¿POR QUIÉN MURIÓ CRISTO?

John Frame

Muchos teólogos han prestado especial atención a esta pregunta: ¿por quién murió Cristo? Hay básicamente dos puntos de vista sobre el tema. Un punto de vista, llamado expiación ilimitada, afirma que Cristo murió por cada ser humano. El otro punto de vista, llamado expiación limitadaexpiación definitiva redención particular, afirma que Cristo murió solo por los elegidos, es decir, solo por aquellos que en el plan de Dios serán finalmente salvos. 

El punto de vista de la expiación ilimitada parece bastante obvio si consideramos varias Escrituras que dicen que Cristo murió por “el mundo” (Jn 1:293:166:512Co 5:191Jn 2:2), “por todos” (1Co 15:222Co 5:151Ti 2:6Heb 2:9) o aun, aparentemente, por las personas que finalmente lo rechazarán, como se encuentra en 2 Pedro 2:1, donde Pedro habla de algunos que están “negando incluso al Señor que los compró, trayendo sobre sí una destrucción repentina”. Esto suena muy parecido a decir que Jesús murió en la cruz para comprar —para redimir— a algunas personas que a pesar de todo se perderán al final. 

En Hebreos 10:29 leemos: “¿Cuánto mayor castigo piensan ustedes que merecerá el que ha pisoteado bajo sus pies al Hijo de Dios, y ha tenido por inmunda la sangre del pacto por la cual fue santificado, y ha ultrajado al Espíritu de gracia?”. De nuevo, suena como si algunas personas fueran hechas santas por la sangre de Cristo y que, sin embargo, despreciaran y profanaran esa sangre, recibiendo así castigo eterno. 

Aunque este punto de vista suena obvio por los versículos que he citado, hay algunos problemas reales con él. Si la expiación es ilimitada, es universal, parecería que trae salvación a todo el mundo; porque la expiación es un sacrificio sustitutivo. La expiación de Jesús quita nuestros pecados, trayéndonos completo perdón. Por lo tanto, si la expiación es universal, garantiza la salvación de todos. Pero sabemos por las Escrituras, de hecho por los mismos textos en 2 Pedro 2:1 y en Hebreos 10:29 que acabo de citar, que no todos en el mundo son salvos. Algunas personas desprecian la sangre de Jesús. La pisotean.Y por eso reciben una destrucción repentina. 

Si crees en una expiación ilimitada, es porque tienes una visión muy débil de lo que es la expiación. Debe ser algo menos que un sacrificio sustitutivo que traiga completo perdón. ¿Cómo se definiría, entonces, la expiación? Algunos teólogos han sugerido que la expiación no salva a nadie, sino que quita la barrera del pecado original, por lo que ahora somos libres de elegir o rechazar a Cristo. Por tanto, en realidad, la expiación no salva, sino que solo hace posible la salvación para aquellos que deciden libremente venir a la fe. 

Al final, es nuestra libre decisión la que nos salva; la expiación solo prepara el camino para que podamos tomar una decisión libre. 

Sin embargo, el problema es que la Escritura nunca insinúa tal significado de la expiación. En las Escrituras, la expiación no solo hace posible la salvación. La expiación realmente salva. No es solo un preludio de nuestra libre decisión, sino que nos trae todos los beneficios del perdón de Dios y de la vida eterna. Aquellos que dicen que la expiación tiene un alcance ilimitado creen que tiene una eficacia limitada, un poder limitado para salvar. Los que creen que la expiación se limita a los elegidos, sin embargo, creen que ella tiene una eficacia ilimitada. Así que todos creen en algún tipo de limitación. O bien la expiación está limitada en su alcance, o bien está limitada en su eficacia. Creo que la Biblia enseña que es limitada en su extensión, pero ilimitada en su eficacia. 

Así que, principalmente porque creo que las Escrituras enseñan la eficacia de la expiación, sostengo la opinión de que la expiación es limitada en su extensión. No salva a todos, pero salva completamente a todos los que salva. El punto fundamental aquí no es el alcance limitado de la expiación, aunque esa es una enseñanza bíblica. El punto fundamental es la eficacia de la expiación. 

