Las cosas del cielo? ¡No! Vas a estar cuidando todas tus empresas. Tu corazón va a estar ahí, y por lo tanto, vas a tener miedo de perder lo que haz hecho. Así que Jesús está diciendo: Haz tesoros en el lugar correcto, porque donde estés haciendo tu tesoro, ahí va a estar tu corazón.
Luego sigue una enseñanza más: “La lámpara del cuerpo”.
“22La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; 23pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?”
Mateo 6.22-23 La enseñanza es clara en cierto aspecto. Dependiendo de lo que estemos viendo, de lo que cautive nuestra atención, eso estará creciendo dentro de nosotros. Para los judíos, un buen ojo representaba una actitud generosa; y el ojo maligno, una perspectiva incorrecta de las riquezas, que resulta en una profunda oscuridad interior y una ceguera moral que disminuye la capacidad de ver y llevar a cabo lo bueno.
Y finalmente, la tercera enseñanza corta, como puente para el tema de la ansiedad: “Dios y las riquezas”.
“24Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.”
Mateo 6.24 Podemos preguntarnos: ¿Qué tienen de relevancia este tema? Simplemente Jesús está dejando en claro que no se puede servir a dos señores. En este caso a Dios y las riquezas.
Vamos a unir entonces estas tres enseñanzas breves.
Jesús está siendo enfático al afirmar que un creyente, un hijo de Dios, uno que depende de Él y tiene la confianza de llamarlo “Padre”—pues comenzó hablando del Padre nuestro”—debe poner la mira, su atención en las cosas del cielo. Debe poner su corazón en el lugar donde debe hacer buenas riquezas; y no físicas ni monetarias, sino un tesoro eterno. Por lo tanto, aquellos que ponen su vista—o buen ojo—en las riquezas y las ven tal cual son, pueden tener su corazón en Dios. Por otro lado, aquellos que tienen un “ojo maligno”, tienen una percepción incorrecta de las riquezas; lo que los va a llevar a estimar más a las riquezas que a Dios, y por lo mismo, Jesús ha sido claro: “No se pueden servir a Dios ni a las riquezas al mismo tiempo”.
De manera sencilla, Jesús está diciendo: “Ocúpense de las cosas eternas, de las cosas del cielo, no estimen demasiado las riquezas y amen a Dios por encima de ellas”.
Veamos el siguiente texto:
“25Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? 26Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”
Mateo 6.26-26 Dicho de otra manera: “ocúpense de las cosas del cielo, amen a Dios sobre todo y no se preocupen por la vida (¡vida completa!), por lo que van a comer, beber o vestir. Su Padre tiene la capacidad de cuidar de ustedes.
Leamos el versículo 32:
“32Porque los gentiles [ un sinónimo de aquellos pecadores que no buscan a Dios]buscan todas estas cosas [es decir, están preocupado por todas estas cosas]; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas [ustedes no están como esos pecadores, sino que su Padre sabe de qué tienen necesidad y va a cuidar de ustedes]”.
Mateo 6.32 Aunque puedo seguir desarrollando este pasaje (que lo haremos en otra ocasión), la enseñanza sobre la ansiedad es sencilla: debemos poner a Dios en el lugar correcto, no debemos de perder de vista que Él nos cuida, guarda, ama, provee; y es quien se ocupa de nosotros.
II. IDENTIFICANDO EL DETONANTE DE LA ANSIEDAD Como lo hemos visto hasta aquí, cualquier área en la que estemos sufriendo o padeciendo ansiedad, tiene que ver con qué es lo que está ocupando nuestro corazón, tiene que ver con aquello con lo que hemos movido a Dios de lugar. Esto provoca entonces una preocupación o afán que son pecaminosos, porque producen un interés exagerado o irracional acerca del futuro y otras cosas, que nos impiden cumplir con las responsabilidades bíblicas del presente.
Lo que originalmente pensé para este mensaje era presentar varias situaciones que producen ansiedad, pero la ansiedad es causada por un sin fin de motivos, así que lo que vamos a hacer es tratar de identificar el detonante de la ansiedad.