Veamos ahora el punto de vista de la redención particular, es decir, el hecho de que Cristo murió solo por los elegidos, por Su pueblo, por aquellos a quienes Dios eligió salvar desde antes de la fundación del mundo. Según esta perspectiva, la expiación no solo hace posible la salvación, sino que realmente salva. Muchos textos bíblicos indican que la expiación se limita al pueblo de Jesús. En Juan 10:1115 Jesús dice que da Su vida por Sus ovejas, pero en el contexto de Juan 10 no toda persona es una oveja de Jesús. 

Además, como hemos visto, muchos textos acerca de la expiación indican que esta salva totalmente. Romanos 8:32-39 dice: 

El que no negó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también junto con Él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condena? Cristo Jesús es el que murió, sí, más aún, el que resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Tal como está escrito:  “Por causa Tuya somos puestos a muerte todo el día; Somos considerados como ovejas para el matadero”. 

Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro. 

Como ves, Pablo afirma que Dios dio a Su Hijo por “todos nosotros”. La consecuencia es salvación en el sentido más completo, una salvación que nunca se puede perder y que jamás podrá ser quitada. Si Cristo murió por ti, nadie puede acusarte delante de Dios, ni siquiera Satanás. Si Cristo murió por ti, nada puede separarte del amor de Cristo. 

Claro está, existen pasajes que dicen que Cristo murió por “el mundo”. Algunos de estos pasajes enfatizan la dimensión cósmica de la obra de Jesús, como Juan 3:16. En Colosenses 1:20 Pablo dice que Jesús se propuso con Su expiación “por medio de Él reconciliar todas las cosas consigo”, las que están en la tierra y las que están en los cielos, “habiendo hecho la paz por medio de la sangre de Su cruz”. Otros pasajes usan la palabra “mundo” en un sentido ético, como cuando 1 Juan 2:15 dice: “No amen al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él”. Eso puede haber estado en la mente de Juan el Bautista cuando dijo en Juan 1:29: “Ahí está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. 

Y hay pasajes que dicen que Cristo murió por “todos”. Pero la extensión de la palabra “todo” es notablemente flexible. Marcos 1:5 dice que “toda” Judea y Jerusalén salieron a escuchar a Juan el Bautista. Claramente, no debemos tomar ese “todo” de manera literal. En algunos pasajes que usan la palabra “todos”, está claro que el escritor se refiere a “todos los cristianos” o “todos los elegidos”. 

Nota 1 Corintios 15:22: “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados”. Tomado literalmente, esto significa que todos se salvarán. Pero aquí no quiere decir eso. Más bien, lo que significa es que todos los que mueren, mueren en Adán; y todos los que viven, viven en Cristo. 

Considera 2 Corintios 5:15: “Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos”. Aquí Pablo dice que Jesús murió por todos. Pero también dice que “todos” reciben nuevos corazones para que ya no vivan para sí mismos, sino para Cristo. Aun en este pasaje que usa la palabra “todos”, la expiación es eficaz: cuando Cristo muere por alguien, esa persona se salva totalmente. Recibe un nuevo corazón y una nueva vida. Claramente, no todas las personas en el mundo reciben esto; por lo tanto, no todas las personas en el mundo están incluidas bajo el término “todos”. 

En otros textos donde se usa la palabra “todos”, la referencia puede ser a lo que llamamos universalismo étnico, es decir, Jesús murió por personas de todas las naciones, lenguas, razas y tribus. Ese puede ser el significado en 1 Timoteo 2:6, que menciona las naciones en los dos primeros versículos del capítulo. Pero prefiero entender que ese versículo significa que la muerte de Cristo garantiza la oferta gratuita del evangelio a todo el mundo, porque Él es el único Salvador. Ahora bien, con universalismo étnico quiero decir que, cuando en 1 Juan 2:2, por ejemplo, el escritor dice que Jesús “es la propiciación por nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero”, está diciendo que Jesús es el único Salvador. No hay otro en todo el mundo. Si alguien, en cualquier lugar —digamos, en Tailandia o Sri Lanka— está buscando propiciación delante de Dios, no la encontrará en otra parte que no sea en la sangre de Jesús. 

¿Cómo explicamos textos como Hebreos 10:29 y 2 Pedro 2:1, los cuales describen a personas que, en cierto sentido, niegan al Señor que las compró? Tomo estos textos como descripciones de los miembros de la iglesia visible que han confesado a Cristo en su bautismo. Estos han afirmado que Jesús murió por ellos. Sobre la base de esa profesión, han entrado en una relación de pacto solemne con Dios y con la iglesia, una relación hecha solemne por la sangre de Cristo. Pero ahora blasfeman la sangre de Cristo. Ellos nunca se unieron a Cristo de manera salvífica. Pero habiendo profesado a Cristo, están sujetos a las maldiciones del pacto porque fueron infractores de ese pacto. 

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Este artículo ¿Por quién murió Cristo? fue adaptado de una porción del libro La salvación es del Señorpublicado por Poiema Publicaciones

Páginas 170 a la 175

El éxito bíblico

Serie: El éxito

Por Lain Duguid

Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El éxito

Qué significa tener éxito? Solemos pensar que el éxito implica alcanzar determinados objetivos personales y profesionales: prosperar económicamente, ser respetado por los compañeros, formar una familia sólida, etc. Medimos el éxito en términos de recibir honores, llegar a la cima, ser admirado, alcanzar riquezas o hacerse notar. Mientras tanto, el fracaso significa ser pobre o insignificante, ser impopular o desagradable, o ser objeto de vergüenza. Incluso en el ministerio, a menudo calificamos como «éxito» tener una congregación grande o de rápido crecimiento, combinada con una reputación de buen pastor o predicador, mientras que «fracaso» significa un rebaño pequeño o que decrece, o tener que dejar una iglesia por dificultades o diferencias con su dirección.

Por supuesto, los distintos aspectos de esta definición de éxito son valorados de forma diferente por distintas personas. Una persona puede tenerlo todo económicamente y, sin embargo, sentirse fracasada porque le falta popularidad, lo único que realmente le importa. Otra puede parecer que no tiene nada y, sin embargo, sentirse triunfadora porque ha logrado sus objetivos en un ámbito diferente. En la vida eclesiástica hay pastores de iglesias grandes que no se sienten exitosos porque envidian a aquellos cuyas iglesias son aún más prominentes, mientras que algunos que pastorean pequeños rebaños se sienten satisfechos amando bien a los que Dios ha puesto bajo su mando. El «éxito» y el «fracaso» son evaluaciones muy subjetivas de nuestra propia situación y de los otros que nos rodean.

Sin embargo, los seres humanos somos unos jueces extraordinariamente malos para el éxito y el fracaso. Por un lado, a menudo utilizamos las varas de medir equivocadas. Las personas que juzgamos como «exitosas» —los ricos, los poderosos, los influyentes y los atractivos— no reciben ninguna alabanza especial en el Reino de Dios. Mientras tanto, aquellos a quienes menospreciamos como fracasados —los pobres, los quebrantados y las personas sin importancia— son a menudo aquellos por los que parece que Dios tiene una preocupación especial. Según Jesús, es posible ganar el mundo entero —triunfar sobre casi cualquier criterio humano— y aun así fracasar en la vida por perder el alma en el proceso (Mt 16:26). Al mismo tiempo, Jesús declara que es posible perder todas tus posesiones, relaciones y estatus, y aun así tener éxito en lo que realmente importa: tu relación con Dios (Mr 10:28-30).

Además, a menudo hacemos juicios prematuros. Juzgamos basándonos en las apariencias actuales, evaluando a las personas como si conociéramos el desenlace de su historia. En realidad, el final de la historia no se contará en este mundo, sino en el mundo venidero, donde algunos que ahora son los primeros («exitosos») serán los últimos, mientras que otros que ahora son juzgados como últimos («fracasados») serán los primeros en el Reino de Dios (Mr 10:31). Las medidas del éxito en el Reino invertido de Dios no son las mismas que las de esta época.

Por supuesto, la sabiduría bíblica no se limita a dar la vuelta a la sabiduría convencional para que ahora los pobres y los humildes se consideren automáticamente triunfadores, mientras se descarta de plano a quien tiene riqueza o rango. Ciertamente, hay personas en la Biblia que utilizaron su riqueza o su posición elevada con sabiduría, como José o Daniel. Incluso en un entorno pagano, estos hombres sirvieron fielmente al Señor en el más alto nivel de gobierno. Asimismo, José de Arimatea utilizó su riqueza para proporcionar una tumba a Jesús tras Su crucifixión (Mt 27:57-59). Pero más que la riqueza o la posición, lo que estos hombres tenían en común era que servían primero al Señor y a Su Reino, con los recursos que Él les dio.