La ansiedad es producida por el miedo. El miedo hace que nos enfoquemos en algo, o en cierta situación que consideramos peligrosa que nos impide; ya sea amar a Dios, o a los demás de manera correcta debido a que eclipsan primeramente nuestro concepto de Dios, de nosotros, de los demás y/o de las circunstancias.
Dios dice que es pecado tener miedo excesivo a cosas del mundo en lugar de ser motivados y controlados por el temor a Dios. El temor a Dios no es un miedo como lo concebimos, sino es más un respeto amoroso y reverente ante Él.
Hace tiempo fui testigo de una discusión que terminó casi a golpes, porque un joven tenía miedo a las cucarachas y cuando la mamá lo mandó a un cuarto no quería ir. Literalmente se puso como un niño pequeño que gritaba y pataleaba, esa escena terminó en pelea, groserías, etc. Aquí el miedo lo controló más que ese temor reverente que debió de haber tenido hacía el Señor, ya que lo que la cucaracha podría haberle hecho, no se compara con lo que Dios pudiera hacer al joven condenándole por rebelde y desobediente, ya que había deshonrado a su madre, y el Señor pide que sean honrados.
¿Qué pasó aquí? En estos miedos se pone “algo” por sobre Dios. Quitamos la mirada del cuidado y del amor de Dios y nos centramos en otra cosa.
¿Qué pensaba este joven de la cucaracha? ¿Qué pensaba de sí mismo? ¿Qué pensaba de la mamá? ¿Qué pensaba de Dios?
Dios, mamá, sí mismo, cucaracha…
Cuando somos víctimas de la ansiedad por miedo, debemos de pedir a Dios dominio propio para poner cada cosa en su lugar.
“Pues Dios no nos ha dado espíritu de cobardía, sino de poder, de amor, y de dominio propio”.
2 de Timoteo 1:7 Quise abordar este ejemplo para que nos ayude a entender los demás, y veremos que ya sea que temamos a una cucaracha o a una enfermedad, el corazón funciona de la misma manera.
La mayoría de las veces es fácil encontrar el detonante de la ansiedad haciendo la pregunta: ¿a qué tienes miedo? Ya que se puede percibir una amenaza.
Por ejemplo, piensa en un padre de familia que tiene problemas en su trabajo y posiblemente sea despedido. Tiene miedo porque su seguridad está amenazada. ¿Qué sucede cuando piensa en que puede ser despedido? Vienen los síntomas de palpitaciones, temblores, sudor, etc. Esta es una crisis de ansiedad.
Primera pregunta: ¿A qué tiene miedo? Ser despedido, no poder proveer para su familia.
¿Qué está pensando de él? Que él es el responsable de su familia. Esto es cierto, pero no del todo.
¿Qué está pensando de Dios? Que Dios es un Dios que lo va a abandonar, que no se interesa por él y que es hasta malvado porque los va a hacer sufrir.
¿Qué está pensando de los demás o de las circunstancias? Que lo van a destruir, lo van a hacer sufrir, que es el medio determinante para su sostenimiento.
Vamos a ayudarlo a centrar sus pensamientos de manera correcta:
¿Que debe de pensar de Dios? Que Dios se interesa por él porque lo ama. Que Dios es poderoso y nada está fuera de su control.
¿Qué debe pensar de las circunstancias o de los demás? Que su trabajo no es la fuente de su seguridad, sino que es Dios, quien además es su seguridad y sustento.
¿Qué debe pensar de sí mismo? Que es un ser limitado, que no sabe el futuro, que está creado para depender y confiar en Dios.
En la medida que el crea todo esto, es en la medida que su corazón será controlado.
Jorge Meléndez, vivo en ciudad Delicias, Chihuahua, México, soy líder del equipo de plantación de la Iglesia Sobre La Roca en la misma ciudad. Fuí salvo en el año 2010 en una pequeña iglesia pentecostal donde al tratar de entender mi conversión supe que fuí cautivado por la gracia de Dios cuando estaba muerto en mis delitos y pecados. Me desempeño laboralmente como productor y locutor de radio.