Con toda seguridad esto es lo que significa tener éxito desde una perspectiva bíblica. En lugar de servir a los objetivos de nuestros propios reinos personales, cualesquiera que estos sean —comodidad, aprobación, dinero, etc.— la persona exitosa pone en primer lugar al Reino de Dios. Está dispuesta a renunciar a cualquiera de estas cosas si se interponen en el camino de servir a Dios, o a utilizarlas para Dios como recursos sobre los que es un mayordomo que un día será llamado a rendir cuentas (ver Mt 25:14-30). El mayordomo que tiene éxito no es aquel al que se le confían más recursos, sean del tipo que sean, sino el que es administrador fiel de los recursos que se le han confiado (Mt 25:21).

Así, la persona a la que se le ha confiado una casa grande debería preguntarse cómo esa casa puede ser un recurso para el Reino, tal vez acogiendo actos de la iglesia u hospedando misioneros visitantes. La persona con dones para los negocios debería utilizarlos sabiamente para construir un negocio que beneficie a sus clientes y a la comunidad, además de a sí misma. La persona que sabe hablar debe hacerlo de forma que edifique a la gente: esto puede incluir la predicación, en el caso de aquellos que estén llamados a esa labor, pero también puede ser en su momento una palabra amable a una joven madre con luchas o a un adolescente perdido. Hay muchas formas de servir al Reino de Dios que pasan desapercibidas para muchos de los que nos rodean pero que, sin embargo, constituyen el éxito.

Un aspecto del éxito que fácilmente elude nuestra atención es estar arraigado y cimentado en la Palabra de Dios. Esto, según el Salmo 1, es una marca clave de las personas de éxito («bienaventurados»). Estas personas se deleitan en la Palabra de Dios, meditando en ella de día y de noche, ponderando la sabiduría de las leyes de Dios, así como la belleza del evangelio (Sal 1:2). También serán sabios en sus relaciones (v. 1). Estas personas florecerán como un árbol bien regado, con hojas verdes y frutos abundantes a su tiempo (v. 3). Estas personas resistirán la prueba definitiva, el día del juicio (vv. 5-6). Este tipo de personas no son fáciles de encontrar en este tiempo. El escritor del Salmo 73 estuvo a punto de tropezar al ver la prosperidad de los impíos, que parecían florecer mientras la gente piadosa luchaba (vv. 2-4). Él también necesitaba desarrollar una perspectiva a largo plazo que percibiera el destino final de los dos grupos (vv. 17-20).

Por supuesto, ninguno de nosotros puede estar verdaderamente a la altura de semejante estándar de éxito. ¿Quién de nosotros se deleita realmente en la Palabra de Dios día y noche? La mayoría de las veces, nos distraemos fácilmente con cosas de mucho menos valor e importancia, ya sea Internet, libros, películas o televisión. ¿Quién de nosotros es verdaderamente fiel con los dones que se nos han dado, ya sea nuestro tiempo, nuestros talentos o nuestro patrimonio? Desperdiciamos las oportunidades para hacer el bien a los demás, mientras gastamos cantidades desmesuradas de estas cosas en nosotros mismos y nuestra propia comodidad. Si se nos juzga según la norma de la Palabra de Dios, todos somos unos fracasados, unos siervos inútiles, que merecen ser arrojados a las tinieblas de afuera (Mt 25:30).

Sin embargo, la belleza del Reino de Dios es que no se requiere el éxito para entrar. La puerta está abierta de par en par a los fracasados y a los pródigos, aquellos que han despilfarrado sus recursos (que en realidad desde el principio eran recursos de Dios) en festines y vida desenfrenada o, en algunos casos, en el acaparamiento miserable de cosas con las que pudimos haber bendecido ricamente a otros. Estas son buenas noticias para nosotros, pues en lugar de buscar primero el reino de Dios, nuestros corazones muchas veces han atesorado cosas terrenales —cosas que se oxidarán, se abollarán y se estropearán— en vez de buscar cosas que tienen un valor eterno. Hemos perseguido la reputación personal y la aclamación, ignorando las demandas de la gloria de Dios sobre nuestras vidas y nuestras posesiones.

Por eso necesitamos desesperadamente el éxito que Jesucristo logró en nuestro favor. No parecía un éxito según la lógica habitual de este mundo. Abandonó las habitaciones de la gloria celestial y nació en un establo de una comunidad atrasada al borde del mundo civilizado. Fue el mentor de un pequeño grupo de discípulos que discutían constantemente entre ellos sobre quién era el más grande, sin entender Sus enseñanzas más sencillas. Al final, todos abandonaron a Jesús y huyeron, negando en algunos casos el haberle conocido. Luego fue crucificado, el castigo reservado para los criminales más atroces y despreciados. Este no es el tipo de currículum que el mundo considera como «éxito».

Sin embargo, en todo esto, Jesús buscó el Reino de Su Padre por encima de Sus propios intereses, dando Su vida por los Suyos. Atesoró la Palabra de Dios en Su corazón y se deleitó en Su comunión con el Padre. Al final de Su sufrimiento, encomendó Su espíritu en las manos de Su Padre, confiado en que el precio que pagó cumpliría Sus objetivos. Al cabo de tres días, resucitó triunfante y ascendió al cielo, donde Su nombre es ahora exaltado sobre todo nombre. Un día, toda rodilla se doblará ante Él y reconocerá que Él es la verdadera medida del éxito.

Como resultado, todos los que están unidos a Cristo están vinculados para siempre a Su gloria. La medida de nuestro éxito no puede definirse por lo que logremos en esta tierra, sino que ya ha sido definida por el hecho de que estamos en Cristo. Esto es lo que nos libera para gastarnos a nosotros mismos y todo lo que tenemos en el servicio al Reino de Cristo. Y es esto lo que también nos libera de la culpa aplastante por nuestros fracasos pasados y presentes en tomar nuestra cruz y seguirle. El hecho de que yo «tenga éxito» o «fracase» —según cualquier criterio— en última instancia no cuenta para nada. Lo que cuenta es el hecho de que Cristo ha triunfado por mí, en mi lugar. Mi única esperanza y jactancia no descansan en mi fidelidad, sino en el hecho de que, ya sea yo rico o pobre, prominente o desconocido, débil o fuerte, mi fiel Salvador me ha amado y se ha entregado por mí. Ese es todo el éxito que yo —y cualquier otra persona— necesitaremos jamás.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Lain Duguid
El Dr. Lain Duguid es profesor de Antiguo Testamento en el Westminster Theological Seminary en Filadelfia y pastor fundador de Christ Presbyterian Church en Glenside, Pennsylvania. Es autor de varios libros, entre ellos The Whole Armor of God: How Christ’s Victory Strengthens Us for Spiritual Warfare [Toda la armadura de Dios: Cómo la victoria de Cristo nos fortalece para la guerra espiritual].

¿Valores cristianos sin Cristo?

Lunes 26 Septiembre
(Jesús dijo:) Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí.
Mateo 15:8
¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?
Lucas 6:46
¿Valores cristianos sin Cristo?
“¿Qué queda del occidente cristiano cuando ya no es más cristiano? Si no queda nada, somos una civilización muerta”, escribió un filósofo ateo.

Muchas personas, incluso ateas, reconocen los valores morales que Jesús enseñó y que caracterizaban su conducta: humildad, amor, bondad, verdad, rectitud, abnegación, amor al prójimo. Pero rechazan a Jesús y no conocen su obra salvadora. Si el valor de su mensaje todavía es apreciado hoy, ¿por qué no es recibido verdaderamente?

Los que escuchaban a Jesús se sorprendían “de las palabras de gracia que salían de su boca” (Lucas 4:22). Pero poco a poco, reprendidos en su conciencia, trataron de matarlo. Finalmente Jesús fue crucificado.

Rechazando a Jesús, el hombre demostró su estado de rebelión contra Dios. Al dar a su Hijo para pagar la deuda por nuestros pecados, Dios reveló su inmenso amor. Además, si creemos en su amor, Dios nos da un corazón nuevo, nos hace capaces de seguir a Jesús. El que reconoce su fracaso en el plano moral y cree en Jesús como su Salvador, recibe una vida nueva capaz de reproducir los caracteres morales de Jesús.

Leamos los evangelios y veremos a Jesús en su actividad incesante haciendo el bien.

Si usted no posee al menos un evangelio, le será enviado gratuitamente pidiéndolo a nuestra dirección postal o a: labuena@semilla.ch

Lamentaciones 2 – Filipenses 1 – Salmo 107:17-22 – Proverbios 24:5-6

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LA OBRA FALSA DEL ESPÍRITU

John MacArthur es el pastor-maestro de Grace Community Church en Sun Valley, California, así como también autor, orador, rector emérito de The Master’s University and Seminary y profesor destacado del ministerio de medios de comunicación de Grace to You.

Disponible sobre el Internet en: www.gracia.org 
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